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sábado, 27 de enero de 2018

DOMINGO 4° DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Dt 18, 15-20
Salmo Responsorial: Salmo 94
Segunda Lectura: 1 Cor 7, 32-35
Evangelio: Mc 1, 21-28



Misterio y dolor
Hoy la Palabra de Dios nos habla de la sinagoga; de la Iglesia, podemos decir nosotros. Y es difícil hablar de la Iglesia, seamos honestos y no nos engañemos. 
Si todo y sólo fuera la teología, el evangelio, los santos, el misterio y su luz envolvente, todo sería más sencillo, resplandeciente y transparente.
Pero no es sólo así. Jesús, pensando en la Iglesia, imaginando una comunidad de hermanos que se pusieran al servicio de unos para otros, escogió personas llenas de límites y de defectos para ponerlas al frente de ella. Y así, en la Iglesia, desde siempre convive este enredo misterioso, y a veces insoportable, de santidad y de pecado, de alas que nos elevan y de pesos que nos hunden, de luz y de sombra.
Santa y pecadora, casta meretriz, la Iglesia está formada por personas y por Dios mismo, está hecha con nuestros límites y con la benevolencia amorosa del Señor.
¡Cuánto deseamos que no fuera así! ¡Cómo quisiéramos que la Iglesia estuviera hecha de personas disponibles, coherentes, misericordiosas, que pensaran siempre con el evangelio en el corazón! Y, en cambio, esto no siempre es así.
En cada uno de nosotros habita toda la fuerza de la Palabra y la experiencia de Dios. Y, a la vez, la contradicción de nuestras limitaciones y cansancios.
Quizás el Señor nos permite vivir en esta situación de tensión interior, de anhelo, de deseo de santidad. Tal vez vueltos todos hacia él, en la nostalgia infinita de su presencia, podríamos enorgullecernos por la experiencia de la luz divina, pero en ese momento tropezaríamos con nuestra mezquina, pequeña y dolorosa incoherencia.
Pero hermanos, en esta Iglesia, a veces severa e incomprensible, es donde hemos recibido a Cristo.
Ciertamente, algunas cosas de la Iglesia no nos agradan, ni nosotros agradamos a la Iglesia. ¿Pero podemos renegar a nuestra madre sólo porque la ropa que lleva la envejece?

Convertir a la Iglesia
Marcos inicia su narración con un hecho desconcertante: la liberación de un endemoniado. Dentro de la sinagoga. No fuera, ni cerca: dentro.
Es como si Marcos dijera: el primer anuncio qué debemos y podemos hacer, la primera liberación que tenemos que hacer está dentro de la comunidad, está dentro de la Iglesia.
Antes de mirar afuera, al mundo hostil y oscuro, hace falta tener el coraje de liberar de cualquier tiniebla en nuestras comunidades. Liberarlas de la peor de las herejías de nuestro milenio apenas estrenado, es decir: conformarse con una fe que sólo es exterioridad, costumbre, cultura, conservación a ultranza, mantenimiento del “siempre se hizo así”. Liberar a las comunidades de una fe que no tiene nada que ver con la vida.

miércoles, 3 de enero de 2018

SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS Titular de la Compañía de Jesús (3 de enero)


Primera Lectura: Eclo 51, 8-14
Salmo Responsorial: Salmo 8
Segunda Lectura: Flp 2, 1-11
Evangelio: Lc 2, 21-24

Hoy la Compañía de Jesús celebra su fiesta titular: la imposición del Nombre de Jesús.
La experiencia fundacional que llevó a Ignacio y sus compañeros a adoptar el nombre de “Compañía de Jesús” se remonta a la visión que San Ignacio tuvo en La Storta. En 1538 Ignacio y dos compañeros, Pedro Fabro y Diego Laínez, habían partido de Venecia y se dirigían a Roma para poner a disposición del Papa sus personas y a los demás de su grupo. Unos pocos kilómetros antes de Roma, se detuvieron a rezar en la capilla de La Storta. En aquel lugar tuvo Ignacio la segunda en importancia de sus experiencias místicas. En una visión Ignacio escuchó a Dios Padre que le decía: “Yo os seré propicio en Roma”.
A la vez le manifestó que le pondría con Su Hijo. No sabía Ignacio qué significaban estas palabras, ya que lo mismo podía anunciar persecuciones que favores, pues ambas cosas eran propias de Jesús.
En los últimos escritos del P. Laínez leemos lo siguiente: Me dijo (Ignacio) que Dios Padre había dejado impresas estas palabras en su corazón – ‘Yo os seré propicio en Roma…’ Me pareció que había visto a Cristo con la cruz sobre los hombros, y junto a Él al Padre que Le decía ‘querría que tomases a este hombre como servidor’ .Y que por eso Jesús lo tomó por tal y le dijo (a Ignacio) ‘quiero que seas nuestro servidor’. Y por eso, con gran devoción hacia este santísimo nombre (Ignacio) quiso que la congregación (de estos compañeros) se llamase Compañía de Jesús”.
El Papa Paulo III dio su aprobación formal a la nueva orden religiosa el 27 de septiembre de 1540, que se llamó Compañía de Jesús.
Hasta hace poco la Compañía celebraba su fiesta titular el día 1 de enero, porque ese era el día de la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús junto con la fiesta de María Madre de Dios. Con la revisión del calendario universal de 1996 la fiesta del Santo Nombre de Jesús pasó a celebrarse separadamente en el día 3 de enero. La Compañía siguió, a pesar de todo, con la práctica de celebrar la fiesta, junto con la de María Madre de Dios, el día 1 de enero.
Pero el 3 de diciembre de 2012, el P. Adolfo Nicolás SJ, Superior General de la Compañía, hizo pública su decisión de introducir cambios en el calendario litúrgico propio de la Compañía de Jesús para acomodarlo al calendario litúrgico universal de la Iglesia Católica. En adelante, la Fiesta Titular de la Compañía de Jesús se habrá de celebrar el día 3 de enero, Fiesta de Santísimo Nombre de Jesús, tal como hoy hacemos.
Nosotros jesuitas estamos orgullosos de llevar tan cerca de nosotros el nombre de Jesús, de tener a la Virgen como Madre de la Compañía y de servir la Misión de Cristo en la Iglesia bajo la guía del romano Pontífice. Y así, en la pasada 35ª Congregación General de la Compañía, el Santo Padre Benedicto XVI nos recalcaba como jesuitas el encargo de ir hasta las fronteras entre la fe y el compromiso por la justicia, y nos animaba a continuar y a renovar nuestra misión entre los pobres y con los pobres. No faltan desaforadamente -nos decía entonces el Papa- nuevas causas de pobreza y marginación en un mundo marcado por graves desequilibrios económicos y ambientales, por procesos de globalización conducidos por el egoísmo más que por la solidaridad, por conflictos armados desoladores y absurdos. La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica... Es por lo tanto natural que quien quiera de verdad ser compañero de Jesús, comparta realmente el amor por los pobres. Para nosotros la opción por los pobres no es ideológica, sino que nace del Evangelio.
Para los cristianos que alimentamos nuestra fe en torno a la Compañía de Jesús y a la espiritualidad ignaciana resuenan con fuerza estas palabras del Papa emérito. Pero también el Papa Francisco, desde su propia espiritualidad ignaciana como jesuita, nos recuerda la necesidad de que los seguidores de Jesús tengan la misma sensibilidad de Cristo. Esto significa pensar como Él, querer como Él, ver como Él, caminar como Él. Significa hacer lo que Él hizo con los mismos sentimientos de su Corazón. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor, como acabamos de escuchar en la carta de san Pablo.