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domingo, 24 de diciembre de 2017

MISA VESPERTINA EN LA VIGILIA DE NAVIDAD (24 de diciembre)


Primera Lectura: Is 62,1-5
Salmo Responsorial: Salmo 88
Segunda Lectura: Hech13, 16-17.22-25
Evangelio: Mt 1, 1-25

Navidad, fiesta de la alianza amorosa 
Acabamos de escuchar en la lectura del profeta Isaías que Jerusalén, la ciudad destruida y prostituida por sus enemigos, desterrada y solitaria, infiel y  pecadora, es, a pesar de todo, invitada por Dios a unirse a Él en una alianza de amor, como  una novia virgen y joven.
Es ésta una de las más bellas imágenes de lo que es Navidad, día en el que brilla desbordante el apasionado amor de Dios hacia los hombres; el total y absoluto amor, más fuerte  que la misma infidelidad.
Hoy se nos dice que no es cierto que Dios castigue nuestro pecado y desprecie nuestra  pequeñez. El Dios de Jesús, no conoce el resentimiento ni la venganza. Todo  él vibra como un novio en la noche de bodas. Y en esta Vigilia de Navidad, la novia es la humanidad;  mujer de cuyo seno brota y surge el bello fruto de la libertad, de la paz, de la justicia y de la  alegría.
El esposo divino hoy invita a su mujer humana a vivir amando, a amar gozando, a gozar  entregándose. Y nosotros lo intuimos bastante bien al considerar este día como una de nuestras fiestas  populares más grandes y más bulliciosas, además de ser la más íntima y más familiar del año. Es la  noche de bodas de Dios y la humanidad.

Los cristianos, tan acostumbrados a llamar Padre a Dios, hemos olvidado ese otro nombre con que la Biblia invoca a Dios: ESPOSO. Es cierto que a los hombres nos cuesta  sentirnos «la esposa» de Dios, cumpliendo un papel femenino ante su masculinidad. Pero  más allá de las palabras y el género, está la realidad profunda: dos esposos son dos seres que se unen  en una empresa común: amarse y gozar, crecer y hacer crecer. La figura del “padre”  siempre nos deja la impresión de autoridad, de severidad, de poder y, desgraciadamente, hasta de castigo. No así  la de “esposo”: nuestro Dios se nos acerca seduciéndonos, sin gritos ni amenazas, enamorado  de la raza humana, atrapado por nuestra condición humana. Tanto se enamora que se  vuelca totalmente y se hace “hijo” de la tierra, se hace hombre: es Jesús, el Hijo de Dios. Sentir en esta noche a Dios como esposo, nos lleva, sin duda alguna, a un cambio muy  grande en nuestra concepción de la religión y de la fe. Al esposo se le habla de igual a igual,  se le siente la otra parte de uno mismo, la otra mitad de nuestro propio ser. Sólo en la unión con el  esposo la mujer se siente entera, total. Y lo mismo le sucede al marido.
Navidad nos muestra a este Dios presente en un niño, en todo igual a los hombres;  necesitado de cariño y afecto, de una madre, de gente a su alrededor... Dios necesita de nosotros, hombres y mujeres. Y nosotros necesitamos de este Dios, que es la interioridad de nuestra vida, la plenitud de  nuestro ser, la totalidad de nuestro amor.
Jesús es el hijo de Dios, porque es el fruto de su amor. Pero también es el fruto de  la tierra, regalo para la humanidad, la expresión de un profundo amor que reposa en el seno de una mujer.  Así María, en esta Vigilia, se nos muestra con ese amor delicado, íntimo y total, que tan bien expresa lo que ha de ser una comunidad cristiana: receptora del Espíritu de Dios y dadora de la vida de Jesús a los demás.
Celebrar Navidad es poner en el centro de nuestros intereses una sola cosa: el amor de Dios. El hijo  de ese amor es Jesús. Poco importa quiénes son sus padres. Poco importa de dónde viene  ese hombre o aquella mujer. Poco importa de qué raza, sexo o religión es éste o aquella.. Navidad nos enseña que todo hombre y toda mujer son  expresión de amor y llamada al amor.
Jesús está entroncado con los hombres y las mujeres  que lo precedieron en una larga cadena que culmina en José y María (Mt 1,1ss). Jesús pertenece a la historia de la humanidad, es totalmente hombre y con esa misma  totalidad se comprometió con la historia de su pueblo. Jesús no es una abstracción, no es un  mito o una leyenda, no es una abstracta doctrina ni un frío código de moral... Es una realidad  histórica; es la presencia salvadora de Dios en la historia. Ya nadie  puede afirmar que Dios sigue en las nubes o en los libros; que está alejado de nuestras  preocupaciones o que sólo nos espera en el más allá.  Dios, desde el nacimiento de Jesús, está en el más acá.
La Navidad hoy nos desafía.
¿Y si Jesús no naciera esta noche? ¿Es una hipótesis tan improbable? Estamos tan acostumbrados a poner la Navidad en nuestros programas y en nuestros calendarios que ni siquiera se nos pasa por la cabeza una hipótesis de este estilo. Sin embargo el riesgo de una Navidad sin Jesús que nace está más presente de lo que uno puede creer. En efecto para muchos la Navidad, a estas horas, es algo ya casi pasado. Se acabó – o se está acabando - con las últimas compras y los últimos regalos adquiridos en la última tienda que ha bajado los cierres metálicos. Es verdad que queda la misa de medianoche, pero también para algunos puede no ser más que una formalidad. La historia habitual desde hace dos mil años, cargada siempre de sugestión y de poesía. La habitual invitación a ser un poco mejores y más atentos a las necesidades de los pobres.
Tal vez para tantos será una Navidad sin novedad, sólo una vuelta al pasado, barnizada de un “buenismo” que no se hace nunca presente. Probablemente nadie, o más bien pocos esperan que Jesús nazca de nuevo, que se haga de nuevo un ser humano. Y si Jesús no nace, todo queda como antes. La Navidad sólo será un día de recuerdo de alguien que ya no está. La esperanza de los pobres será poco más que una ilusión… y el comienzo de una humanidad nueva quedará diferido una vez más. Hace falta nuestro “material humano”, nuestra implicación, que convierta la Navidad en una buena noticia, hace falta un prodigio más grande todavía que el de hace dos mil años, algo que sólo Dios puede realizar. Si Jesús no nace, esta noche será como todas las otras noches y mañana sólo será un día más del calendario. Reflexionemos. El riesgo de que Jesús no nazca es un riesgo real que está en el corazón de cada uno.
¿Te sientes desposado, o desposada, con Dios que te ama apasionadamente? ¿Ha nacido ya Jesús en tu corazón?

No debemos dormir la noche santa
Velemos su nacimiento. La tradición española es muy rica en la expresión íntima de esta noche santa en villancicos, letrillas y canciones. Dos villancicos que nos ayuden a velar, con María, José y los pastores, el nacimiento del Hijo de Dios.

No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos dormir.

La Virgen a solas piensa
qué hará
cuando al Rey de luz inmensa
parirá,
si de su divina esencia
temblará
o qué la podrá decir.

No la debemos dormir
la noche santa
no la debemos dormir.

(Fray Ambrosio de Montesinos s. XVI)



 ***** 

Caído se le ha un clavel
Hoy a la Aurora del seno
¡Qué glorioso que está el heno,
Porque ha caído sobre él!

(Luis de Góngora, s. XVII)

¡FELIZ Y SANTA NOCHE!

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