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domingo, 8 de septiembre de 2013

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: Sab 9, 13-18
Salmo responsorial: Salmo 89
Segunda lectura: Flm 1, 9b,10.12-17
Evangelio: Lc 14,25-33
 
Aquí estamos ya al final de un verano más. Verano que se cierra con las insoportables y exasperantes escaramuzas políticas mientras de la otra parte del Mediterráneo se usan gases nerviosos para matar niños.
Un cúmulo de contradicciones que va configurando nuestra vida. Y nosotros aquí, dispuestos a combatir la violencia que llevamos en el corazón, a buscar huellas de luz, arremangándonos para ofrecer soluciones a partir del periódico. 
La Palabra de Dios nos acompaña siempre con constancia y fuerza, con reflexiones que socavan los corazones de piedra para liberar el alma presa en ellos. Y hoy la Palabra añade una vuelta de tuerca escalofriante a nuestra reflexión. Ante tanta exigencia, alguien podría pensar “¿Y quién es capaz de ser discípulo así? Es mejor malvivir como una buena persona: católico, sí, pero de bajo perfil. Y además, podría añadir: pero ¡qué pretensiones tiene Jesús!”.
El camino de conversión es largo, hermanos, pero merece la pena afrontarlo. La alternativa sería dejarse morir día tras día atropellados por el cada vez mayor vacío y sinsentido que nos rodean.  Ánimo, entonces.

Rastrear las cosas del cielo
El autor del libro de la Sabiduría escribe una reflexión que no desentonaría -sino todo lo contrario- como editorial en alguno de nuestros acreditados diarios nacionales. Cuando dice que "los razonamientos de los mortales son tímidos y nuestras reflexiones inciertas, ¿quién puede rastrear las cosas del cielo?", descubre que, a pesar de todo, no tenemos en nosotros la respuesta al sentido de la vida.
Nuestro mundo, que ha hecho progresos increíbles en la ciencia y en el conocimiento, lucha por crecer en sabiduría, pero no logra dar respuesta a las preguntas de sentido de los hombres.
Nuestro mundo es tecnológico, organizado, anhela a cruzar los espacios siderales, conoce gran parte de los secretos de la energía, logra mejorar continuamente el bienestar de los habitantes del planeta (al menos de los del hemisferio Norte...), pero lo que no logra dar respuesta al rapaz que se esconde en la droga, lo que no logra es contener el odio que se acalora en la guerra, lo que no supera es la indiferencia y la soledad que encierran a las familias en jaulas de cemento.
Estos días está candente la violencia en Siria y se oyen tambores de guerra. El Papa Francisco, hombre lleno de sabiduría, está clamando por la paz, por una paz fruto del diálogo, del consenso y del acercamiento entre los pueblos, ¡no por la fuerza de las armas! Para ello hemos de volver a Dios misericordioso, fuente de toda paz, y rogarle que escucha el clamor del pueblo sirio, que conforte a los que sufren a causa de la violencia, consuele a los que lloran a sus difuntos, convierta los corazones de los que han tomado las armas, y proteja a los que se han comprometido con la paz. Hemos de pedir al Dios de la esperanza que inspire a los líderes para que escojan la paz en lugar de la violencia y busquen la reconciliación con sus enemigos.
Esta es la respuesta que nos da la primera lectura que hemos escuchado: lo único esencial es buscar la verdadera sabiduría, entrar dentro de las cosas, yendo más allá de la apariencia, redescubriendo las profundidades del ser, allá donde habita Dios.
Es una sabiduría que no es simple cultura o inteligencia, sino saborear la realidad, descubrir, como Jesús nos dirá, que somos creados para amar y, amando, cambiar el mundo.
Necesitamos el regalo de la Sabiduría para levantar nuestra mirada a lo alto. Es lo que pretende el Papa convocando a todos los cristianos y personas de buena voluntad, a la jornada de ayuno y oración que, a estas horas, se está celebrando en la Plaza de San Pedro, de Roma, y en tantos otros templos del mundo entero con un clamor: ¡Nunca más la guerra!
Buscando la felicidad
Jesús tiene una respuesta ardiente y seductora: sólo yo -dice- puedo colmar cada deseo.
Al fin del verano, el Señor nos invita a echar cuentas, para que nos enteremos de que nuestro corazón necesita una plenitud que sólo Dios puede dar. Jesús no se presenta como el fundador de una filosofía o de una religión sino como el único capaz de llevarnos a Dios y de hacernos vivir en plenitud. 
Jesús nos confronta y nos desafía: él pretende ser más que cualquier afecto, más que la mayor alegría (el amor, la paternidad, la maternidad), más que lo que una persona pueda experimentar. Amarlo sobre todas las cosas significa que él es capaz de hacernos más felices que la mayor alegría que seamos capaces de vivir.
¡Qué presuntuoso es este Jesús…! ¿De verdad que puede darnos una alegría más grande de la mayor que podamos experimentar? Sí, puede.
Tantos hermanos y hermanas como nosotros, no exaltados, no "raros", no diferentes, han descubierto dónde encontrar la felicidad, y nos testimonian que sí, que Dios es la plenitud de la vida. Y el cristianismo ha superado dos mil años de historia y de mediocridad de sus mismos fieles porque algunos hombres y mujeres, devorados por el encuentro con Cristo, lo han hecho creíble.
Sí: es posible encontrar a Cristo.  En tantos sitios…: interiormente, en la oración, en el rostro del hermano, en tantos momentos fugaces de la existencia.
Sí, es posible encontrar a Cristo, a pesar de nuestros evidentes límites.  Jesús es pasión infinita, plenitud, inquietud, regalo total que se nos da. 
Si buscamos a Dios, echemos bien las cuentas, calculemos cuidadosamente en qué estamos invirtiendo, qué es lo que nos estimula y nos inquieta, qué nos distrae y nos desorienta. La propuesta de Dios es desconcertante y fascinadora y si, después de dos mil años, hoy, millones de personas la seguimos escuchando, significa que quizás sea cierto que sólo Dios puede llenar nuestra inquietud, él sólo puede llenar el deseo de infinito que habita en cada uno de nosotros. 
Cambios 
Viviendo así,  nuestra vida cambia de perspectiva. Poner completamente la búsqueda de Dios en el centro de la vida, nos hace llegara a ser personas nuevas.
De esto sabe algo Filemón, simpático cristiano de los orígenes cristianos, al que Pablo  dirige una nota acompañando a un esclavo que se había refugiado en el apóstol. Pablo invita a Filemón a salir de la lógica de este mundo (dueño-esclavo) para entrar en la lógica del Reino de Dios, (hermano-hermano). Pablo no lo sabía, pero en aquella pequeña nota estaba plantando la semilla que se convertiría en el árbol de la abolición de la esclavitud. 
- Busquemos a Dios en este curso, apenas iniciado.
- No aquel pequeñito de nuestros miedos, de nuestros delirios, de nuestras obsesiones.  Sino al Dios magnífico del Señor Jesús.
- Aquel que es más grande que la mayor alegría que podamos vivir.
El Señor que mantiene lo que promete, nos conceda, realmente, tener el ánimo para abandonar nuestras pequeñas certezas y afrontar con decisión la aventura de su seguimiento.  Así sea.
  

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