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sábado, 30 de octubre de 2021

DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)




Primera Lectura: Dt 6, 2-6
Salmo Responsorial: Salmo 17
Segunda Lectura: Heb 7, 23-28
Evangelio: Mc 12, 28-34

Somos ciegos y mendigos. Podemos pasar el tiempo en los márgenes de la historia resignándonos o lamentándonos, como Bartimeo, gritando nuestro dolor, sin consuelo. “Pierdes el tiempo”, nos dice el mundo que nos rodea. En cambio, el Nazareno oye nuestro grito y nos manda a llamar. Sanados en lo profundo, iluminamos nuestra vida oscura, seguimos a Jesús por el camino y les decimos a los otros mendigos: “Ánimo, levántate, el Señor te llama”.

Esta es la Iglesia: un pueblo de ex ciegos, pero aún mendigantes, no prepotentes morales y doctrinarios que miran a los hijos de Dios por encima del hombro. Mendigos que se regocijan cuando comunican a cada persona el rostro compasivo de Dios.

¡Y cuánta luz necesitamos, una y otra vez, para comprender en profundidad la estupenda página del evangelio de hoy!

Catecismo

¿Qué es lo más importante de la vida y de la fe? La pregunta del escriba es, después de todo, la única pregunta real que merece la pena formular y responder, la única.

La pregunta, para nuestro entusiasta amigo, trataba de desenredar una densa red de prohibiciones y trampas, más de seiscientas, que el piadoso israelita estaba llamado a vivir cada día. Para Jesús, la pregunta se convierte en una oportunidad de ir a lo esencial, de llegar a superar el síndrome de la respuesta correcta del catecismo, para arribar – finalmente -, a cuál es el significado de la vida para mí.

sábado, 23 de octubre de 2021

DOMINGO 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Jer 31, 7-9
Salmo Responsorial: Sal 125
Segunda Lectura: Heb 5, 1-6
Evangelio: Mc 10, 46-52

  Jesús está a punto de subir a Jerusalén. Menos de treinta kilómetros lo separan de su muerte.

La última etapa, Jericó, cierra la parte central del evangelio de Marcos. En las últimas semanas hemos leído los variados discursos que Jesús les ha dirigido a sus discípulos, temas centrales como el matrimonio, el seguimiento, la pobreza. Pero los discípulos, todavía el domingo pasado, parecen no entender nada.

Jericó era la última etapa para los romeros que subían a Jerusalén: por eso, a la salida de la ciudad, decenas de mendigos se amontonaban esperando conseguir algunas monedas de los viajeros bien dispuestos que pasaban por allí.

Entre ellos Bartimeo, que se va a convertir en el modelo del discípulo.

Bartimeo

La narración de la curación del ciego es una brillante metáfora del camino que ha de hacer el verdadero discípulo. No como los apóstoles que están verdaderamente ciegos, ilusionados todavía con fundar un reino terrenal, minimizando y esquivando las profecías referidas a la muerte de Jesús.

Bartimeo está en la cuneta del camino, no puede hacer más que esperar como muchas personas que encontramos hoy, resignadas por la situación económica, por el desaliento existencial, con una perspectiva limitada y asfixiante de la vida. Como tantos mendigos, Bartimeo sólo vive de limosna.

Hasta que oye hablar de Jesús. No lo conoce, pero alguien le había contado cosas de él. Ahora, el deseo y la curiosidad toman la delantera.

Bartimeo empieza susurrando y termina gritando. Pide piedad.

Piedad, porque no tiene luz en el corazón. Piedad, porque está paralizado por el miedo. Piedad, porque no sabe lo que ha de hacer.

Como ese grito atávico que sale de lo profundo de uno cuando la vida nos apalea y no nos resignamos a ello. Como ese deseo que parece volverse loco en nosotros cuando nos planteamos el sentido de la vida. Como la toma de conciencia de ser mendigo, cuando no tenemos en nosotros mismos las respuestas que buscamos, y tenemos que esperarlas de otros.

Silencios y gritos

A Bartimeo se le pide cortésmente que se calle. Como se nos solicita a nosotros en tantas ocasiones.

Nos lo piden los amigos de de la tertulia o del bar; la gente con la que nos encontramos; los que consideran una tontería el descubrimiento de la interioridad; los que, sin haber buscado, impiden que los otros partan y salgan de sí. Pero también nos lo piden los creyentes que ponen palos en las ruedas y límites a la acción de Dios; los que ponen condiciones, que miran desde lo alto  y desde la prepotencia de sus certezas de fe a quién mendiga un poco de sentido de la vida.

Es mejor guardar silencio, amigos, resignarse... Dios no existe y, si existe, seguro que no es para alguien cómo tú…

En cambio Bartimeo grita, vocea.

sábado, 16 de octubre de 2021

DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera Lectura: Is 53, 10-11
Salmo Responsorial: Salmo 32
Segunda Lectura: Heb 4, 14-16
Evangelio: Mc 10, 35-45


Los apóstoles no entendieron nada. La escena del hombre rico se cerró con la apremiante pregunta de los Doce, hecha por Pedro en nombre de todos: ¿y nosotros que lo hemos dejado todo, qué?

Jesús los anima: dejar todo por el Reino significa encontrar cosas nuevas... aquello del ciento por uno... Aplauso y final; se acabó.

Eso se creen, porque luego el evangelio de Marcos continúa con el tercer anuncio de la Pasión. Con un Jesús visiblemente aturdido que les cuenta a sus amigos que está dispuesto a morir con tal que no traicionar a la imagen de Dios que lleva impresa en su corazón.

Ese el evangelio de hoy. Uno de los más terribles que la historia nos ha entregado. Efectivamente, los exegetas hacen notar que, cuando Marcos escribe el evangelio, el arrogante Santiago ya había sido matado, y Juan se pasaba la vida hablando más de Jesús que pensando en ningún cargo de gobierno. Los hijos del trueno aprendieron la lección… a la fuerza.

Un evangelio tan fuerte que Lucas lo salta a pie juntillas y Mateo lo suaviza, atribuyéndole a la madre de los “boanerges” la inconsciente iniciativa que acabamos de escuchar.

Parece que los discípulos lo dejaron todo cuando siguieron a Jesús... pero sólo fue en teoría.

Incomprensión

Los protagonistas hoy, son Juan y Santiago. Juan el perfecto, el místico, el águila, la profundidad, le pide a Jesús una recomendación, pide sentarse a la derecha de Jesús en el momento en que se establezca el Reino de los cielos, concibiéndolo como un reino político e inmediato, a punto de producirse.

No basta con haber tenido grandes dones místicos y señales de la presencia de Dios en la oración para evitar cometer enormes errores. También los hermanos y las hermanas que, entre nosotros, hayan elegido el camino de la contemplación tienen que vigilar siempre el riesgo de la gloria mundana querida y buscada...

La paradoja es buscada por Marcos. No se trata ya de un fervoroso joven que tiene un patinazo tan clamoroso como aquel rico, sino de dos discípulos que, apenas han oído el tercer anuncio de la Pasión, buscan la vía de escape en el poder. ¡Peor aún, los otros diez la toman con ellos por haberse atrevido a ser los primeros en tomar la iniciativa de lo que todos estaban pensando!

sábado, 9 de octubre de 2021

DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera lectura: Sab 7, 7-11
Salmo Responsorial: Salmo 89
Segunda lectura: Heb 4, 12-13
Evangelio: Mc 10, 17-30


Un hombre rico se acerca a Jesús corriendo, como si tuviera una enfermedad incurable. Corre para saber cómo poder vivir en la lógica de Dios.

Es una persona correcta y honesta en su planteamiento: sabe que la salvación no “se merece” sino que se recibe en herencia si se desea con corazón puro. Su actitud es teológicamente impecable.

Jesús lo acoge con simpatía, y le pide con sencillez que observe los mandamientos. Y fijaros: Jesús ignora los primeros, los que se refieren a Dios, y se centra en los que se refieren a las personas. Es decir: sólo sirviendo al ser humano respetamos y damos gusto al Dios que nos ha creado.

El hombre rico contesta que esos mandamientos los ha observado siempre, desde su más tierna edad. Quizás tenga razón, o quizás presuma, da lo mismo. Jesús lo ama, mirándole fijamente.

Una mirada de bien, una mirada que ve lo positivo, aunque el rico pueda exagerar. Jesús tiene siempre y para siempre una mirada positiva sobre nosotros, también cuando disimulamos y no queremos ver las sombras de nuestro corazón.

Jesús ama y exige. Reclama porque ama. Y se atreve a pedir todo: “deja todas tus riquezas”. Y aquí ya se acaba el rollito místico.

Riquezas

Marcos pone en la mitad de su evangelio los asuntos más comprometidos: la semana pasada el matrimonio, hoy las riquezas. Es necesario conocer y amar a Cristo antes de poder vivir sus irritantes exigencias, sentirnos queridos antes de poder atrevernos a hacer nada.

Jesús no le pide al rico que tire el dinero, sino que lo comparta. Le pide entrar en la lógica de sentirnos hermanos, de saber que la riqueza es un regalo de Dios, pero que la pobreza es culpa del rico.

El rico no se entera, y seguirá siendo rico, pero triste. No usa la sabiduría de la que habla y a la que invoca la primera lectura que hemos escuchado. Ni acoge la espada de la Palabra que penetra hasta el fondo de las entrañas, descrita en la Carta a los Hebreos.

Su problema no es la riqueza sino el egoísmo. Lo entienden muy bien los discípulos, que no son ricos pero que también sienten malestar por esta Palabra. Hermanos, la riqueza no es cuestión de cartera sino de corazón.

Jesús insiste: una lógica tan mezquina, “rica”, impide entrar en la lógica de Dios. Incluso la familia (!) puede convertirse en una rica posesión, incluso los afectos más sagrados. Por eso hace falta dejarlo todo, y el Señor nos lo devolverá todo de la manera correcta.

Lo original

Jesús no condena a toda costa la riqueza, ni exalta la pobreza sin más.

Lo digo porque a menudo nosotros los católicos resbalamos en el moralismo criticando el dinero… sobre todo el de los otros, e invitando a la generosidad… también la de los otros. Jesús, en cambio, ama al hombre rico, lo mira con ternura, ve en él una gran fuerza y la posibilidad de crecer en la fe. Le pide librarse de todo para tener más, le pide que haga la mejor inversión de su vida.

sábado, 2 de octubre de 2021

DOMINGO 27º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)



Primera Lectura: Gen 2, 18-24
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Heb 2, 9-11
Evangelio: Mc 10, 2-16


Hoy nos encontramos con una palabra desestabilizadora, una palabra que interrumpe el flujo de reflexiones de Marcos en torno a la persona de Jesús, y que nos presenta una nueva pregunta.

Ya no es: ¿Quién es Jesús, sino: ¿Qué es el amor?

Es una pregunta intrigante y actual, fuerte y misteriosa, que resuena poderosamente en nuestro mundo, que ha perdido las certezas, y que parece abrumado por una ola de fragilidad y de fango. Las desalentadoras noticias que continúan llenando los noticiarios someten a una dura prueba hasta al cristiano más optimista.

Así es, incluso ahora que nos refugiamos en lo privado, que abandonamos los grandes proyectos sociales y políticos para encerrarnos en el mundo estrecho y protegido de los afectos privados ... También aquí reina una confusión soberana.

Quien tiene una familia, no la quiere, y quien no puede (divorciados, parejas homosexuales) la querría.

Se propone el amor como un refugio seguro, cargado con mil esperanzas y expectativas, lleno de sueños y gratificaciones. Pero la realidad, una vez más, nos pone en crisis: no basta con reiterar e insistir en el enamoramiento, exaltar el amor de fusión para evitar pesadas decepciones.

¿Quién nos puede decir una palabra que no sea banal, que tenga el sabor de la verdad, que indique con autoridad el camino a seguir?

Sólo Dios, el que inventado el amor.

Excesos

La página del Génesis que narra con lenguaje poético la creación de la pareja humana revela, si lo leemos bien, un aspecto preocupante.

La retórica católica ha exaltado la historia de la creación de la mujer. Y no es así: el texto revela uno de los errores más comunes entre los amantes.

El ser humano no es feliz; no es suficiente para él conocer la realidad (este es el significado de dar nombre a los animales). Dios admite su error (¡asombroso!) y decide correr a repararlo. Hará para el ser humano otro de sí mismo, que lo contraponga y complemente (el término hebreo contiene un punto de conflicto). El hombre duerme y Dios crea a la mujer, no de la costilla, como erróneamente se ha traducido, sino que lo divide por la mitad.

El término usado apunta al dintel de la puerta: el hermafrodita humano está dividido en dos partes, en dos jambas que sostienen el arquitrabe. Y por esa puerta, el ser humano entra en el reino de Dios.

Pero el hombre se despierta y no admite la diversidad; no admite que la mujer viene de Dios, sino que piensa que la conoce, la llama “ésta” y dice que es un pedazo de sí mismo, en definitiva, una proyección de su ego. ¡Terrible!