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sábado, 28 de agosto de 2021

DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)



Primera Lectura: Dt 4, 1-2.6-8
Salmo Responsorial: Salmo 14
Segunda Lectura: St 1, 17-18.21b-22.27


¿A quién iremos, Señor? Después de la prolongada y exhaustiva reflexión de los domingos anteriores, a propósito de la multiplicación de los panes y peces en el Evangelio de Juan, llegamos a una encrucijada: ¿queremos realmente un Dios así? Como Pedro, hemos sido invitados a ir a lo esencial de nuestra fe, y a preguntarnos si existe, en nuestra vida, una posibilidad concreta de vivir sin Cristo.

Hoy, salimos del pantano teológico de Juan para meternos en el avispero de la concreción de Marcos. ¿Qué será peor? Sin embargo, hay un aspecto que vincula a los dos evangelistas: la descripción de un Jesús exigente, pero que no descarta a nadie.

Hoy, Marcos apunta directamente a una actitud ampliamente difundida en la historia del cristianismo (y de toda religión): el legalismo y el pietismo.

Fuera

Enamorarse es espléndido: pasión, entusiasmo, emoción, atracción ...; es una acumulación de sentimientos que nos empuja a hacer verdaderas locuras. Los años, sin embargo, van sopesando este impulso, van vaciando este entusiasmo y los gestos – incluso los gestos del amante - es probable que suenen a falso.

Lo mismo pasa con la fe: el encuentro con Dios te vuelve del revés, te cambia la vida, te hace una persona nueva. Con entusiasmo, se descubre la oración, se celebre la fe, se reescribe la vida moral en torno a los valores del Evangelio. Pero los años también ponen a prueba hasta la fe más pura y, ésta se va deslizando inexorablemente hacia el ritualismo, el formalismo y el moralismo.

Ritualismo: cuando la celebración se convierte en una ceremonia, en una “función” litúrgica, bonita, pero sin el calor del corazón.

Formalismo: cuando realizamos los gestos de la fe, pero con el corazón cansado. Con tanta fidelidad como rutina.

Moralismo: cuando nos sentimos mejor que los demás porque respetamos las normas que, creemos, agradan a Dios.

Jesús, hoy, como un buen profeta, desmantela todas estas actitudes farisaicas.

sábado, 21 de agosto de 2021

DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Jos 24,1-2.15-18

Salmo Responsorial: Salmo33

Segunda Lectura: Ef 5,21-32

Evangelio: Jn 6, 60-69


El milagro de la multiplicación de los panes y los peces, el más llamativo, el más extraordinario, marca paradójicamente el principio del fin de Jesús.

El largo y complejo discurso que hemos ido leyendo en el último mes ha llegado a su fin; el juicio de la multitud sobre Jesús ha cambiado completamente: de ser un gran predicador y profeta, un sanador y taumaturgo capaz de mover a cinco mil familias para que le escuchen, ahora Jesús es tomado por un visionario y un loco que se entretiene en discursos incomprensibles e inaceptables.

Es la llamada por los exegetas la “crisis de Galilea”, cuando la predicación de Jesús parece irse desmoronando.

Mientras Dios nos obedezca y satisfaga, le seguimos; cuando es exigente y pide una adhesión, le abandonamos. Hasta los propios apóstoles, consternados, ya no saben qué pensar de su imprevisible rabino.

Pan sangrante

Veíamos el domingo pasado cómo Jesús tocó fondo y pidió a la multitud que se saciara con su carne, que calmara la sed con su sangre. Cristo ya tenía en mente su último regalo, la Eucaristía.

Es estremecedora esta decisión que deja al público horrorizado. Jesús, en lugar de irse, de tirar la toalla, piensa en un gesto aún más radical. Ve en el horizonte la incomprensión que se convierte en odio y violencia, y acepta el reto: llegará hasta el final, entregará cada fibra, cada gota de su sangre al proyecto de Dios.

El panorama es desolador, es el amanecer de la incomprensión que llevará a Jesús al Gólgota.

¿No es ésta, en síntesis, la historia de la humanidad? ¿No es esto la metáfora y la parábola de nuestra vida espiritual?

Mientras Jesús alimenta a las multitudes es idolatrado, cuando habla del misterio de Dios es abandonado.

Mientras Dios responde a nuestras necesidades y demandas, Él es grande, cuando, en nuestra opinión, esto ya no sucede: lo negamos y rechazamos.

¡Es el drama de un Dios que pide nuestra adhesión para llevar a cabo su obra!

El drama inédito de un Dios que, haciéndose carne y compasión, es ignorado porque nos resulta más comprensible un Dios intangible y hasta odioso en su aséptica e incomprensible divinidad.

sábado, 7 de agosto de 2021

DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

 


Primera Lectura: 1Re 19,4-8

Salmo Responsorial: Salmo33

Segunda Lectura: Ef 4, 30 – 5, 2

Evangelio: Jn 6, 41-51

 

Jesús, después de haber multiplicado el pan, se inquieta por la reacción de la multitud que, sin haber entendido nada, quiere hacerle rey. Con su gesto quiso invitar a los discípulos a implicarse, a dar de sí ante los problemas; la gente entendió, por el contrario, que Dios resolvería definitivamente sus dificultades. La multitud corre tras Jesús y lo alcanza. El Maestro comienza un discurso amargo y crudo en el que acusa a la gente de buscarlo por la saciedad, no por el hambre de verdad y de vida...

Incomprensiones

Jesús afirma ser el único capaz de satisfacer el hambre de nuestro corazón, un hambre que no se puede satisfacer haciendo cosas sino creyendo que Jesús es el enviado del Padre. El discurso que tiene lugar entre la multitud alimentada, y cada vez más exaltada, con el rabino de Nazaret es desafiante; un discurso que puede cuestionar nuestra fe y permitirnos dedicar un tiempo de las vacaciones a nuestra vida interior.

La gente está perpleja ante un Maestro que huye de la notoriedad, que se molesta porque la multitud no ha entendido el milagro porque sólo quiere tener la barriga llena (¿quién puede culparles?). Está bien una búsqueda de otro tipo de saciedad, no basada en el hacer sino en el creer; está bien no pedir señales… pero esto ya es excesivo ¿quién se cree que es? ¿El carpintero de Nazaret va a ser capaz de llenar nuestros corazones? ¿El hijo del bueno de José? ¡Esto ya es realmente excesivo!

Esto hace sonreír amargamente, porque a Jesús se le acusa de ser poco “religioso”, poco carismático, poco mesiánico. Todos tenemos una idea de Dios poderoso, glorioso, musculoso e intervencionista. Jesús de Nazaret, en cambio, desconcierta por su normalidad, tan banal en su apariencia. Así es Dios, siempre diferente de lo que podríamos esperar.

Queremos milagros, y él se esconde en lo cotidiano, le pedimos que no suframos, y él sufre con nosotros, le acusamos del dolor de los inocentes, y él nos pide que compartamos ese dolor.