Primera lectura:
Mal 3, 19-20
Salmo responsorial:
Salmo 97
Segunda lectura:
2 Tes 3, 7-12
Evangelio:
Lc 21, 5-19
La finalidad de la Palabra de Dios que acabamos
de escuchar no es describir el futuro, sino darnos como creyentes fuerza y coraje
para que podamos vivir con autenticidad el seguimiento de Jesús, en medio de las
pruebas y dificultades, reconociendo el valor del tiempo presente.
Está claro que las cosas no van bien, lo sabemos
de sobra.
Los acontecimientos del mundo nos inquietan, añoramos
un poco la bendita ignorancia de los tiempos pasados y el resignado fatalismo
de quién, por ejemplo, recibía por correo la noticia de que debía ir a morir en
alguna estúpida guerra pensada por algún genio de la política o custodio de un nacionalismo
excluyente… pero las cosas quedaban más lejanas (ojos que no ven, corazón que
no siente).
Hoy, en cambio, te llegan las noticias inmediatamente
por el móvil: la tragedia diaria de los emigrantes en Lampedusa, en Ceuta y
Melilla, ahora agravada con los alambres de “concertinas”; la situación en Siria
que es una catástrofe; las olvidadas guerras en África que se eternizan,
mientras Europa mira para otra parte; la economía que está parada; la mala política
que hace huir de su entorno a las personas normales; la tendencia de la gente al
pleito y al litigio que es enorme.
La pequeña aldea global ya salpica también la
piel de cada ciudadano, todas las calamidades nos llegan al instante: los hermanos
filipinos han sido destruidos por la furia del tifón Yolanda; los de Madrid invadidos
por la basura, llenar la costa gallega de chapapote no cuesta un duro; una gran
mayoría de gente no tiene un trabajo digno de este nombre y quisieran coger un
fusil si supieran a quien disparar... La rabia y la indignación, hermanos, es
el pan de cada día…
El miércoles pasado, el Papa Francisco decía: ”He
recibido con dolor la noticia que hace dos días en Damasco, algunos golpes de
mortero han acabado con la vida de niños que volvían de la escuela y con la del
conductor del autobús que los transportaba. Otros niños han resultado heridos.
¡Recemos para que no sucedan jamás estas tragedias! Recemos con fuerza. Estos
días estamos rezando y uniendo nuestras fuerzas para ayudar a nuestros hermanos
y hermanas de Filipinas, afectados por un tifón. ¡Estas son las verdaderas
batallas que hay que combatir! ¡Por la vida, nunca por la muerte!”.