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domingo, 7 de abril de 2024

Solemnidad de la Anunciación del Señor (8 de abril, en Pascua)


Primera Lectura: Is. 7,10-14; 8,10
Salmo Responsorial: Sal. 39
Segunda Lectura: Heb. 10, 4-10
Evangelio: Lc. 1,26-38

Celebramos hoy, con alguna semana de retraso, la fiesta de la Anunciación, convencionalmente situada nueve meses antes de Navidad. El reclamo de los comienzos de la aventura de Jesús nos permite reflexionar sobre la voluntad salvífica de Dios que desea la salvación del género humano.

Encarnación y Resurrección forman parte de una misma lógica: por amor Dios se convierte en uno de nosotros para revelarse y darse a conocer; por amor decide ir hasta el final, hasta una muerte de cruz para vencer sobre las tinieblas de la muerte resucitando. Demasiado a menudo, en cambio, hemos hecho del nacimiento de Jesús una especie de fiesta aparte, una fiesta llena de emociones infantiles que cosquillea los sentimientos sin llegar a convertir los corazones.

Bien han hecho los hermanos ortodoxos al representar la Navidad en sus iconos pintando un recién nacido envuelto en el sudario y colocado en la tumba como pesebre... Quiere decir, que aquel niño ya es el crucificado y resucitado.

Hoy releemos el encuentro del misterioso y amable ángel Gabriel que habla de igual a igual con esta jovencita de Nazaret y descubrimos cuál es la grandeza del pensamiento de Dios. Porque en aquella minúscula casa de aquel minúsculo país apoyada en un declive rocoso, en el que la gente excavaba las grutas naturales de unas viviendas frescas y secas, allí, sucede lo más inesperado e impensable de Dios. La protagonista es una quinceañera iletrada de un país sometido a la esclavitud de Roma, en los confines del mundo.

Nada de satélites, ni emisiones de televisión en directo, ni espectaculares redes informáticas en aquel minúsculo Nazaret que se convierte en ombligo del mundo, en el centro absoluto de la historia. Pues Dios, cansado de ser incomprendido decide venir a contarnos cómo es él de verdad. Porque el hombre se cansa de imaginar Dios y, cuando lo hace, a menudo se lo imagina como la suma de todos sus miedos inconscientes, como un ser supremo indiferente a nuestra suerte al que hay que calmar con los rituales y las oraciones...

Por su parte, la experiencia de Israel, aunque haya ido cambiando esta idea, también ha confundido la auténtica revelación con visiones aproximadas de Dios, contribuyendo a crear un imagen misteriosa y huraña de él. Tampoco los profetas lograron cambiar esta ambigüedad que queda en el corazón humano. Ya que la larga historia de amistad y cariño con el pueblo de Israel no ha sido suficiente para explicarse, Dios elige hacerse hombre, hacerse palabras, lágrimas, sonrisas, tono de voz, sudor y para esto necesita un cuerpo, precisa de una madre.

No a la mujer del emperador o un premio Nobel, no una mujer manager y dinámica de nuestros días, ¡qué va!, sino a la pequeña adolescente Miriam de Nazaret. Dios la elige a ella y le pide convertirse en la puerta de entrada de Dios en el mundo, ¡tan sólo eso! Dios elige Nazaret y, en Nazaret, elige a María.

Y en Nazaret, durante treinta años, Dios se esconde en la cotidianidad más sencilla: niño, adolescente, joven carpintero como su padre. ¡Cuánto dice este silencio ensordecedor! ¡Cuánto nos dice de Dios esta elección suya! A nosotros que siempre buscamos el aplauso y la visibilidad, la eficiencia y la productividad, Dios nos dice que su lógica es completamente diferente. Elegir Nazaret, un país ocupado por el imperio romano, en los confines de la historia, en los márgenes de la geografía de aquel tiempo, en una época desprovista de medios de comunicación, nos revela una vez más la lógica ilógica de Dios.

¡Queridos hermanos, ánimo! Cuando creamos haber equivocado la vida o no haber tenido suficientes oportunidades, cuando no estamos satisfechos de nuestros resultados o somos atropellados por el ensordecedor estímulo de quien nos grita: “tienes que lograrlo, tienes que conseguirlo”, pensemos en Nazaret, en este modo de obrar que nos aturde y nos hechiza. Miremos a María nuestra puerta de salvación que ha hecho posible que Dios esté con nosotros.

En este día en que hacemos memoria del instante de la encarnación del Hijo de Dios, vemos ya y celebramos la voluntad de un Dios dispuesto absolutamente a todo con tal de darse a conocer y salvar al ser humano.

 

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