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sábado, 9 de junio de 2018

DOMINGO 10º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

Abrazar lo diverso


Primera Lectura: Gen 3, 9-15
Salmo Responsorial:  Salmo 129
Segunda Lectura: 2 Cor 4,13 ‑ 5,1
Evangelio: Mc 3, 20-35

Jesús reunía a mucha gente a su lado. Hablaba de Dios de una manera extraordinaria, escuchaba a todos, hacía que todo fuese sencillo y posible.
Algunos decían haber sido sanados por sus palabras. Otros por su abrazo.
La multitud lo absorbe. Escucha a todos. Pasa el día sin tiempo para comer. No pide dinero. No aspira a puestos de privilegio. Algo aquí no es normal.
¿Cuándo se ha visto a nadie que trabaje de ese modo? Sin tener un beneficio a cambio y, además, en un ámbito religioso.
Aunque Galilea, una región de mestizaje, quedaba muy lejos y muchos judíos preferían abandonarla a su propio destino pagano, algunos escribas de Jerusalén fueron enviados a analizar la situación y a redactar un informe. El templo reconstruido y la renacida casta sacerdotal se arrogaban el derecho de emitir patentes de creencia.
También hoy, por desgracia, algunos en la Iglesia prefieren hacer de policías y revisar documentos, en vez de gozar de la fantasía y de la nueva vida del Espíritu que se nos ha dado.
A los controladores les basta con una rápida mirada. No preguntan, no buscan razones, ni siquiera hablan con el sospechoso. No miran al corazón. Simplemente juzgan.
Por eso, certifican ciegamente que Jesús es un traidor. Un endemoniado: ¡tiene dentro a Satanás! Claro, uno que habla de Dios y sana gratis debe estar loco.

Argumentos
Y, además, montan sus argumentos. Jesús expulsa a los demonios porque él mismo es un demonio. No está mal como como un análisis...
Pero Jesús, fantástico, en vez de mandarlos a aquel sitio, intenta discutir las cosas con ellos, razonar, hacer que recuperen el sentido. ¿Cómo va a ser Satanás tan idiota que quiera cazar al mismo Satanás? ¿Qué interés va tener el diablo en luchar consigo mismo? Si Satanás escapa, es porque llega alguien más fuerte que él, superior a las tinieblas. Satanás huye cuando Dios irrumpe en la obscura vida de la persona enferma. Así de sencillo.
Pero, por desgracia, la evidencia rara vez supera los prejuicios obstinados, especialmente en aquellos que se sienten enviados por Dios.
Es, entonces, cuando Jesús profundiza aún más: no reconocer en sus acciones la obra de Dios, no ver en ello la acción del Señor, es una blasfemia imperdonable. Es el pecado contra el Espíritu; él único que no será perdonado (Mt. 12, 31).

Diversidad
Todos damos por supuesto que una persona es normal y sana cuando cumple correctamente con el papel social que le toca desempeñar. Cuando hace lo que de él esperan los demás; cuando sabe adaptarse y actuar según la escala de valores y las pautas que están de moda en la sociedad.
Por el contrario, la persona que no se adapta a esos esquemas y actúa de manera distinta, corre el riesgo de ser considerada como anormal, neurótica, o sospechosa. Este es el caso de Jesús. Su actuación libre provoca rápidamente el rechazo social. Sus familiares lo consideran como desequilibrado y excéntrico. Las clases cultas fariseas sospechan que está irremediablemente poseído por el mal.