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sábado, 29 de julio de 2023

DOMINGO 17º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: 1 Re 3, 5. 7-12
Salmo Responsorial: Salmo 118
Segunda Lectura: Rom 8, 28-30
Evangelio: Mt 13, 44-52
  

Pues ya lo hemos oído: la vida es una caza del tesoro. Bonita historia, como de un juego de niños. Además, tenemos en el bolsillo las instrucciones del juego, si las sabemos leer. El mapa del tesoro se ofrece a todos y es gratis.

Y en cambio, como tontos, ahí estamos distraídos, haciendo caso a los que nos quieren vender fórmulas mágicas – y son bastantes las ofertas - para alcanzar la felicidad.

Hacemos caso a los vendedores de humo, a los expertos de todo tipo en las redes sociales y en la sociedad, que nos explican cómo, para ser felices, necesitamos un coche más grande y potente, un cuerpo más esbelto, un poco más de poder y un sueldo millonario.

¡Lo más trágico es que mucha gente se cree esta ingenua ilusión!

Mateo escribe esta página del evangelio treinta años después de haber dejado todo para seguir al Señor. Él encontró el tesoro cuando trabajaba en el espinoso campo de la recaudación de impuestos; allí se encontró con la mirada del Nazareno; en casa de Simón el pescador, se encontró con aquel carpintero que era tenido por profeta.

Jesús se acercó al mostrador de los impuestos, sin odio, como hacía todo, también sin temor, y le pidió dejarlo todo y seguirle, sin miedo. Y Mateo lo hizo, sin saber bien por qué.

Desde entonces su vida cambió. Antes, Mateo creía tener en el bolsillo una perla preciosa: dinero, respeto y reconocimiento, contactos con los poderosos; ahora, en la mirada sonriente de Jesús vio lo que era un tesoro de verdad.

También nosotros creemos saber en qué consiste nuestra felicidad, creemos haber localizado el tesoro e invertimos energías e inteligencia para encontrarlo. Pero ¿estamos seguros de saber qué es lo que nos llena el corazón?

Salomón

Salomón era un joven rey que había heredado de su padre David un reino en dificultad: los enemigos acechaban en los confines y el pequeño pueblo de Israel se había convertido en una de las potencias de la época; las luchas intestinas destrozaban la corte y el propio David había experimentado el dolor lacerante de ver el propio trono asediado por sus hijos.

Salomón, el hijo de la esposa preferida, Betsabé, había sido el elegido y, ahora, es él quien reina. Tiene frente a si una tarea desmesurada: proteger y gobernar al pueblo, hacer construir el templo. Es joven, muy joven, y necesita ayuda.

Dios quiere hacer un regalo a Salomón y él le pide como regalo la capacidad de actuar con sabiduría.

¡Grandioso! Si nosotros nos encontráramos con la famosa lámpara de Aladino, ¿qué pediríamos? ¿Salud, riqueza, amor, tranquilidad, poder?

Salomón pide sabiduría para gobernar al pueblo; un regalo no para él, sino para los demás. Cuando hablamos de tesoros en nuestra vida, cuando buscamos la felicidad, necesitamos sabiduría para poder hacer la elección justa. La sabiduría es el auténtico tesoro.

Tesoros y perlas

Ya van tres domingos en los que la liturgia nos va entregando una página de parábolas. Jesús usa las parábolas para facilitar nuestra comprensión del misterio de Dios. Usando imágenes conocidas de cuantos lo escuchan, el Señor demuestra su capacidad comunicativa y su voluntad.

¡Si aprendiéramos, como Jesús, a hablar de Dios con sencillez, en lugar de lucir elaborados lenguajes teológicos incomprensibles para la mayor parte de la gente!

Tres son las breves parábolas de hoy. La primera y la última hablan de algo precioso que cambia la vida a las personas: Un hombre encuentra un tesoro mientras está cavando, vende todo lo que tiene y compra el campo. Un coleccionista de perlas – el  objeto más precioso en la antigüedad, como son hoy para nosotros los diamantes -  encuentra una perla extraordinaria y la compra.

La idea de fondo es la misma en las dos parábolas: la vida es una búsqueda, y sólo Dios conoce lo que puede llenar nuestros corazones. Sólo Dios sabe lo que nos hace intensamente felices, auténticamente felices.

A veces encontramos a Dios sin buscarlo, como hace aquél que encuentra el tesoro cavando en su huerto. Otras veces, en cambio, el encuentro con Dios aparece después de una larga y laboriosa búsqueda que puede durar toda la vida, porque no sabemos lo que buscamos, o buscamos en sitios equivocados. ¿Qué es lo que, de verdad, estamos buscando?

Hoy, en el corazón del verano el Señor se nos muestra como el único que puede llenar nuestro corazón de verdad y absolutamente. Busquemos con pasión lo que animó toda la vida de Jesús, busquemos la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, que no fue otra cosa más que anunciar y promover el reino de Dios y su justicia.

Redes y peces

En el lago de Tiberíades el modo de pesca era al arrastre. Al llegar a la orilla, los pescadores tenían que hacer una selección, relanzando al mar los peces podridos o no comestibles. Así es la dinámica espiritual: una vez descubierto el tesoro, arrebatados de entusiasmo, nos disponemos al seguimiento del Señor. Pero hace falta hacer una selección de nuestras emociones, de nuestros sentimientos, un discernimiento de las mociones de nuestro espíritu, pues, como en el campo sembrado con buen trigo crece con la cizaña, así también nuestra vida espiritual va creciendo con mucha fatiga, aun después de haber dado nuestra adhesión al principio con entusiasmo.

La constancia en el seguimiento del Señor Jesús nace de la escucha y la meditación de la Palabra, de la amistad con el Señor en la oración, del acompañamiento espiritual y de  la ayuda de la comunidad eclesial.

Nuestra vida y la vida de la Iglesia no pueden renovarse desde su raíz profunda si no descubrimos el “tesoro” del reino de Dios. No es lo mismo colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres piadosas que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.

El Papa Francisco nos está diciendo que “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.

Pero, por hoy, hagamos memoria del momento de nuestra vida en el que cada uno de nosotros hemos encontrado el tesoro y la perla escondida. ¡Y si eso todavía no ha ocurrido, aún tenemos trabajo por hacer! Porque donde esté nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón.

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