Traducir

Buscar este blog

sábado, 23 de agosto de 2025

DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


La puerta estrecha...

Primera Lectura: Is 66, 18-21
Salmo Interleccional: Salmo 116
Segunda Lectura: Heb 12, 5-7.11-13
Evangelio: Lc 13, 22-30

María, la primera de los discípulos de Jesús, primera entre los resucitados, guía de la larga ascensión al corazón de Dios, es la que se dejó conducir por la Palabra, la que supo reconocer la gran obra de Dios en la Historia y en su pequeña historia. Hoy nos invita a tomar en serio la obra de su Hijo, a hacer —como en Caná— lo que Él nos diga, para que el agua de la costumbre rutinaria se transforme en el vino nuevo de la fiesta sin fin. Ella, la primera entre los resucitados, es un modelo humilde y concreto de lo que significa ser Iglesia, ayer y hoy.

En este tiempo agotador y ambiguo que nos toca vivir, a los discípulos de Jesús se nos plantea el mismo desafío de siempre: hablar de Cristo. La Iglesia —todos nosotros— está llamada a repetir lo esencial: anunciar al Maestro.
En un momento en que el mundo habla mal de la Iglesia casi sin descanso, no nos toca encerrarnos en discursos autorreferenciales ni defensivos. Tampoco atrincherarnos en posturas rígidas o integristas. Hemos sido llamados —como anuncia Isaías— a ampliar la tienda, a que nuestro mensaje sea verdaderamente católico, es decir, universal.

La Palabra de hoy nos invita a mirarnos por dentro, a reconocer y purificar esos riesgos de sectarismo y de arrogancia que, desde siempre, pueden habitar también en el corazón de los convertidos… de nosotros mismos. Y surge la pregunta: ¿Son muchos los que se salvan? El creyente que la formula, colocándose ya en el grupo de los salvados, no sabe bien en qué se mete. Es la vieja tentación: querer saber si estamos “en orden”, si tenemos suficientes puntos acumulados para ganar el “concurso” de la salvación, si podemos estar tranquilos porque ya tenemos reservado un sitio en el paraíso.

 La falsa seguridad

Es la tentación que a veces afecta a los católicos de largo recorrido, cuando perdemos la tensión del discípulo y creemos que las murallas de la ciudad son tan firmes que ya no hace falta la vigilancia del centinela.

Es un cáncer silencioso en nosotros, seguidores de Jesús, cuando, después de una experiencia profunda de Dios, nos sentimos parte de un grupo selecto pero aislado y miramos con cierta suficiencia a “los otros”: a los que no entienden, a los que han recorrido otros caminos en la Iglesia, a quienes en misa se aburren y no captan la interioridad, a los que nos critican o juzgan desde fuera.

Hoy Dios no nos habla de “los otros”. Hoy nos habla a nosotros, y su palabra es directa. Mantener viva la fe exige esfuerzo: hay que pasar por una puerta estrecha.

 La puerta estrecha

La vida está llena de subidas y bajadas, de momentos luminosos y de pruebas difíciles. Y no hay otro camino para vivirla con plenitud. La Carta a los Hebreos nos recuerda que las pruebas pueden ser una oportunidad para la conversión, para volver a lo esencial. Podemos dejarnos apagar por la dificultad… o bien profundizar y descubrir en medio de ella el rostro de Dios.

El Evangelio de hoy es exigente, pero no severo. Es auténtico y comprometido, como quien escala una montaña o se prepara para una prueba deportiva. Nuestro mundo, en cambio, tiende a suavizar todo, a buscar atajos. El problema es que, al no estar acostumbrados al esfuerzo, muchos tiran la toalla a la primera dificultad. Vivimos en lo que Zygmunt Bauman llamó una “sociedad líquida”, que nos vuelve frágiles.

Jesús nos advierte: para que Dios nos encuentre y permanezcamos en su luz, es necesario trabajar y luchar. No hay atajos.

Y no se trata de ser “los primeros de la clase” o de exhibir una devoción impecable. En la parábola, precisamente esos se quedan fuera, porque Dios no los reconoce: nunca lo habían conocido de verdad.

 Toda una vida para ser cristianos

Ser cristiano lleva toda la vida. Toda una vida para llegar a ser verdaderamente personas, para liberarnos de tantas ataduras que nos impiden acoger a Dios en plenitud. Por eso debemos cuidarnos del peligro de una fe rutinaria, que cree “por creer”, o que confunde la propia sensibilidad, un estilo de oración o la experiencia en un grupo concreto con la única manera válida de ser cristiano.

El Señor nos pide autenticidad en la búsqueda. No hay lugares privilegiados ni derechos adquiridos: solo la vigilancia humilde nos mantiene tras sus huellas. Y nos advierte que habrá sorpresas: aquellos que creíamos lejos de Dios pueden estar sentados a su mesa, porque el Señor mira el corazón, no las apariencias.

 Conversión personal y confianza

Solo Dios conoce la fe de cada persona. Dejemos a Él el juicio, y ocupémonos en nuestra propia conversión. Con eso basta.

Ánimo, hermanos: el Señor nos ama y nos toma en serio; si es necesario, nos sacude y nos corrige para que no caigamos en la tentación de pensar que ya hemos llegado. Nos queda camino por recorrer. Pero ese camino siempre lo hacemos acompañados por Él, que nos conduce, paso a paso, hasta la puerta estrecha… y hasta la vida que no acaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.