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sábado, 30 de agosto de 2025

DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Eclo 3, 17-21.29
Salmo Responsorial: Salmo 67
Segunda Lectura: Heb 12, 18-19.22-24
Evangelio: Lc14, 1.7-14


El domingo pasado escuchábamos a Jesús invitarnos a entrar por la puerta estrecha. Hoy, con las imágenes del Evangelio, se nos explica mejor en qué consiste esa puerta: en actitudes concretas de humildad y de verdad, frente a la tentación siempre actual de la apariencia y del orgullo.

No es sencillo mantener la coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos. La fe no es simplemente cumplir normas; pero es evidente que, si de verdad hemos encontrado a Cristo, nuestra vida cambia: se orienta hacia lo bueno y lo verdadero, y poco a poco se va transformando. Lo mismo que sucede cuando una persona se enamora: sus gestos, su manera de hablar, su mirada, todo se nota.

También nosotros estamos llamados a vivir como personas salvadas, dejando que el Evangelio purifique nuestro corazón y nuestras actitudes, más allá de simples códigos morales.

 Jesús y las apariencias

El Evangelio nos muestra a Jesús observando cómo algunos buscan los primeros puestos en la mesa. Ridiculiza la actitud de los que aparentan grandeza sólo por tener un cargo o un lugar visible. No critica la responsabilidad social en sí, sino el orgullo de quien confunde el servicio con la apariencia, y la dignidad con el poder.

Nuestra sociedad conoce muy bien esa tentación. Vivimos rodeados de ansias de notoriedad: el deseo de “salir en la tele”, de tener seguidores en las redes, de ser reconocidos aunque sea con cosas superficiales. Nuestros jóvenes, y también los adultos, sienten a veces un miedo enorme a pasar desapercibidos. Y tantas veces esa búsqueda de visibilidad acaba vaciando a las personas, convirtiéndolas en copias unas de otras, esclavas del juicio ajeno.

Detrás de todo esto hay una tragedia: se piensa que uno sólo existe si aparece, que sólo vale lo que se ve, que lo demás no cuenta. Pero, hermanos, mientras el mundo juzga y condena con dureza, Dios perdona y levanta siempre.

El mensaje de Jesús

Frente a todo eso, la palabra de Jesús es clara: no necesitas aparentar. Tú vales a los ojos de Dios tal como eres. Tu dignidad no depende de un aplauso ni de una imagen pública, sino del amor de Dios que te ha creado y te sostiene.

Eres valioso aunque nunca recibas un premio o una medalla, aunque tu nombre no figure en la historia. Eres precioso porque Dios te conoce y te ama. Esa certeza nos da una autoestima más firme que cualquier éxito exterior.

Nuestros límites no son una condena, sino el espacio en el que Dios nos invita a crecer. Nuestros pecados, puestos en sus manos, se convierten en ocasión de humildad y de confianza. No necesitamos ser los primeros: basta con sabernos conocidos y amados por Él.

 La humildad, camino de vida

Por eso Jesús nos propone la humildad. Cultivemos la virtud de la modestia y la humildad, una virtud preciosa que nos allana el camino para encontrarnos con Dios.

No se trata de despreciarnos ni de fingir que no valemos. La persona que dice que no vale nada, que es ignorada y despreciable, comete un grave pecado de confianza en Dios. La falsa humildad también es un engaño.

La verdadera humildad es reconocer con serenidad lo que Dios ha hecho en nosotros y ponerlo al servicio de los demás, sin esconder las fragilidades, pero confiándolas al Señor.

María es el ejemplo más claro: reconoció que Dios había hecho obras grandes en ella, y a la vez se confesó humilde servidora. Quien vive así, no necesita aparentar, porque se apoya en el amor fiel de Dios.

 Brillar de verdad

La vida de quien se abandona al Señor se transforma. Incluso las inevitables dificultades que da la vida se convierten en ocasión de crecimiento. Al final, lo único que importa es que Cristo sea el centro de nuestra vida.

Entonces podemos preguntarnos: ¿vale la pena luchar por los primeros puestos, por el aplauso, por la apariencia? O más bien, ¿no es mucho más hermoso vivir en la verdad, con la paz de sabernos amados y sostenidos por Dios? Somos adultos. Que cada uno elija.


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