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sábado, 26 de junio de 2021

DOMINGO 13º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Sab 1,13-15; 2,23-24
Salmo Responsorial: Salmo 29
Segunda Lectura: 2 Cor 8,7.9.13-15
Evangelio: Mc 5, 21-43

La hija de Jairo tenía doce años. Desde hacía doce años la hemorroisa venía padeciendo pérdidas de sangre. Doce es el número de tribus que componían el pueblo de Israel. Marcos nos está diciendo que Israel se ha apagado, exangüe, sin vida, abandonada por sus pastores que se apacientan a sí mismos, y que sólo Dios, en Cristo, es quien le devuelve la vida.

Doce es un número de totalidad, como doce son los meses del año. Marcos hoy nos habla de dos situaciones en las que se describe el máximo dolor, y la total desesperación, como la apoteosis de una tragedia, o como cuando una barca es engullida por la tempestad.

La hemorroisa no sólo es una mujer que haya enfermado y haya visitado, sin resultado, todos los médicos del país, sino alguien cuya condición la hacía impura en Israel; no podía tocar a nadie sin contagiarle su impureza. No tiene vida afectiva ni relaciones sexuales, y quizás no tuviera familia ni amistades, porque su condición le hacía estar sola.

La mujer se acerca tímidamente, no quiere hacerse notar. No se arriesga a pedir nada al Maestro, ¿cómo podría? Tantos años de soledad le habían convencido de ser un error, de ser pecadora, de ser impura. Le estaba prohibido tocar a nadie porque le transmitiría su impureza.

Pero decide arriesgarse, infringir la ley, y toca a Jesús. Para encontrar Dios, a veces, hace falta superar los esquemas religiosos, a veces, para encontrar a Dios, hace falta infringir las reglas. Apenas lo roza, acaricia la orla del manto nos dice el evangelio, segura de que el rabí no se daría cuenta.

Potencia

Pero Jesús dice: ¿quién me ha tocado? La mujer queda pálida, los apóstoles se detienen intentando mantener a distancia la muchedumbre. ¿No ves, rabí, que todos te tocan?

Jesús tiene razón: son miles los que se acercan, pero solamente una lo ha tocado. Ha tocado el corazón de este Cristo de Dios, le ha robado la fuerza y se ha curado. ¿No es, tal vez, la enfermedad un desequilibrio de nuestra armonía interior? El Señor se deja robar, y su fuerza da la curación y la salvación a esta mujer que se cree inadecuada, incapaz y condenada. Jesús nos cura en profundidad, nos salva de cada disonancia en nuestra armonía interior.

Jesús continúa su camino y los apóstoles lo miran inquietos, sin enterarse de lo que está pasando. Jesús mira a la mujer con una mirada amplia y profunda, como es la mirada de Jesús cuando elige a los discípulos.

sábado, 19 de junio de 2021

DOMINGO 12º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Job 38,1.8-11
Salmo Responsorial: Salmo 106
Segunda Lectura: Cor 5, 14-17
Evangelio: Mc 4, 35-41


Después de haber retomado la celebración de los domingos del Tiempo Ordinario, seguimos con el evangelio de Marcos que, como sabemos, tras él está la experiencia de Pedro, su pasión, sus límites, sus equivocaciones, su entusiasmo.

Pedro tuvo que ir creciendo como discípulo, convencido de entenderlo todo, de saber, de ser firme. Pero también, como todos nosotros, tuvo que pasar por la prueba, y superar la tempestad.

 La otra orilla

Jesús pide a sus discípulos que pasen a la otra ribera, que atraviesen el lago. Todos nosotros, en algún momento, sentimos la exigencia de pasar a la otra orilla.

Pero no pensemos sólo en la muerte. En la vida misma debemos enfrentarnos muchas veces a la necesidad y búsqueda de sentido y de plenitud, sintiéndonos arrollados precisamente cuando pensamos que ya lo hemos entendido todo, y que ya hemos alcanzado todo lo deseable.

El mismo Jesús nos provoca, nos pide pasar a la otra orilla, que no nos sentemos, que no nos acostumbremos, que aceptemos cambiar siempre. Porque la fe no es una solemne anestesia sino un estímulo permanente al cambio, a la conversión. Muy contrariamente a lo que la mayoría piensa, no hay hada más fluido y dinámico que ser discípulos del Maestro de Nazaret, porque seguimos a alguien que no tiene dónde reposar la cabeza.

Cuando, en la vida y en la fe, pensamos que hemos llegado, el Señor nos impulsa a coger la barca y salir de nuevo.

¿Cuál es la orilla a la que todavía tenemos que llegar?

Tal como estaba

Es simpática la pícara precisión de Marcos: se lo llevaron en la barca, como estaba.

Si queremos, de verdad, pasar a la otra orilla, si queremos hacer un recorrido serio, incluso doloroso si fuera necesario, pero verdadero, un recorrido de crecimiento humano y de vida interior, tenemos que acoger a Jesús tal como es. No el Jesús aleatorio de los políticamente correctos que, cada dos por tres, van adaptando su verdadero rostro, “que la pérfida Iglesia nos esconde”; ni el Jesús dulzón y difuso de la devoción, sino el Jesús completo, tierno y recio a la vez, que profesamos los cristianos.

Paciencia si este Dios es un poco incómodo, paciencia si no siempre nos dice cosas agradables. Es preferible un Dios inquietante y honesto que uno halagador y falso. ¡Tengamos el valor de acoger al Señor tal como es, no como nos gustaría que fuera, según nuestras conveniencias!

Tempestad

Pero resulta que, justo cuando nos decidimos a arriesgar, a lanzarnos, a  tomar a Jesús tal como es en nuestro barco, es cuando se desata la tempestad. ¡Vaya por Dios: justo en ese momento!

Hay momentos en la vida en los que tenemos la impresión de hundirnos, arrollados por el dolor o por nuestras equivocaciones. Creíamos haberlo visto todo y en cambio no es así: ahí está un dolor más fuerte, una prueba insoportable, a pesar de todos nuestros sinceros esfuerzos.  Y nos dan ganas de morir, de desaparecer, de no haber existido nunca.

sábado, 12 de junio de 2021

DOMINGO 11º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)



Primera Lectura: Ez 17, 22-24
Salmo Responsorial: Salmo 91
Segunda Lectura: 2 Cor 5, 6-10
Evangelio: Mc 4, 26-34


Retomando el tiempo ordinario, después del largo paréntesis que desde la Cuaresma nos ha llevado hasta la Pascua del Señor resucitado, lo hacemos hoy junto a Marcos, el primer evangelista, discípulo de Pedro.

Él hoy nos da una sacudida de esperanza y de confianza, en estos tiempos oscuros que tanto asustan.

La tierra sigue temblando y explotando en una veintena de volcanes en erupción en todo el mundo, de tal modo que nuestra fragilidad ante las fuerzas de la naturaleza nos asusta sobremanera.

Pero otras convulsiones están sacudiendo España y Europa, víctimas de ellas mismas, víctimas de los egoísmos personales y nacionales, de intereses partidistas, de una unión deseada y nunca conseguida, que nos lleva a la crisis y a la quiebra de los valores que anhelamos. Y, para nosotros creyentes, nos fastidian además las no tan pequeñas sacudidas intraeclesiales de los que creen hacer la voluntad de Dios, y dicen buscar el bien de la Iglesia esparciendo veneno en nombre de un falso ideal de la verdad y la ortodoxia.

La desconfianza nace en el día a día de quién, siendo discípulo del Señor, ve que en su parroquia se trabaja, que los curas se agotan y que las comunidades se debilitan. Estamos dando una imagen frágil de la Iglesia, a los ojos del mundo. Es verdad que el Papa Francisco ha traído un nuevo aire esperanzador, pero entre los palacios vaticanos hay elementos que intentan hacer de las suyas poniendo palos en las ruedas de la renovación. Mejor nos iría si entre los muros eclesiales revoloteasen más las palomas del Espíritu que los cuervos de la desesperanza.          

¿Entonces, qué hacer? Hermanos, Dios habita nuestras debilidades. Y ante la desesperanza es el momento justo para reflexionar sobre qué es la Iglesia. Mejor aún, sobre “quién” es la Iglesia.

Destierro

Joaquín, el último descendiente del rey David, fue derrotado y deportado a Babilonia por el feroz rey Nabucodonosor. Todo estaba perdido: la ciudad santa destruida, el templo quemado y el arca de la Alianza substraída como botín de guerra. El terremoto de la guerra no ofrece ninguna esperanza, el lozano cedro de la dinastía de David fue impíamente cortado de raíz.

Sin embargo, uno de los deportados, Ezequiel, sacerdote del templo, dice que Dios tomará un brote del árbol cortado y lo plantará, haciéndolo crecer de nuevo. Pero, como sabemos, no será un reino terrenal más lo que va a crecer de aquel brote, sino otra realidad muy distinta: un Reino que pasa por los corazones de cada uno de nosotros.

Aquel brote nuevo de Jesé será para nosotros Jesús el Cristo, el Mesías, el Señor.

Dios no se cansa jamás de la humanidad, no se desanima, no se deja atemorizar por nuestros errores, sino que siempre nos lleva a la plenitud de la vida con unos modos y unos medios que no nos esperamos.

sábado, 5 de junio de 2021

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO (Ciclo B)


Primera lectura: Ex 24, 3-8
Salmo Responsorial: Salmo 115
Segunda lectura: Heb 9, 11-15
Evangelio: Mc 14, 12-16.22-26


Hemos escuchado en el evangelio que el Maestro dice: “¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Y lo dice cuando está a punto de ser detenido y ejecutado. Los suyos no lo saben, no se enteran: están demasiado concentrados en ellos mismos para poder ver lo que está a punto de suceder.

Jesús, en cambio, tiene plena conciencia de que todo está tocando a su fin y de que está a punto de realizar el más grande regalo, el don de su misma vida.

¿Valdrá eso para algo? ¿Llegaremos a entender que Dios nos ama libremente y sin condiciones? ¿Sabremos rendirnos, por fin, a la evidencia de un Dios que se entrega a nuestras manos por amor?

Estaba cerca la celebración de la Pascua y Jesús sabe que no podrá celebrarla con sus discípulos. Por eso decide adelantarla y busca la hospitalidad de un desconocido que pasaba por allí.

En aquella habitación preparada en el primer piso de una casa, dominando la ciudad sobre el monte Sión, frente al Templo, Jesús está a punto de despedirse de sus discípulos, haciéndoles el regalo más grande que les puede dar:  su presencia eterna.

Ni siquiera sabemos el nombre de aquel fulano, que acababa de sacar agua del pozo y que cruzaba la ciudad, al que los discípulos del Nazareno siguieron para pedir al propietario de aquella casa una habitación donde celebrar la Pascua. Tampoco sabemos el nombre del propietario.

Jesús, en cambio, considera suya aquella habitación. Suya porque permanecerá en ella para siempre. Suya porque quién acoge al Maestro, aún sin saberlo, sin ser consciente de ello, verá transformada su vida para siempre.

“¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”

Tibiezas

He celebrado miles de misas en mi vida y el Señor misericordioso, me ha dado muchas alegrías en la vida. Uno de ellas es el poder conocer muchas comunidades, esparcidas por varias partes del mundo y poder orar con ellas. He participado en asambleas de comunidades vivarachas, atrevidas, en vigilias de intensa oración, en eucaristías llenas de alegría y emoción… aunque esto raramente.

Es más frecuente la participación en misas flojas, tibias, despistadas, apagadas y, a veces, exasperantes.

¡Muchas veces me he encontrado con personas que, muy cercanas al Señor, que se han convertido a la escucha de la Palabra, y tienen dificultades para nutrir su fe y su espíritu en muchas ciudades, llenas de iglesias, sí, pero pobres de fe!

¡Muchas veces he visto con dolor, en vacaciones sobre todo, la participación en celebraciones apañadas, con prisas y sin oración ni recogimiento! Sólo por mero cumplimiento.

Pero el Señor no desprecia a nadie sino que se adapta. En el momento más agobiante de su vida ha querido tener consigo a sus pobres doce apóstoles. Pobres y frágiles como nosotros; inestables y peculiares como nosotros.

Jesús elige hacer “suyas” también esas habitaciones.

“¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”