"No son de los nuestros" |
“Entre
vosotros no será así”: el domingo pasado el Señor nos recordaba cómo deben
ser las relaciones entre los hermanos cristianos, unas relaciones que son bien diferentes
de la lógica del mundo.
Si entre nosotros es normal ambicionar éxitos y
descollar en el trabajo, en el deporte, en política, incluso en detrimento de
los otros, esta violencia que nace de nuestro interior - como diría Santiago
- ha de estar exiliada entre nosotros,
cristianos.
Es habitual ambicionar éxitos y gratificaciones,
incluso en detrimento de los otros. Es evangélico, en cambio, querer poner por
delante la relación entre las personas antes que cualquier otra cosa.
Es corriente que, incluso en la Iglesia, se
defiendan pequeños privilegios. Es evangélico, en cambio, preferir servir a los
demás hermanos con verdad y humildad.
Es ordinario huir del sufrimiento y de la cruz. Es
evangélico, en cambio, ver cómo a veces el sufrimiento se convierte en
instrumento inevitable para testimoniar la medida del amor.
Diferentes
“Ese no es de los nuestros”. ¡Cuántas veces se oye
decir esto en el ámbito del partidismo político, o acerca de la espinosa
cuestión de la inmigración o de los refugiados, tan candente últimamente... y,
desgraciadamente, cuántas veces se oye decir también en las comunidades de los
discípulos del Señor Jesús!
¡Cuánto sufrimiento provoca el remarcar las
diferencias sociales, o no querer superar las propias costumbres, ver a mujeres
de tradiciones diferentes que son mal aceptadas por los nuevos familiares; amigos
extranjeros mirados como sospechosos por el mero hecho de ser de fuera; vecinos
ignorados porque son partidarios de ideas políticas distintas o alejadas de las
mías; personas con orientación sexual diferente señaladas y agredidas
violentamente!
“No es de los nuestros”. Tenemos necesidad de
hacernos notar, de marcar diferencias, de distinguirnos de los otros, de sentirnos
de algún modo reconocibles e identificables. En el maremágnum del mundo
globalizado sentimos que no valemos nada, que contamos poco, que somos un
número, una coma, tenemos necesidad de sobresalir, aunque sea incluso haciendo
el imbécil en un reality show
televisivo o en las redes sociales.
Esta legítima necesidad, que puede existir en las
comunidades, y que se convierte en un legítimo sentido de orgullo y de
pertenencia, en la historia de una parroquia o comunidad y sus vicisitudes, en el
sentido de familiaridad que nos da la alegría de ser acogidos y reconocidos en
un ámbito fraterno, puede degenerar en un tipo de sectarismo que contradice el
evangelio, en un sectarismo “ad intra”
de la comunidad cristiana.
En cambio
Siempre, en cambio, hay alguien que pone la misma
cuestión: ¿por qué no se pronuncia la Iglesia contra esta persona o contra
aquel movimiento o contra aquella presunta aparición?
Generalmente son casos particulares, pero siempre
se pide un pronunciamiento “contra” alguien, normalmente, por razones opuestas:
unos piden parar a los que son poco ortodoxos, otros a los que son demasiado
tradicionalistas.
¡Como si la fe se transmitiera a fuerza de
prohibiciones y de documentos! Como si la Iglesia no estuviera ya bastante atenazada
por el exceso de palabrería, con el riesgo de seguir produciendo documentos que
nadie lee.
La Iglesia, gracias a Dios, no concede patentes de
catolicidad, y el recurso a la excomunión es la medida extrema para muy pocos
casos y extremadamente graves.
Jesús, con su bondad, es mucho más tolerante que las exigencias de muchos cristianos más papistas que el Papa.