Es por completo evidente que se está extendiendo una
nueva intolerancia. Hay parámetros acostumbrados del pensamiento que se quieren
imponer a todos. Así, pues, se los anuncia en la llamada “tolerancia negativa”,
por ejemplo, cuando se dice que, en virtud de la tolerancia negativa, no debe
haber cruz alguna en los edificios públicos. En el fondo, lo que experimentamos
con eso es la supresión de la tolerancia, pues significa que la religión, que la
fe cristiana, no puede manifestarse más de forma visible.
Por ejemplo, cuando en nombre de la no
discriminación se quiere obligar a la Iglesia católica a modificar su postura
frente a la homosexualidad o a la ordenación de mujeres, quiere decir que ella
no debe vivir más su propia identidad y que, en lugar de ello, se hace de una
abstracta religión negativa un parámetro tiránico al que todo el mundo tiene
que adherir. Ésta es, aparentemente, la
libertad, ya por el solo hecho
de ser la liberación de lo que ha regido hasta el presente.
En realidad, sin embargo, este desarrollo conduce
cada vez más a la reivindicación
intolerante de una nueva religión que aduce tener una vigencia universal porque
es racional, más aún, porque es la razón en sí misma, que lo sabe todo y que,
por eso mismo, señala también el ámbito que a partir de ahora debe hacerse
normativo para todos.
El hecho de que en nombre de la tolerancia se
elimine la tolerancia es una verdadera amenaza ante la cual nos encontramos. El
peligro consiste en que la razón –la llamada razón occidental- afirma que ella
ha reconocido realmente lo correcto y, con ello, reivindica una totalidad que
es enemiga de la libertad. Creo que hemos de presentar con mucho énfasis ese
peligro. A nadie se le obliga a ser cristiano. Pero nadie debe ser obligado a
vivir la “nueva religión” como la única determinante y obligatoria para toda la
humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.