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sábado, 25 de junio de 2022

DOMINGO 13º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: 1 Re 19, 16.19-21
Salmo Responsorial: Salmo 15
Segunda Lectura: Gal 5, 1.13-18
Evangelio: Lc 9, 51-62

¿Qué tipo de discipulado?

En la opinión de muchísima gente el papa Francisco ha entrado en el corazón de muchas personas, incluso de gente escéptica y lejana de la Iglesia. En realidad todos los que van más allá de las apariencias saben bien que Francisco dice lo mismo que Benedicto y Juan Pablo dijeron. Obviamente el evangelio es el mismo siempre. Sin embargo, muchos “católicos de toda la vida”, clérigos y laicos atados a las tradiciones farisaicas (Mc 7, 1-13) están atacando cada vez con más virulencia, sin darse cuenta del gran daño que causan al Pueblo de Dios y provocando más desafecto a la Iglesia.

Pero, gracias a Dios, Francisco es un discípulo de Jesús que tiene el don de volver a lo esencial. De ser creíble. De ser él mismo. De dejar las cosas segundas y terceras en el segundo y tercer lugar. Con Francisco nos ha visitado el Espíritu.

Hoy el evangelio habla del discipulado. Y fijaros bien que no es ésta precisamente una ligera lectura veraniega.

Llegar a ser discípulos del Dios de Jesús es un empeño que dura toda la vida, que pide mucha energía y mucha verdad con nosotros mismos. La apuesta es alta. Implica el sentido de la propia vida, descubrir la razón de nuestro existir y el designio escondido tras los acontecimientos de la Historia.

Jesús no es un rabino deseoso de discípulos, ni pone el listón bajo con tal de ganarse a la gente, ni cede a compromisos y apaños para suscitar consensos. Diversamente a los gurús de ayer y de hoy no desea ser famoso, ni tener a su alrededor una nube de palmeros alocados.

Él sólo quiere anunciar el Reino, mostrarnos el espléndido e inesperado rostro del Padre. Incluso cuando eso cuesta sufrimiento y sangre.

Contrariamente a cuánto sucedía con los rabinos de su tiempo, Jesús no se hace elegir, sino que él elige a los discípulos y les pone condiciones inesperadas.

Un Maestro audaz

Las condiciones para convertirse en discípulos de Jesús están en relación con el nivel de riesgo que se quiera correr, porque él quiere discípulos dispuestos a ponerse absolutamente en juego, en todo momento y no solamente en los momentos místicos de la vida.

La página evangélica de hoy está introducida decididamente por el hecho de que Jesús se encamina hacia Jerusalén, el lugar dónde el anuncio del Evangelio va a ser puesto a prueba.

Jesús endurece el rostro y asume plenamente el desafío: se encamina sin demora hacia aquella ciudad que mata a los profetas, que destroza cualquier opinión, que destruye toda novedad que parezca peligrosa. Jesús está dispuesto a morir con tal de describir el verdadero rostro de Dios y pretende que sus discípulos tengan esa misma convicción.

 Atención a los misticismos

Una convicción que no puede convertirse jamás en violencia, aunque sólo sea verbal, aunque sea por una buena causa. El papelón que juega el apóstol Juan en el evangelio de hoy, es desalentador; él, el místico que exhorta a los hermanos en el recorrido de fe, y que por él han tenido la alegría de experimentar la dulzura de la oración y la meditación, del silencio y de la contemplación, alcanzando cumbres espirituales no habituales, resulta deprimente.

Porque el haber recibido enormes gracias no nos preserva de clamorosos errores, tanto más peores cuanto motivados por presuntas revelaciones interiores.

El discípulo de Jesús es un amante de la paz, un pacifista apaciguado, alguien que sabe que elegir el Evangelio es, precisamente, una opción libre; alguien que sabe valorar, dentro de la paciente lógica del Evangelio, el fracaso de su propio anuncio, sin querer por ello abrasar en el fuego al que libremente no lo haya elegido.

jueves, 23 de junio de 2022

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS (Ciclo C)


Primera Lectura: Ez 34, 11-16
Salmo Responsorial: Sal 22
Segunda Lectura: Rom 5, 5-11
Evangelio: Lc 15, 3-7


La fiesta del Sagrado Corazón, que tiene un origen devocional, ligada a una aparición vivida por la religiosa salesa Santa Margarita Mª de Alacoque, en Paray-le-Monial, pone de relieve una verdad simple, intensa y radical: que en el centro de nuestra fe está el amor de Cristo.

Tenemos que quitar el tono dulzón y las referencias decimonónicas que se le han dado esta fiesta, tenemos que olvidarnos de unas empalagosas imágenes de un Jesús rubio, de mirada lánguida, que abre la túnica para enseñar un corazón del que salen rayos luminosos. Son éstas unas imágenes que han impactado la fe de nuestros abuelos y que hoy tenemos dificultad para acogerlas en nuestra sensibilidad contemporánea.

Sin embargo, más allá de estas representaciones icónicas, la verdad que encierra esta fiesta es enorme: Cristo nos ha amado y nos ama intensamente, sin componendas, con fuerza, con fidelidad. Si somos cristianos es porque hemos descubierto que somos amados de manera adulta, sin chantajes, sin suscitar sentidos de culpabilidad y con plena libertad.

Por medio del amor de Cristo hemos descubierto el amor del Padre; por medio de Jesús, el Maestro, hemos llegado a conocer el verdadero rostro de Dios. El amor de Cristo es un amor concreto, para nada emotivo, sino firme y ponderado. Sus opciones, su entrega definitiva en la cruz, su caminar hasta el final, amando a quien no lo amaba, entregándose a la voluntad homicida de la humanidad, redefinen lo que es el concepto del amor y del sacrificio.

sábado, 18 de junio de 2022

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO (Ciclo C)


Primera Lectura: Gen 14, 18-20
Salmo Responsorial: Salmo 109
Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23-26
Evangelio: Lc 9, 11-17


El Espíritu nos sostiene para convertirnos en discípulos que anuncian el Evangelio, para entender quién es realmente Dios, para entender qué es la Iglesia.

En este camino de re-comprensión de lo que somos y hacemos, hoy celebramos la solemnidad del Corpus Christi y ponemos a la Eucaristía en el centro de nuestra reflexión para tratar de encauzar nuestros hábitos y costumbres, para remover y despertar nuestras estancadas y adormecidas comunidades, para preguntarnos, en fin, qué hemos hecho de este magnífico regalo que el Resucitado nos ha dado a los creyentes.

Todavía hoy la participación en la Misa dominical señala la barrera de separación entre los que son “practicantes” y no; entre quien cree y confía, y porque cree, se reúne sencillamente por obediencia al Señor, y el que no.

Por desgracia, la misa dominical tiene el riesgo de quedarse en la única y frágil señal de pertenencia a la Iglesia, en una obligación que cumplir, en una insípida pertenencia sociológica que no convierte nuestro corazón.

Cuando los curas se encuentran por ahí hay tres preguntas obligadas: ¿cuántas parroquias tienes? ¿Cuánto habitantes son? ¿Qué porcentaje de asistencia tienes a la misa festiva?

Pero hay otra pregunta inquietante. Aunque tuviéramos el 100% de la población que asistiese a misa, ¿significaría eso que el Reino de Dios avanzaría más?

No importa tanto cuánta gente va a misa. Lo que importa mucho más es cuántas personas salen de ella convertidas y consoladas, como discípulos capaces de conectar la vida diaria con el misterio que acaban de celebrar.

Melquisedec

Abraham había salido de Ur de los Caldeos. Lo hizo por escuchar una intuición, una voz interior que le decía: “leck lecká”, que se ha traducido apresuradamente como “sal de tu tierra”, pero que, en realidad, significa “sal al encuentro de ti mismo, vete hacia tu felicidad”. Todos lo tomaron por loco, empezando por su padre, Teraj (que según la tradición rabínica era constructor de ídolos), y siguiendo por sus conciudadanos.

Abraham está en la plenitud de la vida, en esa edad en que se recogen los frutos, ¿por qué habría ahora que salir hacia lo desconocido? Sin embargo, él parte, sale, se va, deja todo para buscar lo Absoluto. Él aún no lo sabe, pero este gesto de salida le hará encontrarse con Dios. Este gesto lo va a convertir en el padre de una multitud: la multitud de los que buscamos a Dios.

En su difícil camino Abraham dejó a su sobrino Lot las mejores tierras, afrontó la hostilidad de los reyes del lugar y, por fin, se cruzó con Melquisedec que ofrece por él un sacrificio y lo bendice. Melquisedec era el rey de Salem, el rey de la futura Jerusalén, rey de shalom, rey de la paz, como interpreta la carta a los Hebreos (Heb 6, 20).

Los Padres cristianos han visto en aquel pan una prefiguración de Cristo, un pan ofrecido a imagen de la eucaristía, el pan para el camino.

En el itinerario interior también nosotros, como Abraham o como Elías (1 Re 19, 5 -6) encontramos un pan para el camino que nos acompaña en el descubrimiento del verdadero rostro de Dios, a cuya luz descubrimos nuestro verdadero rostro. La eucaristía es como el maná dado por Dios al pueblo que huía de Egipto; es una comida que nos permite ir caminando hacia la plenitud, hacia otro lugar.

Lo esencial

Pablo escribe una de sus cartas a la comunidad de Corinto, la ciudad cosmopolita donde había anunciado el evangelio. Todavía no habían pasado veinte años desde la resurrección de Jesús, y Pablo encomienda a la comunidad que vaya a lo esencial, que distinga bien las cosas importantes de las cosas accesorias, para superar tantas incomprensiones y derivas morales que estaban destrozando la naciente Iglesia.

viernes, 10 de junio de 2022

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Ciclo C)

La Trinidad Misericordiosa

Primera Lectura: Pro 8,22-31
Salmo Responsorial: Salmo 8
Segunda Lectura: Rom 5,1-5
Evangelio: Jn 16, 12-15

Nos cuesta mucho entender quiénes somos nosotros, qué es la vida, cómo funciona el mundo: ¿por qué no deberíamos esforzarnos también en entender quién es Dios?
Más aún, ¿por qué sádica razón tendríamos que esforzarnos de entender la extravagante idea de la Iglesia de creer en un Dios que, aun siendo uno, también es Trino?
Yo creo que en la vida tenemos que afrontar temas mucho más serios que no andar detrás de complicados razonamientos teológicos que usan palabras gastadas y, muchas veces incompresibles, como persona, engendrado y no creado, sustancia.  Seamos honestos: hay un verdadero riesgo de ser atropellados por un inútil y rebosante ejercicio de retórica clerical.

El Dios demoníaco
Todos llevamos en el corazón una imagen de Dios. Y si somos sinceros, resulta que no siempre es tan bonita: es una idea espontánea, inconsciente, cultural, atada a la educación recibida y, a veces, nutrida por una la escucha distraída de alguna prédica no adecuada, o de las píldoras del catecismo.
Es verdad, Dios existe, pero nos parece incomprensible, excéntrico e inaccesible.
Dios me ama, decimos, pero luego encontramos a aquella mujer que, tres días antes de casarse, descubre que tiene un tumor en fase avanzada, con treinta años.
Es omnipotente, pero no defiende al niño que es vendido para prostituirse.
Dios, obviamente, tiene mucho que hacer, pero casi nunca hace lo que le pido para mi bien. No obstante, es mejor halagarlo… porque nunca se sabe… Es mejor tratarlo bien, esperando que no te caiga una desgracia encima.
Y claro, para decirlo todo, quizás yo sería capaz de hacer las cosas mejor que él y de solucionar algunos de los problemillas mundiales, que despachamos en tertulias de café.
Seamos honestos, la idea de Dios que llevamos en el corazón es, como poco, horrible.

El Dios de Jesús
Hasta que llegó un profeta poderoso en palabras y obras, uno que no había estudiado para cura, ni tampoco era un beato, uno que - ya adulto - se metió a rabino; un cierto Jesús, carpintero de Nazaret, hijo de José.

jueves, 2 de junio de 2022

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 2, 1-11
Salmo Responsorial: Salmo 103
Segunda Lectura: 1 Cor 12, 3-7.12-13
Secuencia: “Ven Espíritu divino
Evangelio: Jn 20, 19-23


No somos capaces. Nadie que tenga un poco de sano realismo puede realmente hacerlo. No somos capaces de anunciar el Reino de Dios con suficiente transparencia, con una mínima coherencia, ni con la pasión necesaria.
En un mundo en el que todos se echan la culpa unos a otros, incluso en la Iglesia, Pedro nos recuerda que el enemigo está dentro y no fuera. El pecado es el enemigo a combatir.
Esta historia de confiar a la Iglesia las riendas del Reino de Dios, a esta Iglesia concreta con todas sus miserias, parece una broma, o un engaño, o una locura. Y no es cosa para bromear.
El Señor parece ausente. Lo sabemos, lo vemos y lo experimentamos mil veces. Pero tiene que haber una solución.

Reunidos
Es lo que se decían una y otra vez los Doce reunidos en el cenáculo. Jesús se ha ido de verdad y ellos quieren saber lo que tienen que hacer.
Anunciar el Reino, muy bien, de acuerdo. Pero ¿dónde, cómo, a partir de cuándo, diciendo qué? Afuera todavía sopla un aire malo para los discípulos del Nazareno, ¿por qué masoquista razón deberían ellos salir y ser detenidos de nuevo?
Pedro y los otros lo saben muy bien, ya lo han vivido en su propia carne: no estuvieron a la altura en los sucesos de Jerusalén. ¡Si sólo un mes antes habían huido todos precipitadamente! ¿Cómo pueden esperar, ahora, una reacción diferente, un comportamiento a la altura de las circunstancias?
Los Doce piensan y discuten. Por momentos se hacen a la idea, pero se sienten incapaces y no pueden levantar la vista. No son capaces de ello, ni solos ni ahora.
En esa situación se empieza a levantar el viento. Es extraño, porque eso casi nunca sucede en primavera, en Jerusalén.

Huracán
No es un viento cualquiera; es un huracán. Un huracán que los arranca de sus certezas, que los devasta, que los descoloca y desmelena, y que, por fin, los convierte. El fuego baja a su corazón y los consume.