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sábado, 24 de diciembre de 2022

NATIVIDAD DEL SEÑOR (A)


Primera Lectura: Is 52, 7-10
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Heb 1, 1-6
Evangelio: Jn 1, 1-18

Luz y tinieblas

Llenos de luz, como debería ser, como Dios quiere que sea. Y también llenos de nada, como estamos corriendo el riesgo de convertirla en una fiesta sin festejado, buena sólo para suscitar dulzonas emociones y una forma mercantilista de vender productos de todo tipo.

Llenos de angustia como los muchos que viven la Navidad como una maldición que hay que terminar cuanto antes y que no son alcanzados por ningún ángel que los conduzca a visitar aquel establo.

Sin embargo, y a pesar de todo ello, la luz de Dios invade todos los rincones, calma toda ansiedad y convierte el corazón de quienes se dejan asombrar, sorprender, aturdir y conmover.

¿Quién podría, jamás, haber inventado un absurdo semejante?

¿Quién jamás podría haber hecho creer la más increíble de las noticias?

Debe ser verdadera la Navidad, porque sólo Dios podía realizar semejante cosa. Debe ser verdadera, porque es algo de locos imaginar una cosa semejante.

La noticia de un Dios que se hace hombre. Qué se hace accesible y topadizo, que se hace carne y sangre, ternura y calor, fragilidad y compasión.

Una persona con sentimientos, que siente cansancio, emociones, hambre y sed, calor y frío.

Ahora ya no hay una un confín que separa lo humano y lo divino. Ahora Él, el Señor, está aquí.

¿Por qué?

¿Por qué lo ha hecho? ¿Qué sentido tiene? ¿Para qué Dios tendría que abandonar su perfección para venir a conocer nuestra miseria?

La respuesta es: Para vosotros ha nacido un Salvador.

Son los pastores, los últimos, los perdedores, los derrotados del tiempo de Jesús son los que tienen el honor de ser dignos de la explicación del ángel.

Dios se ha hecho hombre porque nos quiere. Y cuanto más frágiles y torpes somos, cuanto más hayamos conocido la miseria y la desesperación, como los pastores, más nos quiere el Señor. No en virtud de nuestros méritos, sino en proporción a nuestras necesidades.

Dios se ha hecho hombre para salvarnos, para conducirnos a la salvación que es la plenitud de la vida. Para llevar a cabo aquel anhelo inquebrantable que él ha puesto en lo hondo de nuestro corazón. Una voz íntima, absoluta, que ni el caos desbordante, en el que a duras penas sobrevivimos, logra acallar.

Dios se ha hecho hombre para decir a cada persona que nuestro barro está amasado con la chispa divina. Que, desde ahora y para siempre, lo humano y lo divino conviven en un mismo cuerpo. En el cuerpo de un recién nacido.

sábado, 17 de diciembre de 2022

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (Ciclo A)

Primera Lectura: Is 7,10-14
Salmo Responsorial: Salmo 23
Segunda Lectura: Rom 1,1-7
Evangelio: Mt 1, 18-24

Acoge la Navidad quien tiene despierta dentro de sí la esperanza de ser acogido por Dios. Profetas como Juan nos invitan a prepararnos a acoger a un Dios que abrasa. Como María, nuestra vida puede convertirse en la puerta de entrada de Dios en el mundo.

No, no estamos aquí para simular que Jesús nace. El Señor ha nacido, ha muerto y ha resucitado. Lo proclamamos Dios y Señor de la Historia. Aunque, como a Juan el Profeta, podemos estar atravesados por la duda más desoladora: ¿eres de verdad tú, Señor?, ¿o tenemos que esperar a otro?

Éste es el desafío del Adviento, de este adviento hoy: hacer espacio en nosotros para que la luz de Dios pueda resplandecer con toda su fuerza en nosotros y en la creación.

Como le pasó a José, el más desdichado de los santos.

José, el novio desdichado

Lo que os voy a decir puede parecer irreverente, lo sé, pero veréis. En resumidas cuentas, José es un pobre hombre al que Dios le ha soplado la chica. Y hoy, en el último domingo de Adviento, José nos viene propuesto como modelo.

Muchos de vosotros, durante esta semana, os habéis podido identificar con Juan, el profeta dubitativo: si “el hombre más grande nacido de mujer” ha tenido dudas, también puede ser que yo las tenga.

Hoy la liturgia se atreve a ir más allá: el patrono de la Iglesia, el padre de Jesús, el novio de María ha sido un hombre que tuvo que cambiar radicalmente su vida, una persona que se encontró con apuros hasta el cuello. Y que no salió de ellos jamás.

No está dicho que el encuentro con Dios te allane la vida al son de angelitos danzantes y músicas celestiales. Y si no, preguntádselo a José.

Noches toledanas

Mateo nos cuenta el nacimiento de Jesús muy concisamente, pero desde el punto de vista de José. Al ser un Evangelio dirigido a los judíos, es esencial hablar del hombre de la casa. El Mesías tenía que venir de la descendencia de David, y José proviene de aquella estirpe. Sólo que él tuvo un recorrido completamente particular respecto de los demás hombres.

María y José se hacen novios, tienen un contrato de boda normal, estipulado por sus correspondientes padres. María es muy joven, de José no lo sabemos.

Si os gusta permanecer fieles a lo que dice el Evangelio, no sabemos mucho de él. Suponemos que sería un chico bueno y honesto del país…, y nada más.

Pero también podéis suponer, haciendo vuestra una antigua tradición, que José era un viudo que decide acoger consigo a María. Parece un poco forzado, pero ahí está. Yo prefiero quedarme con lo que dice el Evangelio.

Lo que Mateo quiere decirnos es mucho más sencillo: el único que sabía que aquel niño no era suyo fue justamente José.

sábado, 10 de diciembre de 2022

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo A)

“Alegraos, siempre en el Señor; os lo repito, estad alegres.
El Señor está cerca." (Flp 4, 4-5)


Primera Lectura: Is 35,1-6a. 8a. 10
Salmo Responsorial: Salmo 145
Segunda Lectura: Sant 5, 7-10
Evangelio: Mt 11, 2-11

Podemos celebrar un montón de navidades sin que Dios nazca jamás en nuestros corazones. Por eso necesitamos preparamos bien para la Navidad en la celebración de este breve tiempo de Adviento.

Estamos aquí, en este domingo, para ser arrancados del torbellino de la cotidianidad, para hacer como María y vivir en la escucha, para reconocer a los muchos profetas que están a nuestro alrededor y que nos señalan a Cristo.

La fingida Navidad que transita nuestras fiestas muestra su vaciedad: las iluminaciones adornan la ciudad, los escaparates se llenan de seductores (y a menudo inasequibles) regalos, el Niño Jesús – que es lo importante - está ya definitivamente olvidado en nombre de una equivocada visión de lo que, de verdad, significa el respeto a las otras creencias.

No es raro encontrar, en las revistas de estas fechas, páginas que explican los símbolos de la Navidad: la razón de la fecha, el árbol, los regalos, Santa Claus... ¡Pero casi nunca se menciona a Jesús, el de Nazaret, el Hijo de Dios, que es precisamente el que nace!

En contrapartida de tanta fiesta ficticia, el ambiente está pesado. La crisis global continúa, a pesar de los buenos deseos, y sigue sin ofrecer perspectivas fiables; la guerra nos llena de preocupación y temor; las jugadas políticas y diplomáticas siguen llenas de palabras tergiversadas mientras hermanos nuestros que quieren alcanzar “la tierra prometida del desarrollo”, siguen muriendo en el Mediterráneo y en tantas otras partes del mundo; el escenario político es inquietante, la mayor parte de la gente hace pactos familiares pidiendo que no se hagan regalos para no tener que corresponderlos y así no tener que tirar por la ventana la preciosa paga extra en un momento de carestía.

¿Después de dos mil años de celebraciones del nacimiento, no tenéis la impresión de que poco o nada ha cambiado? Dios ha venido, vale, ¿y qué…?

Los fuertes siguen haciéndose los prepotentes, la lógica del egoísmo prevalece, a veces y más de lo que deseamos también en la Iglesia, las miserias abundan, frente al radiante futuro de la humanidad: el hambre en el mundo afectó de forma crónica a 828 millones de personas en 2021, según la nueva edición del informe anual de la ONU. Los fríos números de la estadística dan que cada día mueren 7.600 niños de hambre… y, a veces, se hacen cálculos y se dice, para tranquilizar, que son 1.000 menos que el año pasado. ¡Bueno… así ya me siento mucho mejor!

Un profeta lleno de dudas

El Juan con el que nos encontramos hoy es bien diferente al exaltado y hosco Bautista, que predicaba en el desierto. Juan está en cárcel y sabe que está a punto de ser ejecutado a causa de la sorda rabia de una enfadada e histérica mujer fatal, y de la debilidad de un rey fantoche.

Juan ha vivido toda su provocativa vida únicamente para preparar el camino al Mesías, él lo reconoció escondido entre la muchedumbre de penitentes que llegaban a bautizarse, lo acogió, y se quedó asombrado y trastornado por la actitud humilde y escondida del Salvador del mundo.

Pero ahora Juan está perplejo y dudoso. Las noticias que le llegan de sus discípulos lo dejan consternado: el Mesías no está siguiendo su mismo camino, no incita con vehemencia a la gente, parece que ha asumido un perfil bajo, mediocre.

sábado, 3 de diciembre de 2022

DOMINGO 2º DE ADVIENTO (Ciclo A)


 Primera Lectura: Is 11, 1-10
Salmo Responsorial: Salmo 71
Segunda Lectura: Rom 15, 4-9
Evangelio: Mt 3, 1-12

Profetas y profecías

Todavía tenemos mucha necesidad de profetas, pero también es verdad que numerosos profetas habitan en nuestras ciudades grises. Personas con apariencia normal y que hasta saben hablar en nombre de Dios, que saben leer el presente a la luz de la fe. Porque el profeta no predice el futuro - esos son los adivinos – el profeta nos ayuda a entender el presente. ¡Y sólo Dios sabe cuántos profetas necesitamos para lograr descubrir un recorrido de fe sin perdernos en la pesada vida cotidiana!

En las lecturas de hoy nos encontramos con dos profetas. Dos gigantes de la fe, dos pilares de la espiritualidad, dos servidores de la Palabra. Juan, el rudo, e Isaías, el seductor. Así de diferentes son en su modo de profetizar, así son de auténticos y actuales.

- Isaías habla a un pueblo que tiene que vérselas con sus agresivos vecinos:  egipcios, asirios y, muy pronto, van a aparecer los babilonios en la escena internacional del momento. Un pueblo asustado por lo que está ocurriendo, por los grandes proyectos de los poderosos, un pueblo pequeño que se siente como unos tiestos de barro entre macetas de hierro.

En esa situación Isaías canta, sueña y diseña un mundo sin armas. Un mundo en el que el violento juega con el recién nacido. Un juego en el que los instintos más malvados se hacen servidores de la vida y de la verdad.

¡Qué Isaías más iluso! Utópico, diríamos hoy.

- El otro es Juan. Un Juan al que el evangelista Mateo dibuja seco, huraño, incisivo e invasivo como el desierto que lo ha consumido. Eficaz y cáustico como sólo los profetas saben ser.

Juan pide conversión, exige acción y solicita una decisión ante opciones concretas. Porque el cambio lo debemos realizar ya, aquí y ahora, sin acomodarnos a nuestras pequeñas o grandes convicciones. Tenemos que apurarnos para no ser arrollados, barridos y destrozados por un conformismo inoperante.

Porque Dios no sólo está con quien simplemente espera, sino también con quien colabora en la construcción de su Reino. Porque, como dice san Agustín, Dios quiere que lo que es un regalo suyo se convierta en conquista nuestra.

Dos estilos

Son dos estilos de vivir la fe, dos modos de articularla, que sólo son antípodas en apariencia. Isaías espera el Reino de Dios desde lo alto. Juan Bautista se afana en realizarlo desde abajo.

Así de diferentes son los modos de vivir la fe, de construir la Iglesia y de experimentar la vida interior. Así de diferentes son las sensibilidades de cada uno de nosotros. Hay quien sólo mira para arriba y quien, primero, mira para abajo. Son modos de ser que no se contraponen, sino que se complementan.

Así son muchos de los modos de leer la realidad que estamos viviendo. Algunos confían en un milagro divino, con fuego y llamas desde el cielo, otros promueven acciones y movimientos para adelantar el Reino de Dios.

Así es la profecía, dulce y amarga, tierna y decidida, de ensueño esperanzado y de perentoria irrupción en la Historia. Así es nuestra fe.

sábado, 26 de noviembre de 2022

DOMINGO 1º DE ADVIENTO (Ciclo A)


Primera lectura: Is 2, 1-5
Salmo responsorial: Salmo 121
Segunda lectura: Rom 13, 11-14
Evangelio: Mt 24, 37-44



Vuelve el Adviento, comienza el nuevo año litúrgico, el camino para prepararse y esperar la Navidad, para convertir el corazón a la buena noticia de un Dios que viene a comprometerse con nosotros. Eso significa que estaremos dentro de un mes nuevamente a la mesa abriendo regalos y dándonos felicidades. Al menos quien tenga alguien con quien sentarse y cuatro cuartos para comprar un regalo.

Si miramos alrededor, nos vemos desorientados, como quién, después de una larga noche de batalla, ve el resplandor de la aurora en el oriente. Estamos demasiado cansados para alegrarnos. Hay demasiadas heridas para curar. Demasiada hemorragia de esperanza como para tomar en serio las invitaciones a la alegría, tan poco convencidas, que empezamos a ver en televisión. Llega la Navidad y nosotros aquí en pleno campo de batalla política y social en tantas partes del mundo.

El Adviento es el único instrumento posible que tenemos para resistir y sobrevivir a ese otro nacimiento consumista y comercial. Necesitamos pararnos, al menos algún minuto, y mirar adónde estamos yendo, necesitamos encontrar una cuerda en la que colgar, como en una colada, todas nuestras vicisitudes. Hoy empieza el Adviento y, sinceramente, lo necesitamos.

Anhelos

Son cuatro las semanas que nos preparan para la Navidad, un espacio de salvación que se nos da para tomar conciencia de nuestra vida. Un mes para preparar una cuna a Dios, aunque sea en un establo. No estamos aquí para hacer un simulacro del nacimiento de Jesús, porque él ya ha nacido en la historia y volverá después en gloria. Ahora se trata de que Jesús nazca en mí, aquí y ahora. Ya.

En medio de la crisis de un mundo en descomposición, en medio de la guerra, en medio de los miles de líos que tenemos que afrontar cada día, arrancando con uñas y dientes un tiempo para vivir con seriedad desde lo hondo de nosotros mismos.

Como cristianos hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o al olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre, o en la fosa común del Mediterráneo huyendo de la violencia y de la tragedia humana de sus países. No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de devota inocencia para defender nuestra tranquilidad de conciencia. Cuando el Papa Francisco reclama “una Iglesia más pobre y de los pobres”, nos está gritando su mensaje más importante a los cristianos de los países del bienestar.

sábado, 19 de noviembre de 2022

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (Ciclo C)

Primera lectura: 2 Sam 5, 1-3
Salmo Responsorial: Salmo 121
Segunda lectura: Col 1, 12-20
Evangelio: Lc 23, 35-43



Éste es el último domingo del año litúrgico, el próximo domingo comenzamos ya con la celebración del Adviento. Pero hoy celebramos la verdadera locura del cristianismo que, si se tomara en serio, nos haría ponernos de rodillas a todos para adorar la infinita grandeza de Dios.

Hoy celebramos la realeza de Cristo o, como describe pomposamente la rúbrica del Misal, la Solemnidad de Jesucristo Rey del universo.

Las instituciones humanas se tambalean. El domingo pasado, la constatación de las ansiedades y las angustias de nuestro tiempo, nos oprimía el corazón a todos, más o menos creyentes; por eso no nos disgustaría un bonito desenlace de la historia, con la llegada de los nuestros, del “séptimo de caballería” como en las películas del oeste de los años sesenta del siglo pasado. ¡Ya era hora! ¡Por fin! ¡Nos faltaba algo así! Cristo Rey…

¿Pero de dónde es rey este Jesús?

Mirar más allá

Las razones para el desánimo no faltan, y la frágil historia hecha de armas y de violencia, sigue dictando su ley. No han cambiado mucho las cosas en estos dos mil años de cristianismo, y el Reino de Dios parece ser un bonito proyecto que ha se quedado sobre el papel, una inspiración espiritual de algún soñador.

La fiesta de hoy, en cambio, es una provocación a nuestra fe tibia, que desafía a nuestra frágil cultura actual, a nuestro cristianismo miope hecho de pequeños proyectos.

Que Cristo es rey, quiere decir que Él tendrá la última palabra sobre toda la Historia, sobre cada historia y sobre mi historia personal. Decir que Cristo es rey, significa no rendirse a lo que parece una evidente derrota de Dios y del hombre, significa creer que el mundo no se está precipitando en el caos, sino en el abrazo tierno y fecundo del Padre. Decir que Cristo es rey, significa crear espacios de presencia del Reino allí donde estemos viviendo nuestra vocación a la vida, crear pequeños espacios que digan, como una publicidad, a los extraviados de corazón: ¡¡Eh, que Dios os quiere!!

Hoy es la fiesta en la que la comunidad cristiana mira hacia adelante, más allá, dentro y fuera de nuestros límites y de nuestros esfuerzos, porque la medida para juzgar si somos Iglesia, o no, es y será siempre la realización, o no, del Reino de Dios.

Un rey extravagante

La realeza de Jesús es, ciertamente, una majestad que contradice nuestra visión de Dios. Porque este Dios es el más derrotado de todos los derrotados, más frágil que cualquier fragilidad. Un rey sin trono y sin cetro, colgado desnudo en una cruz, un rey que necesita un cartel – INRI- para ser identificado. “Mi reino no es de este mundo”.

sábado, 12 de noviembre de 2022

DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera lectura: Mal 3, 19-20
Salmo responsorial: Salmo 97
Segunda lectura: 2 Tes 3, 7-12
Evangelio: Lc 21, 5-19


La finalidad de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar no es describir el futuro, sino darnos como creyentes fuerza y coraje para que podamos vivir con autenticidad el seguimiento de Jesús, en medio de las pruebas y dificultades, reconociendo el valor que tiene el tiempo presente.

Está claro que las cosas no van bien, lo sabemos de sobra. Los acontecimientos del mundo nos inquietan y mucho. La tragedia diaria e imparable de los emigrantes en todo el Mediterráneo, los millares de muertos que buscaban una vida mejor (unos 23.000 en los últimos 8 años); la guerra en Ucrania que es una catástrofe de consecuencias imprevisibles; la violencia fanática del extremismo islámico;  las olvidadas guerras en África que se eternizan, mientras Europa mira hipócritamente para otra parte; la economía mundial que no termina de activarse sino que empeora cada día; la mala política que hace huir de su entorno a las personas normales y honradas que desean un mundo mejor; un mundo occidental que se jacta de haber rescatado, en nombre de la libertad, cualquier forma de suicidio u homicidio: la muerte dulce, el suicidio asistido, la supresión de enfermos mentales. Una absoluta falta de humanismo que parece llevarnos a la destrucción.

Y no hablemos de las situaciones personales. Cada día, en el acompañamiento personal, en el confesonario, o por correo, me llegan realidades dolorosas, a las que a veces no sé cómo responder, pero que siempre llevo a mi oración de creyente. Confío al Señor a quien ha perdido a sus hijos o hermanos en la flor de la vida, o todavía creciendo; a quien sufre la ansiedad por un hijo con una enfermedad que nadie logra diagnosticar; el desaliento de quien estando perdidamente enamorado ve que ese amor se le escurre entre los dedos hasta dar al traste con su matrimonio, sin poder hacer nada… Vosotros mismo podéis ir añadiendo a la lista otras tantas situaciones personales que, sin duda, conocéis.

Se acabó el tiempo

En este penúltimo domingo del año litúrgico, el evangelista Lucas se dirige a su comunidad - y a nosotros - hablando de los últimos tiempos, que ya han comenzado con la resurrección de Jesucristo. No nos habla del final del mundo sino de la meta a alcanzar. No nos habla de una explosión destructora del cosmos sino de del sentido último de la historia.

sábado, 5 de noviembre de 2022

DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura:  2 Mac 7, 1 -2. 9-14
Salmo responsorial: Salmo 16
Segunda lectura:  2 Tes 2, 16 - 3, 5
Evangelio:  Lc 20, 27-38
   


 El levirato era una norma mosaica difícil de entender desde nuestra sensibilidad contemporánea. El sentido de pertenencia al clan familiar era tan fuerte en Israel, que un cuñado tenía que dar un hijo a la viuda del propio hermano, si éste moría sin dejar descendencia. El hijo nacido de esa unión habría de tomar el nombre del difunto, garantizando así una descendencia a la familia. Esta norma, todavía practicada en entornos ultra ortodoxos en Israel, da a los saduceos la ocasión de poner en dificultad a Jesús.

La ocasión nace de una discusión entre Jesús y los saduceos. (¡Dichosas discusiones en las que, hoy como entonces, se trata de engolar la voz para escuchar el propio ego mientras se habla y se presume de cultura, sin implicarse realmente en lo que se discute!)

Los saduceos, a diferencia de los fariseos, representaban el ala aristocrática y conservadora de Israel; consideraban la doctrina de la resurrección de los muertos una inútil añadidura a la doctrina de Moisés, que había crecido lentamente en la reflexión del pueblo y había sido formulada definitivamente sólo en tiempo de la revuelta de los Macabeos, de la que se habla en la primera lectura.

Así, entremezclando la teoría no compartida de la resurrección con la costumbre del levirato, le proponen a Jesús un caso paradójico y retorcido: la famosa historia de la viuda "matamaridos."

La viuda matamaridos

El caso es ridículo: una mujer queda viuda siete veces, y es dada en matrimonio a siete hermanos, (¡parece el título de un musical!) pero no consigue descendencia; ¿una vez resucitada, de quién será mujer?

Jesús desvía la cuestión a otro plano e invita al auditorio a no poner la mirada en una visión que proyecta en el más allá de la muerte, lo que simplemente son las ansiedades y los deseos de la vida terrenal.

Jesús propone una nueva dimensión: la resurrección, en la que Jesús cree, que no es la continuación de las relaciones terrenales sino una nueva dimensión, una plenitud iniciada y nunca concluida, que no destruye los cariños. No se trata de una reencarnación, hoy tan de moda. Somos únicos e irrepetibles ante de Dios, no somos reciclables, y la vida no es un castigo del que huir, sino una oportunidad para reconocernos y crecer siempre más, una oportunidad que nos empuja a tener la confianza puesta en un Dios dinámico y vivo, no embalsamado como una momia. En el reino definitivo de Dios nos reconoceremos unos a otros, pero seremos todos en el Todo.

¿Hallowen? No, gracias

Acabamos de celebrar la memoria de nuestros queridos difuntos, entremezclada con la espléndida y alegre Solemnidad de Todos los Santos.

Nuestro tiempo tiende a olvidar y a banalizar la muerte, a pesar de que cada día son mostradas decenas de muertos, verdaderos o simulados, en las pantallas de TV; en realidad, sólo reflexionamos sobre la muerte cuando nos toca el pellejo.

La fiesta de Hallowen, desembarcada prepotentemente en Europa y convertida -obviamente- en un excelente negocio, viene de una tradición anterior a la cristiandad y que el cristianismo ha “bautizado”, haciendo coincidir la fiesta celta del fin del verano – el Samain celta -, con la reflexión sobre el fin de la vida. El éxito de todo esto revela que nuestra catequesis y predicación cristiana sobre la muerte y la resurrección resultan inadecuadas a nuestro tiempo y pobres en lenguajes significativos y comprensibles. Pero Hallowen tampoco ayuda nada.

sábado, 29 de octubre de 2022

DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: Sab 11,22- 12,2
Salmo responsorial: Salmo144
Segunda lectura: 2 Tes1,11 - 2,2
Evangelio: Lc 19, 1-10


Hoy día es difícil hablar del pecado; difícil y embarazoso.  

Estamos suspendidos entre dos actitudes fruto de nuestro inconsciente y de nuestra cultura. Por una parte, provenimos de un pasado que tuvo muy presente - hasta la saciedad - lo que era pecado. Hasta el punto de que la ley de Dios y la de los hombres se iban mezclando y confundiendo poco a poco, haciendo olvidar lo esencial.

Muchas personas que vivieron todas sus vidas muy atentas a no pecar (“antes morir que pecar”) obedecieron a una moral común, más que al evangelio: eran pecadoras porque era muy fácil serlo en un mundo hipercrítico y controlador. Se dice también que la Iglesia tampoco ayudó mucho a hacer crecer evangélicamente a las personas en aquella situación social, no lo sé, si fue exactamente así, pero es posible.

Hoy, en cambio, vivimos un tiempo en el que parece que se ha abolido el pecado por decreto: la moral común se reduce a la mínima expresión; lo que es justo y lo que no, aunque sea equivocado, lo decide la mayoría; la conciencia, si la hay, se tiene que adecuar al entorno y a lo políticamente correcto, ¡faltaría más! Vivimos un tiempo rodeados de gente muy severa e intransige con los “otros” –los políticos a la cabeza - pero siempre bastante blanda al valorar nuestras propias pequeñas certezas y razones: (¡que le levante la mano quién no haya tenido nunca una excusa lista cuando le han atizado una multa!). La Iglesia, últimamente, también ha acabado en el punto de mira: es fea, sucia y mala; y todos sus miembros también, nadie está excluido de ser sospechoso por el mero hecho de ser creyente. En fin, un buen avispero. Pero tranquilos que todavía lo hay peor.

El interior

Lo peor está en el interior, en el inconsciente, en la parte profunda que sólo conocemos desde algo más de un siglo, gracias a la intuición de un simpático estudioso de la parte escondida de la conciencia, un tal Freud. Desde entonces se ha caminado mucho y hemos entendido lo mucho que influyen en ella la educación, la cultura, lo que los otros se esperan de nosotros.

Algunas personas logran - y se logra fácilmente - hacerse una gruesa costra y arrasan con todo y con todos. Otros, más débiles, viven llenos de miedo y con sentido de culpa.

En medio de todo esto es difícil que Dios nos pueda decir algo, es difícil crear esa sutil armonía que nos acerca a Dios tomando conciencia de nuestro límite, es difícil reconocer y superar los sentimientos de culpa, y es pesado ir reduciendo la parte oscura de cada uno de nosotros.

Pero hoy, hermanos, la Palabra de Dios viene una vez más en nuestra ayuda.

La paciencia de Dios

Dios no quiere el pecado, ni siquiera lo conoce, no lo concibe.

El pecado es el no-yo, la no-persona, la parte tenebrosa que acaba por prevalecer, el pequeño ogro que nace junto a nosotros y que nos acompaña toda la vida.

En hebreo la palabra “pecado” significa “errar el tiro”, como hace un arquero inexperto. Así ocurre y nosotros, todos, venga a decir infantilmente que el blanco está demasiado lejos, que el arco está flojo, que alguien nos ha distraído en el momento de disparar. Dios, en cambio, nos trata como adultos, tiene paciencia con nosotros y nos ama.

Olvidaros, hermanos, de la idea raquítica y demoníaca de un Dios severo sediento de sangre, que juzga duramente sus criaturas: no es así, Él ama a todos los seres y no aborrece nada de lo que ha hecho, Él soporta el pecado. Como dice la espléndida primera lectura que hemos escuchado: ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras? Dios nos ama de ese modo porque piensa que podemos conseguir la conversión y la vida.

sábado, 22 de octubre de 2022

DOMINGO 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: Eclo 35,12-14.16-18
Salmo responsorial: Salmo 33
Segunda lectura: 2 Tim 4, 6-8.16-18
Evangelio: Lc 18, 9-14
 

Sobrevivir en la fe, en estos frágiles tiempos, no es fácil y pide de nosotros una constancia y una determinación grande. Los ritmos de la vida, las continuas demandas que nos alejan de la visión evangélica, un desaliento cada vez mayor y más sutil, nos impiden vivir con serenidad nuestro vivir cristiano.  

Un cristiano adulto con familia, si es que logra desembarazarse de la organización de la vida cotidiana (trabajo, escuela, gastos…) difícilmente logra organizarse una vida interior que vaya más allá de la Misa dominical. Y eso cuando le encaja bien.  

Pero si no logramos cada día encontrar un espacio, aunque sea pequeño, de oración e interioridad, no lograremos conservar la fe. 

El fariseo y los estorbos del corazón 

Los fariseos eran devotos de la ley, trataban de contrarrestar el relajamiento general del pueblo de Israel, observando escrupulosamente cada norma de la ley de Dios, por pequeña que fuera. La lista de prácticas que el fariseo hace ante Dios es correcta: ¡el fariseo, celosamente, paga el diezmo de sus ingresos, no solamente del sueldo, como todos, sino incluso de las hierbas de infusión y de las especias de cocina! 

¿Cuál es, entonces el problema del fariseo? 

Es sencillo, nos dice Jesús: el fariseo está tan lleno, tan inflado de su nueva y brillante identidad espiritual, tan consciente de su bondad, tan lleno de su ego espiritual, que Dios no sabe por dónde entrarle. En el corazón del fariseo hay sitio sólo para las prácticas y cumplimientos, pero no para Dios. 

Peor aún: ¡en lugar de confrontarse con el proyecto, espléndido, que Dios tiene sobre cada uno de nosotros, y sobre él mismo, se enfrenta con quien – según él – hace las cosas peor, con aquel publicano al que, allí en el fondo, no debería permitírsele ni siquiera entrar en la iglesia! 

Éste es el núcleo de la cuestión: es necesario ponernos en serio –muy en serio- a la búsqueda de Dios. Deseamos intensamente conocerlo, deseamos convertirnos en discípulos suyos, pero no logramos crear un espacio interior suficiente para que Él pueda manifestársenos. Con la cabeza y el corazón atascados de preocupaciones, de deseos, de pensamientos… no logramos hacer espacio a Dios dentro de nosotros. 

A veces nos ocurre que, después de una experiencia impactante -que sé yo: un retiro, una peregrinación- sentimos su presencia con fuerza, pero, una vez vueltos a casa, nuestra cabeza se rellena de las preocupaciones de este mundo. 

Y no es sólo problema de orgullo. Es una complicación de la existencia, de una vida que no logra salir fuera del agujero negro en que se ha metido. 

Sugerencias de publicano 

Mirando al publicano, podemos encontrar algunas sugerencias que tal vez suenen incómodas, pero que son necesarias, para salir del agujero:

sábado, 15 de octubre de 2022

DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)



Primera lectura: Ex 17,8-13a
Salmo Responsorial: Salmo 120
Segunda lectura: 2 Tim 3,14 - 4,2
Evangelio: Lc 18, 1-8
 

Los textos de hoy nos hablan de oración. A los cristianos nos gusta la oración, hablamos de ella, necesitamos de ella.    

Sentimos una fuerza extraordinaria que proviene de la meditación orante de la Palabra. Pero muchas veces rezamos mal y despistados, igual que hacemos en otras muchas cosas. No siempre logramos levantarnos pronto por la mañana para recortar al día diez minutos para la oración y, por la tarde, a menudo el cansancio se impone a los buenos deseos que tenemos de un momento de pausa al anochecer.

 Yo tengo la suerte inmensa de estar cada día en contacto con la Palabra como sacerdote y ese contacto frecuente con ella me ensancha el corazón.  

A veces, es pesado rezar. Monjas de clausura, amigas mías, que se pasan muchas horas al día en oración por los demás, me comentan con humor que, a veces, se cansan de rezar. ¡Parece un chiste!

Convencer a alguien de la necesidad y la importancia de la oración es imposible. Y, por otra parte, es igualmente imposible que quien haya descubierto el rostro de Dios en la oración, llegue alguna vez a abandonarla.  

La oración es una experiencia única y personal, que se aprende a medida que se practica: me parece a mí que los libros para enseñar a orar sólo sirven al que los escribe.

Confidencias 

La oración es  el santuario donde descubrimos el verdadero rostro de Dios, el lugar dónde el alma encuentra nuestra vida fragmentada e incoherente. Por eso, os confieso que conservar y cultivar una vida interior en este tiempo feroz, en un mundo occidental que ha perdido el alma, tiene algo de heroico, 

La experiencia de los orantes nos dice que, a pesar de haber rezado tanto, Dios nunca les dio lo que pedían, sino todo aquello que deseaban, sin saber cómo, y mucho más de lo que pedían. Ellos mismos descubrieron el sentido profundo de aquel consejo “llamad y se os abrirá”, sólo que la puerta que se abrió no era a la que estaban llamando.

La puerta de la interioridad, la del verdadero rostro de Dios, la del descubrimiento de uno mismo, sólo lograremos abrirla si insistimos, si no nos desanimamos, si aceptamos sentirnos a veces cansados, casi sin fe, y logramos sentarnos desalentados, dejando que alguien nos sostenga los brazos extendidos, como Moisés en la primera lectura. Es esta una espléndida imagen de Iglesia en la que nos ayudamos y nos soportamos mutuamente. 

Juez injusto 

Nos dice Jesús que, aun cuando percibiéramos a Dios como un juez incomprensible que no interviene en la vida de los débiles, que nos agobia con normas enigmáticas, que imaginamos ajeno a nuestras inquietudes y a nuestras tragedias, aun cuando Dios fuera ese monstruo que a veces dibuja nuestro inconsciente y que ciertos cristianos les gusta profesar con insistencia, hasta el hartazgo, estamos llamados a insistir en la oración. 

sábado, 8 de octubre de 2022

DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


Primera lectura: 2 Re 5,14-17
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda lectura: 2 Tim 2,8-13
Evangelio: Lc 17, 11-19
 

Jesús va subiendo hacia Jerusalén, con el rostro endurecido, decidido a dar testimonio del amor del Padre, cueste lo que cueste. Los apóstoles no saben que el Maestro ya está intuyendo los derroteros que va tomando su misión y que esta sensación, en lugar de derribarlo, no hace más que motivarlo y empujarlo a la entrega total de sí. 

En el camino se encuentran con diez leprosos que gritan a distancia.  La lepra es una enfermedad terrible y desoladora, que pudre el cuerpo, el espíritu y las relaciones humanas.

De los diez uno era extranjero y hostil, un samaritano; pero la enfermedad y el dolor igualan a todas las personas, sin distinciones de raza o religión o etnia. El sufrimiento es y permanece como la experiencia más común del vagar humano. 

Los leprosos iban gritando su dolor, su abandono, su lento e inexorable pudrimiento. Éste es el cuadro que nos pinta el Evangelio de hoy. 

Jesús no los cura inmediatamente, sino que les dice que vayan a los sacerdotes para ser curados, como estaba prescrito en la ley. Es que, a veces, Jesús nos cura a plazos, nos pide ponernos en camino, salir de nosotros mismos, para luego ver los resultados desde una nueva perspectiva. A veces Jesús, tan simpático él, nos pide que vayamos a un cura para ser curados. 

Normas 

Era algo que quedaba como una herencia del antiguo Israel, cuando los sacerdotes también hacían el oficio de médico, que era el único que podía certificar la curación y la reintegración social de un leproso.  

Esta solicitud, por parte de Jesús, indica su profundo respeto por el pasado de Israel; él no ha venido a cambiar una jota o una tilde de la ley, sino a darle cumplimiento, a perfeccionarla, a reconducir el proyecto de Dios a sus orígenes.

Tampoco la curación es instantánea, exige un camino, un fiarse; Dios no quiere milagros espectaculares, sino que siempre pide conciencia, camino, confianza y mediación.  

Los diez leprosos se marchan y, mientras van de camino, se dan cuenta de que ya están curados. 

También a nosotros nos puede pasar que somos curados por la calle, en el camino cotidiano, cuando dejamos de poner condiciones a Dios y a nosotros mismos. 

Asombrados, inquietos y trastornados, los leprosos curados cumplen la petición de Jesús y van al sacerdote. Excepto uno, el samaritano, aquél que no tiene templo, que no tiene sacerdotes, aquél que no tiene ninguna religión oficial.  

Por eso, el samaritano no sabe adónde ir y vuelve sobre sus pasos.  Vuelve al verdadero Templo, que es Jesús. 

La lepra de la ingratitud 

Uno solo vuelve a dar las gracias, lleno de fe. Jesús, desalentado, constata que fueron diez los sanados, pero sólo uno ha sido salvado.

Una vez curados, vuelven las diferencias: es el misterio de la fragilidad humana. Nueve van al templo y el samaritano, de nuevo solo, sin un templo en donde ser acogido, corre al Templo de la gloria de Dios que es Jesús.  

El samaritano regresa alabando a Dios dando grandes voces, no puede callar, grita su alegría, porque su soledad y su marginación por fin han terminado. ¿Y los otros? pregunta Jesús.  

Nada, desaparecidos. Curar a las personas de su ingratitud es mucho más difícil que curarlas de sus enfermedades.