Traducir

Buscar este blog

sábado, 24 de diciembre de 2022

NATIVIDAD DEL SEÑOR (A)


Primera Lectura: Is 52, 7-10
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Heb 1, 1-6
Evangelio: Jn 1, 1-18

Luz y tinieblas

Llenos de luz, como debería ser, como Dios quiere que sea. Y también llenos de nada, como estamos corriendo el riesgo de convertirla en una fiesta sin festejado, buena sólo para suscitar dulzonas emociones y una forma mercantilista de vender productos de todo tipo.

Llenos de angustia como los muchos que viven la Navidad como una maldición que hay que terminar cuanto antes y que no son alcanzados por ningún ángel que los conduzca a visitar aquel establo.

Sin embargo, y a pesar de todo ello, la luz de Dios invade todos los rincones, calma toda ansiedad y convierte el corazón de quienes se dejan asombrar, sorprender, aturdir y conmover.

¿Quién podría, jamás, haber inventado un absurdo semejante?

¿Quién jamás podría haber hecho creer la más increíble de las noticias?

Debe ser verdadera la Navidad, porque sólo Dios podía realizar semejante cosa. Debe ser verdadera, porque es algo de locos imaginar una cosa semejante.

La noticia de un Dios que se hace hombre. Qué se hace accesible y topadizo, que se hace carne y sangre, ternura y calor, fragilidad y compasión.

Una persona con sentimientos, que siente cansancio, emociones, hambre y sed, calor y frío.

Ahora ya no hay una un confín que separa lo humano y lo divino. Ahora Él, el Señor, está aquí.

¿Por qué?

¿Por qué lo ha hecho? ¿Qué sentido tiene? ¿Para qué Dios tendría que abandonar su perfección para venir a conocer nuestra miseria?

La respuesta es: Para vosotros ha nacido un Salvador.

Son los pastores, los últimos, los perdedores, los derrotados del tiempo de Jesús son los que tienen el honor de ser dignos de la explicación del ángel.

Dios se ha hecho hombre porque nos quiere. Y cuanto más frágiles y torpes somos, cuanto más hayamos conocido la miseria y la desesperación, como los pastores, más nos quiere el Señor. No en virtud de nuestros méritos, sino en proporción a nuestras necesidades.

Dios se ha hecho hombre para salvarnos, para conducirnos a la salvación que es la plenitud de la vida. Para llevar a cabo aquel anhelo inquebrantable que él ha puesto en lo hondo de nuestro corazón. Una voz íntima, absoluta, que ni el caos desbordante, en el que a duras penas sobrevivimos, logra acallar.

Dios se ha hecho hombre para decir a cada persona que nuestro barro está amasado con la chispa divina. Que, desde ahora y para siempre, lo humano y lo divino conviven en un mismo cuerpo. En el cuerpo de un recién nacido.

sábado, 17 de diciembre de 2022

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (Ciclo A)

Primera Lectura: Is 7,10-14
Salmo Responsorial: Salmo 23
Segunda Lectura: Rom 1,1-7
Evangelio: Mt 1, 18-24

Acoge la Navidad quien tiene despierta dentro de sí la esperanza de ser acogido por Dios. Profetas como Juan nos invitan a prepararnos a acoger a un Dios que abrasa. Como María, nuestra vida puede convertirse en la puerta de entrada de Dios en el mundo.

No, no estamos aquí para simular que Jesús nace. El Señor ha nacido, ha muerto y ha resucitado. Lo proclamamos Dios y Señor de la Historia. Aunque, como a Juan el Profeta, podemos estar atravesados por la duda más desoladora: ¿eres de verdad tú, Señor?, ¿o tenemos que esperar a otro?

Éste es el desafío del Adviento, de este adviento hoy: hacer espacio en nosotros para que la luz de Dios pueda resplandecer con toda su fuerza en nosotros y en la creación.

Como le pasó a José, el más desdichado de los santos.

José, el novio desdichado

Lo que os voy a decir puede parecer irreverente, lo sé, pero veréis. En resumidas cuentas, José es un pobre hombre al que Dios le ha soplado la chica. Y hoy, en el último domingo de Adviento, José nos viene propuesto como modelo.

Muchos de vosotros, durante esta semana, os habéis podido identificar con Juan, el profeta dubitativo: si “el hombre más grande nacido de mujer” ha tenido dudas, también puede ser que yo las tenga.

Hoy la liturgia se atreve a ir más allá: el patrono de la Iglesia, el padre de Jesús, el novio de María ha sido un hombre que tuvo que cambiar radicalmente su vida, una persona que se encontró con apuros hasta el cuello. Y que no salió de ellos jamás.

No está dicho que el encuentro con Dios te allane la vida al son de angelitos danzantes y músicas celestiales. Y si no, preguntádselo a José.

Noches toledanas

Mateo nos cuenta el nacimiento de Jesús muy concisamente, pero desde el punto de vista de José. Al ser un Evangelio dirigido a los judíos, es esencial hablar del hombre de la casa. El Mesías tenía que venir de la descendencia de David, y José proviene de aquella estirpe. Sólo que él tuvo un recorrido completamente particular respecto de los demás hombres.

María y José se hacen novios, tienen un contrato de boda normal, estipulado por sus correspondientes padres. María es muy joven, de José no lo sabemos.

Si os gusta permanecer fieles a lo que dice el Evangelio, no sabemos mucho de él. Suponemos que sería un chico bueno y honesto del país…, y nada más.

Pero también podéis suponer, haciendo vuestra una antigua tradición, que José era un viudo que decide acoger consigo a María. Parece un poco forzado, pero ahí está. Yo prefiero quedarme con lo que dice el Evangelio.

Lo que Mateo quiere decirnos es mucho más sencillo: el único que sabía que aquel niño no era suyo fue justamente José.

sábado, 10 de diciembre de 2022

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo A)

“Alegraos, siempre en el Señor; os lo repito, estad alegres.
El Señor está cerca." (Flp 4, 4-5)


Primera Lectura: Is 35,1-6a. 8a. 10
Salmo Responsorial: Salmo 145
Segunda Lectura: Sant 5, 7-10
Evangelio: Mt 11, 2-11

Podemos celebrar un montón de navidades sin que Dios nazca jamás en nuestros corazones. Por eso necesitamos preparamos bien para la Navidad en la celebración de este breve tiempo de Adviento.

Estamos aquí, en este domingo, para ser arrancados del torbellino de la cotidianidad, para hacer como María y vivir en la escucha, para reconocer a los muchos profetas que están a nuestro alrededor y que nos señalan a Cristo.

La fingida Navidad que transita nuestras fiestas muestra su vaciedad: las iluminaciones adornan la ciudad, los escaparates se llenan de seductores (y a menudo inasequibles) regalos, el Niño Jesús – que es lo importante - está ya definitivamente olvidado en nombre de una equivocada visión de lo que, de verdad, significa el respeto a las otras creencias.

No es raro encontrar, en las revistas de estas fechas, páginas que explican los símbolos de la Navidad: la razón de la fecha, el árbol, los regalos, Santa Claus... ¡Pero casi nunca se menciona a Jesús, el de Nazaret, el Hijo de Dios, que es precisamente el que nace!

En contrapartida de tanta fiesta ficticia, el ambiente está pesado. La crisis global continúa, a pesar de los buenos deseos, y sigue sin ofrecer perspectivas fiables; la guerra nos llena de preocupación y temor; las jugadas políticas y diplomáticas siguen llenas de palabras tergiversadas mientras hermanos nuestros que quieren alcanzar “la tierra prometida del desarrollo”, siguen muriendo en el Mediterráneo y en tantas otras partes del mundo; el escenario político es inquietante, la mayor parte de la gente hace pactos familiares pidiendo que no se hagan regalos para no tener que corresponderlos y así no tener que tirar por la ventana la preciosa paga extra en un momento de carestía.

¿Después de dos mil años de celebraciones del nacimiento, no tenéis la impresión de que poco o nada ha cambiado? Dios ha venido, vale, ¿y qué…?

Los fuertes siguen haciéndose los prepotentes, la lógica del egoísmo prevalece, a veces y más de lo que deseamos también en la Iglesia, las miserias abundan, frente al radiante futuro de la humanidad: el hambre en el mundo afectó de forma crónica a 828 millones de personas en 2021, según la nueva edición del informe anual de la ONU. Los fríos números de la estadística dan que cada día mueren 7.600 niños de hambre… y, a veces, se hacen cálculos y se dice, para tranquilizar, que son 1.000 menos que el año pasado. ¡Bueno… así ya me siento mucho mejor!

Un profeta lleno de dudas

El Juan con el que nos encontramos hoy es bien diferente al exaltado y hosco Bautista, que predicaba en el desierto. Juan está en cárcel y sabe que está a punto de ser ejecutado a causa de la sorda rabia de una enfadada e histérica mujer fatal, y de la debilidad de un rey fantoche.

Juan ha vivido toda su provocativa vida únicamente para preparar el camino al Mesías, él lo reconoció escondido entre la muchedumbre de penitentes que llegaban a bautizarse, lo acogió, y se quedó asombrado y trastornado por la actitud humilde y escondida del Salvador del mundo.

Pero ahora Juan está perplejo y dudoso. Las noticias que le llegan de sus discípulos lo dejan consternado: el Mesías no está siguiendo su mismo camino, no incita con vehemencia a la gente, parece que ha asumido un perfil bajo, mediocre.

sábado, 3 de diciembre de 2022

DOMINGO 2º DE ADVIENTO (Ciclo A)


 Primera Lectura: Is 11, 1-10
Salmo Responsorial: Salmo 71
Segunda Lectura: Rom 15, 4-9
Evangelio: Mt 3, 1-12

Profetas y profecías

Todavía tenemos mucha necesidad de profetas, pero también es verdad que numerosos profetas habitan en nuestras ciudades grises. Personas con apariencia normal y que hasta saben hablar en nombre de Dios, que saben leer el presente a la luz de la fe. Porque el profeta no predice el futuro - esos son los adivinos – el profeta nos ayuda a entender el presente. ¡Y sólo Dios sabe cuántos profetas necesitamos para lograr descubrir un recorrido de fe sin perdernos en la pesada vida cotidiana!

En las lecturas de hoy nos encontramos con dos profetas. Dos gigantes de la fe, dos pilares de la espiritualidad, dos servidores de la Palabra. Juan, el rudo, e Isaías, el seductor. Así de diferentes son en su modo de profetizar, así son de auténticos y actuales.

- Isaías habla a un pueblo que tiene que vérselas con sus agresivos vecinos:  egipcios, asirios y, muy pronto, van a aparecer los babilonios en la escena internacional del momento. Un pueblo asustado por lo que está ocurriendo, por los grandes proyectos de los poderosos, un pueblo pequeño que se siente como unos tiestos de barro entre macetas de hierro.

En esa situación Isaías canta, sueña y diseña un mundo sin armas. Un mundo en el que el violento juega con el recién nacido. Un juego en el que los instintos más malvados se hacen servidores de la vida y de la verdad.

¡Qué Isaías más iluso! Utópico, diríamos hoy.

- El otro es Juan. Un Juan al que el evangelista Mateo dibuja seco, huraño, incisivo e invasivo como el desierto que lo ha consumido. Eficaz y cáustico como sólo los profetas saben ser.

Juan pide conversión, exige acción y solicita una decisión ante opciones concretas. Porque el cambio lo debemos realizar ya, aquí y ahora, sin acomodarnos a nuestras pequeñas o grandes convicciones. Tenemos que apurarnos para no ser arrollados, barridos y destrozados por un conformismo inoperante.

Porque Dios no sólo está con quien simplemente espera, sino también con quien colabora en la construcción de su Reino. Porque, como dice san Agustín, Dios quiere que lo que es un regalo suyo se convierta en conquista nuestra.

Dos estilos

Son dos estilos de vivir la fe, dos modos de articularla, que sólo son antípodas en apariencia. Isaías espera el Reino de Dios desde lo alto. Juan Bautista se afana en realizarlo desde abajo.

Así de diferentes son los modos de vivir la fe, de construir la Iglesia y de experimentar la vida interior. Así de diferentes son las sensibilidades de cada uno de nosotros. Hay quien sólo mira para arriba y quien, primero, mira para abajo. Son modos de ser que no se contraponen, sino que se complementan.

Así son muchos de los modos de leer la realidad que estamos viviendo. Algunos confían en un milagro divino, con fuego y llamas desde el cielo, otros promueven acciones y movimientos para adelantar el Reino de Dios.

Así es la profecía, dulce y amarga, tierna y decidida, de ensueño esperanzado y de perentoria irrupción en la Historia. Así es nuestra fe.