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sábado, 14 de enero de 2017

ANUARIO S.J. 2017 - EL ÁNGEL DE LOS NIÑOS

Niños del orfanato Nyumbani


Su nombre es Ángel D’Agostino pero todos lo llaman D’Ag,
un hombre lleno de energía, cansado de tantos funerales
y aburrido de ver a su alrededor un sentimiento de resignación. Todos parecían convencidos de que no había remedio para aquel destino de muerte.


Una gran peste golpeó África en los años ochenta del siglo pasado. El SIDA exterminó a los adultos. Luego empezó también a llevarse a los pequeños.
En Nairobi, el Padre D’Ag, un jesuita con bello y acogedor rostro, de barba blanca, asiste a aquella mortandad con angustia en el corazón. Su nombre es Ángel D’Agostino pero todos lo llaman D’Ag, un hombre lleno de energía, cansado de tantos funerales y aburrido de ver a su alrededor un sentimiento de resignación.
Todos parecían convencidos de que no había remedio para aquel destino de muerte. “Yo en cambio – aseguraba el Padre D’Ag - creo que podré salvar a muchos pequeños inocentes.”
Corría el año 1992.  En las calles de Nairobi, el Padre D’Agostino buscaba un local, una pequeña estancia como base para hacer brotar un gran sueño. El sueño de cuidar a los niños enfermos y, en el caso de que fuesen incurables, al menos darles un sitio decoroso dónde morir. En el barrio de Westlands encontró un humilde local e hizo de él un refugio para los tres primeros huerfanitos. Los tres habían perdido a sus padres, muertos de SIDA, y también ellos llevaban dentro el virus mortal. Pero ahora ya tienen una casa, mejor “una casa acogedora”, Nyumbani, como se dice en lengua suajili.
El Padre D’Ag necesitaba dinero para ofrecer asistencia. Sabía dónde llamar y cómo tocar el corazón de los bienhechores. Era una persona que no estaba nunca quieta, parecía que siempre estaba despierto pensando cómo ser útil. La gente del lugar lo miraba casi con sorpresa, porque todo lo que hacía, no lo hacía para sacar algún provecho personal, lo hacía por los demás. Los benefactores lo entienden. Y uno de ellos, un banquero, extiende un buen cheque de 700 mil dólares como regalo de Navidad. El Padre D’Ag interpreta esto como una señal de que, si hay buena voluntad, luego “Dios proveerá.”
Y el Señor provee hasta el punto de llegar otra buena noticia, la donación de un terreno de 4 hectáreas. Pero el Padre D’Ag tal vez no se imaginaba que hacer bien comportaba correr riesgos y tener vocación para la lucha. De repente pareció que todo se derrumbaba. Como él mismo contaba, “fuimos víctimas de una estafa bien orquestada.” El terreno se perdió, adueñándose de él los más aprovechados. Pero en la dificultad el jesuita demostró de qué pasta estaba hecho. Ingente por su fuerza de ánimo y por su inteligencia, movilizó sus conocimientos por medio mundo y su activismo fue premiado. Afluyeron los fondos necesarios para volver a empezar y, en un par de años, fue posible dejar el modesto local de Westlands e inaugurar una sede más confortable en el barrio de Karen. Mes a mes va creciendo el número de los niños acogidos; de los 3 iniciales se pasa a 40, después a 57, para luego dar el salto a 73.  Cuando se llega a los 106, el Padre D’Ag dice que es el momento de dar otro paso importante. Nyumbani tiene que dotarse de un laboratorio diagnóstico.
P. D'Agostino con niños del orfanato
El jesuita vuela a Washington y apela una vez más al buen corazón de sus amigos. Consigue lo que quiere y logra montar un laboratorio de análisis con los más modernos instrumentos tecnológicos.
Los Estados Unidos eran el país de origen del Padre D’Ag. Había nacido en la capital de Rhode Island, Providence, el 26 enero de 1926, siendo hijo de los emigrantes italianos Luis y Julia De Agostino. De niño padeció de asma. No pudo practicar actividades deportivas y empleó su tiempo concentrándose en el estudio. Obtuvo dos licenciaturas, en Química y en Filosofía.
Siguió estudiando. Se inscribió a la facultad de Medicina y consiguió una doble especialización, en Cirugía y en Urología. Así, cuando llegó el momento de cumplir el servicio militar, fue destinado naturalmente, con el grado de capitán, al centro médico de una base de aviación en Washington. Pero no tenía espíritu militar. En cambio sentía crecer la llamada religiosa. Decidió realizar los cursos nocturnos de latín que los jesuitas tenían en la universidad de Georgetown. Su mente estaba ávida por saber. Estudió Teología, y se especializó en ciencias psiquiátricas. Hasta que el 11 de junio de 1966, con treinta años, fue ordenado sacerdote por el cardenal Lawrence Shehan. Había entrado en la Compañía de Jesús el 14 de agosto de 1955.
Durante algunos años se dedicó a la enseñanza. Fundó un centro de Religión y Psiquiatría en Washington. Luego, su vida sufre un cambio radical.

ANUARIO S.J. 2017 - CARLOS MARÍA MARTINI: LA HERENCIA DE UN ESTILO

Cardenal Carlos María Martini S.J.

El 31 de agosto de 2012 el cardenal Martini
concluyó su intenso camino terrenal.
En junio de 2013 se constituyó una Fundación,
con la implicación de la familia Martini
y de la archidiócesis de Milán.
El 30 de agosto se dio la ocasión de visitar al Papa Francisco
para presentarle la nueva Fundación.


El 31 de agosto de 2012 el Cardenal Martini concluyó su intenso camino terrenal. Una de las voluntades expresadas en su testamento fue dejar en herencia sus escritos a la Provincia de Italia. Recibir semejante patrimonio - lo entendimos  enseguida - no significaba sólo custodiar los muchos libros e intervenciones que el Cardenal había ido produciendo, sino sobre todo promover el espíritu de todo ello.
Antes de nada, he aquí una breve presentación del Cardenal Martini para quién no lo conociera. Nacido en Turín el 15 febrero de 1927 e ingresado en el noviciado en 1944, el padre Carlos María fue profesor y luego Rector del Pontificio Instituto Bíblico hasta 1978, cuando pasa a la dirección de la Pontificia Universidad Gregoriana. Al finales de 1979 fue nombrado por Papa Juan Pablo II Arzobispo de Milán, en dónde, durante veintidós años se dedicó a una intensa actividad pastoral. Las iniciativas de mayor resonancia fueron la Escuela de la Palabra, veladas de formación bíblica de la oración, en las que participaban centenares de jóvenes en Catedral, y la Cátedra de los no creyentes, ciclos de encuentros en los que Martini daba espacio a la voz de no creyentes, con los que entraba después en un serio diálogo.
En el 2002, alcanzado el límite de edad, deja la Diócesis de Milán y se retira durante largos períodos a su amada Jerusalén, donde continúa con los estudios bíblicos sobre los antiguos manuscritos griegos del Nuevo Testamento. En abril de 2008, agravándose el proceso de su enfermedad de Parkinson, se retiró a la comunidad de Gallarate, una de las enfermerías de la Provincia de Italia. Desde 1958 hasta hoy se pueden contar unas quinientas publicaciones con su nombre, traducidas a numerosas lenguas, referentes a la investigación bíblico-exegética y a las intervenciones durante su actividad pastoral (cartas, homilías, discursos), entre las que se encuentran numerosos cursos de Ejercicios Espirituales.
Recibir la herencia del P. Martini ha sido para nosotros un momento de intensa emoción y profunda gratitud por la confianza que este gesto expresa. Buscando el modo más apto de asumir esta gran responsabilidad, en el junio de 2013 constituimos una Fundación (www.fondazionecarlomariamartini.it), con la implicación de la familia Martini y de la archidiócesis de Milán.  El 30 de agosto del año siguiente, en la víspera del primer aniversario de la muerte del Cardenal, tuvimos la ocasión de visitar al Papa Francisco para presentarle la nueva Fundación. Acogiéndonos con su habitual benevolencia, nos indicó con sencillez y precisión las coordenadas en las que desarrollar nuestra tarea: “La memoria de los padres es un acto de justicia. Y Martini ha sido un padre para toda la Iglesia.” El Papa además subrayó la capacidad del Cardenal para asumir posiciones proféticas sin dividir la comunidad, más bien, alimentando la comunión. Bergoglio y Martini se encontraron en 1974, en la 32ª Congregación General, un momento marcado por fuertes tensiones en la Compañía a propósito de la relación entre el servicio de la fe y la promoción de la justicia. Francisco nos recordó cómo el P. Martini había desarrollado un papel determinante al recoger y llevar adelante la novedad presente en el discurso que se estaba elaborando entonces sobre la justicia, mostrando al mismo tiempo su raíz evangélica e interpretando su sentido a la luz de la Palabra de Dios. Así contribuyó de modo determinante a recomponer fracturas que habrían podido llegar a ser explosivas: un difícil equilibrio, buscado por Martini con tenacidad y sabiduría.
La Fundación ha nacido no sólo para mantener la memoria de un ilustre personaje, sino para mantener vivo el espíritu que animó su actividad evangelizadora;  caracterizado por la atención a los interrogantes que atañen a las personas y a la sociedad de hoy, y por el empeño en enseñar la fecundidad y en reavivar el deseo de una profunda escucha de la Palabra de Dios.
El Cardenal Martini visita al P. General Arrupe
Los proyectos de la Fundación se desarrollan sobre tres frentes principales. El primero es el archivo. En él se recogerán los documentos de Martini, incluidos también los pertenecientes al tiempo de su ministerio como arzobispo. Además estarán los materiales realizados sobre de él y que aún siguen produciéndose. Entre éstos señalamos los testimonios, recogidos en forma de vídeo, de ilustres personajes de la cultura y el mundo eclesial, de amigos y colaboradores, ya que deseamos dar a conocer la persona del P. Martini a través del recuerdo viviente de los que han compartido con él aspectos importantes de su existencia. El archivo tendrá su sede en el “Centro San Fedele”, de los jesuitas en Milán, una localización simbólica además de práctica, en el corazón de la ciudad en la que Martini fue arzobispo durante 22 años, y a pocos pasos de la Catedral, dónde él está enterrado. El archivo estará en todo caso disponible de modo digital en el sitio de Internet.