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sábado, 28 de diciembre de 2019

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo A)

Primera Lectura: Eclo 3,2-6.12-14
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Col 3,12-21
Evangelio: Mt 2, 13-15

Fiesta de la familia, proclama la liturgia. Fiesta de la familia concreta, objetiva, real de la que cada uno proviene o que cada uno ha formado o desea formar. En estos tiempos, esta fiesta chirría y nos hace pensar: es casi una provocación que sobrevuela por encima de nuestros líos políticos y sociales al respecto, que infunde vigor y energía a nuestra cotidianidad, que da densidad a nuestra Navidad, socialmente tan aguada.
Qué nos guste o no, la familia está y permanece en el corazón de nuestro recorrido vital, de nuestra educación, a menudo es causa de mucho sufrimiento, de alguna desilusión y, gracias a Dios, causa de inmensa alegría.
Es bonito que Dios haya querido experimentar la experiencia familiar.
Da que pensar que, para hacerlo, haya elegido una familia tan desdichada y complicada.
Asombra que la Iglesia se obstine en proponer esta familia como modelo, en la que la pareja vive en la abstinencia, el hijo es la presencia del Verbo de Dios, y los esposos se ven obligados a escapar a causa de la imprevista notoriedad del recién nacido...
Pero no es en esta diversidad en lo que queremos seguir a María y José, sino en su concreción de pareja que ve la propia vida trastocada por la acción de Dios y del delirio de los hombres; en su capacidad de ponerse en juego, en serio, sin chantajes, sin angustias, para formar parte de un proyecto más grande, el que Dios tiene sobre el mundo.

sábado, 7 de diciembre de 2019

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA (Dom. 2º de Adviento)




Primera Lectura: Gen 3, 9-15.20
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: De Adviento (Rom 15, 4-9)
Evangelio: Lc 1, 26-38


Hay dos personajes principales en el Adviento, María y Juan, que nos enseñan la actitud correcta para esperar.
La Navidad llega rápidamente y corremos el riesgo de no prepararnos de verdad, de no abrir el corazón para dar la bienvenida al Mesías que viene. Es un riesgo real y siempre presente, aún más evidente en estos tiempos de profunda crisis en la que la esperanza parece extinguirse día a día.
Por eso, debemos mirar más allá de lo concreto, levantar la mirada, atrevernos a creer, encontrar nuestra verdadera dimensión en el alma. La confianza es el único gesto que nos ayuda a permanecer anclados en la vida, a no huir.
Necesitamos urgentemente personas que se conviertan en signos, que sean profecías vivientes. Como María, como Isaías, como Pablo, como Juan, el loco de Dios.

Espera
Nos preparamos a la Navidad para ser acogidos, no abandonados.
Cogidos por la noticia desconcertante de un Dios que se convierte en hombre, de un Dios que arriesga todo convirtiéndose en un niño frágil e indefenso.
Hombres y mujeres nos anuncian la venida de Cristo en gloria, y a nosotros nos toca darle la bienvenida en la historia personal de cada uno.
Isaías, profeta inmenso, sueña con un mundo en el que el Mesías trae la armonía que hemos perdido por el camino. Pablo, al final de su carrera apostólica, escribe a los cristianos de Roma invitándoles a mantener viva la esperanza, comenzando por el consuelo que proviene de escuchar las Escrituras, escritas especialmente para nosotros.
Es cierto que la gran historia está por encima, y más allá, de nuestra capacidad de comprensión. Pero en nuestro camino hacia la total plenitud, la Palabra y la Profecía nos ayudan a mantener la esperanza, esperando la venida del Señor de la gloria.

La bella María y el rudo Juan
La bella María, la niña adolescente de Nazaret nos enseña a permanecer día a día en la fe. María nos sugiere que estemos listos, porque Dios viene cuando menos lo esperas, aunque sea en el escondite de un agujero de un país como Nazaret, desconocido, a las afueras del Imperio.
Dios elige a Nazaret, pero nosotros huimos del Nazaret en el que vivimos. Al elegir a Nazaret como un lugar desde el que comienza la salvación del mundo, Dios está revocando la tabla de nuestras certezas y redefine la lógica del mundo. En la lógica de Dios, el totalmente Otro, es precisamente desde Nazaret donde comienza la historia. La mía también.
Y para nacer en nosotros, Cristo pide acogida, disponibilidad y un corazón transparente como el suyo. Un corazón que sepa cómo reconocer a los ángeles y a tantos anuncios que recibimos cada día. Así, María se convierte en la “ianua coeli”, la puerta del cielo que permite a Dios entrar en la historia. Si lo hacemos así, si, como ella, abrimos nuestro corazón, también nosotros nos convertiremos en un instrumento en las manos del Dios que busca al hombre.
Y el rudo Juan nos remueve con palabras que abofetean, en vez de acariciar.
El Bautista, con su vida, proclama la primacía de Dios en la Historia, llama a todos a salir de una visión estereotipada e inmovilista de la fe para poder encontrar lo inaudito de Dios.
Las personas notables y devotas, como los fariseos, son severamente criticadas porque su gran fe es arruinada por un ritualismo y un moralismo exasperado. Juan los sacude: no es suficiente hacer gestos audaces, cómo recibir el bautismo para convertirse, hay que cambiar la mirada, la perspectiva, el pensamiento y los hábitos. Es una seria advertencia dirigida a aquellos que ya son discípulos, entre los que nos encontramos nosotros. Estamos llamados a preguntarnos continuamente sobre el riesgo de una fe rutinaria, ya resabida y resabiada, por habitual.
Hasta la devoción más auténtica corre el riesgo de acabar en una pura exterioridad, vaciando la fe de lo más importante, que es el encuentro con Dios.