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sábado, 30 de diciembre de 2023

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS (1 de enero)


Primera Lectura: Num 6, 22-27
Salmo Responsorial: Salmo 66
Segunda Lectura: Gal 4, 4-7
Evangelio: Lc 2, 16 -21


    La Navidad puede cumplir nuestras esperanzas más profundas o puede ser una agradable borrachera de un momento pero que al final nos deja decepcionados. Todo depende de cómo respondamos a la ocasión. Dios nos da una oportunidad excepcional con el regalo de su Hijo, ¿qué hacemos con este don? Hoy encontramos tres grupos en el evangelio, cada uno de ellos contesta de manera diferente al don de Dios.

            Los pastores escuchan la palabra de los ángeles, averiguan de qué va el tema, y reconocen a su Señor. Ellos aprecian el don de Dios como nosotros, reunidos hoy para celebrar la Eucaristía en esta mañana de Año Nuevo.  Sabemos que el Salvador ha llegado y que tenemos que ponernos a su servicio. Nosotros también lo haremos, pero por algún tiempo, pero no mucho, porque pronto caeremos en la tentación de maldecir al abuelo que conduce muy lentamente su coche por la calle, o bien a la joven madre que - presurosa - va demasiado aprisa del trabajo a casa.

            El segundo grupo que encontramos es el de las personas que, como los pastores, cuentan lo que han visto y oído. Ellos quedan maravillados, pero tampoco esto es muy significativo. En el evangelio hay muchos que quedan maravillados por los milagros de Jesús, pero luego no todos lo siguen. Su fe no tiene mucha raíz como la gente que celebra las fiestas de modo superficial. Reconocen el regalo del tiempo que Dios nos concede para celebrar los acontecimientos, pero se olvidan del objetivo que es conocer, amar y servir a Dios, como Ignacio de Loyola nos recuerda en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.

            En el tercer grupo sólo hay una persona comprende plenamente: María la Madre de Dios. Ella conservaba todas las cosas en su corazón. Es la perfecta cristiana que no solamente escucha la Palabra, sino que reflexiona para llevarla a la práctica. Ella nos da un modelo para vivir nuestras propias vidas. En la encarnación que María ha facilitado, Dios, haciéndose hombre, llena de santidad cada fragmento de vida: desde un trapo para fregar el suelo a la mano grasienta de un mecánico, o al esfuerzo repetitivo de un obrero en la fábrica. Desde la maternidad divina de María ya no existen lugares y tiempos sagrados. Sólo existe un lugar y un tiempo santo que es la vida de cada uno, en la que Dios elige habitar. Para darnos cuenta de esta transfiguración tenemos necesidad de silencio y oración, como hace la bella María, guardando en el corazón todos los acontecimientos, poniendo juntos, ante el Señor, los trozos de la vida: el alboroto de la noche del parto, la visita inesperada y llena de estupor de los pastores, la fatiga de tener un recién nacido que, aunque sea la presencia misma de Dios, hay que amamantarlo y cambiarle los pañales como a cualquier recién nacido del mundo.

jueves, 28 de diciembre de 2023

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo B)


Primera Lectura: Eclo 3, 2-6.12-14
Salmo Responsorial: Sal 127
Segunda Lectura: Col 3, 12-21
Evangelio: Lc 2, 22-40

 

Fiesta de la Sagrada Familia, nos dice la liturgia. Fiesta de nuestra familia, añado yo. La familia concreta, objetiva, real de la que cada uno proviene o que ha formado o que desea formar o a la que ha renunciado por seguir una vocación distinta. La familia que hoy día ya no es única, ni unívoca, y de la cual la Iglesia, con el impulso del Papa Francisco, ha tomado buena cuenta y preocupación en el Sínodo celebrado hace unos años sobre ella.

Hoy nos encontramos muchos tipos de familia y todas basadas en el amor: la católica indisoluble, la no-católica pero con un vínculo sagrado que puede ser disuelto según circunstancias, los matrimonios civiles, los divorciados casados antes por la Iglesia y vueltos a casar civilmente, las familias monoparentales, los homosexuales unidos en un vínculo civil, las parejas de hecho con derechos civiles reconocidos por la ley, las parejas que viven juntas sin más.

Por eso, celebrar en estos tiempos esta fiesta es algo a la vez chirriante y necesario, que nos hace reflexionar, como una provocación que vuela sobre nuestros líos políticos y sociales, que da vigor y energía a nuestra vida cotidiana, que da cuerpo a nuestras celebraciones de la Navidad familiar.

Qué nos guste o no, la familia es y queda en el corazón de nuestro recorrido por la vida y de nuestra educación. A menudo es el origen de mucho sufrimiento - ¡cuánto dolor existe en tantas parejas rotas! -, de alguna desilusión y, gracias a Dios, sobre todo de inmensa alegría. Nos dice el Papa: “Tener un lugar a donde ir, se llama hogar. Tener personas a quien amar, se llama familia, y tener ambas se llama bendición.”

¡Qué bueno es que Dios haya querido experimentar la vida familiar! pero nos da qué pensar que, para hacerlo, haya elegido una familia tan desdichada y tan complicada.

Por otra parte, nos asombra que la Iglesia se obstine en proponer esta familia como modelo, una familia francamente inusual: el padre del niño no es el padre biológico, la pareja vive en la abstinencia, el hijo es la presencia de la Palabra de Dios y la pareja se ve obligada a escapar a causa de la notoriedad del recién nacido...

Pero no es precisamente por su diversidad por la que queremos seguir a María y José, sino por su concreción de pareja que ve la propia vida rebosante de la acción de Dios, por su capacidad de ponerse aparte, en serio, sin chantajes y con honestidad, sin angustias, para integrarse en un proyecto más grande: el proyecto que Dios tiene sobre el mundo.

domingo, 24 de diciembre de 2023

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (B)


Primera lectura: Is 9, 1-3.5-6
Salmo Responsorial: Salmo 95
Segunda lectura: Tit 2,11-14
Evangelio: Lc 2,1-14

Aquí estamos

Nos hemos preparado, hemos recorrido el camino del Adviento, hemos dejado que la Palabra nos condujese, que iluminara nuestro tiempo frágil, nuestros momentos de inquietud, que nos diese una esperanza entre tantas palabras fuertes como crisis global, inestabilidad política, corrupción social, quiebra de valores, sacrificios de la ciudadanía, guerras cercanas y lejanas, violencia y odio por doquier...

¿Quién nos puede salvar verdaderamente de todo ello?

Los organismos nacionales e internacionales, ciertamente, tienen que encontrar el modo de salir de las guerras que no cesan, de la dictadura de los mercados, de la locura de una economía que condiciona nuestras opciones de cada día, salir fuera de lo que parece un ineludible capitalismo sin frenos, sin reglas y sin medida.

Pero la salvación de estas esclavitudes no nos basta, no es suficiente; evidentemente es necesaria para vivir decorosamente del fruto de nuestro ingenio y de nuestro trabajo, pero la salvación que necesitamos es otra muy distinta.

César Augusto, gracias a su hábil política, inauguró la edad de oro de la “pax romana” y su llegada fue saludada como una señal de abundancia y bienestar para todo el imperio. El 23 de septiembre, fecha de su nacimiento, se celebraba como el principio del año solar y el emperador fue proclamado “salvador” de cada persona.

Pero justo bajo su Imperio, en una oscura aldea de pastores, una joven pareja de galileos da a luz a su primogénito: Jesús, el Salvador del mundo. El verdadero. El único.

Desintoxicarse

Ojalá que la crisis de nuestra sociedad nos lleve al menos a un buen resultado: a reconducirnos a lo esencial, a hacernos volver al sentido profundo de lo que vivimos, a retomar la Navidad en su auténtico sentido, tan rebajado por nosotros, cristianos, a una simple feria de los buenos sentimientos.

sábado, 23 de diciembre de 2023

MISA DEL GALLO EN LA NATIVIDAD DEL SEÑOR


Primera Lectura: Is 9,1-3.5-6
Salmo Responsorial: Salmo 95
Segunda Lectura: Tit2,11-14
Evangelio: Lc 2,1-14

Renacer

Aquí está Dios, Emanuel. Pero no es exactamente lo que esperábamos.

Aunque ya nos hemos acostumbrado un poco después de dos mil años de celebraciones y villancicos.

Y si hemos tenido el coraje y la fuerza para recorrer un pequeño Adviento, tal vez, al final, mirar a esa adolescente que aprieta a su hijo con fuerza contra su pecho, también afecte nuestros corazones.

Jesús nació, en la historia, en ese pequeño pueblo de Judea, en Belén.

Realmente aquello sucedió y dejó rastro. Hoy recordamos aquel día, aquel nacimiento que fue el comienzo de un tiempo de salvación. Y hoy, sus discípulos, creemos que él volverá en la plenitud de los tiempos para dar sentido a este tiempo que vivimos.

Pero ahora, hoy, el Señor viene, renace en cada uno de nosotros, y nos hace renacer a la vida nueva. Claro, si es que tenemos el coraje de darle la bienvenida.

Ciertamente, el clima sociopolítico, las guerras, las crisis humanitarias, el vacío existencial de nuestro mundo no ayuda.

¿Qué Navidad es una Navidad en semejante ambiente? Tal vez tengamos respuesta mirando a María y José.

Un establo

José tuvo que abandonar el taller por el capricho de un emperador que quiere recontar sus súbditos, y tuvo que hacer un viaje de tres días, llevando con él a su joven prometida que estaba a punto de dar a luz.

María todavía remueve en su corazón aquella tarde cuando se encontró con un ángel. Y aquella barriga dilatada y prominente está ahí para decir que lo inaudito de Dios se está haciendo presente. Pero de ángeles, por ahora, ni sombra.

Los pastores se están preparando para afrontar otra noche fría, al aire libre, cavilando sobre su inútil vida de sacrificio y de desprecio de los otros.

Un grupo de magos persas se dirige hacia Jerusalén y quieren ver si sus complejos cálculos astrales han sido correctos para poder rendir homenaje al rey de los judíos.

Simeón, un anciano, se está preparando para subir al templo. Han pasado muchos años por él y ha visto ya muchas cosas, pero la salvación no está entre ellas.  Y tiene la sensación de haber esperado en vano, lo que es difícil de soportar a esas edades de la vida.

Son todo historias que se hacen muy cuesta arriba. Como las nuestras.

Y Dios viene siempre en un establo. Viene siempre en tiempos difíciles y de lucha. Viene siempre cuando ya no se espera más.

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (Ciclo B)



Primera lectura: 2 Sam 7, 1-5.8b-12.14a.16
Salmo Responsorial: Salmo 88
Segunda lectura: Rom 16, 25-27
Evangelio: Lc 1, 26-38

Hacer nacer a Dios. Hacerlo renacer. Dejar que sea él quien ilumine nuestras vidas, nuestra vida diaria, con nuestras guerras lejanas o cercanas, nuestras crisis económicas previstas o no, nuestro odio difuso – y a veces patente - que se cuela por las rendijas de nuestra sociedad. Dejar nacer a Dios no para huir de una realidad cada vez más tenebrosa, sino para dar un nuevo horizonte de luz a la vida.

Sabemos lo que es una vida basada en las falsas apariencias, en la competencia por la buena imagen y el quedar bien; ya hemos visto lo que significa luchar para poder conseguir el último artilugio electrónico; ya hemos visto cómo está este país en el que la vulgaridad se convierte en el nuevo lenguaje, la tergiversación en historia, la mentira en las posverdad y el cotilleo y la habladuría se transforma en virtud; hemos visto lo que pasa cuando la política y la economía, tantas veces corrupta, se convierte en la nueva ideología dominante del “todo vale”.

Tal vez, alguna vez, incluso hemos estado orgullosos y hemos dado gracias por estar en esta sociedad del bienestar que nos facilita la vida, pero que nos anestesia…

 El Dios verdadero

Hoy, ahora, en este 4º domingo de Adviento, vamos a dar gracias a Dios.

No al “Dios” que nos hemos fabricado a nuestra imagen y semejanza. No al que bendice nuestras batallas y guerras, no al elevado sobre estandartes de conquista, no al que protege nuestras propias ideas contra las de los otros. No al Dios que establece la autoridad constituida, no al que exalta el dolor y nos pide soportarlo con cristiana resignación. No al Dios de las procesiones semi paganas y ceremonias huecas, de los milagros y de las apariciones que nos liberan de responsabilidad y nos adormecen el alma; ese Dios de las personas extraordinarios y de los santos extraños e inalcanzables...

sábado, 16 de diciembre de 2023

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo B)

¡Alegraos, que ya viene el Salvador! 

Primera lectura: Is 61, 1-2a.10-11
Salmo Responsorial: Lc 1, 46 -50.53-54
Segunda lectura: 1 Tes 5, 16-24
Evangelio: Jn 1, 6 -8. 19-28

La crisis económica, política y de valores que está sufriendo el mundo está produciendo en occidente una extraña preparación de las Navidades. Por una parte, de perfil bajo, casi de trámite, “porque toca” y, por otra, como si se tratara de una huida para escapar del desánimo y la desesperanza de esa crisis agravada por las guerras.

Es una crisis compleja y articulada que está arrollando al mundo, pero siempre y en todo caso es algo que hemos producido nosotros, por nuestro egoísmo y nuestra avaricia, tanto personal como social e institucional. Es una situación que nos hace más frágiles e inseguros. La fiesta de Navidad se ha convertido en la cumbre de las compras, los regalos y el despilfarro, aunque tengamos que echar bien las cuentas porque ahora buscamos más los bienes de primera necesidad, pero ni siquiera tenemos medios para ellos y hay que actuar en todo con mayor prudencia.

¡Qué actuales resuenan, en esta situación, las invitaciones a la confianza y a la alegría que nos presenta este tercer domingo de Adviento!

El mundo nos muestra ampliamente sus límites, las falsas promesas de un bienestar difuso y de un crecimiento global que tiene que vérselas con la dura realidad y con sus propias trampas. Todo proyecto, incluso el más virtuoso y devoto, se enfrenta con el egoísmo humano y el sálvese quien pueda; con los pocos que, siendo ya ricos, son arrollados por el ansia del poder y de la riqueza, empobreciendo los demás.

Es verdad que tenemos que encontrar soluciones comunes y compartidas, pero tenemos que fijarnos, ante todo con autenticidad, en la naturaleza humana y en sus límites. Sólo una mirada que sepa ir más allá de la realidad, que ponga la atención en otro lugar podrá construir un mundo diferente.

Permanecer en la alegría significa elegir el campo en el que nos jugamos la vida: alinearse con la esperanza o con el desastre.

Alegrarse no es sólo una emoción sino un gesto de voluntad. Uno puede alegrarse también en la dificultad. Como hicieron los desterrados de Jerusalén; como nos toca hacer a nosotros hoy. Alegrarnos en la dificultad.

Retorno

Cuando un nuevo autor continúa la escritura del libro de Isaías, la profecía que escuchamos el domingo pasado ya se había cumplido. Hoy, en la primera lectura, son los persas los que dominan la escena política: los babilonios son derrotados y los judíos son liberados, después de setenta años de deportación.

El regreso a casa se está mostrando difícil y lleno de peligros, pero lo peor es que en Jerusalén ya nadie se acuerda de estos deportados, que son confinados en las afueras de la ciudad sobre la altura de Sión; lo que eran sus tierras ya están siendo cultivadas por otros judíos sin escrúpulos que aprovechan la crisis financiera del momento (!) para prestar con intereses de usura, y una inesperada carestía lleva a los umbrales de la muerte a los recién liberados. Supervivientes de la esclavitud, ahora están amenazados de morir de privaciones en la ciudad que los ha olvidado. E Isaías, en este caso el llamado el tercer Isaías, profetiza e invita a todos a la alegría.

sábado, 9 de diciembre de 2023

DOMINGO 2º DE ADVIENTO (Ciclo B)

Preparad el camino al Señor

Primera Lectura: Is 40, 1-5.9-11
Salmo Responsorial: Sal 84
Segunda Lectura: 2 Pe 3, 8-14
Evangelio: Mc 1, 1-8


¿Cuándo comenzó todo?

Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios… acabamos de escuchar. Ahí empezó todo, porque los primeros cristianos conocieron a Jesús a través de las palabras de los apóstoles. Ellos se convirtieron en seguidores del Nazareno y fueron llamados “los seguidores del camino”, tenían el corazón lleno de las palabras del Maestro que les habían transmitido unas almas ardientes y sencillas. Conocen las palabras del Maestro, conocen sus prodigios y sus promesas.

Los primeros cristianos eran curiosos, sobre todo los que habitaban lejos de Jerusalén, perdidos en la Babilonia de los gentiles, y se preguntaban: ¿cuándo comenzó todo?

Es Marcos el que se decide a redactar una narración. No un tratado de teología sino una historia, una narración de los hechos, una buena noticia, un evangelio.

Tampoco era una novedad. Por entonces ya circulaban las “buenas noticias” (euanguelion) que celebraban las proezas de los emperadores romanos. Grandes proezas, unas veces hinchadas y otras falsas, de unos hombres que eran tenidos por dioses, disputándose entre ellos el trono con violencia.

En la historia de Marcos, en cambio, se habla de un judío marginal que vivió en los confines del imperio. Marcos, ayudado probablemente por Pedro el pescador, pone en orden los acontecimientos, para que Cristo también pueda nacer en el corazón de quien lo escucha y de quien oye hablar de él.

Por eso estamos aquí: para hacer espacio a Dios en nuestro corazón.

Consuelos y caminos

No hagamos un simulacro de que Jesús va a nacer. Queremos hacerlo nacer de verdad en nuestra vida, cada día, fortaleciendo el manantial de vida que habita en nosotros y redescubriendo en nosotros el rostro de Dios que él mismo nos ha desvelado.

Un Dios que consuela, como nos dice Isaías mientras sufre su deportación en Babilonia con todo el pueblo de Israel. Ya habían pasado cuarenta años desde el incendio de la ciudad santa y muchos ya se habían integrado en la sociedad babilónica. Ya no piensan en una vuelta a la patria, ¿para qué?

Desde su desesperanza y su desidia, Isaías los vuelve a llamar a lo esencial. Para descubrir el consuelo de Dios hace falta construir un camino en medio del desierto.

Babilonia y Jerusalén estaban separadas por un desierto inmenso y los antiguos hubieran preferido construir un camino que bordeara las montañas, durante mil largos kilómetros, con tal que de no afrontar aquel desierto.

Isaías, en cambio, pide al pueblo construir un camino nuevo justo en medio del desierto, pide al pueblo que se atreva a volar alto con grandes deseos y con grandes ideales.

jueves, 7 de diciembre de 2023

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (8 de diciembre)


Primera Lectura: Gen 3,9-15.20
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Ef 1,3-6.11-12
Evangelio: Lc 1, 26-38

      

          En pleno tiempo de Adviento la Iglesia nos presenta la fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción de María. No es que se pretenda hacer un paréntesis litúrgico, sino más bien contemplar a uno de los personajes clave de este tiempo de espera y que está en el lo más entrañable del camino de nuestra de fe: María, la madre de Jesús.

          Muy pronto desde el principio las iglesias primitivas entendieron que María había desarrollado un papel importante en todo el diseño salvador de Dios y por eso la admiraron siempre con amor, y trataron de imitar sus virtudes. Las pocas referencias a ella que encontramos en los evangelios nos hacen entender que la figura de María y su presencia animaron sin afanes ni protagonismos la espiritualidad de los primeros cristianos. Lo mismo habría que decir de los cristianos de las generaciones posteriores, de los padres de la Iglesia, y de todos los cristianos que la contemplamos a lo largo del tiempo no sólo como la madre del Verbo hecho carne, sino como madre de todos los creyentes. Muchos títulos e invocaciones han sido dados a María a lo largo de la historia cristiana. Es obvio que la madre del Salvador hubiera recibido de Dios algunos regalos y algunas gracias, no por justo mérito, sino en virtud del favor y de la gratuidad divina. “Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas” (San Juan Damasceno).

María emerge de las narraciones de Lucas y de los otros evangelistas como una chica de gran equilibrio, con una experiencia de vida que se parece tanto a la nuestra. Por eso es el modelo de cada cristiano.

             María del Adviento

            En este tiempo de Adviento tenemos la necesidad de despertarnos, porque tenemos el peligro de vivir un poco “dormidos”, fuera de la verdadera vida; todos atareados en encontrar espacios para distraernos, olvidando lo esencial. También María, joven creyente, se encuentraba en el trajín familiar: el trabajo hogareño de aquel tiempo, las amistades, el tiempo libre.... Y es en este contexto ordinario cuando ocurre lo inaudito y extraordinario: a María se le pide convertirse en la puerta de entrada de Dios en el mundo. Una cosa fácil, ¿no? Y si nos hubiera sucedido a nosotros, si Dios nos hubiera dicho: “Oye, necesito que me eches una mano para salvar el mundo”, ¿qué le hubiéramos contestado?

María, lo primero que hace es titubear, preguntar y agobiarse: ¿cómo es posible todo esto? Lo primero que hace la Virgen es preguntar. María pide explicaciones. Y pide explicaciones precisamente porque lo que se le anuncia es un misterio que sólo puede ser acogido desde la fe. Algunos piensan que la fe requiere renunciar al pensamiento, que exige una obediencia ciega, y no es así. La fe requiere el pensamiento porque la fe es lúcida y supone la inteligencia. No es para tontos y para crédulos, porque no es cierto que Dios prefiere a los imbéciles. Imbéciles son los que así lo creen.

Y el ángel le recuerda a María que no hay que poner obstáculos a Dios, porque él sabe bien lo que hace. Y María cree, confía en el Señor. 

sábado, 2 de diciembre de 2023

DOMINGO 1º DE ADVIENTO (Ciclo B)


PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Primera lectura: Is 63, 16b -17.19b; 64, 1c-7
Salmo Responsorial: Salmo 79
Segunda lectura: 1 Cor 1, 3-9
Evangelio: Mc 13, 33-37

 

            Volvemos a empezar

Primer domingo de Adviento, este año siguiendo el evangelio de San Marcos. Marcos, aquel muchacho que siguió a Jesús hasta Jerusalén, y en cuya casa se reunieron los discípulos después de la crucifixión. Marcos, que siguió a Pablo más bien a regañadientes, y por eso fue mandado de nuevo a casa, por la excesiva morriña de adolescente y al que encontramos después al lado del apóstol Pedro.

El evangelio de Marcos está escrito, probablemente, en el ámbito de la comunidad de Roma, con un lenguaje escueto y pobre, pero denso en matices.

Y hoy, en su compañía, una vez más, iniciamos el tiempo de preparación a la Navidad.

¿Cuántas veces?

¿Cuántas Navidades hemos preparado y vivido en nuestra agitada vida? Y aún estamos aquí, no para hacer un simulacro del nacimiento de Jesús, porque él ya nació, vivió, murió y resucitó, sino para dejar que él nazca en nuestra vida una vez más.

Entre su llegada histórica y su retorno glorioso estamos tú y yo, estamos nosotros, en este tiempo nuestro, que nos ha tocado vivir. Cada año hacemos un recorrido por la historia de la salvación, escuchamos los mismos evangelios, volvemos al mismo punto de partida una y otra vez, pero lo hacemos, como en una espiral, a un nivel cada vez más profundo. Con esperanza.

Las razones para estar desanimados son muchas: la crisis mundial que la globalidad nos acerca cada vez más; la guerra abierta en distintos frentes; las dificultades políticas en los diversos países del mundo; el creciente clima de pendencia y enfrentamientos sociales; y la Iglesia que parece estar ya cansada de revitalizar la fe, esquinada en un rincón con demasiados miedos y bastantes incoherencias que la hacen poco creíble en muchos momentos. Hermanos, necesitamos un redentor.