Traducir

Buscar este blog

sábado, 20 de abril de 2024

DOMINGO 4º DE PASCUA (Ciclo B)

Primera lectura: Hch 4, 8-12
Salmo Responsorial: Salmo 117
Segunda lectura: 1 Jn 3,1-2
Evangelio: Jn 10, 11-18


Jesús resucitado abre el corazón de Tomás y afloja su dureza y su dolor; el Resucitado se hace presente entre sus apóstoles y les abre la mente a la inteligencia de las Escrituras, para entender la profundidad del Misterio y para revelarnos que él es el único Pastor, que sabe a dónde quiere conducirnos, que lo hace en serio, y que lo hace con pasión. Su muerte no ha sido un accidente laboral o de tráfico, sino la ofrenda de su vida entregada por sus ovejas.

Los apóstoles han vivido con Jesús durante tres largos años, pero sólo después de la resurrección son capaces de superar esa cercanía superficial que han tenido con Jesús, y empiezan a explorar las profundidades del Misterio. Como sucede con nosotros, cristianos viejos - podíamos decir -, que necesitamos la luz del Resucitado para poder descubrir quién es realmente Jesús. Y quiénes somos nosotros.

Una pregunta esencial

¿Yo, a quién le importo? ¿Quién me importa a mí? ¿Yo, para quién soy admirable, importante, esencial? En el recorrido de nuestra vida esta pregunta, antes o después, se va a convertir en la única pregunta esencial.

Cuando experimentamos la fragilidad de nuestro ser y de nuestros límites, cuando vemos que los éxitos más anhelados no llenan nuestro corazón, sino que lo abren a deseos nuevos e insaciables; cuando la vida se estrella contra un muro, nos hacemos esta pregunta simple y terrible: ¿yo, a quién le importo?

En el corazón humano

Importamos a quien nos quiere, a nuestros padres que nos han engendrado, ciertamente. Pero, demasiado a menudo, sabemos que la vida nos hace chocar con los límites de nuestros mayores. Convertirse en adultos significa también, encontrarse con la fragilidad y el egoísmo que habita dentro de cada corazón, y de cada familia y de cada comunidad.

Para muchos, importa la persona con la que se ha construido una vida de pareja y una familia, aunque al pasar los años y al entibiarse los sentimientos se suscite alguna amargura de más, alguna desilusión y algún fracaso.

Para todos, importamos a nuestro jefes y superiores, a los vecinos, a los colegas, aunque sólo sea por el interés, o por un provecho, o una recompensa.

Y nosotros también sabemos, si somos honestos con nosotros mismos, que, casi siempre, queremos a quien nos quiere, o a aquellos de quien esperamos sacar algún beneficio.

sábado, 13 de abril de 2024

DOMINGO 3º DE PASCUA (Ciclo B)


 Primera lectura: Hch 3, 13-15.17-19
Salmo Responsorial: Salmo 4
Segunda lectura: 1 Jn 2, 1-5
Evangelio: Lc 24, 35-48

Los discípulos de Emaús regresan corriendo a Jerusalén y les cuentan a los apóstoles su encuentro inesperado con el caminante. Hablan apasionadamente, mientras que Tomás y Pedro sienten que se les llena, aún más, el corazón.

El caminante, la conversación, los reproches, la posada y aquel gesto, único, extraordinario, espléndido, que han visto hacer cientos de veces: el partir el pan. Pero aquel gesto en aquel momento preciso es diferente, ha cambiado, se ha transfigurado y, con aquel gesto, es como los discípulos han reconocido a su Señor.

Sí, amigos, Jesús está realmente resucitado, esta es la verdad, él es la Revelación del amor del Padre para todo el género humano.

También los dudosos, los heridos, o los dañados como Tomás, pueden tener esperanza. No hay un plazo determinado para convertirnos a la alegría, tenemos todo el tiempo que haga falta para abandonar los sepulcros, y dejarnos habitar por el espíritu del Resucitado.

De vuelta de Emaús

Y mientras los discípulos hablan del resucitado, Jesús aparece y les da la paz. Quizás también os ha pasado a vosotros: Jesús resucitado ha llegado a ti cuando otro te ha hablado de ello, comprometiéndose, abriendo el corazón. Sucede así desde hace dos mil años: el Señor despierta nuestros corazones mediante las ardientes palabras pronunciadas por sus discípulos.

Dios pasa a través de nuestras débiles voces, traspasa la barrera de nuestras incoherencias y de nuestras incongruencias y nos alcanza justo allí donde nunca lo hubiéramos esperado.

También Dios ha llegado a nosotros por la predicación de los testigos del resucitado. Pensemos en los mediadores de nuestra fe: nuestros padres, nuestros catequistas, los cristianos que nos han impactado por su entrega incondicional a los demás, los buenos ejemplos de quienes han devuelto bien por mal, aquellas personas en cuya vida hemos intuido cómo Dios nos ama.

Pero estas personas no han sido ni superhombres ni supermujeres, tal vez incluso pudieron ser poco creyentes, como los dos de Emaús, o como los atemorizados apóstoles, o como las mujeres en el sepulcro. ¿Cómo es posible la presencia de las mujeres en el sepulcro? Pues, sí. Jesús sabe que las mujeres, en Israel, ni siquiera podían hablar en público; su testimonio no contaba. Y es, precisamente, a ellas a quienes les confía el mensaje de su resurrección.

Sí, amigos, a nosotros débiles, frágiles, incoherentes, cojos y vacilantes, es a quien Dios confía el tesoro inestimable de su Palabra.

Las dudas permanecen

Las dudas permanecen incluso después de la resurrección, aunque seamos apóstoles testigos del Señor. Como los discípulos, tantas veces pensamos que Jesús se nos ha de aparecer de modo misterioso, como un fantasma, o de una forma prefijada y calculada, o con pruebas apodícticas e irrefutables. Pero no es así. Nos movemos en otro ámbito, el de la fe, de la confianza, y nadie puede garantizarnos que todo lo que decimos sea absolutamente evidente o medible. En este ámbito, vivimos sólo de fe y de confianza en la vida y en la palabra de Jesús. Sólo con la fe, con la confianza en Jesús, podemos experimentar lo concreto de la ternura de Dios.

domingo, 7 de abril de 2024

Solemnidad de la Anunciación del Señor (8 de abril, en Pascua)


Primera Lectura: Is. 7,10-14; 8,10
Salmo Responsorial: Sal. 39
Segunda Lectura: Heb. 10, 4-10
Evangelio: Lc. 1,26-38

Celebramos hoy, con alguna semana de retraso, la fiesta de la Anunciación, convencionalmente situada nueve meses antes de Navidad. El reclamo de los comienzos de la aventura de Jesús nos permite reflexionar sobre la voluntad salvífica de Dios que desea la salvación del género humano.

Encarnación y Resurrección forman parte de una misma lógica: por amor Dios se convierte en uno de nosotros para revelarse y darse a conocer; por amor decide ir hasta el final, hasta una muerte de cruz para vencer sobre las tinieblas de la muerte resucitando. Demasiado a menudo, en cambio, hemos hecho del nacimiento de Jesús una especie de fiesta aparte, una fiesta llena de emociones infantiles que cosquillea los sentimientos sin llegar a convertir los corazones.

Bien han hecho los hermanos ortodoxos al representar la Navidad en sus iconos pintando un recién nacido envuelto en el sudario y colocado en la tumba como pesebre... Quiere decir, que aquel niño ya es el crucificado y resucitado.

Hoy releemos el encuentro del misterioso y amable ángel Gabriel que habla de igual a igual con esta jovencita de Nazaret y descubrimos cuál es la grandeza del pensamiento de Dios. Porque en aquella minúscula casa de aquel minúsculo país apoyada en un declive rocoso, en el que la gente excavaba las grutas naturales de unas viviendas frescas y secas, allí, sucede lo más inesperado e impensable de Dios. La protagonista es una quinceañera iletrada de un país sometido a la esclavitud de Roma, en los confines del mundo.

sábado, 6 de abril de 2024

DOMINGO 2º DE PASCUA (Ciclo B)


Primera lectura: Hch 4, 32-35
Salmo Responsorial: Salmo 117
Segunda lectura: 1 Jn 5, 1-6
Evangelio: Jn 20, 19-31

¡Ha resucitado! La noticia ha atravesado los siglos y ha llegado hasta nosotros, hoy.

Millones de hombres y mujeres han descubierto la simple verdad: es inútil buscar al crucificado, no está aquí, ha resucitado. No está reanimado ni simplemente vivo en nuestra memoria: Jesús de Nazaret ha resucitado de la muerte y vive para siempre.

Su tumba, preciosamente guardada en Jerusalén, vuelve a convocar a cientos de miles de personas cada año, hombres y mujeres que, más o menos conscientemente, afrontan un viaje, que en el pasado era largo y peligroso, para visitar una tumba. Una tumba vacía.

Ciertamente, la cosa puede dejarnos indiferentes o llenos de dudas.

Especialmente en estos tiempos frágiles, somos conscientes de que la fe en el resucitado pide un salto de calidad. Una cosa es creer que un buen hombre, un profeta llamado Jesús, nos ha hablado de Dios de modo innovador. Y otra cosa es profesarlo resucitado y presente, confesarlo como la manifestación misma de Dios.

Es lo que le pasa al apóstol Tomás.

Tomás está decepcionado, amargado, derrotado. Su terremoto interior tiene un nombre: crucifixión. Allí, sobre el Gólgota, Tomás ha perdido todo: la fe, la esperanza, el futuro, en definitiva ha perdido a Dios.

Estuvo vagando durante días, como los demás, huyendo por miedo a que le encontrasen y matasen. Humillado y trastornado, se encuentra en el Cenáculo con los otros apóstoles que le dicen que han visto a Jesús.

Y, allí, Tomás se endurece. Juan no nos habla de ello y respeta la privacidad, pero podemos imaginarnos lo que Tomás dijo a los otros. ¿Tú, Pedro? ¿Tú, Andrés? ¿Y tú, Santiago? ¿Me decís que él está vivo?

Escapamos todos como conejos; ¡hemos sido débiles, no hemos creído a Jesús! Sin embargo, él ya nos lo había dicho, nos avisó. Sabíamos que podía acabar así, y no le acompañamos, no fuimos capaces. ¿Ahora, justo vosotros, venís a decirme que lo habéis visto vivo? No, no es posible.  ¿Cómo os voy a creer? Si primero decís una cosa y luego hacéis otra. No os creo.

Tomás es uno de los tantos escandalizados por la incoherencia de nuestras vidas, por la incoherencia de los discípulos de Jesús. Pero él se queda, no se va; aunque esté muy enfadado y lo manifieste así. Y hace bien.

Tomás regresa a la comunidad sólo por el Señor. Y el encuentro es un río de emociones. Jesús lo mira, le enseña las manos, y le habla: Tomás, sé que has sufrido mucho. También yo, mira. Y le muestra sus llagas.

Y Tomás se derrumba porque ve que Dios también ha sufrido, como él.

Sin ver

Estamos llamados a creer, a confiar sin ver. Seremos felices si creemos sin ver. Pero no como ingenuos simplones y atontados arrastrados por los líderes. La fe es, precisamente, la confianza en lo que no vemos, pero que experimentamos como verosímil. El problema, en tal caso, será saber que quien nos habla merece, o no, nuestra confianza.

Jesús resucitado se aparece a los apóstoles y les da la paz, el Espíritu y el perdón de los pecados.

Sólo por el Espíritu podemos experimentar la paz del corazón de quien se sabe reconciliado y se convierte, a su vez, en dispensador de perdón para los demás. Encontrar a Jesús resucitado es un acontecimiento del alma, que parte de la curiosidad, se alimenta de inteligencia, y llega a la fe.

La curiosidad empieza en el encuentro con personas que, aunque sean pocas siempre son más de las que imaginamos, personas que viven en la paz del corazón, reconciliadas con ellas mismas, y que descubren que son discípulas del resucitado. También nosotros como ellas, podemos seguir a Jesús y descubrir que sólo los que miran lo encontrarán.

sábado, 30 de marzo de 2024

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN (Ciclo B)



Primera lectura: Hch 10, 34a.37-43
Salmo Responsorial: Salmo 117
Segunda lectura:  Col 3, 1-4
Evangelio: Jn 20, 1-9

Pedro y Juan corren en el silencio de la ciudad todavía inmersa en el sueño, pisando el adoquinado recién restaurado por el rey Herodes. Los mercaderes están sacando las mercancías para la jornada después del descanso sabático. El sol se está levantando, e inunda de luz la piedra que reviste las casas de Jerusalén. Juan, más joven, se adelanta a Pedro corriendo por las apretujadas callejuelas de la ciudad, desde el monte Sión hasta el Gólgota, fuera ya de las murallas. Allí, unos troncos verticales, como árboles resecos y desmochados, esperan nuevos condenados. La sangre condensada tiñe de rojo la madera oscura de los leños.

Corren sin aliento. Pedro, menos joven, se detiene y Juan llega primero al sepulcro, jadeante, con el corazón que late alborozado en su pecho. Espera y recuerda el rostro trastornado de María de Magdala que, diez minutos antes, lo sacó de la cama para avisarle: “¡Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto!”

Los soldados romanos de guardia han desaparecido, la tumba está abierta, la pesada piedra que bloqueaba la entrada volcada por tierra. Luego llega Pedro y los dos discípulos entran con cautela... y miran.

Pero no ven nada. Jesús ha desaparecido. Nada, sólo la sábana que envolvía el cadáver de Jesús está en su sitio, como desinflada, nadie la ha tocado, y la mentonera allí también en su sitio, como si Jesús se hubiera disuelto. El sudario y las vendas usadas para cubrir el rostro destrozado, en cambio, están puestas al lado en un hueco aparte. No hay más.

Sin embargo, Juan ve y cree. Ve una tumba vacía… y cree.

Ve una ausencia, ve un vacío, no ve nada más. Podría pensar, como hizo Magdalena, como muchos dirán, que el cuerpo había sido robado. Y en cambio no es así. Él cree.

Un padre de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, observa agudamente que viendo los discípulos la tumba tan en orden, entienden que el cuerpo de Jesús no ha sido robado: ningún ladrón se detiene “a pasar la aspiradora” en la casa que ha desvalijado.

Es nuestro modo de ver las cosas lo que interpreta la realidad. Ante el vacío, Juan ve plenitud; en la ausencia, vislumbra una presencia nueva.

Tumbas

Aquella tumba vacía, el último dramático regalo hecho a Jesús por parte del discípulo José de Arimatea, rico y poderoso, que no pudo salvar de la muerte a su Maestro, aquella tumba ha quedado allí en Jerusalén, vacía, como testigo mudo de la resurrección.

viernes, 29 de marzo de 2024

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA (Ciclo B)

 


Primera Lectura: Ez 36,16-28
Salmo Responsorial: Salmo50
Segunda Lectura: Rom 6,3-11
Evangelio: Mc 16, 1-7

  Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado, no está aquí!

 El tono del ángel, en el Evangelio de Marcos que hemos leído esta noche, es perentorio, no admite respuesta. Jesús ha resucitado, es inútil tratar de embalsamarlo. Está vivo, es inútil buscarlo en las tumbas de los cementerios.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, nuestra fe está embalsamada y es una fe más propia de un camposanto.

Como si adorásemos a un difunto. Como si nuestra fe tuviera más que ver con un recuerdo agradecido que con una actualidad ardiente y viva...

Jesús Nazareno ha resucitado, amigos míos. Está vivo y presente.

No revivido, ni vivo en nuestra memoria y en nuestros ideales, sino vivo y presente para siempre, aquí y ahora. Toda nuestra fe, dos mil años de cristianismo, las decisiones de millones de personas se basan en esas palabras que nos llegan hasta hoy. No está aquí. ¡Ha resucitado!

Dejemos de honrar a un cadáver. Porque Él está vivo.

Perplejidad

Es interesante volver a meditar sobre el inquietante evangelio de Marcos. En él vemos que, tras el anuncio del ángel, Marcos no teme escribir un final desconcertante en el versículo 8, que la liturgia no incluye.

Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.  (Mc 16,8).

El Evangelio de Marcos termina con el silencio. Una huida comprensible ante un acontecimiento de tal magnitud. Indudablemente, sin embargo, ese "no digas nada a nadie" ha cambiado, de lo contrario no estaríamos hoy aquí para celebrar al Resucitado.

¿Por qué Marcos termina su relato de esta manera tan poco edificante?

jueves, 28 de marzo de 2024

VIERNES SANTO EN LA MUERTE DEL SEÑOR


Primera Lectura: Is 52, 13 - 53,12
Salmo responsorial: Salmo 30
Segunda Lectura: Heb 4, 14-16; 5, 7-9
Pasión de N.S.J.C.: Jn 18,1 - 19,42

La Palabra proclamada en el día de hoy ya resulta lo suficientemente elocuente, sin que un comentario pueda añadir gran cosa, pues lo que tenemos delante para nuestra contemplación es el Hijo del Hombre escarnecido ante el mundo, es el drama entre la paz y la violencia, entre el rechazo y la reconciliación, entre la muerte y de la vida.

Cada uno puede comprender, sin muchas palabras, que todo el ser humano, toda la vida, y el sentido de la historia y del mundo, están puestos en juego aquí, ante Cristo muerto en cruz. Casi dan ganas de desaparecer y dejar el puesto al Misterio del Amor y misericordia así manifestado. Pero no me resisto a poner rostros concretos a la Pasión de Cristo que acabamos de proclamar: el rostro de los crucificados de la Historia, en quien hoy sigue muriendo el Siervo el Justo, llevado al matadero.

No se trata de una narración sociológica, ni de un manifiesto revolucionario ante la opresión producida, de modo aterrador, por los poderosos y las fuerzas del mal. Se trata de contemplar al Crucificado reconociendo que en tantos hermanos nuestros descartados, sufrientes y maltratados de tantas formas, es el Hijo de Dios el que sufre, padece y muere. Ellos son los rostros de la pasión de Cristo. 

En nuestro mundo estamos sumidos cada vez más en una cultura de muerte que fomenta el aborto, el suicidio y la eutanasia; la guerra y el terrorismo, la violencia de todo tipo y la pena de muerte, como método para resolver los conflictos; el tráfico y consumo de drogas; el drama humano del hambre y la pobreza.

miércoles, 27 de marzo de 2024

JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR



Primera Lectura: Ex 12, 1-8.11-14
Salmo Responsorial: Salmo 115
Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23-26
Evangelio: Jn 13, 1-15


Comenzamos el Triduo Pascual; los tres días más largos del año, las últimas horas de Jesús de Nazaret. Esta mañana, en todas las Catedrales del mundo, los sacerdotes se reunieron con su Obispo para consagrar los óleos del consuelo y, finalmente, esta tarde en todas las parroquias, desde las grandes ciudades a las apartadas comunidades rurales, recordamos aquella entrañable noche, aquella cena llena de emoción en la que el Señor inventaba el pan para el camino; el momento en que cada sacerdote se siente llamado a repetir aquel gesto; el momento en que, pidiendo a los apóstoles que repitieran aquella acción, el Señor Jesús instituyó el sacerdocio...
 
El último acto
El último acto de Jesús comienza aquí, con esta Cena que es la presencia del Señor entre nosotros. Él desea ardientemente comer la Pascua con nosotros: su corazón arde como una antorcha, su Presencia es un incendio de amor.

Jesús, al final, cumple todo lo que ha dicho y hecho con un gesto que nadie, ni siquiera los apóstoles, habrían podido imaginar:  el Señor Jesús se entrega y se deja destrozar. Lo suyo no son solamente bonitos discursos y vacías palabras. El gesto de la muerte en cruz es definitivo e inequívoco:  no cabe ser interpretado, sólo puede ser acogido o rechazado.

Jesús está a punto de vivir el amor completamente, hasta la paradoja, como la mayor parte de las veces había predicado. En este gesto, nos está diciendo: “Tu corazón está endurecido, no has entendido lo que te quiero, y el único modo para hacerte entender la alhaja que tú eres para mí, es que mi amor se convierta en sangre derramada, en un regalo absoluto de mi vida por ti”. Juan el evangelista introduce la Pasión en su evangelio diciendo: “Jesús, después, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

Jesús elige entregarse a cada uno de nosotros de un modo sencillo, pobre y escandaloso. De un modo que nos llena la cabeza de duda y perplejidad: ¿Cómo es posible que un poco de pan, un poco de vino sea la presencia viva de Jesús entre nosotros? Pascal nos contestaría: “Si creo que Dios se ha hecho hombre, no tengo ningún problema en creer que pueda hacerse pan y vino.” Jesús, de entrada, acepta el riesgo de la incomprensión y sigue entregándosenos cada día, también hoy.

Jesús acepta no ser comprendido en nuestras eucaristías, a veces descoloridas, con poca fe, apresuradas y muchas veces improvisadas. Vivamos esta celebración con el corazón abierto, dejémonos ser colmados de asombro por este regalo sin medida que nos hace el Señor de sí mismo.

Digámosle con ternura: nosotros celebramos la cena, Señor, y te hacemos presente; ¡gloria y alabanza a ti Señor, nuestro pan y nuestro vino!
 
Se acabó
Jesús sabe muy bien que el tiempo se le acaba. ¿Habrá hecho todo lo posible para convertir el corazón de las personas, el corazón de su pueblo? ¿Le queda algo por hacer? Jesús, como también nos ocurre a nosotros, experimenta el límite, tantea su fragilidad y sopesa el rechazo humano. ¿Qué podemos hacer con un Dios que dialoga y que nos deja libres para elegir? ¿Qué podemos hacer con un Dios que rechaza las reglas para pedirnos únicamente que amemos?, porque el amor no puede encerrarse en el estrecho cauce de un código. ¿Qué podemos hacer con un Dios que nos llama “amigos”, obligándonos con ello a tomar partido por Él?

sábado, 23 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS (Ciclo B)


Primera Lectura: Is 50, 4-7
Salmo Responsorial: Salmo 21
Segunda Lectura: Flp 2, 6-11
Evangelio: Mc 14,1-15,47

La Cuaresma se acaba

Hemos seguido a Jesús Maestro durante los 40 días de la Cuaresma tratando de convertir nuestro corazón, esforzándonos en cambiar la imagen horrible de Dios que casi todos llevamos en el corazón. Quisiéramos un Mesías musculoso y triunfante… y Jesús es un Mesías manso y corriente. Además, tenemos la idea de que la fe es necesaria pero mortalmente aburrida... pero Jesús nos habla y nos muestra la inmensa belleza de Dios. Nos dirigimos a Dios como cuando contratamos un favor... y Jesús vuelca los tenderetes de nuestros mercados para desvelarnos el rostro de un Padre que sabe lo que necesitan sus hijos. A veces pensamos que Dios es misterioso e incomprensible, que nos manda pruebas en la vida... y Jesús dice que el único deseo de Dios es nuestra salvación. Nos acercamos a la cruz con toda superficialidad… y Jesús morirá en la cruz, desnudo y entregado, para desvelar de manera inequívoca el verdadero rostro de Dios.

Una semana “santa” de otro modo

La semana que hoy iniciamos, tan grande y tan importante que se le llama santa, es la joya del año litúrgico, una perla demasiado a menudo olvidada por nosotros cristianos, en beneficio de otras fiestas quizás más sentimentales, pero empapadas en relecturas consumistas, como es la Navidad.

Aquí no. Un muerto en una cruz no vende, no suscita sentimientos de bondad. Más bien se habla poco y mal de este Dios que sube a la cruz y muere. Sigue siendo difícil de entender el misterio de una tumba vacía y el sentido profundo de la palabra “resurrección.” Efectivamente así es. La Iglesia se detiene asombrada a meditar en este tiempo sobre la inmensa medida del amor de Dios. Durante la Semana Santa nos paramos, día tras día, hora a hora; ajustamos nuestros relojes en aquel momento crucial para la historia de la humanidad; nos sentamos como espectadores a contemplar, una y otra vez, el rostro del Dios que muere.

Jesús, el Señor, se prepara para morir. Celebra su presencia en la última Pascua, la nueva y definitiva; es detenido, condenado y ejecutado, enterrado y, finalmente, vivo.

En esta preciosa semana, en todo lo que hagamos en ella, en el trabajo o en el descanso, podremos pararnos, entrecerrar los ojos y pensar en Cristo, en sus sentimientos, en su angustia, en su ardiente pasión, en sus deseos más profundos.

Hora a hora iremos asistiendo, con los ojos de la fe, al espectáculo de un Dios que muere por amor.

Ramos de olivo

Y esta semana inicia hoy, domingo de Ramos, preñada de recuerdos de niño, de ramos de olivo y palmas adornadas agitadas para manifestar la alegría del encuentro con el Señor.

Ironía de la incoherencia humana: las mismas voces, los mismos brazos, ya no con las palmas abiertas hacia el cielo, sino con los puños apretados, transformarán su alegría por el hijo de David, en una invocación terrorífica, en un escalofriante grito de muerte: “¡Crucifícalo!”.

lunes, 18 de marzo de 2024

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ - 19 de marzo




Primera Lectura: 2 Sam 7, 4-5a.12-14a.16
Salmo Responsorial: Salmo 88
Segunda Lectura: Rom 4, 13.16-18.22
Evangelio: Mt 1, 16.18-21

Hay una tradición que supone que José ya era un hombre maduro cuando se casó con María. Y, sin embargo, el conocimiento sociológico del país de los judíos en aquellos tiempos indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Sin embargo, esa antigua tradición prefirió presentar a José viejo para justificar su desaparición precoz, según los textos bíblicos.

Hay una tradición que supone que José ya era un hombre maduro cuando se casó con María. Y, sin embargo, el conocimiento sociológico del país de los judíos en aquellos tiempos indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Sin embargo, esa antigua tradición prefirió presentar a José viejo para justificar su desaparición precoz, según los textos bíblicos.

De hecho, cuando empieza la vida pública de Jesús, su padre adoptivo no aparece nunca. Lógicamente se puede suponer su muerte, pero no hay por qué suponerle por ello una edad avanzada. Hay que tener en cuenta que la mortalidad era muy grande y, probablemente, la edad media de los judíos no pasaba de los 30 años. No es, pues, equivocado suponer que José, el carpintero, fuese un joven de unos 20 años cuando afrontó el dilema ante del misterioso embarazo de María.

Contemplemos, por tanto, con esta idea la ternura juvenil de aquella pareja y la generosidad quizás ingenua de José en los primeros momentos, premiada con la revelación que lo muestra y sitúa tan cercano al Mesías.

Al pobre José le estaba pasando de todo en la vida. Primero, Dios que le roba a la chica y, luego, el agobio de un hombre como él - carpintero acostumbrado a la garlopa y los clavos – con el agobio y la fatiga de tener que comprender la situación de un niño tan especialmente ordinario y una mujer tan querida, pero toda ella envuelta en el Misterio.

Tan es así que nosotros los cristianos nos hemos puesto a rellenar los agujeros que el evangelio deja tan ampliamente al descubierto, como si no bastara lo que hoy nos cuenta Mateo de José, inventándonos así una improbable figura del silencioso carpintero de Nazaret que tampoco satisfacer del todo nuestra curiosidad.

sábado, 16 de marzo de 2024

DOMINGO 5º DE CUARESMA (Ciclo B)


Primera lectura: Jer 31, 31-34
Salmo Responsorial: Salmo 50
Segunda lectura:  Heb 5, 7-9
Evangelio: Jn 12, 20-33


Dios sólo tiene un deseo: salvarnos, hacernos felices, llenar de ternura nuestro tibio corazón. Dios se ha tomado la molestia de venir a decírnoslo en la persona de Jesús, el hijo de Dios, que nos desvela cumplidamente el designio del Padre, y además nos dice que está dispuesto a morir por conseguirlo.

En este recorrido de vida que es el Cuaresma, se nos ha ido pidiendo una reiterada conversión: pasar de la idea de un Mesías triunfante a la de un Mesías modesto; pasar de un Dios al que corromper para conseguir nuestro propio beneficio, y con el que hay que regatear la salvación, al Padre que sabe lo que necesitan sus hijos; pasar de un Dios misterioso y extravagante que nos juzga con severidad, al Dios que desea nuestra felicidad más de lo que nosotros mismos la deseamos.

Somos libres, espléndida y dramáticamente libres, porque el amor es libre y nos hace libres. Pero con esa libertad Dios corre el riesgo de ser rechazado y acepta el hecho de que nosotros podemos elegir las tinieblas, aunque eso impida que nuestras obras salgan a la luz.

Frente a la libertad del hombre, Jesús queda descolocado. El gran proyecto del anuncio del Reino, que ha estado llevando adelante con pasión durante tres años, ahora se está revelando como un fracaso. Después del entusiasmo del principio, la gente considera a Jesús una estafa porque los romanos todavía están allí, los enfermos siguen siendo numerosos, el reino mesiánico, ingenuo y triunfante, no ha llegado todavía. Poco o nada ha cambiado. El Nazareno no puede ser el verdadero Mesías.

Queremos ver a Jesús

Los griegos del evangelio querían ver a Jesús. Como nosotros. Eran los paganos que simpatizaban con la religión hebrea, que subían a Jerusalén para obtener la iluminación, para entender, para creer. Alguien les había hablado del Nazareno y querían conocerlo. No hay ninguna superficialidad en su solicitud, sólo un sincero deseo.

Y se sirven de Andrés y Felipe para facilitar un encuentro, ya que sus nombres mostraban una procedencia extranjera.

A nosotros nos pasa lo mismo: la curiosidad nos empuja hacia Dios. Creemos conocerlo desde hace tiempo y, sin embargo, no acabamos nunca de encontrarlo realmente. Tenemos la cabeza llena de palabras e ideas sobre Dios y corremos el riesgo de pasar toda la vida creyendo que creemos. La fe, en cambio, es el deseo de encontrarnos con el Señor.

También nosotros queremos ver a Jesús, pero este encuentro sólo ocurre por la mediación, a veces pobre y cansada, de personas como Felipe y Andrés. Son los discípulos de Jesús, todavía hoy, los que nos hacen posible el encuentro con Dios, los que nos indican el camino.

 Y lo que Jesús les dice a los griegos en ese encuentro es desconcertante, es una nueva lógica: la lógica de la donación, de la entrega, de sí mismo.

El grano de trigo

Los griegos del evangelio – los paganos - escucharon la difícil Palabra de Dios. También fueron los griegos los que teorizaron sobre la existencia de los mejores (aristoi), llamados a mandar.

sábado, 9 de marzo de 2024

DOMINGO 4º DE CUARESMA (Ciclo B)


Primera lectura: 2 Cro 36, 14 -16.19-23
Salmo Responsorial: Salmo 136
Segunda lectura: Ef 2, 4-10
Evangelio: Jn 3, 14-21

¡Qué difícil es convertirse! ¡Qué difícil es creer en el Dios de Jesús!

Qué difícil es saber elegir de qué parte estar en la vida, siempre descoyuntados (como si de un potro de tortura se tratase) entre las demasiadas cosas que hacer, inquietos y resignados, atropellados por mil preocupaciones, sin tiempo para el sosiego.

Por eso nos es necesario el silencio, aunque sea minúsculo, aunque sea conquistado con esfuerzo recortando algún minuto a nuestros días. Necesitamos volver a lo esencial, ahora, cuando las dificultades crecen y la tentación de la desconfianza amenaza también a nuestra Iglesia.

Teniendo fija la mirada en la belleza de Dios, que intuimos, que saboreamos, o que buscamos, podremos volcar los tenderetes de nuestras aproximadas y vanas imágenes de Dios para poder liberar de una visión mercantilista de la fe, tanto el templo de nuestro corazón como el templo de la Iglesia.

Es un recorrido largo y pesado. De eso saben algo tanto el libro de las Crónicas, como el judío Nicodemo.

Dios juez

Es connatural al ser humano tener una visión horrible de Dios, en el que proyectamos todos nuestros malos hábitos. Una imagen que llevamos en el corazón, en el inconsciente, en el vano intento de dar una apariencia de justicia a la absurda dinámica de este mundo.

El camino del hombre bíblico estaba erizado de dificultades, de continuas conversiones, de razonamientos que avanzaban entre brumas. ¿Si Dios es bueno, se pregunta la Biblia, de dónde deriva el dolor?

En particular, en el fragmento del libro de las Crónicas, que hoy hemos leído, el autor busca una respuesta a la brutal destrucción del templo y al sucesivo destierro en Babilonia. Y la dramática respuesta es que el destierro ha sido un castigo por no haber respetado el ciclo sabático de la naturaleza. Un año cada siete era sabático, para dejar descansar a la tierra; pero se dejó de hacer a causa de una avariciosa explotación de ella. Dios, juez justo, escuchó la queja de la naturaleza por él creada, y repuso el aliento de la tierra explotada durante los setenta años de destierro forzado para pueblo.

Es una visión simplista, pero, sin embargo, muy eficaz: Dios castiga el pecado del pueblo. En el Antiguo Testamento ya se había profundizado en este tema del mal, entendiendo que no es Dios el que castiga, sino el propio pecado el que nos condena. ¡El pecado es malo porque nos hace mal, porque nos hace daño!; ¡el pecado es quien nos destruye, no Dios! Sin embargo, qué connatural es esa visión de Dios, tan opresora, en nuestras creencias y en nuestra sociedad.

¿Cómo es posible que nos empeñemos en mantener semejante idea de un Dios justiciero, tan poco liberador y, por eso, tan poco cristiano? Porque el Dios, Padre de Jesucristo, es completamente otro.

sábado, 2 de marzo de 2024

DOMINGO 3º DE CUARESMA (Ciclo B)




Primera lectura: Ex 20, 1-17
Salmo Responsorial: Salmo 18

Segunda lectura: 1Cor 1, 22-25
Evangelio: Jn 2, 13-25

 

El tiempo cuaresmal se nos da para hacer un balance de situación. El riesgo real es ser arrollados por las cosas que tenemos por hacer, de no lograr dar un sentido unitario a las opciones que hemos hecho o padecido, de no tener un hilo conductor que dé un sentido al devenir de las cosas. Vamos como a empujones.

El Espíritu siempre, pero sobre todo en este tiempo, nos empuja al desierto para que nos demos cuenta de que los ángeles están cerca y nos sirven, y para amansar las fieras de la desconfianza y del pesimismo.

Estamos también invitados a redescubrir la belleza que habita el mundo, aquella belleza primigenia e insuperable que es Cristo, el resplandor del Padre. La semana pasada estuvimos en el monte Tabor para ver la belleza absoluta de Dios, y así volver a ser auténticos.

Hoy la Palabra de Dios nos ofrece otras tres indicaciones preciosas y concretas, tres actitudes que alcanzan al corazón de nuestra fe, para prepararnos a celebrar al Resucitado y para ayudarnos a resucitar con él: escuchar, meditar, liberar.

Shemá

Escucha Israel”: yo soy el Dios que te ha liberado. No el que te quiere afligir, o el que te manda las enfermedades, o el que se desinteresa de ti. Yo soy el Dios que te ha demostrado mil veces mi atención, mi cuidado y mi cariño.

Las diez palabras dadas por Dios al libertador a Israel son el meollo de la reflexión de hoy. No son diez “mandamientos”, como si fuera el reglamento de la escuela, o el Código de circulación. Más que mandamientos, son “indicaciones”, propuestas, recorridos a realizar, itinerarios de vida.

Son indicaciones para alcanzar Dios, y así poder llegar a ser más humanos. El Dios que nos ha creado nos ofrece también un manual de instrucciones, una serie de indicaciones simples para alejar y contener las sombras que descubrimos dentro de nosotros. Son diez palabras para vivir.

Palabras llenas de un absoluto sentido común, dadas por un Dios que quiere desvelar al hombre el secreto de la vida, y que le propone una vida en plenitud. Él, que nos ha creado, que sabe cómo funcionamos, y que elige un pueblo para que recorra con Él un camino hacia la felicidad.

Estas diez palabras son breves y concisas para que queden en la memoria de cada israelita, son indicaciones preciosas para descubrir el secreto de la felicidad. Señalando la parte oscura de la vida, las diez palabras nos invitan a ser prudentes, a evitar los peligros y los engaños de la realidad; nos desvelan, en definitiva, que el pecado es un mal porque nos hace daño, porque perjudica nuestro ser humano.

Sin embargo, nosotros, a menudo, acogemos los mandamientos como una antipática injerencia del Altísimo, al que nos imaginamos como un ser envidioso de nuestra libertad, y que nos corta las alas con una minuciosa serie de obligaciones sin sentido. Una visión tan distorsionada de la relación con Dios, es una amenaza que disfraza y hace grotesco el verdadero rostro del Dios de Jesús.

Purifiquemos nuestro corazón de esta horrorosa visión de la Ley, porque, en la Sagrada Escritura, la Ley de Dios es una ley de libertad, ley del amor, ley de la verdad y del crecimiento humano.

sábado, 24 de febrero de 2024

DOMINGO 2º DE CUARESMA (Ciclo B)


Primeros Lectura: Gen 22, 1-2.9a.10-13.15-18
Salmo Responsorial: Salmo 115
Segunda Lectura: Rom 8, 31b-34
Evangelio: Mc 9, 2-10

La Cuaresma es un tiempo para renacer a la vida: igual que Jesús tuvo que enfrentarse con las fieras del desierto y con sus fantasmas para decidir qué tipo de Mesías quería ser, también nosotros, en estos cuarenta días, estamos invitados a preguntarnos qué tipo de personas hemos llegado a ser y cómo quisiéramos vivir. En este tiempo permitimos que aflore nuestra alma; parándonos un poco permitimos que nuestro “interior” se apropie de nuestra vida.

Mediante la oración diaria, el ayuno, la atención a los pobres, podemos preparar en serio nuestra conversión a la alegría, podemos prepararnos a la Pascua de la Resurrección.

Desiertos

También Abrahán entra en un desierto, pero con una orden incomprensible de parte del Dios que lo ha llamado y que le ha prometido una descendencia infinita. Dios le pide que sacrifique al hijo de la promesa.

Es ésta una página terrible, absurda, una locura. Kieerkegard, filósofo del siglo XIX, ve en este drama el gesto absoluto de la fe total, y por eso Abrahán se convierte en el padre fundador de todos los creyentes.

Hay momentos y situaciones incomprensibles, insanables, absurdas en nuestra vida, en las que el dolor, tan desgarrador como es perder a un hijo, parece que prevalecen. Es entonces cuando, aunque estemos sobre el monte Moria como Abrahán con el cuchillo tendido, aunque Dios nos parezca insensato y cruel, tenemos que buscar el ánimo de mirar hacia la belleza del monte Tabor.

Colinas

Hoy, prácticamente al principio de la Cuaresma, nos fijamos en el Tabor. Comenzamos la purificación de nuestros corazones mirando a esta pequeña colina cercana a Nazareth, de una belleza salvaje, que posee una fuerza misteriosa. Jesús lleva consigo a sus amigos más íntimos a dar un bonito paseo. Y allí, sobre el monte golpeado por el viento, sucede lo inesperado. Jesús ha querido llevar consigo a los suyos para que vean su verdadero rostro. 

sábado, 17 de febrero de 2024

DOMINGO 1º DE CUARESMA (Ciclo B)


Primera lectura: Gen 9,8-15
Salmo Responsorial: Salmo 24
Segunda lectura: 1Pe 3,18-22
Evangelio: Mc 1,12-15


¡Fuera las máscaras!

Quitémonos las máscaras. Primero las del reciente Carnaval, pero sobre todo las que siempre llevamos puestas.

Comenzamos la Cuaresma, el tiempo que cada año se nos da para volver a lo esencial, para volver a nosotros mismos, para conseguir que el alma aflore en nuestra vida, en definitiva… para encontrar a Dios.

La verdad es que lo deseamos, pero también sabemos lo difícil que es conservar la fe, lo difícil que es hacer del evangelio la medida con la que juzgamos nuestra vida, lo difícil que es mantenernos en intimidad con nosotros mismos.

Este tiempo, que busca ponernos en contacto con las cosas esenciales, nos prepara para la gran fiesta de la Pascua, y hemos de ponernos en guardia para que las muchas iniciativas propuestas por las parroquias y centros de culto no nos se nos hagan rutinarias, diluidas y ya sabidas.

No se trata de quitarnos el disfraz que habitualmente llevamos en la vida de cada día, para vestir otro disfraz de penitente cuaresmal, pensando que así complacemos a Dios. El problema no es comer o no comer carne los viernes, o dar parte de mi dinero a los necesitados o a las misiones, ni poner caras largas de mortificados, sino hacer más viva nuestra fe. Hacer de nuestra fe, de nuestra confianza en Jesús, una fuente viva que riegue hasta el último surco de nuestra vida.

Como Jesús fue al desierto para decidir de qué modo afrontar su misión, así nosotros entramos en el desierto cuaresmal para enfocar bien las opciones de vida que queremos hacer.

La verdad es que, leyendo el evangelio de Marcos, uno se queda bastante decepcionado: el evangelista resume las tentaciones de Jesús en sólo dos versículos, sin entrar en el detalle. Pero vamos aprendiendo a desconfiar de las aparentes simplificaciones de Marcos, porque los matices que caracterizan su narración son un universo que tenemos que descubrir.

Espíritu

En primer lugar, es el Espíritu el que empuja a Jesús al desierto para satisfacer su deseo de verdad, de oración y de silencio. En otro fragmento del evangelio, ya habíamos encontrado al Maestro, por la noche, solo, orando con el Padre. Ahora lo encontramos concentrándose en esa relación con Dios por un largo período de tiempo.

¿Por qué nosotros no tenemos también el ánimo y el deseo de aprender en el silencio, de descubrir lo que es una oración hecha de escucha de la Palabra de Dios? ¿Por qué no nos atrevemos, empujados por el Espíritu, a dedicar algún tiempo durante el año para dejar aflorar nuestro espíritu y nuestra alma? ¡Ojalá tengamos el ánimo y el deseo de repetirle, una y otra vez, a nuestro tibio cristianismo que es el Espíritu el que nos empuja hacia nuestra interioridad!