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sábado, 30 de septiembre de 2023

DOMINGO 26º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

                                                                                      
Primera Lectura: Ez 18, 25-28
Salmo Responsorial: Salmo 24
Segunda Lectura: Flp 2, 1-11
Evangelio: Mt 21, 28-32
                            

El domingo pasado quedamos descolocados por el comportamiento del dueño de la viña, cuando realizaba aquel gesto en apariencia injusto.

 Quizás también nosotros, como los deportados en Babilonia que se quejaban de tener que expiar la culpa de los padres, la emprendemos en ocasiones con la lógica de Dios. Y Ezequiel, que era también prisionero de los babilonios, los invita a ellos y a nosotros a asumir una lógica diferente: la lógica de Dios.

Hurgando tras una primera apariencia, descubrimos que la presunta justicia que invocaban los obreros de la primera hora, en realidad era una rabia mal calmada que se desahogaba contra los de la última hora, queriéndoles quitar lo esencial para vivir.

No hay nada que hacer: si queremos seguir de verdad al Dios de Jesucristo, tenemos que convertir continuamente nuestra perspectiva para ampliar nuestro horizonte y acoger un modo nuevo de ser creyentes. Un modo cuya característica principal y absoluta no es negociable: la autenticidad.

El que sabe leer el evangelio se queda descolocado al ver que Jesús, antes que condenar el pecado, detesta una actitud muy difusa entre los devotos de ayer y de hoy:  la hipocresía.

Caretas

En estos días de septiembre, en muchos sitios, son días de vendimia. Yo recuerdo, hace ya muchos años, cuando hacía mi noviciado en Villagarcía de Campos, el olor fuerte del mosto que empezaba a fermentar e invadía toda la casa. Los tractores cargados de uva avanzaban cansinamente hacia la bodega donde se elaboraba el vino. Son recuerdos…

El hecho es que hay una relación íntima entre el viñador y la viña, hasta tal punto que, a menudo en la Biblia, la relación entre Dios y el pueblo se expresa con fuertes trazos a partir de la imagen de la viña.

El hecho de que el Señor nos pida ir a trabaja a su viña es el testimonio de la intimidad que Dios quiere entrelazar con nosotros.

En la parábola que hemos escuchado en el Evangelio, el primer hijo contesta enseguida a la llamada del padre. Pero en realidad no va a la viña. Hipocresía.

El texto no nos dice si este hijo cambió después de idea, o si se encontró con un amigo, o si tuvo un contratiempo, o si nunca jamás tuvo intención de ir a la viña.

La actitud de este hijo es puramente exterior, la petición del padre no le incomoda, ni siquiera le cuestiona mínimamente. Como pasa con nuestra fe, demasiado a menudo hecha de exterioridad, de fachada, de rituales, de cumplimientos y prácticas variadas, sin verdadera conversión del corazón.

sábado, 23 de septiembre de 2023

DOMINGO 25º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)



Primera Lectura: Is 55, 6-9
Salmo Responsorial: Salmo 144
Segunda Lectura: Flp 1, 20-27
Evangelio: Mt 20, 1-16

Difícil historia la del perdón. Una reflexión ácida, dura, que nos inquieta por dentro. El perdón es laborioso, muy serio y exige una conversión radical. No obstante, en el perdón se juega gran parte de la credibilidad del cristianismo. El perdón que debilita y descompone la violencia, que se vuelve profecía de un mundo nuevo, que redibuja el rostro humano, transformándolo en imagen de Dios, devolviéndolo así a su rostro auténtico.

La comunidad cristiana, con su modo de entretejer relaciones, con su capacidad de discutir (¡y de pelear!) de “otra” manera, con su capacidad de tomar en serio la suerte de cada hermano, se convierte en una anticipación del mundo nuevo, de la nueva creación.

Todo esto es en teoría, porque pasados ya 22 años del atentado a las torres gemelas el mundo sigue viviendo en la inquietud por agresiones, que no cesan, y en una violencia de todo tipo, mostrándose incapaz de convertirse a lo que es obvio: que sólo en el perdón y en la aceptación de la diversidad de las personas podremos vivir una vida provechosa para todos.

Se nos hace la boca agua hablando de democracia, pero en cada uno de nosotros, hay un pequeño déspota que quisiera ser el dictador de todos los demás, imponiendo su propio criterio...

Hemos sobrevivido a dos semanas de una Palabra de Dios punzante, y hoy nos encontramos con la parábola del dueño de la viña, que nos muestra la lógica divina de la gratuidad total, completamente diferente a la lógica humana basada únicamente en los méritos.

Incomprensible

La actitud del dueño de la viña es ciertamente incomprensible: la viña tiene mucha tarea, es grande y necesita muchos obreros para poder llevar a cabo la vendimia. Sale a la calle pronto, por la mañana, para contratar a los primeros obreros. Cuando ve que todavía no le bastan, vuelve para buscar más obreros y establece con ellos “lo que es justo” como recompensa del trabajo.

Cuando sale a las cinco de la tarde, una hora antes del fin del trabajo, ve aún a algunos callejeando y los invita a trabajar.

Ahí surge la complicación: ¿qué es lo justo?

Cuando los obreros de la primera hora ven que los otros, que han estado desocupados la mayor parte del día, reciben la misma cantidad – por otra parte, justamente – ellos se sublevan. ¡Ellos han trabajado todo el día y estos últimos solamente una hora, sin embargo, reciben el mismo sueldo, que injusticia!

Pero

La clave de la parábola está en su modo de pensar. Cuando ven que los obreros de última hora reciben un denario, ellos creen que van a recibir más. Cuando reciben el denario pactado no están pidiendo más, sino que exigen que los otros reciban menos.

sábado, 16 de septiembre de 2023

DOMINGO 24º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)



Primera Lectura: Eclo 27,30 - 28,9
Salmo Responsorial: Salmo102
Segunda Lectura: Rom 14,7-9
Evangelio: Mt 18, 21-35

Perdonar es una debilidad, dice el mundo violento que nos rodea.

Es ridículo admitir que tienes defectos, mejor es ocultarlos, negarlos o mostrarlos como un trofeo, en un frenesí por aumentar la maldad e hipocresía. Presumir de quién es peor.

Perdonar es de débiles, excepto para permitir al periodista preguntarle a una madre frenética si perdona al asesino de su hijo.

Tomemos las cosas en serio, por favor. El perdón es una cosa muy seria. Y eso lo saben muy bien, tanto el que ha sido herido como el que hirió, tanto la víctima como el victimario.

Si el pasado domingo la liturgia nos presentaba la práctica del perdón dentro de la comunidad cristiana, la Palabra de hoy es más audaz todavía y nos invita a reflexionar sobre la razón del perdón en sí mismo.

¿Por qué he de perdonar? ¿Cuántas veces he de perdonar?

Históricamente, en la Biblia, el grito horrible de Lamec, hijo de Caín, que amenaza con matar setenta veces siete por un desacuerdo (Gen 4), se ve atenuado por la ley del talión que pone, al menos, un freno a la ira, mediante la introducción de un criterio de proporcionalidad en la venganza: sólo es permitido ojo por ojo, diente por diente. En el Pentateuco ya encontramos algún indicio de misericordia, pero siempre limitado a los que son hermanos en la fe. Piedad sólo para los míos.

En tiempos de Jesús los rabinos sugerían que, para mostrar clemencia, se debería perdonar tres veces el mal sufrido. Pedro, en el evangelio de hoy, quiere exagerar, y propone perdonar hasta siete veces.

Pero hizo mal las cuentas.

Siete veces, setenta veces siete

Imagínate que al final de la lectura de este texto, tu vecino de casa te busca para decirte lo siento: ayer por la noche, durante una cena con los amigos, empiné el codo y hablé mal de ti, y ahora me siento mortificado. Tú, que eres generoso, le dices que no es nada, y él te da las gracias.

Luego, regresa una hora más tarde diciendo que ha vuelto a hacer lo mismo, esta vez con el portero, y también se disculpa por ello. ¿Qué vas a hacer, perdonarlo? ¿No te sientes tomado por el pito del sereno?

La propuesta de Pedro es generosa – perdonar siete veces – es generosa y hasta heroica; la de Jesús, en cambio, parece una locura, que sólo podemos entender con la lógica divina: Jesús nos dice que estamos llamados a perdonar siempre, porque siempre hemos sido y somos perdonados por Dios.

El poco crédito que concedemos a los hermanos no es nada comparado con la deuda monstruosa que nosotros hemos contraído con Dios. Y Él nos la ha cancelado.

Siervos

La deuda del criado, que presenta el evangelio, es deliberadamente absurda: un talento equivale a 16 kilos de oro. Diez mil talentos son una cifra inimaginable (casi 6.000 millones de euros). Esa deuda enorme es perdonada; no así, en cambio, la deuda del otro siervo que, a pesar de ser una cifra importante lo que debía a su colega, unos doscientos días laborables (pongamos unos 6.000 €), no tenía nada con qué pagar.

La reacción del patrón, obviamente, es feroz: tienes que perdonar porque tú has sido perdonado en mucho más.

Esta es la razón del perdón cristiano: perdonar a los que me hacen mal porque yo he sido perdonado primero. No perdonar porque el otro sea mejor, o se convierta en buena persona, o se ablande, o me caiga simpático.

jueves, 14 de septiembre de 2023

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ (14 de septiembre)



Primera Lectura: Num 21,4b-9
Salmo Responsorial: Salmo77
Segunda Lectura: Flp 2,6-11
Evangelio: Jn 3, 13-17

               Muchas veces nos sentimos cansados, incluso atormentados, ante tanto sufrimiento y dolor, no sólo viendo el mundo que nos rodea, sino también en nuestro interior y en lo más cercano y querido: el sufrimiento en nuestras familias y nuestros amigos. ¿Por qué tanto sufrimiento inútil?

                  Historia y tradición

            La fiesta de la exaltación de la santa cruz, que hoy celebramos, nace de un hecho histórico: la reina Elena, madre de Constantino el primer emperador convertido a la fe, aprovechó su posición para organizar una imponente peregrinación a Tierra Santa con mucho dinero y la bendición de su hijo. Su devoción la empujó a visitar todos los lugares en los que se mantuvo la memoria de la presencia del Señor - guardados con devoción por los discípulos durante tres siglos - y ordenar la construcción de imponentes basílicas. Sobre el lugar de la crucifixión había surgido un templo pagano que la reina no titubeó en hacer demoler hasta encontrar la colina del Gólgota y las tumbas adyacentes.

            Según una piadosa tradición, en una de las cisternas contiguas a las excavaciones se encontraron cruces, entre las cuales presuntamente estaba la de Jesús que fue llevada triunfalmente a Constantinopla, un día 14 de septiembre.

            Este descubrimiento suscitó gran sensación y las comunidades cristianas, en veinte años, pasaron de ser perseguidas a ver la cruz del Señor llevada triunfalmente a Constantinopla. Hoy, para nosotros esto es ocasión de una seria reflexión sobre la cruz.

             Fiesta

            La fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar? ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

            Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos ni el dolor, ni la tortura, ni la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.

sábado, 9 de septiembre de 2023

DOMINGO 23º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)



No es fácil vivir como discípulos del Señor en estos tiempos oscuros. En una sociedad formal y sociológicamente cristiana no son precisamente los valores derivados del evangelio los que prevalecen y orientan las opciones de nuestra vida, sino una mentalidad egoísta e infantil. Para darse cuenta de ello basta con comparar el sentir común de la gente con la palabra de Jesús.

            Hoy en concreto la Palabra ilumina dos aspectos importantes en la vida de un creyente: el perdón y la corrección fraterna. Y también nos hará ver lo lejanos que estamos del Evangelio.

                Pecado y perdón

            Algunos pensarán que, al  menos respeto al pecado, nosotros los católicos lo sabemos todo. Hemos pasado siglos viendo pecado por todas partes, lo hemos analizado, estudiado, diseccionado, ¿cómo se puede decir que no conocemos a fondo el pecado?

Más aún, muchos, todavía hoy, ven al cristianismo como una religión moralista, que nos dice lo que es el bien y lo que es el mal, y ven a la Iglesia como una acreditada institución que tiene como su principal tarea remachar lo que es pecado, en estos tiempos confusos.

            Ésta, hermanos, es una visión simplista que corre el riesgo, como de hecho ha sucedido, de producir un efecto perverso: cuanto más en el pasado nos hemos concentrado en el pecado, tanto más hoy nadie considera pecaminosas sus acciones.

            Una sociedad, incluso la eclesial, que no ha sido educada en la libertad se convierte en una sociedad anárquica, que reivindica la libertad de experimentar cada emoción, y que convierte el parecer del individuo en el único criterio.

            Hoy, si somos honestos, para sentirnos realmente culpables haría falta al menos ser un asesino en serie. Todo el resto: el egoísmo a cualquier precio, la avaricia, la corrupción, el chismorreo, la violencia verbal, la calumnia, la explotación de las personas, son simples manifestaciones de la libertad personal.

            Muchos todavía piensan que un acto es pecado porque así lo estableció Dios. ¡Error enorme! En la Biblia se dice que el pecado es malo porque hace mal a alguien. El hombre, extraordinariamente libre, recibe de Dios la conciencia y la Palabra para ser conducido hacia la vida. Pero el hombre, administrando mal su libertad, poniéndose en el lugar de Dios, corre el riesgo de realizar obras que lo llevan a su destrucción.

            El pecado no es una ofensa a Dios, sino un ataque a lo que podemos llegar a ser: es una ofensa a la obra maestra y muy amada de Dios, que somos cada uno de nosotros. Dios no castiga al pecador, sino que lo perdona. Es el pecado el que nos castiga, haciendo precipitarnos en un abismo de falsa felicidad. Pero, para poder ver estas sombras hace falta que nos expongamos a la luz de la Palabra de Dios.

             Perdón

            En el corazón del hombre se alberga la falsa idea de un Dios que castiga, que juzga, que controla absolutamente todo. En cambio, Jesús ha venido a liberarnos de esta imagen demoníaca de Dios mostrándonos el rostro de un Padre que desea tozudamente el perdón. Perdón que es un regalo, una posibilidad que se ofrece, una ocasión de renacimiento, de nueva vida.

            Y el que es verdadero discípulo comparte este perdón con los demás perdonando.

            El perdón, en la miope perspectiva actual, se ve cómo una debilidad. ¡Cuánto nos cuesta perdonar! ¡Necesitamos tiempo, necesitamos una fe fuerte y una profunda conversión para perdonar quién nos ha hecho mal!

            Cuando se ve en la televisión a un periodista, idiota, que se acerca a un familiar de una víctima, preguntando si perdona al asesino de su hijo, es para hervir la sangre: ¡el perdón es algo más serio que eso! ¡El perdón necesita tiempo y paciencia para construirse, no es una emoción bondadosa sino una elección adulta, muchas veces sangrante y dolorosa!

            Pero el Evangelio nos dice que es posible perdonar. Y Mateo, hoy, nos dice cómo se administra el perdón dentro de la comunidad cristiana.

             Amor en la Iglesia

            El evangelio nos ilustra el modo de administrar los nacientes conflictos en la comunidad primitiva: pasado el entusiasmo primero de la adhesión al Maestro Jesús, surgieron entonces, tanto como hoy, problemas de diálogo y de comprensión hasta llegar a situaciones extremas (¡muchas veces en nombre del evangelio!).

            La regla propuesta por Jesús está llena de sentido común: discreción, humildad, delicadeza hacia el que se equivoca, dejándole tiempo para reflexionar, luego la intervención de algún hermano y, por fin, de la comunidad.

¡Qué lejos estamos de esta práctica evangélica!

sábado, 2 de septiembre de 2023

DOMINGO 22º del TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera lectura: Jer 20, 7-9
Salmo Responsorial: Salmo 62
Segunda lectura: Rom 12, 1-2
Evangelio: Mt 16, 21-27

                        ¡Pobre Pedro! La de problemas que tuvo, y no sólo por declarar abiertamente que el carpintero de Nazaret era el Mesías esperado por Israel.

            Jesús era demasiado diferente en su manera de servir al Reino, demasiado audaz en su predicación, su idea de Dios era demasiado innovadora para poder identificarlo con aquel nuevo y glorioso rey David, que era esperado por todo el mundo para restaurar la pasada gloria de Israel.

            Pedro había reconocido a Jesús como el Cristo – el Mesías - y Jesús lo reconoce a él como piedra fundamental para construir, como la piedra viva que sustentaría a otros hermanos en la fe.

            En el evangelio de hoy, sin embargo, Pedro se convierte en una piedra de tropiezo para Jesús, en una roca de escándalo. ¡Qué desastre!

             Otro Mesías

            Una vez que Pedro reconoció a Jesús como el Cristo, éste le explica que ser Mesías significa vivir sin gloria, sin poder, sin componendas. Y Jesús dice que él está dispuesto a llegar hasta el final en la elección que ya ha hecho, que está dispuesto a morir antes que renegar de ser lo que es: la imagen viva de Dios. Y así lo hará.

            Los discípulos quedan atónitos y descolocados: hacía poco tiempo habían estado hablando de quién tendría un cargo mejor en el nuevo reino de Dios y Jesús ahora está hablando de dolor y de muerte.

            Pedro lo lleva aparte y le ruega que cambie el lenguaje para no desalentar la moral de las tropas. Él, también, como nosotros hacemos con frecuencia, quiere enseñar a Dios cómo tiene que ser Dios.

            Y Jesús responde con dureza a Pedro, y también a nosotros. Le dice: Pedro, cambia de mentalidad y conviértete en un auténtico discípulo.

            Es una invitación a quienes son hipercríticos con la Iglesia a reflexionar sobre esta libertad sin precedentes de Jesús, que no elige a los líderes de los discípulos entre los mejores, sino entre los más auténticos.

             Demasiadas veces nosotros, en vez de seguir al Señor, queremos ir por delante de Él. Queremos enseñarle el camino y, sin embargo, la mayoría de nosotros no seguimos el camino que él nos muestra.

            Somos nosotros los que sugerimos soluciones a los problemas, y la mayor parte de las veces no confiamos en la presencia y en la acción de Dios. Le pedimos, en cambio, que sea él quien se convierta en discípulo nuestro y que aprenda de nosotros que lo sabemos todo...

            Jeremías, en la primera lectura, se queja a Dios. Él quería ser un profeta de buenas noticias, un cortesano del establishment, y se ha convertido en un pelmazo insoportable, al que todos odian, incluso su familia. A Jeremías le gustaría dejarlo todo, tirar la toalla, pero reflexiona y vuelve a aquel fuego que le ha seducido y que no puede abandonar.

            Cuando nos ponemos en el puesto de Dios, en el lugar del fuego ardiente – como hizo Pedro - nos alejamos del camino, del amor abrasador y de la luz de la verdad.

            No nos preguntemos en qué momento nos encontramos en nuestro viaje interior, como si tuviéramos que completar una etapa de la vuelta ciclista, preguntémonos más bien si todavía vamos corriendo detrás de Cristo.