Una madre no se olvida de su criatura. Jamás. Y aunque sucediera así (porque hay gente para
todo), eso nunca ocurrirá con Dios. Él no abandona a sus hijos, no me abandona
a mí. Jamás.
Con este extraordinario testimonio Isaías nos
acompaña hacia la Cuaresma, en este domingo dónde, aturdidos por las exigencias
evangélicas de las Bienaventuranzas, dejamos de fijarnos en lo que tenemos que
hacer para convertirnos en sal y luz, y miramos al rostro del Dios que nos
invita a vivir aquellas bienaventuranzas.
Sin embargo, cuántas veces este rostro queda
alterado, traicionado por nuestros miedos y menospreciado. O, peor,
reemplazado.
Desgraciadamente, hoy, el nuevo rostro de Dios
tiene un nombre antiguo: Mammón.
Mammón
El amor al
dinero es la raíz de todos los males, sentencia, cortante, el autor de la segunda
carta a Timoteo, alguien del círculo de san Pablo. Y continua: algunos, arrastrados por él, se han apartado
de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos. (1 Tim 6, 10).
Muchas personas pueden pensar que es una cosa
excesiva; pero tiene toda la razón.
El ansia de poseer ha envenenado nuestras
relaciones metiéndonos en un abismo caótico y sin fin. Hay datos
escalofriantes: más de siete mil
millones de personas habitan el planeta, pero unos pocos cientos de miles establecen
su destino, enriqueciéndose cada vez más.
El mercado es el nuevo ídolo de nuestro tiempo; el
beneficio ha reemplazado al trabajo y nuestro destino concreto depende de leyes,
creadas por personas interesadas, y que se propugnan como inevitables.
Hoy Jesús nos dice con fuerza en el evangelio que
el mayor enemigo de ese mundo más digno, justo y solidario que Dios quiere, es
el dinero. El culto al dinero será siempre el mayor obstáculo que encontrará la
Humanidad para progresar hacia una convivencia más humana. “No podéis servir a Dios y al Dinero”. Es lógico, Dios no puede
reinar en el mundo y ser Padre de todos, sin reclamar justicia para los que son
excluidos de una vida digna.
Y el Papa Francisco, en nombre de Dios, reclama: “No a una economía de la exclusión y la
iniquidad. Esa economía mata”. “No puede ser que no sea noticia que muera de
frío un anciano en la calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa.
Eso es exclusión. No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que
pasa hambre. Eso es iniquidad”. Y otra cita más: “La cultura del bienestar nos anestesia, y perdemos la calma si el
mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas
truncadas por falta de posibilidades nos parecen un espectáculo que de ninguna
manera nos altera”.
Sin señalar enseguida a los milmillonarios, por
los que rezamos esperando su conversión, pensemos en nuestra propia actitud:
¿qué relación tenemos con la posesión, la acumulación y el dinero?
La verdad es que, en mi vida, no me he encontrado casi
nunca con alguien que admitiese vivir por y para el dinero. ¿Pero, entonces, de
dónde deriva la ansiedad por alcanzar una posición, aunque sea a codazos, y de
poseer lo que veo en cualquier esquina? Todos somos muy austeros… con el dinero
de los otros.
Ante esta situación, Jesús es lapidario: quien
entra en la lógica de Mammón está destinado a fracasar. En arameo esta palabra
se entendía mucho mejor: en quien pones tu confianza (emuná), ¿en Dios o en Mammón (ma’amum).