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jueves, 23 de junio de 2022

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo C)


Primera Lectura: Ez 34, 11-16
Salmo Responsorial: Sal 22
Segunda Lectura: Rom 5, 5-11
Evangelio: Lc 15, 3-7


La fiesta del Sagrado Corazón, que tiene un origen devocional, ligada a una aparición vivida por la religiosa salesa Santa Margarita Mª de Alacoque, en Paray-le-Monial, pone de relieve una verdad simple, intensa y radical: que en el centro de nuestra fe está el amor de Cristo.

Tenemos que quitar el tono dulzón y las referencias decimonónicas que se le han dado esta fiesta, tenemos que olvidarnos de unas empalagosas imágenes de un Jesús rubio, de mirada lánguida, que abre la túnica para enseñar un corazón del que salen rayos luminosos. Son éstas unas imágenes que han impactado la fe de nuestros abuelos y que hoy tenemos dificultad para acogerlas en nuestra sensibilidad contemporánea.

Sin embargo, más allá de estas representaciones icónicas, la verdad que encierra esta fiesta es enorme: Cristo nos ha amado y nos ama intensamente, sin componendas, con fuerza, con fidelidad. Si somos cristianos es porque hemos descubierto que somos amados de manera adulta, sin chantajes, sin suscitar sentidos de culpabilidad y con plena libertad.

Por medio del amor de Cristo hemos descubierto el amor del Padre; por medio de Jesús, el Maestro, hemos llegado a conocer el verdadero rostro de Dios. El amor de Cristo es un amor concreto, para nada emotivo, sino firme y ponderado. Sus opciones, su entrega definitiva en la cruz, su caminar hasta el final, amando a quien no lo amaba, entregándose a la voluntad homicida de la humanidad, redefinen lo que es el concepto del amor y del sacrificio.

Sin embargo, cada uno de nosotros se hace su idea de Dios, mezclando cosas que ha oído, convicciones personales, experiencias más o menos positivas, el instinto, la cultura, el último artículo sensacionalista sobre la Iglesia y los escándalos del Vaticano, la transmisión muy poco crítica sobre presuntos milagros... ¡Qué sé yo…!

Y, claro… ¡así se dicen las tremendas cosas que se oyen por ahí! Dan ganas, a veces, de interrumpir a alguien y decirle: “¡Oye, el Dios en el que tú crees es terrible y espantoso! ¿Por qué no lo dejas y te decides a creer de verdad en el Dios de Jesucristo?”

Para mucha gente, Dios no es ni más ni menos que un bribón al que hay que respetar, sí, pero también alguien al que hay que evitar. ¡Pobre Dios! No debe ser fácil tener que vérselas con nosotros. Tenemos que reconocerlo con honestidad: también es culpa de nuestro cristianismo haber pintado a Dios de un modo terrible, como un Dios juez despiadado, al que hay temer y respetar. Jesús, en cambio, nos muestra el rostro de un Padre que escudriña el horizonte para esperar el regreso del hijo que se ha ido de casa; a un pastor que busca durante horas la oveja perdida; el médico que ha venido para curar; el que, incluso pudiendo hacerlo, no juzga a nadie, sino que ama y perdona.

Todavía tenemos que mucho camino que recorrer, amigos, para convertir nuestro corazón a la asombrosa medida del amor del Corazón de Jesús.

            Si creemos en Dios, si hemos visto y creído en el amor del Padre, descubrimos que es sólo él quien nos empuja a creer y a luchar para dejar que sea el amor el que domine nuestra vida y nuestra fe, algo que no pueda darse por descontado, sino que pide una continua conversión, una opción, que a veces resulta dolorosa. Como la de nuestro Maestro y Señor que muestra la medida de su bondad muriendo en la cruz.

Es lo que Cristóbal Fones, un jesuita chileno, canta en su canción al Corazón de Jesús.

Quiero hablar de un amor infinito

que se vuelve niño frágil,

amor de hombre humillado.

Quiero hablar de un amor apasionado.

Con dolor carga nuestros pecados

siendo rey se vuelve esclavo,

fuego de amor poderoso.

Salvador, humilde, fiel, silencioso.

Amor que abre sus brazos de acogida,

quiero hablar del camino hacia la vida,

corazón paciente, amor ardiente.

quiero hablar de aquel que vence a la muerte.

Quiero hablar de un amor generoso,

que hace y calla, amor a todos

buscándonos todo el tiempo,

Esperando la respuesta, el encuentro.

Quiero hablar de un amor diferente,

misterioso, inclaudicable,

amor que vence en la cruz.

Quiero hablar del corazón de Jesús.

 

Hermanos, dejémonos alcanzar hoy por su amor que no pone condiciones, que no pesa, que no chantajea, un amor libre como sólo Dios sabe proponernos en el sagrado corazón de Jesús.

Que el amor esté en el centro de nuestra vida. Somos amados; podemos amar.

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