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lunes, 24 de julio de 2023

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL (25 de julio)


Primera lectura: Hch 4,33; 5, 12.27-33; 12,2
Salmo responsorial: Salmo 66
Segunda lectura: 2 Co, 4, 7-15
Evangelio: Mt 20, 20-28

Siempre que celebramos la fiesta de un apóstol, hacemos memoria de los momentos fundacionales de la Iglesia y, por tanto, nos sentimos interpelados por dimensiones ineludibles de nuestra fe cristiana.

En esta solemnidad de Santiago el Mayor, venerado como patrono de España en virtud de una piadosa tradición, conviene que nos fijemos no tanto en lo que nos dice la leyenda, sino en lo que vemos escrito en el Nuevo Testamento y que acabamos de proclamar en las lecturas de la misa de hoy.

Nuestros esquemas habituales

Una pregunta inicial suscitada por el evangelio: ¿Cuáles son nuestros esquemas de comportamiento? ¿Qué es lo que vemos a menudo en nuestro mundo, en nuestra sociedad, incluso en nuestras comunidades cristianas? Afán de poder. Ganas de ser importante, de figurar, más que de amar y servir. Luchas por conseguir pasar delante de los demás. Codazos para poder salir en la foto. La convicción de que, sin nosotros, no funcionaría nada o todo se derrumbaría irremisiblemente. Utilización de técnicas publicitarias para vender una buena imagen. Preocupación por el espacio y el tiempo de permanencia en los medios de comunicación, porque sólo vale lo que se publica, lo que sale en la “tele”.

Control de todo y de todos, no sea cosa que alguien quiera actuar por cuenta propia, fuera de lo establecido. Evitar que la mayoría piense y se organice: con que algunos tengan iniciativas y las ofrezcan a todos los demás, ya hay más que suficiente. Cortar de cuajo cualquier posibilidad de discrepancia. Esconder la información... por el bien de todos, claro está.

Marcar siempre las distancias, pero, a la vez, marcando gestos de acercamiento, que eso siempre gusta a los súbditos. Un cuerpo de funcionarios numeroso, que asegure una maquinaria burocrática incomprensible para la mayoría de la gente. Dar como un favor lo que ya le corresponde a todos como derecho, o exigir como obligatorio lo que simplemente es opcional. Acumular cuantas más prerrogativas mejor, porque si el poder está demasiado repartido, el sistema se hunde.

Este podría ser el estilo de poder que la madre de los Zebedeos tenía en la cabeza cuando pedía a Jesús un enchufe para sus hijos. Y no sólo ella, también nosotros mismos funcionamos con esos esquemas, no nos engañemos.

Pero la respuesta de Jesús es clara y tajante: “No será así entre vosotros”.

Ya hacía bastante tiempo que los doce discípulos iban con Jesús.... ¡y, sin embargo, aún no le habían comprendido! La madre de Santiago y Juan pide lugares de privilegio y de poder para sus hijos, y los diez restantes – imagínate - se enfadan contra los dos hermanos… porque todos ellos ansiaban exactamente lo mismo, sólo que los Zebedeo se les habían adelantado.

También nosotros hace tiempo que conocemos a Jesús y a menudo damos la impresión de no haberlo comprendido mucho, o casi nada. Y es que, cuando se mira al mundo con los ojos del Dios de Jesús, se invierten los esquemas: para nosotros es importante y valioso el que está por encima; en cambio, según el Dios de Jesús el que cuenta es el que sirve, el esclavo, aquel en quien nadie se fija, aquel que hace el trabajo que nadie valora, aquel que es tratado como inferior. Esos son los importantes.

¡Cuánto tenemos que aprender todavía los cristianos! Pero no nos desanimemos, porque podemos hacerlo. Santiago y Juan y los otros diez apóstoles, con el tiempo, también fueron aprendiendo hasta asumir como propia la visión de la vida y del mundo que tiene el Dios de Jesús. Hasta el punto de que llegaron a proclamar sin rodeos: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

Santiago, nuestro patrón, fue precisamente el primero de los doce que dio la vida como Jesús. Él, que quería poder y gloria, fue asesinado por Herodes, que era el poderoso de turno.

No será así entre vosotros

El camino de conversión de los Doce y, en particular, de Santiago puede ser una llamada y un estímulo para todos nosotros hoy. También nosotros podemos cambiar. También nosotros podemos ir haciendo realidad una iglesia - ¡y ojalá fuese también así en la sociedad! - sin divisiones y enfrentamientos entre gobernantes y súbditos, entre poderosos y esclavos, entre los de arriba y los de abajo. Pero, para que eso sea posible, hay que ir deshaciendo muchos malentendidos y perder muchos miedos. Y, sobre todo, hay que volver al Evangelio sin prejuicios.

Es cierto que hay que estar mínimamente organizados, y que ello implica una cierta estructura. Pero lo que no se puede hacer es olvidar que todos somos hermanos, hijos de un único Padre. Es cierto que entre nosotros tiene que haber diversas funciones. Pero dejando siempre claro que, si alguien tiene que ser tratado como más importante, es precisamente el servidor, el que realmente da la vida por los demás. Tendrían que resonar siempre en nuestro interior, en nuestro corazón, en nuestras comunidades, en nuestros movimientos, las palabras de Jesús: “No será así entre vosotros”.

La peregrinación

Por otra parte, la tradición de Santiago ha dado lugar al imparable Camino de los peregrinos a Compostela, desde la Edad Media hasta nuestros días.

En la peregrinación a Santiago se fundieron muchos factores: el espíritu de aventura cuando estaban acabando las cruzadas, el deseo de expiar los pecados, los milagros maravillosos atribuidos a la intercesión del Apóstol... Pero nadie discute que el camino de Santiago fue extraordinariamente importante en el surgimiento de la conciencia de Europa; que en él se entrecruzaron generaciones y generaciones de creyentes, procedentes de los reinos cristianos europeos. Allí comenzó a renacer el espíritu de una Europa que fracasaba en los intentos políticos, pero que se iba haciendo realidad desde la base, desde las personas de todas las clases y naciones que se hermanaban en el camino común hacia la tumba del Apóstol.

Nosotros cristianos del siglo XXI, hemos de asumir nuestra responsabilidad de seguir este camino. El camino de empeñarnos seriamente en dar testimonio de nuestra fe y de anhelar comunicarla en todo momento a los demás. Siempre debería haber sido así. Sin embargo, a veces nos hemos adormecido como si todo el mundo fuera cristiano por nacimiento, o a veces pretendimos imponer la fe a todos por el simple hecho de ser ciudadano español. Pero hoy sería absurdo continuar por este camino.

Estos hechos - aunque nos pesen - nos ayudan a volver al ejemplo de los apóstoles, al auténtico camino de Santiago: la exigencia personal de fidelidad a nuestra fe, el trabajo por construir auténticas comunidades cristianas, el intento de comunicar y anunciar el Evangelio. Sin imposiciones, sin buscar la fuerza de las leyes civiles para propagar la fe, sin emprender ninguna cruzada. Sino avanzando por el camino de la libertad, de la coherencia, del servicio, del testimonio sencillo, serio y convencido. Es decir, avanzando por la senda que siguieron los apóstoles convertidos al Señor.

Que la comunión con la vida de Jesús, a través de la Palabra y de la Eucaristía, nos lleve a esa misma conversión, a comprender - como Santiago - que comulgar con Jesús comporta vivir como él, que se ha hecho esclavo y servidor de todos.

Que también nosotros descubramos dónde se encuentra la verdadera gloria y luego vivamos de acuerdo con nuestro hallazgo.

 

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