Cuando un A-Dios se vislumbra…
(Christian de
Chergé, abad del Monasterio de Tibhirine, Argelia. 1995)
Si me sucediera un día -y ese día podría ser hoy-
ser víctima del terrorismo que parece querer abarcar en este momento a todos
los extranjeros que viven en Argelia, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia,
mi familia, recuerden que mi vida estaba ENTREGADA a Dios y a este país.
Que ellos acepten que el Único
Maestro de toda vida no podría permanecer
ajeno a esta partida brutal. Que recen por mí.
¿Cómo podría yo ser hallado digno
de tal ofrenda?
Que sepan asociar esta muerte a
tantas otras tan violentas
y abandonadas en la indiferencia
del anonimato. Mi vida no tiene más valor que otra vida. Tampoco tiene menos. En todo caso, no tiene
la inocencia de la infancia.
He vivido bastante como para
saberme cómplice del mal que parece, desgraciadamente, prevalecer en el mundo,
inclusive del que podría golpearme ciegamente. Desearía, llegado el momento,
tener ese instante de lucidez que me permita pedir el perdón de Dios y el de
mis hermanos los hombres, y perdonar, al mismo tiempo, de todo corazón, a quien
me hubiera herido.
Yo no podría desear una muerte
semejante. Me parece importante proclamarlo. En efecto, no veo cómo podría
alegrarme que este pueblo al que yo amo sea acusado, sin distinción, de mi
asesinato.
Sería pagar muy caro lo que se
llamará, quizás, la “gracia del martirio” debérsela a un argelino, quienquiera
que sea, sobre todo si él dice actuar en fidelidad a lo que él cree ser el
Islam. Conozco el desprecio con que se ha podido rodear a los argelinos tomados
globalmente.
Conozco también las caricaturas del Islam
fomentadas por un cierto islamismo. Es demasiado fácil creerse con la
conciencia tranquila identificando este camino religioso con los integrismos de
sus extremistas.
Argelia y el Islam, para mí son
otra cosa, es un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, creo, conociendo
bien todo lo que de ellos he recibido, encontrando muy a menudo en ellos el
hilo conductor del Evangelio que aprendí sobre las rodillas de mi madre, mi
primerísima Iglesia, precisamente en Argelia y, ya desde entonces, en el
respeto de los creyentes musulmanes.
Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a
los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista: “¡qué diga
ahora lo que piensa de esto!” Pero estos tienen que saber que por fin será
liberada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere,
hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con El a Sus hijos del Islam
tal como El los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de
Su Pasión, inundados por el Don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre,
el de establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las
diferencias.
Por esta vida perdida, totalmente
mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido
enteramente para este GOZO, contra y a pesar de todo. En este GRACIAS en el que
está todo dicho, de ahora en más, sobre mi vida, yo os incluyo, por supuesto,
amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y mi
padre, mis hermanas y hermanos y los suyos,
¡el céntuplo concedido, como fue
prometido!
Y a ti también, amigo del último instante, que no
habrás sabido lo que hacías. Sí, para ti también quiero este GRACIAS, y este
“A-DIOS” en cuyo rostro te contemplo. Y que nos sea concedido rencontrarnos
como ladrones felices en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo
y mío.
¡AMEN! INSHALLAH!