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martes, 31 de octubre de 2023

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS


Primera lectura: Ap 7,2-4.9-14
Salmo responsorial: Salmo 23
Segunda lectura: 1Jn 3,1-3
Evangelio: Mt 5, 1-12a

Hoy celebramos en la Iglesia, en una única fiesta, la santidad que Dios derrama sobre las personas que confían en él. ¡Una fiesta extraordinaria, que hace crecer en nosotros el deseo de imitar a los santos en su amistad con Dios! 

  ¡Qué bonito convertirse en santo! Ciertamente no por las imágenes que suscitan devoción, y por los devotos que encienden cirios a sus pies.... Sino porque llegar a ser santo significa realizar el proyecto que Dios tiene sobre nosotros, significa convertirse en la obra maestra que él ha pensado para cada uno de nosotros. Dios cree en nosotros y nos ofrece todos los elementos necesarios para convertirnos en santos, como él es Santo. Sólo Dios es Santo, pero Él desea compartir esta santidad con nosotros.

Hoy es la fiesta de nuestro destino, de nuestra llamada. La Iglesia en camino, hecha de santos y pecadores, nos invita a fijarnos en la verdad profunda de cada persona: tras cada mirada, dentro de cada uno de nosotros, se esconde un santo en potencia. Cada uno de nosotros nace para realizar el sueño de Dios y el puesto y la misión que cada uno tiene es insustituible en este mundo.  

El santo es el que ha descubierto este destino y lo ha realizado plenamente; mejor aún: se ha dejado hacer, ha dejado que Dios tome posesión de su vida para siempre.  

Santidad

La santidad que celebramos es la de Dios y, acercándonos a él, primero somos seducidos y después contagiados. La Biblia a menudo habla de Dios y de su santidad, de su amor perfecto, de equilibrio, de luz y de paz. Él es el Santo, el totalmente Otro, pero la Escritura nos revela que Dios desea apasionadamente compartir la santidad con su pueblo. 

 El Papa Francisco nos dice que “antes que nada debemos tener muy presente que la santidad no es algo que nos procuramos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades”.

“La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo, nos reviste de sí mismo y nos hace como Él”.

La santidad “no es una prerrogativa solo de algunos: la santidad es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano”. No consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias, como diría santa Teresa de Lisieux.

Dios ya nos ve santos, porque ve en nosotros la plenitud que podemos alcanzar y que ni siquiera nos atrevemos a imaginar cuando nos conformamos con nuestras mediocridades.  

No hay mayor tristeza que la de no ser santos. Porque lo santo es todo lo más bello y noble que existe en la naturaleza humana; en cada uno de nosotros existe la nostalgia de la santidad, de la divinidad, de lo que somos llamados a ser. Escuchemos esa llamada, sintamos esa nostalgia.

Saquemos a los santos de las hornacinas de la devoción en las que los hemos desterrado, y convirtámoslos en nuestros amigos y consejeros, en nuestros hermanos y maestros, repongámoslos en la cotidianidad de nuestra vida, escuchémoslos cuando nos sugieran el recorrido que nos lleva hacia la plenitud de la felicidad. Los que han vivido a Dios en su totalidad desean vivamente que también nosotros experimentemos la inmensa alegría que ellos han vivido.  

Los santos no son personas extrañas, hombres y mujeres macerados en la penitencia, sino discípulos que han creído en el sueño de Dios.  

Los santos no son personas que hayan nacido predestinadas, sino hombres y mujeres como nosotros, como tú y como yo, que se han fiado y dejado hacer por Dios.  

Los santos no son pequeños operadores de prodigios insospechados, sin0 que el mayor milagro de sus vidas es su continua conversión a Dios.  

Los santos no son personas perfectas e impecables, sino que han tenido el ánimo, que a nosotros a menudo nos falta, de volver a empezar después de haberse equivocado.  

Los santos no son unos seres solitarios sino todo lo contrario: después de haber conocido la gloria y la belleza de Dios, no tienen más deseo que compartirlas con nosotros.  

Pidamos a los santos una ayuda para nuestro camino: que Pedro nos dé su fe rocosa; Francisco, su perfecto regocijo; Pablo, el ardor de la fe; Teresa de Lisieux, la sencillez de la entrega al Señor; Ignacio de Loyola, su espíritu de discernimiento para hallar a Dios en todas las cosas; Javier, la intrepidez misionera; y así tantos otros innumerables…

¡Que así, todos juntos, nosotros aquí en la tierra y ellos ahora colmados de gracia, cantemos la belleza de Dios en este día que es nostalgia de lo que podremos llegar a ser, con sólo creer, con sólo fiarnos de Él!  

Ser santos ya  

Si la santidad es el modelo de la plena humanidad, ¿por qué nosotros no alcanzamos este objetivo? Loco debo de ser si no soy santo, como dice el poema de Fray Pedro de los Reyes. 

Santo es cualquiera que deja que Dios llene su vida hasta convertirla en un regalo para los otros.  

Celebrar a los santos significa celebrar una Historia alternativa y diferente. La historia que estudiamos en la escuela, la historia que llega dolorosamente a nuestras casas, hecha de violencia, prepotencia y destrucción entre unos y otros, no es la verdadera Historia. Entretejida y mezclada con la historia de los poderosos y sus guerras, existe una Historia diversa que Dios ha inaugurado: la de su Reino de justicia, de amor y de paz.  

Las Bienaventuranzas nos recuerdan con fuerza cuál es la lógica de Dios. Una lógica en la que se percibe claramente la diferencia entre la mentalidad de Dios y la de los hombres: los bienaventurados, los que viven ya desde ahora la felicidad, son los mansos, los pacíficos, los limpios de corazón, los que viven con intensidad y entrega la propia vida como los santos.  

Este reino que Dios ha inaugurado y que nos ha dejado en herencia, depende de nosotros hacerlo presente y operante cada día en nuestro tiempo.  

Dejemos, hoy, que sea la parte más auténtica de nosotros la que prevalezca, la que crezca, la que tome el mando en nuestras vidas. Y pidamos a los santos, a los que están en el calendario y a los otros muchos que se agolpan en el Reino de Dios, que nos ayuden a creer, a apoyarnos en la esperanza, a enseñarnos a querer como ellos lo han sabido hacer.

¡Que nuestra vida se convierta en transparencia de Jesús el Señor, el único camino hacia Dios!  Que así sea.

sábado, 28 de octubre de 2023

DOMINGO 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

Amar a Dios sobre todo, y a los demás como Dios nos ama.

Primera Lectura: Ex 22, 20-26
Salmo Responsorial: Salmo 17
Segunda Lectura: 1Tes 1, 5c-10
Evangelio: Mt 22, 34-40

La religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, lo ven como un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios.

No tantas, sin embargo, como las 613 las reglas que el judío piadoso tenía que cumplir, en tiempo de Jesús. Desde los sencillos diez mandamientos dados a Moisés para estipular la alianza con el pueblo, se llegó a aquella selva de leyes y normas para levantar un seto protector alrededor de la Torah, por decreto de los rabinos.

De todas esas normas, 365 eran prohibiciones, una por cada día del año, y el resto (248) eran reglas positivas, una por cada hueso del cuerpo humano, según los conocimientos anatómicos de la época. Las mujeres sólo tenían que observar las prohibiciones: a las mujeres se les prohibía todo. La gente, lógicamente, no era capaz de acordarse de todas las reglas y sutiles distinciones de casuística moral que pedían ciertos mandamientos. Por tanto, desde esa perspectiva, los fariseos y los doctores de la Ley consideraban que todas las personas eran pecadoras, y que todas estaban irremediablemente perdidas.

La gente, por su parte, pensaba equivocadamente que todo el corpus normativo provenía directamente de Moisés y que, por ello, todas las normas tenían que cumplirse.

Sabemos, en cambio, que, muchas veces, Jesús distinguía entre la Ley de Dios y las tradiciones posteriores de los hombres, poniéndose así en abiertamente en contra de los devotos y piadosos de su tiempo.

Algunos rabinos se dieron cuenta de lo absurdo de aquella situación y, los más tolerantes, establecieron un orden jerárquico de las normas para ayudar a los fieles a observar al menos las reglas más importantes. Sin embargo, otros más intransigentes consideraban que todas las reglas eran igualmente vinculantes.

Como el tipo del evangelio de hoy, que trata de contradecir a aquel carpintero de Nazaret que se hacía pasar por rabino, y que acusaba a los doctores de la Ley de imponer pesos insoportables a los fieles, proponiéndole la típica pregunta trampa. Y que, como de costumbre, Jesús lo dejará sin palabras.

Ama a Dios

Jesús le responde citando la bonita profesión de fe de los judíos, el “shemá” Israel, la oración que cada judío recitaba por la mañana y por la tarde.

Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza.

Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón: Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes…

 ¿Qué es lo importante en la vida del creyente?

sábado, 21 de octubre de 2023

DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


 Primera Lectura: Is 45, 1.4-6
Salmo Responsorial: Salmo 96
Segunda Lectura: 1Tes 1, 1-5
Evangelio: Mt 22, 15-21

¿César o Dios?

“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pocas palabras de Jesús habrán sido tan citadas como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada y manipulada desde intereses muy ajenos al Profeta de Nazaret, defensor de los pobres.

¡Cuántas veces esta frase de Jesús ha sido usada para justificar las más diversas tomas de posición! La han usado los gobiernos laicos para sustentar su autonomía respecto a la injerencia de la Iglesia. La ha usado la Iglesia para defender la legitimidad de la institución en el seno del Estado. Pero también la han usado los gobiernos anticlericales para justificar sus propias y discutibles acciones.

Y algún Papa también, en plan “delirio de omnipotencia”, para justificar sus propias reivindicaciones de las cosas terrenales, la política incluida.

Sin embargo, debemos tener siempre el ánimo dispuesto para tomar la Palabra de Dios tal como es, insertándola en su contexto, tratando de entender lo que el Señor quiere decirnos, en este caso, con una afirmación de Jesús que no deja de ser enigmática.

Obstáculo

La primera cosa que Mateo nos hace notar en el evangelio de hoy es que la pregunta está hecha para poner a Jesús en dificultad: es una verdadera trampa lo que se esconde tras la “inocente” pregunta de sus oponentes.

El pueblo de Israel, desde hacía casi un siglo, estaba viviendo bajo la dominación romana, unas veces más presente y opresiva, otras, como en el momento en que Jesús vivió, más discreta. Pero, tanto en una como en otra situación, cada sujeto del imperio tenía que pagar un impuesto, al menos una vez al año, y nadie quiere pagar impuestos - faltaría más - sobre todo si luego acaban en manos de un gobierno que era considerado invasor y opresor.

Lo curioso es que fuesen los herodianos y los fariseos los que hacían la pregunta. Los herodianos eran colaboradores de Herodes Antipas, el incapaz hijo de Herodes el Grande, - un rey pelele de Roma – y, por ello, aguerridos defensores de la presencia romana en Palestina. Y los fariseos, por su parte, eran, los “perushim”, los puros e impecables, que, por el contrario, consideraban la ocupación romana como una humillación. ¡Extraña pareja de viaje!

Pero, como bien sabemos, cuando hay intereses espurios o un enemigo común se dejan aparte las disidencias y los rencores. Y este enemigo, ahora, tiene una cara concreta: el “rabí” Jesús de Nazaret que hace bromas sobre el celo de los fariseos, y que no se alinea para nada con los herodianos. Un hombre libre y, por tanto, inquietante y peligroso.

La trampa está bien tejida: si Jesús rechaza pagar el impuesto, se pone contra Roma y contra los herodianos allí presentes, convirtiéndose así uno de los muchos anarquistas idealistas que por entonces entraban periódicamente en la escena judía.

Si Jesús acepta pagar los impuestos, se pone en contra del pueblo que brama contra los romanos al verse obligado a pagar un impuesto al odiado ocupante; y quedará desprestigiado ante aquellos pobres campesinos, que viven oprimidos por los tributos y a los que él ama y defiende con todas sus fuerzas.

¡Sí señor! Estos tipos plantean una pregunta bien tramada y sin escapatoria. Como canallas, no tienen precio y se merecen un aplauso.

sábado, 14 de octubre de 2023

DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: Is 25, 6-10
Salmo Responsorial: Salmo 22
Segunda Lectura: Flp 4, 12-14.19-20
Evangelio: Mt 22, 1-14

                  "Los agnósticos, que a causa de la pregunta sobre Dios no encuentran la paz; las personas que sufren a causa de los pecados y que desearían tener un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios de lo que lo que están los fieles rutinarios, que sólo ven en la Iglesia el boato y la ostentación, sin que su corazón sea tocado por la fe."

            Dicha por mí esta afirmación, como comentario al evangelio de los dos hijos, de hace dos domingos, pasaría bastante inadvertida. Dicha por el Papa Benedicto XVI durante la misa conclusiva de su visita a Alemania, hace unos cuantos años, nos deja, de verdad, asombrados y admirados, y denota el frescor y el espíritu evangélico del papa-teólogo, ya fallecido.

            Y la liturgia continúa hoy en la línea de la contraposición entre quien acoge y quién rechaza al Señor; entre quien vive una vida de fachada y apariencia hoy día - también en la fe - y quién se da cuenta de la suerte inmensa que tiene por haber recibido la llamada a trabajar en la viña del Señor. Según el evangelio de hoy, quien ha recibido la invitación al banquete nupcial del Hijo de Dios. Hoy hablamos de boda, que es algo que siempre gusta.

            Banquete nupcial

            Aunque la fiesta nupcial, en estos tiempos, no provoca mucho entusiasmo. Porque este acontecimiento, espléndido por otra parte, como es la decisión de dos enamorados de entregarse al amor, lo hemos reducido a la repetición de un cliché gestionado por una agencia de bodas, mucho más parecido a un plató cinematográfico que a una verdadera fiesta.

            Entiendo que no todos compartirán esta opinión, pero la experiencia indica que son más las bodas en las que se finge una forzada alegría, que las que son auténticamente alegres y gozosas. Quizás por un simple error de base: la fiesta no se puede medir por el número de invitados ni por la ostentación del lujo, sino por lo que se vive desde el corazón, y por la disposición interior de los presentes en aquello que se está celebrando.

            Poneros en la piel de un judío, hace dos mil años: entonces tal vez se comía una vez al día y la boda era la ocasión de la vida para salir de una realidad cotidiana muy dura. El rito de la boda contaba con una semana previa de festejos y un banquete regio. El banquete nupcial, en esa situación, convocaba a una fiesta extraordinaria que resultaba la máxima expresión posible de la alegría terrenal.

            Jesús conocía muy bien cómo disfrutaban los campesinos de Galilea en las bodas que se celebraban en las aldeas. Sin duda, él mismo tomó parte en más de una. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a una boda y poder sentarse con los vecinos a compartir juntos un banquete excepcional?

            Y eso es lo dice Jesús en el evangelio que hemos escuchado: encontrar a Dios es la mayor y mejor fiesta en la que una persona pueda participar.

            Aburrimiento mortal

            Eso es el encuentro con Dios: Una estupenda fiesta de bodas.

            No un deber aburrido. Ni una obligación que tengo que cumplir. Ni una penitencia o un sacrificio para merecer el Paraíso que, por otra parte, además es gratuito; y ya se sabe: lo que es gratis no merece mucho la pena. Ni tampoco una forzada reunión de parientes de las que, en ocasiones, quisiéramos prescindir. Ni siquiera una entretenida celebración.

            Pensémoslo bien: nosotros los cristianos, ¿a qué hemos reducido la fe?

miércoles, 11 de octubre de 2023

FIESTA DE Nª Sª DEL PILAR (12 de octubre)

 

Primera Lectura: 1 Cro 15, 3-4.15-16; 16, 1-2
Salmo Responsorial: Salmo 26
Evangelio: Lc 11, 27-28

 Tradición

En la leyenda de la venida de la Virgen a Zaragoza “en carne mortal” se trata de una piadosa tradición, según la cual, el apóstol Santiago el Mayor se encontraba en Cesaraugusta, a las orillas del río Ebro, junto a un pequeño grupo de conversos que habían escuchado y creído su predicación. Pero los cesaraugustanos resultaban bastante duros de oído y de corazón, y el apóstol se dio cuenta de que sus fuerzas flaqueaban, y comenzaba a preguntarse si tenía algún sentido seguir predicando el mensaje de Jesús en aquella tierra. Cuando su flaqueza, por el desánimo, le hacía perder su entereza, vio a María, la madre de Jesús, en una gloriosa aparición, rodeada de ángeles que, desde Jerusalén (aún no había muerto María), que venía para confortarle y renovar sus ánimos.

La Santísima Virgen entregó a Santiago el Pilar, la Columna de jaspe que hoy sostiene la imagen de María, como símbolo de la fortaleza que debía tener su fe. Esto sucedía en la madrugada del día dos de enero del año cuarenta del siglo primero. María conversó con Santiago y le encargó de que fuera levantado un templo en su honor, en ese mismo lugar.

Hasta aquí la tradición.

Actualidad

Si María ha sido grande en la memoria histórica de nuestros pueblos de España y de América, es precisamente, porque Dios, en la persona de Jesús, fue especialmente acogido en estos lugares. ¿Podemos seguir diciendo esto actualmente, que acogemos con devoción al Señor entre nosotros?

La Virgen del Pilar, entre otros muchos sentimientos, evoca la fortaleza de la fe. Aclamar a María, como patrona nos tiene que interpelar en lo más hondo de nuestro ser sobre cómo vivimos nuestra vida de cristianos. El culto a María, no se puede quedar en la belleza estética de un rosario o de una corona enjoyada, en el esplendor de un manto o de un templo levantado en su honor. Eso, aparte de ser expresión de la devoción de un pueblo, sería incompleto si no nos llevase a seguir con todas las consecuencias a Cristo Jesús, a quien María nos trae entre sus brazos.

Conforme a la tradición, la figura de la Virgen del Pilar está asociada a los inicios de la evangelización en España. De nuevo, hoy más que nunca, necesitamos de su estímulo e intercesión para construir nuevos cimientos de fe en las generaciones nuevas, que conviven junto a nosotros sin conocer todavía a Jesús de Nazaret o, si lo conocen, es muy débilmente o con muchas dificultades.

En nuestro tiempo, tal vez puede nacer en nosotros aquel cansancio y desánimo que invadió a Santiago, y que Santa María del Pilar disipó fortaleciendo al apóstol. Volvamos también nuestros ojos a Nuestra Señora hoy, en este 12 de octubre, y hagámosle sabedora de las circunstancias difíciles en que nos debatimos: ante tanta falta de fe, de tanto materialismo, de secularización o de simple pragmatismo que ha hecho sucumbir a tantos creyentes.

Ante los nubarrones de la guerra en aumento entre diversos países, ante una economía en declive y una política ramplona y egoísta, Nuestra Señora sabe de qué tenemos necesidad. Bajo su amparo buscamos el refugio y la fuerza.

Tengamos en cuenta que nunca serán mayores nuestras dificultades que la fortaleza que nos da la fe, la confianza en el Señor. El testimonio de los cristianos se hace más operativo, real y visible, cuando el ambiente acompaña menos. Nos lo enseña la Historia. Es precisamente en los obstáculos donde María va poniendo pilares para que vayamos apoyándonos en ellos y descubriendo los signos de la presencia de Dios. Es como la columna que guiaba y sostenía día y noche al pueblo de Israel en el desierto (Sab 18, 3; Ex 13, 21-22).

En estos momentos difíciles para la fe cristiana es reconfortante recurrir a María. Ella, que fue por delante y alumbró con su presencia los esfuerzos de Santiago por sembrar la semilla de la fe en el campo de España, hoy avanza también con nosotros, abriéndonos el camino y dándonos pistas para que Jesús sea proclamado Señor y amado en la realidad concreta donde a cada uno nos toca vivir.

Que María aumente nuestra fe, anime nuestra esperanza y fortalezca nuestro amor.

 

sábado, 7 de octubre de 2023

DOMINGO 27º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: Is 5, 1-7
Salmo Responsorial: Salmo79
Segunda Lectura: Flp 4, 6-9
Evangelio: Mt 21, 33-43

           Hoy, de nuevo la viña. Una vez más. En estos días de otoño, de vendimias y de esperanza, de dulce mosto de uva que promete para el año próximo un vino denso y robusto, o aromático y afrutado según las zonas, escuchamos palabras que nos hablan de viñas.

            En estos días inquietos en que España entera se muestra cicatera y peleona en la política, confusa y frágil en la convivencia, la Palabra de Dios nos cuestiona a todos.

            ¡Cuánta necesidad tenemos de una Palabra que sacuda tantas palabras vacías!

            La liturgia nos habla de un Dios que nos invita a trabajar con él, a construir juntos un mundo diferente y nuevo, dónde la diversidad sea un regalo y el compartir se convierta en el reflejo de la experiencia de quién, perdonado y apaciguado, se alegre de poder darse, de poder entregarse.

            El Dios de Jesús devuelve su dignidad al obrero de la última hora, aprecia la autenticidad de quien dice NO para poder entender las razones de un posible SI. Durante dos domingos la viña ha sido para nosotros la que nos ha revelado la misericordia y de la previsión de Dios.

        En el evangelio de hoy, sin embargo, la viña es protagonista de la parábola oscura e irritante del fracaso de Dios.

            La viña infructuosa

            Con la excesiva lluvia, o con la sequía cuando debería haber llovido, muchos agricultores están con el ceño fruncido. O, tal vez, el granizo ha golpeado duramente la cosecha. Algunos viticultores han perdido la cosecha, otros, en cambio, han salvado la vendimia.

           Es la preocupación de quienes, después de trabajar durante meses, pueden perder las ganancias de un año en un cuarto de hora.

            En Jerusalén, los que frecuentaban el templo, los devotos, escuchaban la predicación de aquel “rabbí” de Galilea. Conocen bien el canto de la viña, del profeta Isaías: lo saben de memoria. ¡Cuántas veces lo habrían comentado en las sinagogas! El canto de amor apasionado del viñador, Dios, por su viña, Israel. El canto de quien espera mucho, del que con mucho trabajo saca de la tierra su propio salario y que, en cambio, no recoge más que uvas agrias y salvajes.

           Imagen fuerte y poderosa la de la viña. Imagen del esfuerzo que Dios, el dueño de la viña, hace para ayudar la humanidad a florecer, a madurar y a llevar fruto.

         ¡Pero cuántas veces Israel no ha dado el rendimiento esperado! ¡Cuántas veces los profetas han visto cómo se rechazaba su invitación a la conversión! ¡Cuántas veces el mundo ignora la presencia de Dios y se encuentra en la boca con el gusto amargo del fracaso!

          Los devotos conocen bien el cántico de la viña. Pero no entienden que Jesús, retomándolo y ampliándolo, está hablando de sí mismo… Y de ellos.

              Viñadores homicidas

            El mundo es la espléndida viña que Dios nos confía. Dios es el dueño. Ni el mundo, ni la vida, ni nada es de nuestra propiedad. Todo es un don gratuito y nadie nos debe nada. Sin embargo, también nosotros como los viñadores homicidas, vivimos como si todo nos perteneciera. ¡Dios no nos debe nada, faltaría más! Dios nos lo da todo.

            El Señor sigue mandándonos a sus siervos, los profetas, pero ¿quién los escucha?

           El hombre, cegado por la codicia y la locura, el egoísmo y la autosuficiencia, se olvida de que él es únicamente un jardinero de la creación.