No es fácil conseguir la coherencia de la
propia fe con el comportamiento que se tiene. Es cierto que la fe no se reduce
a observar simplemente un código de conducta, pero también es cierto que, si
realmente hemos encontrado a Cristo, nuestra vida estará orientada, cambiará y evolucionará
en positivo.
Todos se dan cuenta de que, si alguien se
enamora, sus gestos y sus actitudes cambian.
Estamos llamados, una vez más, a vivir como
salvados, sin poner únicamente el comportamiento moral como criterio, sino
recurriendo continuamente a la verdad del Evangelio para purificar nuestro
corazón y nuestras actitudes.
Estrellas
Jesús observa el vicio generalizado entre
algunos de sus contemporáneos, políticos influyentes y sacerdotes, de presumir,
de amar la visibilidad excesiva, y de luchar por el liderazgo a toda costa.
Por supuesto que la visibilidad, para las
personas que tienen cierto rol social, es inevitable; lo que Jesús ridiculiza
es la actitud arrogante de aquellos que se piensan que son importantes por
tener un cargo, de aquellos que usan como criterio las apariencias sin llegar a
ser lo que aparentan.
Podemos pensar, sin duda, en la crisis de
anonimato que, por desgracia, agobia a nuestra sociedad de masas, y que se
traduce en un ansia de visibilidad y de aparentar. Las revistas del corazón,
las “chicas florero”, el “gran hermano”, o los “programas basura”, son el
termómetro del perturbador fenómeno de falta de visibilidad de las personas, y de
la necesidad paroxística de estar ahí, de mostrarse, de contar algo en este
mundo de superhombres y supermujeres, aunque sea insustancial. Hay que salir en
la tele.
Es tremendo ver a nuestros frágiles
adolescentes, con un tremendo pavor a no ser reconocidos en este extraño mundo
adulto, donde sólo cuenta lo que se ve y lo que aparenta ser lo que no es.
Pero luego, frente a las cámaras, todos terminan siendo idénticos, todos parecidos a lo que creen que les gusta, y el delirio del “reality show” convierte la fragilidad de cada persona en un gigantesco y dañoso psicoanálisis colectivo, sujeto al juicio del público.
Moralismo
Existes si apareces, vales si se te nota, sobrevives
si terminas saliendo en unos pocos minutos en los exitosos programas de
entrevistas de la tele.
La tragedia es que algunos creen ciegamente
en eso, y piensan que este es el camino, que la fuente de su insatisfacción está
en no ser visibles, en no aparecer. Peor aún: a todo esto, hay que añadir que el
mundo sin Dios se torna mucho más exigente, moralista, despiadado en los
juicios y plenamente intransigente con los otros. Porque mientras Dios perdona,
el mundo juzga y condena. Es para gritar: ¡Socorro!
Entra en tu interior
Pero, gracias a Dios, Jesús nos ofrece el mensaje
opuesto y nos dice: no necesitas exponerte, aparentar, porque tú vales la pena
tal como eres. La autoestima que nace en el corazón, no se mide tanto por tus
habilidades, sino por el hecho de que Dios piensa en ti, te quiere y te ama.
Tú lo vales, este es el mensaje de las
Escrituras; tu eres precioso/a a los ojos de Dios. No importan tus límites ni el
alcance de tus miedos. No importa lo que otros piensen de ti: tú eres digno,
eres precioso a los ojos de Dios y, por lo tanto, no tienes necesidad de
presumir, de buscar obsesivamente una visibilidad que el mundo te niega o lo reserva
para muy pocos elegidos.
Tú lo vales, aunque nunca ganes un gran
premio ni una medalla de oro; aunque tu pequeña vida se vaya a perder entre los
recuerdos de una generación.
Tú lo vales, no vendas tu dignidad, cultiva
tu interioridad, y el exterior será sólo y siempre la transparencia del interior.
Y nuestros límites, ¿qué? Son simplemente,
un recinto que delimita el espacio en el que nos realizamos.
Y, ¿nuestros pecados? Son la experiencia de
la finitud y de la libertad aún no purificada. Experiencia que hemos de asumir
como adultos y hemos de ponerla en las manos de Dios.
No necesitamos ser los primeros en nada:
sólo Dios conoce nuestro corazón y sabe más de nosotros que lo que sabemos de
nosotros mismos. No nos dejemos arrastrar por los falsos profetas de nuestro
tiempo.
Humildad
Así pues, humildad. Cultivemos la virtud de
la modestia y la humildad, una virtud preciosa a los ojos humanos, que nos
allana el camino para encontrarnos con Dios.
Humildad: un equilibrio difícil entre
conocer el propio límite y la grandeza de las cosas que Dios obra en nosotros.
Como en María.
La persona que dice que no vale nada, que
es ignorada y despreciable, comete un grave pecado ante Dios; esa persona 0 es falsamente
humilde, o deprimida.
La persona que esconde sus fragilidades
detrás de la hipocresía de una autoimagen excesiva y distorsionada, construye
su autoestima sobre bases muy frágiles.
En cambio, la persona que ha conocido cuál
es la medida del amor de Dios, da la bienvenida a sus propias habilidades, las
pone al servicio del Reino, alaba al Señor por los muchos dones que satisfacen
su vida y a los que ha aprendido a reconocer. También conoce la medida de su
propia fragilidad, pero no le importa, sino que todo se lo confía al Señor con
inmensa ternura, sabiendo que en su propia fragilidad se manifiesta plenamente la
gloria de Dios.
Hombres y mujeres brillantes
Al hacerlo, de verdad, nuestra vida se
transfigura. Incluso las inevitables dificultades de la vida terminan
convirtiéndose en una oportunidad de crecimiento, si se afrontan con medida y
relativizándolas. Sólo Dios cuenta, sólo
la presencia de Jesús, el Señor, sigue siendo el centro de nuestra vida.
En esta perspectiva, ¿creéis que merece la
pena buscar los primeros lugares a toda costa?
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