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sábado, 1 de mayo de 2021

DOMINGO 5º DE PASCUA (Ciclo B)



Primera lectura: Hch 9, 26-31
Salmo Responsorial: Salmo 21
Segunda lectura: 1 Jn 3, 18-24
Evangelio: Jn 15, 1-8

Jesús quiere con toda su alma desvelarnos el verdadero rostro del Padre. No funda una religión hecha de misterios, ni hace de las cosas de Dios un privilegio para unos pocos iniciados: habla de peces con los pescadores, de ovejas con los pastores, de viñas con a los viñadores.

Y lo hace con palabras sencillas, iluminadoras, con ejemplos tomados de los hechos cotidianos para explicar con ello lo absoluto de Dios. Lo entienden los pobres, los humildes, los ignorantes; todos aquellos que tienen un corazón transparente o angustiado, un corazón que siente la necesidad de ser colmado, querido y consolado. También en su modo de hablar, Jesús aparece apasionado, respetuoso con nuestros límites y atento a nuestra sensibilidad. Así ocurre también hoy, amigos: Dios nos habla por medio de las cosas cotidianas.

Jesús es el buen pastor que nos conduce a prados de buena hierba, le importamos mucho, no como los pastores mercenarios que en cuanto ven el peligro escapan de prisa.

Y hoy, en la espléndida parábola de la viña, precisamente porque nos ama, nos sugiere tres actitudes.

Podar

Para que la vid tenga fruto hace falta podarla. El sarmiento, cortado en su punto justo, concentra toda su energía en el futuro racimo de uva. El sarmiento no entiende lo que está pasando cuando la cuchilla lo corta, haciéndolo sufrir.

A nosotros, la vida nos poda abundantemente: desilusiones, fatigas, enfermedades, períodos de bajón; es algo bastante inevitable y lo sabemos, aunque nos rebelamos, nos entristecemos, y huimos del dolor.  

El ser humano no acepta la fatiga ni el fracaso inevitable de nuestro ser finito y limitado; esa es la señal de su dignidad, de su naturaleza inmortal que lo empuja a ir siempre más allá en busca de la trascendencia.

¿Cómo vivimos las podas de nuestra vida? El Señor nos invita a encontrarlo y vivirlo en lo positivo como una nueva oportunidad, como una nueva posibilidad.

Pero para ello, tenemos que dejar de lado mucho amor propio, ejercitando mucha paciencia, practicando mucho equilibrio para no desanimarnos ni deprimirnos, para no ofendernos y empezar a emprenderla contra Dios.

Sin embargo, no hay otro camino más que la aceptación serena - nunca resignada - de las contradicciones de la vida; una aceptación que concentra la energía de nuestra vida en lugares y situaciones inesperadas, y con resultados de verdad sorprendentes. Como el sarmiento podado que concentra su savia en el racimo produciendo una exuberante cantidad de uvas.

Ánimo, pues, que las podas son necesarias, como lo fue la gran y dolorosa poda de los apóstoles que, puestos del revés como un guante, machacados por la cruz de su Señor, los hizo apóstoles de verdad, maduros y reflexivos, capaces de anunciar la Resurrección y de sufrir el martirio, y no sólo unos entusiastas e inmaduros seguidores de no sé qué fulgurante experiencia mística.

Sin él, nada

La savia que alimenta nuestra vida es la presencia del Señor Jesús, al que hemos elegido como pastor. Ningún otro puede darnos fuerza, serenidad, luz, alegría y paz del corazón. Sólo permaneciendo anclados en él podremos dar fruto, crecer, florecer. Sin él, nada.

Orientemos con fuerza y alegría, continuamente, nuestro camino hacia la plenitud del evangelio. Jesús nos pide vivir con él, quedar en su casa, estar con él. No como unos visitantes casuales, sino como asiduos frecuentadores de su Palabra.

Jesús nos pide vivir en él. Permanecer con el Maestro. Hacer silencio   en lo más profundo del corazón para alcanzar la inmensa ternura de Dios.

Sin mí no podéis hacer nada, nos dice Jesús. ¿Buscamos la alegría? Busquémosla en Dios, vivámosla en él y con él. Permanezcamos unidos, adheridos a él, como el sarmiento a la vid. La energía vital sólo proviene de él y es de esta unión con él de donde brota el amor.

Los que buscamos a Dios y nos hemos hecho discípulos del Nazareno no tenemos el futuro asegurado, ni la vida está exenta de fragilidad y pecado, ni se nos ahorran las pruebas que la vida nos da. ¡Ojo, la vida, no Dios! Los discípulos del Señor hemos comprendido que la vida está hecha para aprender a amar, y tomamos a Jesús de Nazaret como modelo y fuente del amor. Por eso permanecemos con él y en él.

Frutos

Dios está contento si damos fruto, como un padre orgulloso por su hijo; así se siente Dios con nosotros. Jesús, una y otra vez, contradice nuestra oscura visión de Dios. Dios no es un paranoico envidioso de nuestra libertad, que busca honor y respeto, como si fuera un solitario y neurótico dictador divino.

Dios quiere que crezcamos, que florezcamos y que demos fruto. Como la vid. Que demos frutos de amor y que maduremos siendo discípulos del Señor.

La savia del amor brotó potente en el corazón de Bernabé, el hijo del consuelo. Se puso de relieve en la primitiva comunidad, que manifestó su amor yendo a socorrer al recién convertido Saulo, a pesar de que todos lo temían: no se fiaban del ex-perseguidor convertido.

Pablo estaba en la mitad del vado, había conocido al Señor, pero la comunidad de los discípulos (absolutamente frágiles, como nosotros,) lo evitaba.  Es Bernabé quien lo acoge bajo sus alas, y será él quien se convierta, para Saulo, en el rostro del amor de Dios.

Que nosotros, discípulos del resucitado, podados por tantas circunstancias de la vida, permanezcamos en el Señor para poder dar frutos de consuelo y bendición a todas las personas con las que nos encontremos día a día. Que seamos el rostro del Dios compasivo en medio del mundo. Que así sea.




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