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viernes, 12 de abril de 2013

Anuario S.J. 2010 - EL JESUITA BERNARDO FRANCISCO DE HOYOS (1711-1735)





La figura del jesuita Bernardo de Hoyos ha sido controvertida en el pasado y lo es todavía ahora. A veces no es presentada benévolamente a causa de los fenómenos místicos extraordinarios de que él fue objeto, así como por la reacción ante algunas formas de devoción al Sagrado Corazón, lejanas del auténtico culto a la persona del Señor Jesús, respecto al cual el P. de Hoyos desarrolló un notable y positivo papel. Nos acercamos también a este joven y extraordinario jesuita porque no es muy conocido fuera de España, dónde en cambio su devoción ha estado siempre viva. 


Bernardo de Hoyos nació el 21 de agosto de 1711 en Torrelobatón, un pueblecito situado a unos 25 km de Valladolid, capital histórica de la antigua Castilla; fue bautizado el 5 de septiembre recibiendo los nombres de Bernardo y Francisco. La familia de Hoyos perteneció a la nobleza local y fue una de las más conocidas del pueblo.
Sus padres fueron fervientes católicos y óptimos educadores de sus hijos: Bernardo y María Teresa, venida al mundo seis años después de su hermano. Las condiciones físicas de Bernardo Francisco fueron tales que desde los primeros días de vida, y luego a lo largo de los años, fue descrito cómo delgadito: eso no quiere decir que no fuera normal, más bien se distinguió por su vivacidad e iniciativa, como también por el amor al juego y por la amabilidad, todo ello unido a una aguda inteligencia y a una notable aplicación al estudio. Después de los primeros años de escuela en el pueblo natal, Bernardo continuó los estudios en el colegio de de los jesuitas de Medina del Campo, que se encontraba a 40 km al sureste de Torrelobatón. A los diez años, habiendo sabido que en Madrid podría recibir una educación mejor, sin decir nada a nadie salió solo de viaje a lomos de una burra para alcanzar la capital, distante unos 120 km.

Una vez en Madrid, se puso a buscar la casa de su tío paterno, Tomás, que atendía los asuntos económicos de la Corte. El tío lo acogió y, aun apreciando la iniciativa y la determinación del sobrino, lo devolvió a Medina; no obstante aconsejó al padre de Bernardo mandarlo a estudiar al colegio de los jesuitas de Villagarcía de Campos, situado a 20 km al noroeste de Torrelobatón, que era entonces un modelo para los colegios de la Compañía de Jesús en España. Durante la permanencia en aquel colegio, Bernardo, según una expresión contenida en la biografía escrita por el Padre Loyola, “se hizo notar por la pequeñez de su estatura, además de su piedad y la viveza de su ingenio.” 

La vocación a la Compañía de Jesús 

En el complejo de los edificios del colegio de Villagarcía también estaba el noviciado de los jesuitas de la Provincia de Castilla, cuyos novicios eran entonces numerosos. Los estudiantes que frecuentaban el colegio tenían la posibilidad, por lo tanto, de observar qué hacían y cómo se comportaban aquellos jóvenes que querían dedicar la propia vida al servicio del Señor.

Mientras el joven Bernardo se encontraba en aquel ambiente, Dios actuó en su alma: así en 1725, incluso antes de acabar el tercer curso de “humanidades”, manifestó a su confesor el deseo de entrar en la Compañía de Jesús y le preguntó qué tenía que hacer. Sabiendo que era necesario conseguir de sus padres un permiso escrito convalidado por un notario, durante el carnaval de febrero de 1725, Bernardo se fue a Torrelobatón para pedirles el permiso. Ellos estuvieron vacilantes al principio y, conscientes de la joven edad de su hijo, se preguntaron si el deseo de Bernardo no sería expresión de un entusiasmo juvenil y pasajero. Por eso trataron de comprender la autenticidad de la solicitud, haciéndolo examinar por personas prudentes y expertas. Finalmente le concedieron el permiso.

No muchos días después don Manuel Hoyos murió de repente el 25 de abril de 1725, con sólo 43 años. En el testamento nombró tutores de sus dos hijos, Bernardo y Teresa, a la madre y al tío Tomás. De esta cláusula se valieron, tanto la madre como el tío, para poner nuevas dificultades y crear obstáculos a la vocación de Bernardo. Éste, sin embargo, permaneció firme en su decisión; así pudo volver a Villagarcía con intención de seguir su vocación. Pero fueron interpuestos nuevos obstáculos, esta vez por parte del Provincial de los jesuitas y del rector del colegio, que se oponían a su entrada en el noviciado únicamente por motivo de su pequeña estatura y de la aparente débil salud. De hecho Bernardo no había cumplido todavía los 14 años, y su desarrollo físico no era mayor que el de un niño de 10 años; se comprende por tanto que quién no conociera su madurez interior creyese necesario todavía un tiempo ulterior para madurar. 

Bernardo dio prueba de su fuerza de ánimo frente a tal dificultad, junto a un carácter indómito, espíritu de iniciativa y capacidad de tratar con las personas. En efecto, él recurrió al P. José Félix de Vargas, una persona que gozaba de prestigio en el colegio por los encargos que le habían sido encomendados como visitador, viceprovincial, provincial y rector, para exponerle su decisión. El juicio y la amabilidad de Bernardo hicieron tal impresión al Padre Vargas que él tomó muy a pecho el problema: después de discutirlo con el Provincial, éste por fin se decidió a aceptar a Bernardo en el noviciado el 11 de julio de 1726, cuando todavía faltaban un mes y diez días para cumplir los 15 años de edad.

De Hoyos transcurrió nueve años de vida religiosa en las casas de formación. En este período de su vida religiosa ocurrieron algunos hechos que merecen ser mencionados. En primer lugar, en 1727 y a pesar de su joven edad, Bernardo fue elegido entre sus compañeros de noviciado como “distributario”, encargo que le otorgaba, entre otras, la responsabilidad de asignar a sus compañeros los trabajos a desarrollar en el seno de la comunidad. Al final de su primer año de noviciado, los superiores le permitieron emitir los votos de devoción y al año siguiente lo admitieron a los votos religiosos perpetuos según el derecho a la Compañía. 

Además, al final de los estudios de Filosofía, le fue confiado a Bernardo el papel más importante de la solemne disputa académica que se tenía en la casa de estudios, tarea que él realizó brillantemente. 

El gran prestigio que Bernardo de Hoyos gozó ante superiores y directores espirituales se muestra de modo particular en el hecho de que, siendo todavía estudiante y antes de la ordenación sacerdotal, se le encargó varias veces de redactar instrucciones espirituales y ascéticas para algunos jóvenes compañeros. La más famosa de estas Instrucciones es la que redactó para Ignacio Enrique Osorio (1713-1778). Muchos escritos suyos se han perdido pero esta instrucción fue hallada en el 1948. La lectura de este escrito revela la gran prudencia de Bernardo de Hoyos y, al mismo tiempo, su humildad y amabilidad. Justamente se ha dicho que los escritos de Bernardo reflejan el estado interior de su alma y que tienen un gran valor autobiográfico. Este juicio vale especialmente para esta Instrucción, que revela otro interesante e importante aspecto de su vida y espiritualidad. Nos referimos al frecuente uso que él hace de la Sagrada Escritura. En efecto en esta Instrucción, escrita cuando Hoyos tenía solamente 21 años, se encuentran no menos de 160 citas de unos 32 libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, lo que denota un notable conocimiento de los libros sagrados debido a su lectura cotidiana, frecuentemente en oración. 

La lectura de Bernardo no se limitaba a los textos de la Sagrada Escritura, sino que se extendía a las obras de san Ignacio de Loyola, san Francisco de Sales y santa Teresa de Ávila. Éstos fueron sus autores preferidos, pero en sus escritos no faltan numerosas referencias a otros autores clásicos como Luis de la Puente, Alfonso Rodríguez, Luis de la Palma, Miguel Godínez, Francisco Suárez y otros muchos. Se encuentran además frecuentes referencias a las vidas de los santos. En Bernardo de Hoyos se descubre una nota de precocidad, adelantándose a los compañeros de su generación y creando una nueva corriente espiritual desconocida entre los jesuitas españoles. En ella Bernardo toma como base el espíritu ignaciano y le agrega la mística tradicional española de santa Teresa, el humanismo devoto de san Francesco de Sales así como la nueva orientación espiritual representada por la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, en la forma querida por santa Margarita María de Alacoque. De este modo Bernardo, aunque joven estudiante, fue el primero entre los jesuitas españoles que entendió con sagaz intuición la transcendencia del culto al Sagrado Corazón como medio de santificación propia y como arma eficaz de apostolado. Gracias a él, el culto del Sagrado Corazón es en sustancia el culto a Jesús-Amor, Verbo Encarnado, Redentor, que revela en sí el amor de la Santísima Trinidad; en virtud de la unión hipostática, Él nos ama con un corazón de carne, que es la representación simbólica de este amor, para animarnos a imitarlo y a amarlo continuamente. 

De Hoyos tuvo las primeras experiencias místicas sólo cinco meses después de su entrada en noviciado y, después de aquel 3 de diciembre de 1726, continuaron hasta su muerte. Como ocurre en la vida de los que llegan a las cumbres de la vida mística, no le fue ahorrada la dolorosa experiencia del gran abandono, la noche oscura que duró del 14 de noviembre de 1728 al 17 de abril de 1729, fiesta de la Resurrección del Señor. 

A propósito de este extraordinario aspecto de su vida es preciso subrayar que Bernardo tuvo la gracia de encontrarse con el P. Juan de Loyola, un eminente director espiritual: éste, no habiendo tenido nunca una experiencia mística, se hizo ayudar del aún joven pero experto P. Agustín de Cardaveraz. A la pregunta sobre el modo con que Bernardo reaccionó inicialmente a estas experiencias tan nuevas y, en cierto sentido desconcertantes, se puede decir sencillamente que su reacción declara de modo muy favorable no sólo acerca de su espiritualidad, sino también sobre la autenticidad de sus experiencias. Aun estando convencido de la realidad de lo que experimentaba, Bernardo se apresuró a informar de ello de modo bien preciso y detallado P. de Loyola y a los que lo ayudaban, y dócilmente se sometió durante dos meses (mayo-junio de 1730) a la severa investigación ordenada por el superior provincial Villafañe. 

Mirando en retrospectiva y con los ojos de la fe la vida de Bernardo, no es arriesgado pensar que el Señor, mediante la concesión de estas gracias especiales, quiso profundizar su relación de intimidad con él y prepararlo así a aquella misión para la que lo eligió: la difusión de la devoción y el culto al Sagrado Corazón en España. 


La misión confiada al Padre de Hoyos 

Por la historia de la espiritualidad sabemos que en el junio 1675 santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), recibió una visión en la que el Señor le manifestó el deseo de que fuera instituida una fiesta en honor de su Sagrado Corazón, que debía celebrarse el primer viernes después de la octava de la fiesta del Corpus Christi y que se insistiera de modo particular en la reparación a las ofensas recibidas por el Santísimo Sacramento cuando era expuesto sobre el altar. El Señor le comunicó además que, para lograr el intento, tenía que solicitar la ayuda del P. Claudio de la Colombière (1641-1682), el cual, luego Santo, se volvió a su vez un ardiente devoto del Sagrado Corazón y, de modo discreto pero eficaz, un propagador de tal culto. 

Entre los alumnos del P. de la Colombière se encontraba el joven jesuita Joseph Gallifet que, mientras se encontraba en Roma como Asistente del Padre General para Francia, publicó en 1726 su famoso libro sobre el Sagrado Corazón. Este libro se encontraba en la biblioteca del teologado de Valladolid y, entre otros, fue leído por el joven estudiante Cardaveraz, que quedó impresionado. Debiendo hacer éste una prédica en Bilbao al final de la octava del Corpus Christi, hacia finales de abril de 1733, y no teniendo consigo el libro de Gallifet, se dirigió a Bernardo de Hoyos, entonces estudiante de teología en Valladolid, rogándole que transcribiese y le mandase algunos fragmentos del referido. El 3 de mayo 1733, Bernardo se puso manos a la obra y, a su vez, concibió el ardiente deseo de difundir el culto y la devoción del Sagrado Corazón en España. Enseguida él mismo fue favorecido por revelaciones del Señor en las que era solicitado a realizar tal proyecto. Desde aquel momento Bernardo, además de continuar concienzudamente con empeño sus estudios, se convirtió en el incansable y eficiente promotor de la devoción y del culto público al Sagrado Corazón.

Mientras se desarrollaban plenamente estas actividades, Bernardo estaba acabando el tercer año de los estudios teológicos, al final del cual era costumbre que se tuvieran las órdenes sacerdotales. Teniendo él solamente 23 años, no hubiera podido recibir este sacramento sin una dispensa especial. Se le invitó a pedirla, pero se negó a hacerlo sintiendo aversión a solicitar una excepción de las normas vigentes, por lo que los mismos superiores se interesaron en conseguir la dispensa. De este modo Bernardo de Hoyos fue ordenado sacerdote el 2 de enero de 1735. 

Acabado con éxito el cuarto año de teología, se dedicó por algunos meses al ministerio de las confesiones y a la predicación antes de iniciar, en septiembre de 1735, el año de la Tercera Probación en el Colegio San Ignacio de Valladolid. Enfermando de tifus el 18 de noviembre, allí murió el 29 de noviembre de 1735. 

Enseguida tras la muerte de Bernardo, el P. Prado, rector de la Residencia de San Ignacio de Valladolid, mandó la habitual "schedula defunctorum" a todos los superiores de la Provincia de Castilla, informando en breves líneas de la muerte ocurrida y pidiendo los sufragios acostumbrados. El 6 de diciembre de 1735 el mismo padre mandó a todos los superiores la carta necrológica. Este tipo de comunicaciones formaban parte de las costumbres de la Provincia; en cambio fue completamente insólito que, por orden del provincial P. Miranda, el mismo P. Prado redactara el 25 de abril de 1736 una Carta Edificante sobre la vida y las virtudes de Bernardo de Hoyos, lo cual se hacía exclusivamente para aquellos miembros de la Compañía de Jesús tenidos como particularmente importantes para la historia de la orden. Entre 1736 y 1740, el P. Juan de Loyola, por encargo del Provincial, escribió la gran Vida del P. Bernardo de Hoyos.

Sin embargo, por diversas circunstancias la Vida no fue nunca publicada, en parte porque en ella eran nombradas varias personas todavía vivas, pero sobre todo a causa de la cada vez más grave y peligrosa situación en la que llegaron a encontrarse a la Compañía de Jesús en general y las Provincias jesuíticas españolas en particular. Nos referimos sobre todo a los cada vez más apremiantes ataques por parte de la masonería, del enciclopedismo y, de modo especial, de los partidarios y simpatizante del jansenismo, muy influyentes en el siglo XVIII y totalmente contrarios al culto del Sagrado Corazón, tenido por ellos como idolátrico y herético.

La grave dificultad en que se encontraba la Compañía de Jesús en la segunda mitad del siglo XVIII explica por qué la causa de beatificación de Bernardo sólo pudo ser puesta en marcha hacia finales del siglo XIX. En efecto, en 1767 los jesuitas fueron expulsados de España por el rey Carlos III y en 1773 fue suprimida toda la Compañía de Jesús. Después de la restauración, los jesuitas españoles pudieron regresar pero fueron de nuevo expulsados en los años 1830, 1835 y 1868. Evidentemente aquellos tiempos no eran oportunos para el inicio de la causa de beatificación de Bernardo.

Llegados a este punto debemos hacernos una pregunta. Si toda beatificación tiene una finalidad estrechamente pastoral de ofrecer a los fieles un ejemplo a seguir, ¿cómo responde la beatificación de Bernardo de Hoyos a esta exigencia? Él murió en el 1735, hace más de 270 años; los tiempos en que él vivió son muy diferentes de los nuestros. ¿Tiene realmente su beatificación un mensaje pastoral también para nuestros contemporáneos?

La respuesta depende del juicio que uno tenga sobre la historia de la humanidad en general y sobre el valor de cada individuo en particular. Los que juzguen la historia de la humanidad según los criterios del progreso económico, tecnológico y social serán propensas a decir que el ejemplo de Bernardo no tiene nada que nada decirnos. Muy diversa será en cambio la respuesta de aquellos para los que el último criterio de valoración de la historia de la humanidad y de cada persona en particular, deba ser buscado en base a un principio mucho más profundo, cual es la relación con Dios; es decir, la respuesta dada a su continua invitación de abrirse a una vida guiada según los principios de un amor auténtico y operativo.

En este aspecto la vida de Bernardo reviste también para nuestros contemporáneos todas las cualidades de la ejemplaridad. No se trata de fijar la atención sobre la diversidad ambiental, sino más bien sobre aquello que la transciende. Efectivamente nuestra atención tiene que concentrarse en la respuesta atrevida e incondicional dada por Bernardo de Hoyos al diálogo que el Señor quiso establecer con él, y en lo que fue ocasión de ofrecer una gran contribución a la renovación y a la consolidación de la espiritualidad católica en el mundo y especialmente en España. También bajo este punto de vista la beatificación de Bernardo contiene un mensaje pastoral de notable relevancia. 
P. Paolo Molinari S.J.
Traducción: P. Juan Ignacio García Velasco S.J.

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