Quedan
pocos días para celebrar lo más inaudito de Dios.
No
estamos simulando el nacimiento de Jesús. El Señor ya ha nacido, ha muerto, ha
resucitado y vive glorioso. Nosotros, en este tiempo que nos es dado, en esta
vida más o menos satisfactoria que vivimos, tenemos la tarea de dejar nacer a Dios
en nuestros corazones. No es Dios el que tiene que nacer, sino nosotros.
Cada
Navidad es un acontecimiento
estrepitoso, extraordinario y único. Hoy tenemos que renacer de nuevo.
En
este mundo convulso y violento, con una crisis económica y de valores que trunca el aliento; con la decadencia en
todos los órdenes que estamos viviendo en occidente; con una pandemia que no
cesa, con el miedo al futuro que nos hace a todos peores, es donde hemos de
renacer dejando nacer a Dios en nuestros corazones. Dejarlo nacer no como cuando
éramos jóvenes, no como hace un año, no como hace tres años, sino ahora mismo en
las circunstancias concretas de nuestra vida hoy.
Estamos
llamados a mirar más allá, arriba, en el otro, dentro de cada uno. Dios viene. Se
hace sitio entre el estiércol y elige nacer en el aire acre de un pequeño
establo.
María
La
pequeña María siente que su regazo crece, con aquella poesía y magia que sólo
las mujeres, semejantes a Dios, pueden vivir. El Verbo de Dios crece dentro de
ella, y con la Palabra haciéndose carne también crecen los titubeos y las dudas.
María sube junto a Isabel: tal vez ella sabrá darle una respuesta definitiva a
sus inquietudes, quizás ella sabrá decirle que sí, que todo lo que le pasa es
verdad. Y así sucede.
Isabel
se seca las manos en el mandil y reconoce a su pequeña prima María, que ya se ha hecho mujer. Se le acerca sonriendo
y moviendo la cabeza.
¿Cómo
has hecho para creer?, le dice. Sólo una adolescente puede tener el ánimo de
creer. Sólo quién se atreve puede hacer milagros. Recordémoslo en este momento
oscuro de la historia, en este inhumano año en el que, no obstante, hemos de redescubrir
la fe. Una fe que hace bailar.
Danzas
Isabel
lo sabe. Todo ha sido verdad, no fue un flash deslumbrante, no fue un golpe de
sol que nos hace ver visiones. De verdad, aquel regazo porta lo incontenible.
María,
sacudida aún por cuánto le ha sucedido, empieza a bailar con su divertida pariente,
y a felicitar a Dios que la salva a ella y a nosotros. En sus palabras
advertimos la tensión y el estupor ante lo inaudito que va tomando forma.
Es
verdad. Dios ha elegido venir y hacerse presente. El Dios de Israel está aquí,
en el vientre de aquella pequeña Hija de Sión.
No
se trata sólo de las cansadas promesas escuchadas por la boca de un viejo
rabino de Nazaret, que suspira cansinamente siguiendo con el dedo el pergamino
desgastado del rollo de Isaías. Es verdad, todo esto es auténtico, Dios viene por
fin.
Y las dos mujeres cantan y bailan y lloran en el soleado patio de la casa de la vieja Isabel. La generosa barriga con el crío que patalea dentro es la presencia de aquella profecía que señalaba al Mesías… y el Mesías ya está aquí.
Y
todo sucede como el más inesperado e imposible de los sueños que se está
realizando, como si la historia, la vida y el universo danzaran al ver a estas
mujeres cantar la absoluta locura de Dios. Y esta locura desencadena la alegría
que contagia y asombra.
Aquí está Dios
Aquí
está Dios, ésta sí que es una buena noticia, porque puedes ser feliz aunque seas
pobre y desdichado; puedes realizar tu vida aunque vivas en un país árido y sin
poesía; puedes estar más satisfecho que un rey porque escuchas la Palabra que el
Señor te quiere comunicar.
Dios
viene para llenar y satisfacer tu corazón: ésta es la buena noticia.
¡Dios
mío! Si nos dijeran: tienes una vida exitosa, un trabajo que te realiza y que te
proporciona carretadas de dinero, una casa de ensueño, un marido o una mujer espléndida,
hijos educados y sensibles, el salón de casa con el árbol y el nacimiento, las
luces y el clima de fiesta justo, por eso eres tan feliz ¿qué tendría de
extraordinario? ¿Qué otra buena noticia cabría? ¿Es que Dios viene a dar
alegría a los que ya son felices?
Justamente
lo contrario. Eso es lo inaudito. La felicidad está en otro sitio. La felicidad
es la salvación de un Dios que te quiere tanto hasta el punto de entregarse
como un recién nacido, es una felicidad accesible también al pobre, más aún, quizás
sobre todo y más al pobre porque está más dispuesto, es más capaz de acoger lo
que le es dado.
Diferente
La
buena noticia es que Dios es accesible, es sencillo, es diferente y nada
sofisticado. Es diferente de nuestros miedos y de los fantasmas que nos
persiguen. Completamente diferente.
Y,
ahora, María e Isabel lo saben y cantan, lo dicen y lo cuentan.
Cuentan
la obra de Dios, la leen impresa en la historia de la humanidad, la localizan
en los pliegues de la fidelidad de un pueblo de salvados – Israel - al que tanto debemos. Su alegría se expande porque
ahora ven claro, luminoso y evidente, el pensamiento de Dios que se dibuja en
su pequeña historia, de la que Él se sirve y en la que se implica totalmente.
La
alegría es la dimensión esencial de la Navidad. La alegría de sentirse y ser
realmente salvados por Dios. ¡Estamos realmente en el corazón y en el deseo de
Dios!
Ánimo,
pues, amigos, porque ésta es la buena noticia que nos está llegado a las
puertas de la Navidad.
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