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viernes, 27 de junio de 2025

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo C)


Primera Lectura: Ez 34, 11-16
Salmo Responsorial: Sal 22
Segunda Lectura: Rom 5, 5-11
Evangelio: Lc 15, 3-7


Fiesta del Sagrado Corazón: el amor en el centro de la fe

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, nacida en el ámbito de la devoción popular y vinculada a las visiones de Santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial, pone de manifiesto una verdad sencilla, profunda y esencial: en el centro de nuestra fe está el amor de Cristo. Como nos recuerda el Papa Francisco: “En el corazón de la fe cristiana no hay una idea, una doctrina, un código moral, sino una persona: Jesucristo, en quien se ha revelado el amor del Padre” (Dilexit nos, 2).

A lo largo del tiempo, esta fiesta ha sido envuelta en un lenguaje y una iconografía que, aunque marcaron la piedad de otras generaciones, hoy nos resultan difíciles de integrar. Es posible que nos cueste conectar con ciertas imágenes dulcificadas o representaciones sentimentales de Jesús. Pero más allá de estos estilos devocionales, lo que la solemnidad quiere recordarnos es algo poderoso: Cristo nos ha amado y nos sigue amando con un amor verdadero, firme, sin condiciones ni manipulaciones. Su Corazón —dice Francisco— “no es símbolo de un amor genérico o abstracto, ni de un sentimentalismo devocional, sino de un amor concreto, fiel, compasivo, que sana, perdona y redime” (Dilexit nos, 7).

Ser cristianos no significa otra cosa que haber descubierto ese amor radical y gratuito. No un amor infantil ni culpabilizador, sino un amor adulto, libre, comprometido, que respeta y transforma. En Jesús hemos conocido el rostro del Padre, su fidelidad, su cercanía, su ternura.

El amor de Cristo no es solo un sentimiento: es una decisión. Es su entrega total, su obediencia hasta la cruz, su capacidad de amar incluso a quienes no lo amaban, su fidelidad a pesar del rechazo. Él redefine lo que entendemos por amor y por sacrificio. “Su amor no fuerza, no se impone, no chantajea: se ofrece. Y cuando es acogido, transforma” (Dilexit nos, 21).

Pero la imagen que muchas personas tienen de Dios no siempre nace de la experiencia de este amor. A menudo es una mezcla de prejuicios, supersticiones, noticias sensacionalistas, experiencias personales o ideas heredadas sin discernimiento. Y así terminamos construyendo una caricatura de Dios como un juez implacable, un poder lejano, alguien al que temer o al que hay que contentar. El Papa también lo reconoce con claridad: “Muchos viven con una imagen deformada de Dios: lo imaginan distante, severo, implacable, como si su amor hubiera que ganárselo. Esta idea no viene del Evangelio, sino del miedo” (Dilexit nos, 19).

Frente a esas imágenes distorsionadas, el Evangelio nos ofrece a Jesús: el Hijo que nos muestra al Padre como alguien que sale al encuentro del hijo perdido, que carga a la oveja herida sobre sus hombros, que cura, que perdona, que no juzga, que ama. Ese es el Dios de Jesucristo.

Todavía nos queda camino para que nuestro corazón se convierta a la medida del suyo. Pero eso es justamente lo que esta fiesta nos invita a hacer: a dejarnos alcanzar por un amor que no presiona ni exige, que no condena ni manipula, sino que transforma desde dentro y da vida (Dilexit nos, 21).

Si creemos en Dios, si creemos en el amor que Él nos ha mostrado en su Hijo, entonces podemos tomar en serio la llamada a vivir desde ese amor. No como una emoción pasajera, sino como una opción concreta, a veces difícil, que configura la vida entera. Como lo hizo Jesús. “El Corazón de Jesús no solo nos revela cuánto somos amados, sino que nos llama a amar como Él. Su Corazón es escuela de libertad, mansedumbre y entrega” (Dilexit nos, 23).

Lo expresa muy bien Cristóbal Fones, jesuita chileno, en su canto al Corazón de Jesús:

Quiero hablar de un amor infinito
que se vuelve niño frágil,
amor de hombre humillado.
Quiero hablar de un amor apasionado.
[...]
Quiero hablar del corazón de Jesús.

 

Hermanos, dejémonos tocar por este amor. Un amor que no pone condiciones. Un amor que no pesa ni chantajea. Un amor libre, generoso, silencioso y fiel. Ese es el amor que Dios nos ofrece en el Corazón de Jesús.

Que este amor esté en el centro de nuestra fe, de nuestras decisiones, de nuestra vida. Somos amados. Por eso, podemos amar.

 

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