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sábado, 11 de noviembre de 2023

DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: Sab 6, 12-16
Salmo Responsorial: Salmo 62
Segunda Lectura: 1 Tes 4, 13-17
Evangelio: Mt 25, 1-13

Es frecuente leer en las noticias de los periódicos y en las redes sociales predicciones que, conEs frecuente leer en las noticias de los periódicos y en las redes sociales predicciones que, con una absoluta certeza basada supuestamente en la Biblia, afirman que el fin del mundo sucederá, o habría sucedido, el día tantos de tal mes del año cuántos.

Luego, esas noticias despiertan cierto escepticismo, porque resulta que alguna vidente estableció que el final de los tiempos iba a ser el 21 de diciembre de 2012… y aquí estamos todos esperando de nuevo la última venida del Señor al final de los tiempos.

Es una broma. Pero no deja de impresionar que siempre hay alguien que siente la necesidad de establecer el final y, a veces, invocando revelaciones secretas y privadas que se entregarán al final de los tiempos. Hay muchas “fake news” y mucho visionario suelto…

No importa que el Señor haya repetido muchas veces que nadie sabe el día y la hora de su venida final ...

En estas últimas semanas del año litúrgico, en el que Mateo se nos va despidiendo para encontrarnos con el joven Marcos en el próximo año litúrgico, la Palabra del Señor se va a centrar en el después y en el más allá.

La Fiesta de los Santos y el recuerdo de los difuntos nos ayudaron en este recorrido a aprender a no vivir simplemente al día, sino a atrevernos a vivir con esperanza. Y la experiencia de la pandemia que hemos vivido también nos lleva a descubrir nuestra fragilidad y a poner la esperanza sólo en Dios.

Después de aquella fuerte llamada al amor de hace dos domingos y la dura reflexión sobre la hipócrita religiosidad de fachada, del domingo pasado, hoy hablamos de boda.

La parábola del novio que no acaba de llegar tiene que ver con la venida final del Mesías. Al menos según la versión de Mateo, que hoy hemos leído.

Incomodidad

El matrimonio en Israel se llevaba a cabo por etapas. La primera fase preveía que el novio fuera al hogar del futuro suegro para tomar a su hija como esposa. Para darle la bienvenida, se preparaban todas las chicas del pueblo y las amigas de la novia, que lo acompañaban riendo y festejando hasta la casa de la futura esposa y, si el evento tenía lugar al atardecer, lo acompañarían con lámparas de aceite.

Hasta ahora, nada extraño: la parábola describe esta costumbre, pero probablemente Mateo tomó las palabras que Jesús había dicho, agregándoles otras palabras dichas por el Maestro en otras ocasiones, para reforzar el significado de la narración.

Dado que a Israel en la Biblia se le llama la novia, el significado de la parábola escuchada de labios de Jesús es evidente: en el auditorio que está ante él, algunos son como las chicas prudentes y otros como las necias; es decir, algunos dan la bienvenida a Jesús como Esposo y Mesías, y otros no. En resumidas cuentas, nada original: unos a favor y otros en contra.

¿Por qué, entonces, la versión de Mateo es tan extraña?

¡Las chicas prudentes son unas egoístas de aúpa; el novio es un tipo extraño que llega de noche y pretende recibir la bienvenida como si fuera media tarde; las muchachas necias parecen estar bastante embrolladas cuando van a buscar aceite en medio de la noche!

Pero lo más paradójico es la conclusión: mientras Jesús invita a velar, y para rematar, hasta las chicas prudentes se quedan dormidas. Entonces, ¿qué? Parece que ni las prudentes son tan prudentes, ni las necias tan necias.

Actualizar

Mateo hace para su comunidad lo que yo estoy haciendo para vosotros: actualizar la Palabra al tiempo y situación concreta.

De la carta de Pablo, que hemos escuchado, se desprende que las comunidades cristianas estaban eufóricas, esperando la llegada final del Mesías en cualquier momento. ¡Algunos, incluso, habían dejado de trabajar… vaya cara! Como el Señor tardaba en llegar, algunos discípulos dejaban los remos en la barca y se dejaban ir a la deriva. Es para este tipo de personas a los que va dirigida esta dura parábola.

Para nosotros cristianos que, como el Señor no acaba de llegar, y cada vez tarda más, corremos el riesgo de dormirnos en los laureles, dejando todo para el final.

El mundo está yendo al desastre y nosotros, en lugar de insistir y mantenernos fieles al Señor, cedemos a la tentación del mundo y corremos el riesgo de convertimos en cristianos adormecidos.

Es algo patente. Vemos comunidades y personas paralizadas por costumbres rutinarias, que no sólo no esperan la llegada del Mesías, ¡sino que ni siquiera recuerdan que tiene que venir! Viven en este mundo plenamente homologadas a la lógica mundana. Su fe se reduce a una baja pertenencia cultural al “humanismo cristiano” y nadie transforma su vida en la profecía de un mundo nuevo.

Eso es lo que debería ser nuestra comunidad, nuestra Iglesia: una profecía del mundo nuevo que ha de venir, formada por personas sencillas y modestas que todavía saben mantener encendida la lámpara de la esperanza en medio de la oscuridad que ha envuelto al mundo.

Todavía podemos…

Pero, para eso, hay que tener aceite para las lámparas.

¿Qué es ese aceite? La parábola no lo dice. Pero es algo que arde. Algo que quema y produce luz. Para mantener encendida la lámpara en la noche, tenemos que arder nosotros en el deseo, la curiosidad, la inquietud, la emoción, el amor y la pasión.

Solo las almas ardientes son capaces de desafiar la noche oscura.

Lo que somos y en lo que ardemos es único en cada uno de nosotros, y no se puede compartir fácilmente.  Podemos seguir a un gurú, o asistir a una parroquia, o pertenecer a un grupo de amigos creyentes y convencidos. Pero al final, solo yo podré saber y decidir si enciendo mi lámpara o no, si vivo una vida apasionada o no. Soy yo el que está frente a Dios. Yo y Él, cara a cara, corazón a corazón.

Pero la parábola inquietante continua. Las chicas escasas de aceite se atreven a ponerse en marcha, para encontrar combustible, y revitalizar la pasión y el deseo. Aunque, al regresar, es demasiado tarde y la puerta está cerrada. Aquel que decía que estaba a la puerta esperando a quien llamase, para abrirle, inesperadamente, no abre a las chicas que insisten.

Este cierre no es por reproche ni por venganza; nuestro Dios no es duro ni cruel.

Es simplemente una ley de vida: hay en ella ocasiones que no se repiten, momentos únicos, que no podemos dejar pasar. Tanto en las relaciones personales, como en los afectos, como en la fe.

Si esperas mucho, el tiempo se pasa y se va. Un beso a la persona amada, si no lo das a tiempo lo pierdes para siempre, y, a veces, también se pierde a la persona amada.

Cuántas veces podemos decir: cuando tenga más tiempo, me ocuparé de las cosas de Dios; si pudiera organizarme mejor… con gusto cultivaría mi alma y mi espiritualidad, pero ahora no tengo la cabeza para ello.

Hermanos, no basta con recuperar el aceite del deseo, encender la lámpara y aventurarse en la oscuridad. Es necesario que nosotros mismo permanezcamos encendidos para iluminar el mundo.

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