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sábado, 25 de diciembre de 2021

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo C)


Primera Lectura: Eclo 3,2-6.12-14
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Col 3, 12-21
Evangelio: Lc 2, 42-52


Fiesta de la familia, proclama la liturgia. Fiesta de la familia concreta, objetiva, real, de la que cada uno proviene o que cada uno ha formado o desea formar. En estos tiempos, esta fiesta chirría y nos hace pensar: es casi una provocación que sobrevuela por encima de nuestros líos políticos y sociales al respecto, que infunde vigor y energía a nuestra cotidianidad, que da densidad a nuestra Navidad, socialmente tan aguada.

Que nos guste o no, la familia está y permanece en el corazón de nuestro recorrido vital, de nuestra educación, a menudo es causa de mucho sufrimiento, de alguna desilusión y, gracias a Dios, causa de inmensa alegría.

Es bonito que Dios haya querido experimentar la experiencia familiar.

Da que pensar que, para hacerlo, haya elegido una familia tan desdichada y complicada.

Asombra que la Iglesia se obstine en proponer esta familia como modelo, una familia en la que la pareja vive en la abstinencia, el hijo es la presencia del Verbo de Dios, y los esposos se ven obligados a escapar a causa de la imprevista notoriedad del recién nacido...

Pero no es en esta diversidad en lo que queremos seguir a María y José, sino en su concreción de pareja que ve su vida trastocada por la acción de Dios y el delirio de los hombres; en su capacidad de ponerse en juego, en serio, sin chantajes, sin angustias, para formar parte de un proyecto más grande, el que Dios tiene sobre el mundo.

María abraza fuerte contra sí al recién nacido que siente el calor y el olor de su piel. José está ahora más sereno. La aventura del nacimiento de su hijo primogénito lejos de casa le ha puesto fuertemente a prueba, pero ahora, después de aquella tumultuosa noche llena de emociones y señales, el joven José se siente lleno de confianza en el futuro. Jesús ya ha sido ofrecido al Dios de Israel, como estaba prescrito, y en el grandioso Templo de Jerusalén un viejo sacerdote ha cogido al niño en brazos profetizando sobre él. Después de la larga y dolorosa permanencia en Egipto, María y José vuelven a Nazaret, dónde Jesús crece.

Y en Jerusalén es también donde un Jesús adolescente se escapa de sus padres, para discutir con los doctores de la Ley, como nos narra el evangelio de hoy. ¡Qué bonito es encontrar a unos padres también en dificultad con el hijo en plena rebeldía juvenil!

Dura realidad

Se podrían seguir varias páginas, en una torpe tentativa de concretar las aventuras de la familia de Nazaret. Pero estamos todos tan cogidos por las emociones de la Navidad que hasta podemos olvidar, o pasar por alto, el peso concreto que, como toda familia, María y José han tenido que afrontar.

Hoy celebramos a la Sagrada Familia, tan diferente de nuestras familias, con una madre Virgen, un padre adoptivo y un hijo que es Dios, y sin embargo tan idéntica a las nuestras en lo que a las dinámicas afectivas se refiere.

Si la Navidad nos obliga a preguntarnos si de verdad queremos a un Dios tan inerme como el nuestro, la meditación de esta familia, y de los treinta años vividos en Nazaret, nos proporcionan ocasiones de reflexión aún más incisivas si cabe.

Porque Dios va creciendo. Crece en la cotidianidad de una familia de gente pobre, llena de fe y entregada al Misterio. Una familia que tiene algo que decir a nuestras familias.

Cotidianidad

La primera reflexión en esta fiesta se refiere justo al trajín cotidiano que viven María y José. Nosotros, por desgracia, estamos acostumbrados a considerar los días divididos en laborables y festivos; unos con el correr repetitivo y aburrido de los días y las horas, los otros con los acontecimientos que preparamos con alegría intensa; unos con la fatiga del trabajo, otros con la locura de las vacaciones. Lo mismo nos pasa con la fe: el domingo, si lo logramos, recortamos al tiempo cincuenta minutos para la Misa y luego, durante la semana, estamos atropellados por las ocupaciones y compromisos.

Nazaret nos enseña que Dios viene a habitar en nuestra casa, que en la cotidianidad y en la repetición de los gestos y rutinas, podemos realizar el Reino, podemos hacer una experiencia mística y crecer en el conocimiento de Dios. Hasta podríamos, de verdad, elaborar una teología del pañal, un tratado místico de las tareas con los hijos, un recorrido espiritual del plazo de un préstamo.

La extraordinaria novedad del cristianismo es - ¡precisamente! - su absoluta ordinariez.

En las parejas que tienen el primer hijo: la fatiga y los noches toledanas, la relación pesada entre ellos a causa del cansancio y de las preocupaciones, son las mismas de María y José. En los que viven problemas en el trabajo: también José ha pasado noches agitadas antes de pedir un préstamo, para poder ampliar el taller de carpintero. En la mujeres que han consagrado su vida a los hijos: también María ha tenido un velo de tristeza en los ojos cuando vio su primera cana en el cabello...

Dios ha decidido habitar la banalidad, llenar el correr de los días.

 

El Padre

La segunda reflexión se deriva de la respuesta, aparentemente dura y maleducada, ¡una respuesta de buen adolescente!, que Jesús dirige a sus padres respecto a quedarse en Jerusalén después del Bar Miztvah – el uso de razón, que diríamos nosotros-. Jesús tiene que ocuparse de las cosas del Padre y exige a sus padres la primacía de Dios en la vida de la familia. Estamos y vivimos juntos para ayudarnos a encontrar la felicidad, el sentido de la vida, estamos juntos para caminar al encuentro de la plenitud. Dios no es un superfluo apéndice de nuestras opciones, algo que sacar y usar cuando hay fiestas o algún problema. Más aún, si nos convertimos en buscadores de Dios y nos ocupamos de sus cosas, estamos realizando plenamente el objetivo de nuestro estar juntos como familia.

El Misterio por casa

María y José ven que el Misterio de Dios gatea y se tambalea por el suelo de casa, que pasa las noches lloriqueando por el nacimiento de un dientecito... ¿No os habéis preguntado cientos de veces cuánta fe han debido tener aquellos padres para reconocer que aquel niño, idéntico a todos los niños, era de veras el Hijo de Dios? José a menudo miraba, al final del día, a su virginal esposa, incómodo por la inmensa fe de ella, sintiéndose un poco inadecuado a tan maravillosa confianza.

María, cuando llevaba el café a media mañana a José, con aquel pelo rizado lleno de virutas, bendecía a Dios en su corazón por haberle dado un compañero tan sencillo y auténtico. La Sagrada Familia nos invita a mirar a los otros miembros de la familia con una mirada de fe luminosa, desentrañando el Misterio que se esconde en cada persona.

Buenas noticias

Hermanos, confiemos a Dios nuestras familias concretas, las que tenemos o las que habríamos querido tener, con todas sus fatigas y alegrías, sus contradicciones y sus pobrezas, con las emociones y el bien que nos sabemos dar.

Encomendemos también al Señor las familias alternativas, diversas, o incompletas, que llevan en si a una fuerte componente de dolor.

La buena noticia, amigos, es que Dios conoce todas estas situaciones, y nos quiere de verdad a todos, porque su amor es para todos. Y “todos” quiere decir todos. A muchos no les basta sólo el amor de Dios, y desean verlo expresado en el rostro de un compañero o de unos hijos. La buena noticia es que, con la Navidad, con la encarnación de Dios hecho hombre, también Él conoce ahora el deseo humano de querer y de ser querido.

Dios vive entre nosotros. ¡Feliz Navidad!

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