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sábado, 27 de agosto de 2022

DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera Lectura: Eclo 3, 17-21.29
Salmo Responsorial: Salmo 67
Segunda Lectura: Heb 12, 18-19.22-24
Evangelio: Lc14, 1.7-14


La puerta estrecha de la que Jesús nos hablaba el domingo pasado, se describe hoy con una serie de ejemplos irónicos y exigentes, nacidos de la observación de los vicios de todos los tiempos.

No es fácil conseguir la coherencia de la propia fe con el comportamiento que se tiene. Es cierto que la fe no se reduce a observar simplemente un código de conducta, pero también es cierto que, si realmente hemos encontrado a Cristo, nuestra vida estará orientada, cambiará y evolucionará en positivo.

Todos se dan cuenta de que, si alguien se enamora, sus gestos y sus actitudes cambian.

Estamos llamados, una vez más, a vivir como salvados, sin poner únicamente el comportamiento moral como criterio, sino recurriendo continuamente a la verdad del Evangelio para purificar nuestro corazón y nuestras actitudes.

Estrellas

Jesús observa el vicio generalizado entre algunos de sus contemporáneos, políticos influyentes y sacerdotes, de presumir, de amar la visibilidad excesiva, y de luchar por el liderazgo a toda costa.

Por supuesto que la visibilidad, para las personas que tienen cierto rol social, es inevitable; lo que Jesús ridiculiza es la actitud arrogante de aquellos que se piensan que son importantes por tener un cargo, de aquellos que usan como criterio las apariencias sin llegar a ser lo que aparentan.

Podemos pensar, sin duda, en la crisis de anonimato que, por desgracia, agobia a nuestra sociedad de masas, y que se traduce en un ansia de visibilidad y de aparentar. Las revistas del corazón, las “chicas florero”, el “gran hermano”, o los “programas basura”, son el termómetro del perturbador fenómeno de falta de visibilidad de las personas, y de la necesidad paroxística de estar ahí, de mostrarse, de contar algo en este mundo de superhombres y supermujeres, aunque sea insustancial. Hay que salir en la tele.

Es tremendo ver a nuestros frágiles adolescentes, con un tremendo pavor a no ser reconocidos en este extraño mundo adulto, donde sólo cuenta lo que se ve y lo que aparenta ser lo que no es.

Pero luego, frente a las cámaras, todos terminan siendo idénticos, todos parecidos a lo que creen que les gusta, y el delirio del “reality show” convierte la fragilidad de cada persona en un gigantesco y dañoso psicoanálisis colectivo, sujeto al juicio del público.

Moralismo

Existes si apareces, vales si se te nota, sobrevives si terminas saliendo en unos pocos minutos en los exitosos programas de entrevistas de la tele.

La tragedia es que algunos creen ciegamente en eso, y piensan que este es el camino, que la fuente de su insatisfacción está en no ser visibles, en no aparecer. Peor aún: a todo esto, hay que añadir que el mundo sin Dios se torna mucho más exigente, moralista, despiadado en los juicios y plenamente intransigente con los otros. Porque mientras Dios perdona, el mundo juzga y condena. Es para gritar: ¡Socorro!

Entra en tu interior

Pero, gracias a Dios, Jesús nos ofrece el mensaje opuesto y nos dice: no necesitas exponerte, aparentar, porque tú vales la pena tal como eres. La autoestima que nace en el corazón, no se mide tanto por tus habilidades, sino por el hecho de que Dios piensa en ti, te quiere y te ama.

Tú lo vales, este es el mensaje de las Escrituras; tu eres precioso/a a los ojos de Dios. No importan tus límites ni el alcance de tus miedos. No importa lo que otros piensen de ti: tú eres digno, eres precioso a los ojos de Dios y, por lo tanto, no tienes necesidad de presumir, de buscar obsesivamente una visibilidad que el mundo te niega o lo reserva para muy pocos elegidos.

Tú lo vales, aunque nunca ganes un gran premio ni una medalla de oro; aunque tu pequeña vida se vaya a perder entre los recuerdos de una generación.

Tú lo vales, no vendas tu dignidad, cultiva tu interioridad, y el exterior será sólo y siempre la transparencia del interior.

Y nuestros límites, ¿qué? Son simplemente, un recinto que delimita el espacio en el que nos realizamos.

Y, ¿nuestros pecados? Son la experiencia de la finitud y de la libertad aún no purificada. Experiencia que hemos de asumir como adultos y hemos de ponerla en las manos de Dios.

No necesitamos ser los primeros en nada: sólo Dios conoce nuestro corazón y sabe más de nosotros que lo que sabemos de nosotros mismos. No nos dejemos arrastrar por los falsos profetas de nuestro tiempo.

Humildad

Así pues, humildad. Cultivemos la virtud de la modestia y la humildad, una virtud preciosa a los ojos humanos, que nos allana el camino para encontrarnos con Dios.

Humildad: un equilibrio difícil entre conocer el propio límite y la grandeza de las cosas que Dios obra en nosotros. Como en María.

La persona que dice que no vale nada, que es ignorada y despreciable, comete un grave pecado ante Dios; esa persona 0 es falsamente humilde, o deprimida.

La persona que esconde sus fragilidades detrás de la hipocresía de una autoimagen excesiva y distorsionada, construye su autoestima sobre bases muy frágiles.

En cambio, la persona que ha conocido cuál es la medida del amor de Dios, da la bienvenida a sus propias habilidades, las pone al servicio del Reino, alaba al Señor por los muchos dones que satisfacen su vida y a los que ha aprendido a reconocer. También conoce la medida de su propia fragilidad, pero no le importa, sino que todo se lo confía al Señor con inmensa ternura, sabiendo que en su propia fragilidad se manifiesta plenamente la gloria de Dios.

Hombres y mujeres brillantes

Al hacerlo, de verdad, nuestra vida se transfigura. Incluso las inevitables dificultades de la vida terminan convirtiéndose en una oportunidad de crecimiento, si se afrontan con medida y relativizándolas.  Sólo Dios cuenta, sólo la presencia de Jesús, el Señor, sigue siendo el centro de nuestra vida.

En esta perspectiva, ¿creéis que merece la pena buscar los primeros lugares a toda costa?

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