Navidad, fiesta de la alianza amorosa
Acabamos de escuchar en la lectura del profeta Isaías que Jerusalén, la ciudad destruida y prostituida por sus enemigos, desterrada y solitaria, infiel y pecadora, es, a pesar de todo, invitada por Dios a unirse a él en una alianza de amor, como una novia virgen y joven.
Esta es una de las más bellas imágenes de lo que es Navidad, día en el que brilla desbordante el apasionado amor de Dios hacia los hombres; el total y absoluto amor, más fuerte que la misma infidelidad.
Hoy se nos dice que no es cierto que Dios castigue nuestro pecado y desprecie nuestra pequeñez. El Dios de Jesús no conoce el resentimiento ni la venganza. Todo él vibra como un novio en la noche de bodas. Y en esta Vigilia de Navidad, la novia es la humanidad; mujer de cuyo seno brota y surge el bello fruto de la libertad, de la paz, de la justicia y de la alegría.
El esposo divino hoy invita a su mujer humana a vivir amando, a amar gozando, a gozar entregándose. Y nosotros lo intuimos bastante bien al considerar este día como una de nuestras fiestas populares más grandes y más bulliciosas, además de ser la más íntima y más familiar del año. Es la noche de bodas de Dios y la humanidad.
Los cristianos, tan acostumbrados a llamar Padre a Dios, hemos olvidado ese otro nombre con que la Biblia lo invoca: ESPOSO. Dos esposos son dos seres que se unen en una empresa común: amarse y gozar, crecer y hacer crecer. La figura del "padre" siempre nos deja la impresión de autoridad, de severidad, de poder y, desgraciadamente, hasta de castigo. No así la de "esposo": nuestro Dios se nos acerca seduciéndonos, sin gritos ni amenazas, enamorado de la raza humana, atrapado por nuestra condición humana. Tanto se enamora que se vuelca totalmente y se hace "hijo" de la tierra, se hace hombre: es Jesús, el Hijo de Dios.
Navidad nos muestra a este Dios presente en un niño, en todo igual a los hombres; necesitado de cariño y afecto, de una madre, de gente a su alrededor... Dios necesita de nosotros, hombres y mujeres. Y nosotros necesitamos de este Dios, que es la interioridad de nuestra vida, la plenitud de nuestro ser, la totalidad de nuestro amor.
Jesús es el hijo de Dios porque es el fruto de su amor. Pero también es el fruto de la tierra, regalo para la humanidad, la expresión de un profundo amor que reposa en el seno de una mujer. Así María, en esta Vigilia, se nos muestra con ese amor delicado, íntimo y total, que tan bien expresa lo que ha de ser una comunidad cristiana: la receptora del Espíritu de Dios y dadora de la vida de Jesús a los demás.
Celebrar Navidad es poner en el centro de nuestros intereses una sola cosa: el amor de Dios. El hijo de ese amor es Jesús. Poco importa quiénes son sus padres. Poco importa de dónde viene ese hombre o aquella mujer. Poco importa de qué raza, sexo o religión es esta o aquella persona. Navidad nos enseña que todo hombre y toda mujer son expresión de amor y llamada al amor.
Jesús está entroncado con los hombres y las mujeres que lo precedieron en una larga cadena que culmina en José y María (Mt 1, 1ss). Jesús pertenece a la historia de la humanidad, es totalmente hombre y con esa misma totalidad se comprometió con la historia de su pueblo. Jesús no es una abstracción, no es un mito o una leyenda, no es una abstracta doctrina ni un frío código de normas morales... Es una realidad histórica; es la presencia salvadora de Dios en la historia. Ya nadie puede afirmar que Dios sigue en las nubes o en los libros; que está alejado de nuestras preocupaciones o que solo nos espera en el más allá. Dios, desde el nacimiento de Jesús, está siempre en el más acá.
La Navidad hoy nos desafía
¿Y si Jesús no naciera esta noche? ¿Es una hipótesis tan improbable? Estamos tan acostumbrados a poner la Navidad en nuestros programas y en nuestros calendarios que ni siquiera se nos pasa por la cabeza una hipótesis de este estilo. Sin embargo, el riesgo de una Navidad sin Jesús que nace está más presente de lo que uno puede creer. En efecto, para muchos la Navidad, a estas horas, es algo ya casi pasado. Se acabó —o se está acabando— con las últimas compras y los últimos regalos adquiridos en la última tienda que ha bajado los cierres metálicos. Es verdad que queda la misa de medianoche, pero también para algunos puede no ser más que una formalidad. La historia habitual desde hace dos mil años, cargada siempre de sugestión y de poesía. La habitual invitación a ser un poco mejores y más atentos a las necesidades de los pobres.
Tal vez para tantos será una Navidad sin novedad, solo una vuelta al pasado, barnizada de un "buenismo" que no se hace nunca presente. Probablemente nadie, o más bien pocos, esperan que Jesús nazca de nuevo, que se haga de nuevo un ser humano. Y si Jesús no nace, todo queda como antes. La Navidad solo será un día de recuerdo de alguien que ya no está. La esperanza de los pobres será poco más que una ilusión... y el comienzo de una humanidad nueva quedará diferido una vez más.
Hace falta nuestro "material humano", nuestra implicación, que convierta la Navidad en una buena noticia; hace falta un prodigio más grande todavía que el de hace dos mil años, algo que solo Dios puede realizar. Si Jesús no nace, esta noche será como todas las otras noches y mañana solo será un día más del calendario. Reflexionemos. El riesgo de que Jesús no nazca es un riesgo real que está en el corazón de cada uno.
¿Te sientes desposado, o desposada, con Dios que te ama apasionadamente? ¿Ha nacido ya Jesús en tu corazón? Velemos su nacimiento.
No debemos dormir la noche santa. ¡FELIZ Y SANTA NOCHE!
No debemos dormir la noche santa
Velemos su nacimiento. La tradición española es muy rica en la expresión íntima de esta noche santa en villancicos, letrillas y canciones. Dos villancicos, de los siglos XVI y XVII, que nos ayuden a velar, con María, José y los pastores, el nacimiento del Hijo de Dios.
No la debemos dormir la noche santa, no la debemos dormir.
La Virgen a solas piensa qué hará cuando al Rey de luz inmensa parirá, si de su divina esencia temblará o qué la podrá decir.
No la debemos dormir la noche santa no la debemos dormir.
(Fray Ambrosio de Montesinos, s. XVI)
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Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno ¡Qué glorioso que está el heno, porque ha caído sobre él!
(Luis de Góngora, s. XVII)
¡FELIZ Y SANTA NOCHE!


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