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sábado, 20 de agosto de 2022

DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


La puerta estrecha...

Primera Lectura: Is 66, 18-21
Salmo Interleccional: Salmo 116
Segunda Lectura: Heb 12, 5-7.11-13
Evangelio: Lc 13, 22-30

María, la primera de los discípulos de Jesús, primera entre los resucitados, líder de la larga ascensión al corazón de Dios, la que se dejó llevar por la Palabra, la que supo reconocer la gran obra de Dios en la Historia y en su pequeña historia, nos invita a tomar en serio el trabajo de su Hijo, hacer - como en Caná - lo que él nos diga para convertir el agua de la costumbre rutinaria en el vino nuevo de la fiesta interminable.

La primera entre los resucitados, María es el modelo humilde y concreto de ser Iglesia, tanto ayer como hoy.

En este tiempo agotador, ambiguo y fatigoso que nos toca vivir, se nos lanza a los discípulos un desafío que es el de siempre: hablar de Cristo. La Iglesia, todos nosotros, estamos llamados a repetir lo esencial, a hablar del Maestro.

En un momento en que el mundo habla constantemente mal de la Iglesia, la Iglesia no debe hablar de ella autorreferencialmente y a la defensiva, sino que debe hablar de Cristo.

No debe doblegarse, ni esconderse tras las barricadas integristas, sino recordar que sido llamada, como Isaías profetiza, para ampliar las tiendas, para hacer de nuestro mensaje un mensaje católico, es decir, universal.

La Palabra de hoy nos invita a mirar dentro de nosotros mismos, a mirarnos en el espejo para eliminar los riesgos de sectarismo y de arrogancia que desde siempre habitan en los corazones de los convertidos a Dios. De nosotros, los convertidos.

¿Y los otros? ¿Hay muchos que se salvan?

El devoto fiel que se plantea esta pregunta, evidentemente colocándose entre el grupo de los salvados, no sabe en qué avispero se ha metido. Es la tentación de todos los tiempos: saber si estamos en orden o no, si los puntos acumulados para el concurso de la salvación son suficientes o no, si, en resumen, podemos estar seguros, si ya tenemos reservado un lugar en el paraíso.

Estoy en buena posición

Es la tentación que nos afecta a los católicos de largo recorrido, cuando perdemos la dimensión de la espera, la tensión del discipulado, cuando creemos que las murallas de la ciudad son tan robustas que ya no necesitan la vigilia del centinela.

Es como un cáncer entre nosotros, seguidores de Jesús, cuando, después de una experiencia rotunda y abrumadora de Dios, de repente sentimos que hemos entrado en un grupo separado, y miramos con suficiencia y superioridad “a los demás”, a aquellos que no entienden, que no saben, a esos que han recorrido otros caminos de Iglesia, a quienes el domingo, en la misa, se aburren y no captan la dimensión de la interioridad, a quienes, ahí afuera, no nos entienden y nos atacan, nos insultan, nos ofenden o nos juzgan.

No es a los otros. Es a nosotros a quienes Dios dirige hoy su Palabra punzante.

Mantener la vida de fe requiere esfuerzo, nos dice el Señor, es necesario pasar por una puerta estrecha.

La vida está hecha de altibajos, de momentos emocionantes y dificultades inmensas, pero no hay otra forma de vivir.

La Carta a los Hebreos nos dice que podemos vivir los momentos oscuros y agotadores como una oportunidad para la conversión, para mirar a lo esencial. La prueba es una oportunidad: podemos recurrir a nosotros mismos y apagarnos…, o profundizar y descubrir el rostro de Dios. La prueba puede convertirse en la oportunidad para una conversión, para corregir el rumbo.

La puerta estrecha

El Evangelio que hemos proclamado es exigente, por supuesto. No es severo ni difícil, sino auténtico y comprometido, como lo es escalar una montaña o afrontar una prueba deportiva.

En cambio, nuestro mundo tiende a simplificar la vida, a suavizar las dificultades, a ablandar las situaciones. Está bien, pero eso no siempre funciona. Al no estar acostumbrados a la lucha, muchos hoy tiran la toalla a la primera dificultad, tanto en el trabajo como en las relaciones interpersonales. Una “sociedad líquida” que definió el sociólogo Zygmunt Bauman, que nos hace débiles y frágiles.

Jesús nos lo advierte: para que Dios nos encuentre y para permanecer en su luz debemos trabajar duro y luchar. No hay atajos para esto. Hay que pasar por una puerta estrecha.

No en el sentido de querer ser los primeros de la clase, o buenos niños, o devotos con sello; todos esos son precisamente los que, en la parábola, quedan fuera porque Dios no los reconoce, porque realmente nunca los ha conocido.

No, para entrar al Reino hay que tirar las máscaras fuera, incluso las de la falsa devoción que usamos habitualmente.

Toda una vida para ser cristiano

Se necesita toda la vida para convertirse en cristianos, toda la vida para llegar a ser personas, toda la vida para liberarnos de tantos condicionamientos que nos impiden comprender lo absoluto de Dios en nosotros.

Por eso tenemos que estar atentos al riesgo de la costumbre rutinaria, a la forma más triste de ser cristiano, que es creer por creer; o confundir la propia sensibilidad, un determinado estilo de oración, o la experiencia en un grupo concreto, con la única forma de ser cristiano.

Autenticidad

Lo que el Señor nos pide a los discípulos es la autenticidad de la búsqueda, saber que no hay lugares privilegiados en el camino, que la vigilancia es la única dimensión que nos hace seguir las huellas del Señor.

Nada de ser los primeros de la clase, de la comunidad, nada de tarjetas con premio, nada de derechos adquiridos, sino la búsqueda humilde y auténtica del Señor en todo momento. Siempre.

Tendremos sorpresas, nos advierte el Señor. Las personas que juzgamos distantes de Dios, las personas que en nuestros corazones juzgamos devotamente como pecadoras y alejadas de Dios, las veremos sentadas a la mesa con el Señor. Mientras el ser humano mira la apariencia, Dios mira al corazón. ¡Será divertido encontrar en el Reino a gente que nunca habíamos imaginado!

Solo Dios conoce en el corazón la fe de las personas, dejemos por tanto el juicio a él. Nosotros, en la medida de lo posible, pensemos en convertirnos a nosotros mismos: con esto, basta y sobra.

Animo pues, amigos, el Señor nos ama y nos toma en serio, nos sacude si es necesario, y nos invita, ahora y siempre, a ser verdaderamente discípulos suyos según su corazón.

Precisamente porque nos ama, nos corrige y nos invita a superar la tentación de creer que ya hemos llegado a la meta, cuando todavía nos queda camino por recorrer.

 

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