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miércoles, 28 de junio de 2023

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO (29 de junio)


Primera lectura: Hch 12,1-11
Salmo Responsorial: Salmo33
Segunda lectura: 2 Tim 4,6-8.17-18
Evangelio: Mt 16, 13-19



Hay aspectos de la Iglesia que cuestan vivirlos y entenderlos, incluso formando parte activa de ella y amándola como el sueño de Dios que es. Hay aspectos, en cambio, que nos llenan de alegría cada vez que uno piensa en ellos.

 La fiesta que hoy celebramos es, precisamente, una de estas sorpresas desbordantes que le hacen a uno feliz y orgulloso de ser cristiano católico.

Hoy celebramos a los santos Pedro y Pablo, su recorrido, su fe, su lucha.

Para redescubrirlos debemos sacarlos de los nichos en que los hemos puesto, y tener el ánimo de pensar en ellos como en unas personas normales, que han tenido la suerte de encontrarse con Dios. Por eso se parecen tanto a nosotros. Por eso nos son tan necesarios.

Pedro es un pescador de Cafarnaúm, hombre sencillo y tosco, entusiasta e impetuoso, generoso y frágil. Pablo es un intelectual elegante, el celoso perseguidor, el convertido, al que devora la pasión del nuevo encuentro. ¡Son completamente diferentes!

Nada ni nadie habría podido poner juntos a dos personas tan distintas. Sólo Cristo.

Pedro

Pedro, el pescador de Cafarnaúm, hombre rudo y simple, de gran pasión e instinto; Pedro que sigue al Maestro con fogosidad, poco acostumbrado a las sutiles disquisiciones teológicas; Pedro que quiere intensamente a Jesús y que escudriña sus pasos; Pedro el generoso que sabe poco de diplomacia y que, en el Evangelio, la mayoría de las veces interviene groseramente y a destiempo. Pedro está acostumbrado a la fatiga del trabajo, con el rostro marcado por profundas arrugas, con las manos inflamadas y agrietadas por las sogas y el agua. ¿Qué sabía él de profecías y de abstrusas disputas entre rabinos? Un hombre con sangre en las venas y amigo de lo concreto, un hombre de mar y de peces, al que Jesús ha elegido por su testarudez, por su temple.

Justamente es Pedro el elegido, y no Juan el místico, para ser el jefe del grupo, para confirmar en la fe a los hermanos. Un Pedro extrañado y confuso por este nuevo rol que se le encomienda, absolutamente fuera de sus registros.

La historia de Pedro tiene así un encumbramiento inesperado y brutal; Pedro tendrá que ser triturado por la cruz, tendrá que darse de bruces contra su propio límite, tendrá que llorar amargamente su propia fragilidad para convertirse así en el punto de referencia de los cristianos.

sábado, 24 de junio de 2023

DOMINGO 12º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)



Primera Lectura: Jer 20, 10-13
Salmo Responsorial: Salmo 68
Segunda Lectura: Rom 5, 12-15
Evangelio: Mt 10, 26-33


El apóstol Mateo lo dejó todo para seguir al Señor porque en los ojos de su maestro vio la dulzura infinita de Dios, el perdón, la compasión, la misericordia. Y Mateo fue llamado a dirigir esa misma mirada a los hermanos a los que fue enviado.

Parece una broma, pero nuestro Dios, al ver la fragilidad del ser humano, sintiendo compasión por todos nosotros, al vernos como ovejas sin pastor, ha tenido a bien inventar la Iglesia. Una difícil comunidad de personas totalmente diferentes unas de otras, unidas sólo por el encuentro con la mirada de Dios, unidas sólo por una pasión infinita hacia Jesús, el Maestro.

Y esa es la tarea de la Iglesia (la comunidad de los perdonados, no de los perfectos): anunciar, a todos, la ternura de Dios.

En un mundo desgarrado y confundido, endurecido y cansado, nosotros los cristianos, participantes igualmente de esos mismos sufrimientos, pero de un modo distinto porque estamos misteriosamente llenos del Espíritu, estamos llamados a anunciar a Dios a todas las personas.

Megáfonos Dios

Estamos llamados a ser megáfonos de Dios, a pregonar desde las azoteas que Dios lleva cuenta de los cabellos de nuestra cabeza; que Dios no es un ser impresentable e incomprensible, tal como, a veces, nos lo figuramos y como muchos cristianos, por desgracia, aún creen y dicen. Estamos llamados a proclamar que Dios ama a los gorriones desde la eternidad y que conoce nuestros dolores; que Dios, el Dios de Jesús, es espléndido.

Estamos llamados a proclamar desde los tejados que Dios es grande, que Dios nos ama, que Dios está presente, de la misma manera que el corazón rebosante de los enamorados quiere comunicar su experiencia a todos y hacer a todos partícipes de ella.

Jesús anuncia el tierno rostro del Dios, que camina con nosotros, a toda persona indiferente y abrumada por el caos de la vida. Y, además, nos dice que lo proclamemos desde las azoteas.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, nos avergonzamos de ser cristianos. Nos apresuramos a decir que creemos, sí, pero con muchos paréntesis, con muchas objeciones, para no dar una mala impresión ante la “modernidad”. Para evitar el “qué dirán”.

Estoy pensando en todas las veces que tratamos de ser cristianos “políticamente correctos”, cuando cedemos a compromisos para ser aceptados en este mundo nuestro, liberal y tolerante, pero hipócrita, que es sólo tolerante con aquellos que piensan como él.

viernes, 23 de junio de 2023

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA



Primera Lectura: Is 49, 1-6
Salmo responsorial: Salmo 138
Segunda Lectura: Hch 13, 22-26
Evangelio: Lc 1, 57-66.80


Se respira ya un aire de vacaciones. Comienzan las vacaciones escolares. En el hemisferio Norte acabamos de celebrar el solsticio de verano. Hemos alcanzado el máximo de luz. A partir de ahora los días irán menguando y las noches crecerán lentamente. Y así será hasta el solsticio de invierno, hasta que celebremos entonces el nacimiento de Jesús, el Sol invicto.

La noche de San Juan ha alimentado y alimenta mitos, ritos y leyendas en muchas partes del mundo.

Y precisamente en este día, la Iglesia ha colocado la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista, aquel que dijo: “Es necesario que yo mengüe para que él crezca”.

Juan es una figura extraordinaria en la fe.  Jesús mismo se refiere a él como el hombre más grande que ha vivido, el más grande entre los nacidos de mujer (Mt 11, 11) y es el único santo del que recordamos tanto su nacimiento, hoy, como su muerte, el 29 de agosto.

Su presencia en el mundo del arte es notable. Se le representa en miles de retablos, vestido con piel de camello, sosteniendo con una mano un palo rematado en cruz, mientras que con la otra indica a Cristo.

Es providencial que, en esta época de crisis en la Iglesia y en la sociedad, preocupados todos por la guerra en Ucrania y otras partes del mundo, por la fragilidad de nuestro sistema mundial y por las catástrofes naturales, podemos fortalecer nuestra fe meditando sobre el don de profecía en la Iglesia.

Profetas

La tradición profética siempre ha caracterizado la experiencia de Israel y ha estado presente en su peregrinar. Los profetas no son personas que predicen el futuro (¡esos son los adivinos!), sino los amigos de Dios, animados por el Espíritu Santo, que indican a la gente la interpretación de los acontecimientos de la vida, advirtiendo y sacudiendo las conciencias, a veces con métodos bastante inusuales y rudos. Los profetas no predicen el futuro, sino que interpretan el presente y ofrecen una lectura de los hechos desde la fe.

Es notable la presencia de los profetas en las Escrituras. Son esas personas seducidas por Dios, que convierten sus vidas en una catequesis viviente, en un recordatorio constante para las demás; que pagan su coherencia y su denuncia con sus vidas; personas que iluminan la oscuridad e invitan a la esperanza. Personas que indagan y analizan los eventos de cada día para decantar la salvación que hay en ellos y que viene destinada a nosotros.

Siendo compañeros de viaje y amigos de Dios, los profetas vienen invitando a la gente, desde hace tiempo, a mirar hacia el pleno cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Israel, y que se realiza en Jesús de Nazaret.

Juan es su nombre

Entre todos ellos, Juan Bautista destaca como un gigante.

sábado, 17 de junio de 2023

DOMINGO 11º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

 

Andaban como ovejas sin pastor

Primera Lectura: Ex 19, 2-6a
Salmo Responsorial:  Sal 99
Segunda Lectura: Rom 5, 6-11
Evangelio: Mt 9, 36 - 10, 8

 

Nos convertimos por la misericordia, como le ocurrió a Mateo. Somos los testigos del rostro de Dios, del que nos habla Jesús: un Dios que no sabe qué hacer con los sanos, pero que cura a los que están rotos, a los afligidos, a los quebrantados, para hacerlos hijos suyos.

Mateo lo experimentó en su propia piel; los atónitos apóstoles vieron todas sus certezas religiosas destrozadas por la sonrisa de aquel maestro que, sin importarle los devotos que criticaban sus decisiones, se regocijaba con el asombro de los publicanos que veían entrar a un profeta en su casa y cenaban con él amigablemente.

En alas de águila

En la primera lectura hemos visto cómo Moisés es llamado por Dios. Dios tiene un mensaje que confiarle para que sea su portavoz ante todo el pueblo. Dios recuerda a Moisés y al pueblo que Él los tomó en alas de águila y los llevó a lo alto y, ahora, quiere que Israel sea su pueblo para siempre.

También nosotros, mirando en nuestro interior y recordando nuestra propia experiencia, podemos encontrar los pasos de Dios en nuestra vida, reconociendo que la iniciativa siempre ha sido suya para llevarnos a lo más alto.

Dios no nos ama porque lo merezcamos. El mismo Pablo, escribiendo a los Romanos, subraya la iniciativa total, inesperada y gratuita de Dios, que no premia los méritos, sino que salva a todos por igual. “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros”. Esto es lo desconcertante.

No nos engañemos, la salvación es gratis. Nadie merece a Dios, Dios se nos da porque nos ama y nos ama para siempre. Cuando tomamos conciencia de la magnitud de este amor, nuestro corazón se dilata. Cuando tomamos conciencia de la altura vertiginosa a la que el Señor nos eleva en alas de águila, nos quedamos sin aliento.

 Compasivo

Jesús ve en lo más profundo de las personas que tiene delante; sabe de la infinita necesidad de felicidad que hay sembrada en nuestros corazones; conoce la lucha que tenemos para dar respuesta a la inquietud que nubla nuestra mirada. Venderíamos nuestra propia alma por ser amados, daríamos un brazo para saber por fin qué es lo que realmente puede colmar de forma duradera nuestra necesidad de paz.

jueves, 15 de junio de 2023

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo A)



Primera Lectura: Dt 7,6-11
Salmo Responsorial: Salmo102
Segunda Lectura: 1 Jn 4,7-16
Evangelio: Mt 11,25-30

Hoy celebramos la fiesta que, más allá de la imagen edulcorada de un improbable Jesús de cabellos rubios y ojos azules, mostrándonos su corazón, nos vuelve a llamar a lo esencial del mensaje cristiano:  que Dios es amor y de este amor vivimos nosotros.

Cada uno de nosotros se hace su idea de Dios, mezclando cosas oídas, convicciones personales, experiencias vividas más o menos positivas, cierto instinto religioso, la cultura, el último artículo sensacionalista sobre el Vaticano o la pederastia, lo que se cuenta sobre supuestos milagros... ¡Si supierais la cantidad de cosas feas que se oyen decir por ahí de Dios!

Una cosa que me asombra y a la que no encuentro explicación es por qué a los humanos nos es tan connatural una visión negativa de Dios, al que vemos como un Móloc al que rendir cuentas. Un ser perfecto, sí, pero incomprensible, siempre fisgando lo que hacemos, dispuesto a abandonarnos cuando lo necesitamos, y a castigarnos en caso de desobediencia a no sé qué cosas. ¿A lo que nos pensamos que es su voluntad? ¿O a las leyes que creemos que vienen de él? Más aún, según el parecer de muchos, Dios es textualmente un tipejo al que hay que respetar y también evitar.

¡Pobre Dios! No debe ser fácil para Él vérselas con nosotros.

Hemos de reconocer con honestidad que también nuestro cristianismo ha pintado a Dios en un modo terrible, como un Dios juez despiadado, al que temer y que es respetado por temor y no por amor.

Jesús nos desvela, en cambio, el rostro de un Padre que escudriña el horizonte para esperar al hijo que se ha ido, un pastor que busca durante horas a la oveja perdida, el médico que ha venido para curar, el que, incluso pudiendo hacerlo, no juzga. Nos desvela el rostro de un Dios que es amor. Nos conviene escuchar a Jesús y contemplar sus sentimientos para no confundirnos. Hoy quisiera, en concreto subrayar, tres rasgos del amor de Dios, del verdadero amor, manifestado en Jesús.

sábado, 10 de junio de 2023

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (Ciclo A)


 Primera Lectura: Dt 8, 2-3.14b-16a
Salmo Responsorial: Salmo 147
Segunda Lectura: 1 Cor 10, 16-17
Evangelio: Jn 6, 51-58

Al preparar la homilía de hoy he experimentado a la vez alegría y pena. Alegría por la profunda fe que mantengo respecto a la presencia de Cristo en el misterio de la Eucaristía, por la conciencia que he ido adquiriendo, a lo largo de mi vida, de la profundidad desconcertante de aquel pobre gesto de la última cena, de la rareza de nuestro Dios y de la ingenuidad de Jesús de Nazaret.

Alegría por el amor que más de una vez me ha embargado participando en la eucaristía y celebrándola. Alegría por la presencia de Cristo tangible, evidente, palpable que he tenido la gracia inmensa de experimentar en algunos momentos de mi vida, en un contexto de oración y escucha de la Palabra.

Pena profunda, incómoda y obstinada, porque cuando hablo de esto a las personas que comparten conmigo la fe en el Resucitado, a los cristianos, siento a menudo cierto desacuerdo e incomprensión. Pena por el clima para nada fraterno que he observado en más que una comunidad cansada y deprimida, cerrada e impermeable.

Pena porque la cumbre que es la eucaristía y que debería ser manantial y cima de nuestra vida de fe, amenaza ser para muchos la única débil pertenencia al cristianismo, una cumbre sin base, privada de lo esencial, que se reduce a un cerro esmirriado de cumplimiento de un precepto.

He celebrado miles de misas en mi vida, millares de veces he hecho presente – siempre indigno, a veces incrédulo y despistado - la inmensidad de Dios. Y todavía me asombro.

Hacer memoria

Recuerda, dice Moisés al pueblo en la primera lectura que hemos escuchado, haz memoria de tu camino. Haz memoria de la esclavitud y de la libertad, y de los costes que supone llegar a ser libre, de los desiertos que hay que atravesar para despojarse de todas las superestructuras – sociales, religiosas, culturales - que te impiden creer y amar desde la desnudez del ser. Haz memoria, dice Moisés al pueblo, del hambre que pasaste y del pan que recibiste, el pan del camino, el “maná”.

Aquel alimento que no tenía nada que ver con los ajos y cebollas de Egipto. Aquella comida inesperada y misteriosa que la gente aceptaba como dada directamente por Dios.

Tenemos que alimentarnos. Con la comida, por supuesto, pero también con el afecto, con la luz, con el sentimiento, con la felicidad. Y este alimento nos falta: ¡cuántas personas mueren de inanición espiritual! ¡Cuántas se van apagando interiormente! Nos falta el alimento que nos permite caminar, que nos permite comprender el gran misterio que es la existencia de cada uno de nosotros.

Es Dios quien nos da el pan del camino hacia la plenitud, hacia la eternidad, hacia la luz. Es Dios mismo quien se hace pan. Un pan capaz de hacernos y mantenernos unidos.

Cada domingo nos juntamos en obediencia al mandato del Señor, en obediencia a aquellas imperiosas palabras: “Haced esto en conmemoración mía” pronunciadas durante la Última Cena, para dar un sentido a nuestra semana y a nuestra vida, para orientarla hacia lo verdadero y lo bueno, para leer los miles de situaciones de nuestra vida en la perspectiva de Evangelio.

Esto es ante todo la eucaristía: un memorial, una terapia contra el olvido, una consciente y enérgica sacudida que nos permite volver a encontrarnos con nosotros mismos y con la sonrisa de Dios. A pesar de todo.

sábado, 3 de junio de 2023

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Ciclo A)

La Santa Trinidad de Andrej Rublev

Primera Lectura: Ex 34,4b -6. 8-9
Salmo Responsorial: Dan 3, 52.56
Segunda Lectura: 2 Cor13, 11-13
Evangelio: Jn 3, 16-18


A menudo nos hacemos una idea terrible de Dios. Una idea que mana desde lo profundo, y que junta a nuestros miedos, el sentido de extravío que llevamos en el corazón cuando afrontamos las pequeñas o grandes dificultades referidas al misterio de la vida: ¿por qué existimos? ¿Quién lo ha decidido? ¿Por qué?

Una idea que, desgraciadamente, a veces tiene que enfrentarse con demasiados católicos que arruinan la imagen de Dios, al hablar mal de Él, cuando lo describen cómo un jefe iracundo, un policía intransigente, un déspota lunático e imprevisible al que hay que controlar. ¡Qué desastrosa idea de Dios!

Un Dios que deja morir de hambre a los niños, que no frena las guerras, que hace enfermar de cáncer a una joven madre.  Un Dios que no soluciona los muchos problemas de los hombres, que los deja ahogarse en el mar de las dificultades propias de nuestro tiempo.

Un Dios al que temer y no amar. En definitiva, un Dios incomprensible.

Y hay también muchos que creen no creer, que se han hecho una idea o una imagen de Dios tan horrible y falsa, que deciden no creer. Porque es mejor esperar que no haya nadie, antes que tener un Dios sediento de sangre. Tampoco yo creo en semejante Dios.

¿Creéis que exagero? Estar seguros que no. La conversión más difícil de conseguir es precisamente la que nos hace pasar del dios pequeñito y mezquino, que tantas veces llevamos en el corazón, al Dios grandioso que la Biblia nos revela.

Y no basta con ser católicos practicantes para creer en el verdadero Dios de Jesucristo. Por eso, necesitamos al menos un domingo dedicado a reflexionar sobre el rostro de Dios, que Jesús nos ha contado. Es el domingo de la Santísima Trinidad.

Moisés

Hace falta tiempo para huir la imagen demoníaca de Dios que llevamos dentro. El pueblo de Israel hizo ese mismo recorrido purificando la propia fe a través de su experiencia vital. El Dios de los padres, el Dios Abrahán, de Isaac y de Jacob, no era como el de los pueblos cercanos, era mejor. Luego, con el éxodo de Egipto, sucede algo que pone todo patas arriba: resulta que el Dios de los padres interviene, actúa, se comunica y establece una un pacto, una alianza, una boda con este pueblo errante.

No hay más divinidad que el Dios de Israel, las demás son sólo ídolos.

En el Biblia encontramos el rastro de esta evolución de la experiencia de Dios, al que inicialmente llaman Elohim = el Señor, o El Shadai = el dios de las alturas, hasta llegar a la revelación de su rostro, Adonai = Yo soy el que está presente contigo.

Un Dios que interviene físicamente para liberar su pueblo, que lo va educando, después de haberlo hecho salir de Egipto.

Un Dios preocupado sobre todo por el bien del hombre, al que le revela los diez mandamientos para que pueda vivir.