Hace 20 años que murió el Cardenal Vicente E. Tarancón. Señero hombre de Iglesia en el post concilio y servidor de la convivencia en España en los tiempos de la Transición.
La homilía en la Misa de Coronación del Rey Juan Carlos I es una pieza excelente de proclamación de fe en Dios y de convivencia humana. Valores que, a casi 40 años vista, parecen estar bastante ausentes en nuestra sociedad.
CARDENAL TARANCÓN
HOMILIA EN LA CORONACION DEL REY
(Pronunciada en la Iglesia Parroquial de San Jerónimo el Real
la mañana del 27 de noviembre de 1975)
HOMILIA EN LA CORONACION DEL REY
(Pronunciada en la Iglesia Parroquial de San Jerónimo el Real
la mañana del 27 de noviembre de 1975)
Majestades.
Excelentísimos señores de las Misiones
Extraordinarias.
Excelentísimo señor Presidente del Gobierno.
Excelentísimo señor Presidente de las Cortes y
del Consejo del Reino.
Excelentísimos señores.
Hermanos:
Habéis querido, Majestad, que invoquemos con Vos
al Espíritu Santo en el momento en que accedéis al Trono de España. Vuestro
deseo corresponde a una antigua y amplia tradición: la que a lo largo de la historia
busca la luz y el apoyo del Espíritu de sabiduría en la coronación de los Papas
y de los Reyes, en la convocación de los Cónclaves y de los Concilios, en el
comienzo de las actividades culturales de Universidades y Academias, en la
deliberación de los Consejos.
Y no se trata, evidentemente, de ceder al peso
de una costumbre: En Vuestro gesto hay un reconocimiento público de que nos
hace falta la luz y la ayuda de Dios en esta hora. Los creyentes sabemos que,
aunque Dios ha dejado el mundo a nuestra propia responsabilidad y a merced de nuestro
esfuerzo y nuestro ingenio, necesitamos de Él, para acertar en nuestra tarea;
sabemos que aunque es el hombre el protagonista de su historia, difícilmente
podrá construirla según los planes de Dios, que no son otros que el bien de los
hombres, si el Espíritu no nos ilumina y fortalece. Él es la luz, la fuerza, el
guía que orienta toda la vida humana, incluida la actividad temporal y
política.
Esta petición de ayuda a Dios subraya, además,
la excepcional importancia de la hora que vivimos y también su extraordinaria dificultad.
Tomáis las riendas del Estado en una hora de tránsito, después de muchos años
en que una figura excepcional, ya histórica, asumió el poder de forma y en
circunstancias extraordinarias. España, con la participación de todos y bajo
Vuestro cuidado, avanza en su camino y será necesaria la colaboración de todos,
la prudencia de todos, el talento y la decisión de todos para que sea el camino
de la paz, del progreso, de la libertad y del respeto mutuo que todos deseamos.
Sobre nuestro esfuerzo descenderá la bendición de quien es el «dador de todo bien».
Él no hará imposibles nuestros errores, porque humano es errar; ni suplirá
nuestra desidia o nuestra inhibición, pero sí nos ayudará a corregirlos,
completará nuestra sinceridad con su luz y fortalecerá nuestro empeño.
Por eso hemos acogido con emocionada
complacencia este Vuestro deseo de orar junto a Vos en esta hora. La Iglesia se
siente comprometida con la Patria. Los miembros de la Iglesia de España son
también miembros de la comunidad nacional y sienten muy viva su responsabilidad
como tales. Saben que su tarea de trabajar como españoles y de orar como
cristianos son dos tareas distintas, pero en nada contrapuestas y en mucho
coincidentes. La Iglesia, que comprende, valora y aprecia la enorme carga que
en este momento echáis sobre Vuestros hombros, y que agradece la generosidad
con que os entregáis al servicio de la comunidad nacional, no puede, no podría
en modo alguno regatearos su estima y su oración.