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domingo, 11 de mayo de 2014

DOMINGO IV DE PASCUA (Ciclo A)


Primera Lectura: Hch 2,14a.36-41
Salmo Responsorial: Salmo 22
Segunda Lectura: 1 Pe 2,20b-25
Evangelio: Jn 10, 1-10

El Señor ha resucitado. Lo han visto, lo han encontrado y abrazado. Los discípulos han llorado y reído; están asombrados, perplejos, turbados. Saben que hace falta tiempo para creer. También lo sabemos nosotros.
Pedro y Juan que corren al sepulcro; María Magdalena que no se separa de su dolor; Tomás y su desgarrador sufrimiento ante la duda; los discípulos de Emaús y su esperanza decepcionada. Convertirse al resucitado no es un asunto que se solventa en un par de minutos, no es un recorrido para personas débiles, sino para hombres y mujeres fuertes y tenaces.
El Señor los alcanza allí dónde están, en la condición en que estén.
Los alcanza y los ayuda a superará cada miedo, cada sufrimiento.
Los alcanza porque los quiere, porque quiere para ellos la plena salvación, porque los ayuda a descubrir a Dios y a descubrirse creyentes.
Lo hace porque su vida, nuestra vida, es preciosa ante sus ojos. Lo hace porque sabe a dónde llevarlos, a dónde llevarnos.

Preciosos
¿Para quién soy yo realmente importante? ¿Para quién soy yo verdaderamente precioso? Instintivamente buscamos a alguien que esté dispuesto a acogernos, a valorarnos, a querernos profundamente más allá de nuestra inevitable pobreza y limitación.
El mundo a nuestro alrededor es desalentador. Las personas son sólo un número, un consumidor o un problema social. Sólo cuentan para los que producen o consumen y, por eso, muchos luchan para salir del anonimato, cueste lo que cueste. Vivimos en una sociedad llena de llamadas confusas que nos seducen para competir y rivalizar, para tener y aparentar. Llamadas que son felicidades incapaces de llenar el corazón humano.
Corremos detrás de un sueño, como quien corre tras una chica que se convierte en princesa, como si se tratara de una bonita fábula. Pero la vida también está hecha de hombres que eligen la parte oscura, y la fábula se convierte en un sueño de muerte, como sucede con tantos terroristas o capos de todo tipo, traficantes y delincuentes. Los ladrones y bandidos de los que nos habla el evangelio de hoy, que se cuelan por tantas falsas puertas de nuestra vida.
Bueno, pues en medio de este desastre, la Iglesia proclama con toda convicción, a pesar de las contradicciones de nuestro tiempo, que cada persona, sea quien sea, es hija de Dios y es preciosa a sus ojos.


El buen Pastor
Ésta es la buena noticia desconcertante. Ésta es la inesperada revelación: yo soy realmente importante para Dios. No lo seré para otras personas, no lo seré para la sociedad, pero sí para Dios, porque sólo él me quiere gratuitamente, sin ninguna otra razón. “Te quiero porque quiere quererte el corazón, no encuentro otra razón”, cantaba aquel grupo “Mocedades”: así podría definirse el amor de Dios.
 El Señor no es como los otros que nos quieren casi siempre para sacar algún provecho, como si fueran mercenarios. El Señor nos ama libremente y amándonos nos hace a nosotros capaces de amar. Nos ama gratis, porque sí.
Jesús se nos presenta hoy como un pastor bueno, un pastor capaz. Un pastor espléndido, con esa belleza que no es sólo estética, sino absoluta y global, que lleva consigo todo lo bueno y todo lo bello de la humanidad.
Jesús pide a sus discípulos una relación personal, íntima, envolvente con él. Hace falta pasar por Jesús, atravesar a Jesús. Él no dice ser la puerta del redil, sino de las ovejas. Jesús se presenta como aquél al que podemos encontrar, atravesar, como el que nos da acceso a otro mundo, en el que podemos vernos a nosotros mismos y a los demás de un modo completamente diferente y nuevo.
Jesús llama las ovejas por su nombre y las ovejas reconocen su voz, porque es una voz que habla directamente al corazón, que salva, que llena, que consuela, que sacude, que da energía, que perdona, que inquieta, que desconcierta, que conduce a la verdad, a la verdad toda entera, completa.
“Atravesar” a Jesús significa pasar por una puerta estrecha, lo sabemos, en la que se nos pide ser auténticos, ser confiados, estar desarmados y desnudos ante a él.
Jesús nos pide configurarnos con él, ensanchar nuestro corazón, ampliar nuestros horizontes, huir de la cicatería, por muy santa y devota que esta sea, para perder nuestra vida entregándola, como él ha querido y sabido hacer en favor nuestro.
Jesús ha venido a llamarnos por el nombre, para conducirnos al Padre. ¿Qué podemos temer, entonces? Nadie puede arrancarnos de la mano del Padre.

Guardianes
El guardián del rebaño sabe que no es el pastor, sino que ha recibido la tarea y el honor, el peso y la alegría, la cruz y la gloria de velar por el rebaño mientras llega el pastor. Él no sabe dónde están los campos fértiles, sólo es un guardián, y también él está llamado a cuidar su propio corazón esperando la llegada del Señor. También él está en ansiosa espera de escuchar la voz del Pastor.
Alegraros, los que buscáis a Dios. ¡Exultad, espíritus atormentados! Confortad las rodillas vacilantes del rebaño del Señor.
¡No seáis borregos, tontos y resignados, no os sintáis como seres aturdidos por el delirio de la sociedad actual, sino como personas queridas y llamadas por vuestro nombre, llevadas a la salvación y a la libertad por el único que os conoce de verdad!
¡Alégrate, Iglesia de Dios, sueño del resucitado, pasión del encarnado, y tortura para tantos discípulos! ¡Tú Iglesia, eres capaz de acoger a Dios, llamada a velar con sincero amor del rebaño de la humanidad; tú, has de ser guardiana, y no mercenaria, ansiosa de mostrar a Cristo a todo el que busca la vida en abundancia!
¡Exige de los discípulos del Señor una vida más llena, más verdadera, y no una vida mediocre, como algunos necios desean, (¡incluso entre los discípulos!), sino una vida entregada en abundancia!
Vocaciones
Es en este contexto en el que podemos pedir por las distintas vocaciones en la Iglesia.           En Jesús somos invitados a «tener vida y vida abundante», a «abrir el corazón a grandes ideales, a cosas grandes». Esto es un reto que exige esfuerzo, lucidez, discernimiento. Supone caminar contracorriente, su­perar obstáculos dentro y fuera de nosotros mismos.
            Hoy es la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en la que  escuchamos una llamada: «Sal a darlo todo». Prestemos atención a Jesús y sigámosle saliendo de nosotros mismos, de lo cotidiano y ruti­nario, donde se mueven ladrones y bandidos. Tomemos conciencia de la riqueza que supone dar la vida entera, en su totalidad, para poder ganarla (cf. Lc 17, 33).
            La pluralidad de vocaciones en la Iglesia (vida religiosa, sacerdocio o laicado) se convierte en el reflejo lumi­noso y variado de Cristo, al que no se le puede reducir en un modelo único y monótono. Oremos para que todos los cristianos, especialmente los jóvenes, se atrevan a ponerse en actitud de escucha, y se comprometan de forma radical con Cristo.
            Haciéndonos conscientes de que la vocación «surge del corazón de Dios», oremos, como comu­nidad cristiana para que Él envíe a muchos a entregarse al servicio del Reino y de la humanidad en el estado de vida a que sean llamados.



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