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domingo, 30 de julio de 2023

SOLEMNIDAD DE SAN IGNACIO DE LOYOLA (31 de julio)


Primera Lectura: Jer 20, 7-9
Salmo Responsorial: Salmo 33
Segunda Lectura: 1 Cor 10,31 – 11,1
Evangelio: Lc 14, 25-33


Nos convoca hoy aquí la santidad de Ignacio. No hemos sido convocados para festejar a ninguno de los poderosos notables de su tiempo, que tuvieron resonancia en su momento, y que luego se perdieron en el olvido. Nos reunimos a causa de la santidad de un hombre que, una vez convertido, fue trasparencia de la santidad de Dios en su vida. De un hombre que, como dice el Papa Francisco en su exhortación “Gaudete et exultate”, estuvo abierto a Dios en todo y para ello optó por él y eligió a Dios una y otra vez (GE, 15).

Todo lo que no sea santidad y respuesta entregada a la llamada de Dios, irá pasando al olvido sin dejar huella.

En mi debilidad te haces fuerte, Señor

Pero ¿cómo fue encontrado Ignacio por Dios? El Señor encontró a Ignacio de Loyola en sus límites. Todos conocemos la historia. En su orfandad, Ignacio tuvo que salir por el mundo a buscarse la vida. La institución del mayorazgo vasco le excluía de la posibilidad de un futuro familiar próspero. Primero fue a Castilla a servir al Contador del Rey, Juan Velázquez de Cuéllar, cuya esposa, María de Velasco, estaba emparentada con la familia de Ignacio. Allí aprendió Ignacio la vida de la corte y conoció el ambiente cultural de la época, además de los usos y costumbres de la burocracia y del manejo de las armas. Pero cuando el Contador cayó en desgracia (así pasa la gloria del mundo…), Ignacio tuvo que abandonar Castilla y ponerse al servicio del Duque de Nájera y de su ejército, que trataba de defender la frontera española ante las incursiones de los franceses. Hasta que, en el famoso asedio de la ciudad de Pamplona, en 1521, Ignacio es herido y conducido de nuevo a la casa familiar de Loyola.

Ese viaje fue el comienzo del proceso de su conversión. ¿Qué pensaría Iñigo en aquel largo camino en medio de sus dolores?... La herida de Ignacio le puso en una situación límite: el dolor, la proximidad de la muerte, la soledad y la postración de la convalecencia. Todos sus viejos sueños de caballero se estaban viniendo abajo. Por eso luchaba, para que su cuerpo no quedara deforme, aunque tuviera que pasar por los grandes dolores de aquellas operaciones carniceras.

En semejante situación de debilidad Ignacio era una persona inútil para el futuro mundano del vano honor y de las apariencias. Y sin embargo es ahí, precisamente, donde Dios sale a su encuentro. Pablo fue encontrado por el Señor en el camino de Damasco, tirado en el suelo y ciego; Francisco de Asís recorriendo desnudo las calles de su ciudad. Ignacio es alcanzado, postrado y convaleciente, en su cama del tercer piso de la casa torre de Loyola.

La vida de Ignacio nos muestra cómo Dios nos encuentra precisamente allí donde nuestros límites nos impiden ya caminar. Solemos imaginar a Dios en lo grande, en lo maravilloso, en lo acabado, en lo perfecto, en el triunfo y en la gloria. Pero no es así, porque Dios se nos muestra más bien en lo frágil, en la debilidad, en lo que más nos cuesta asumir. Allí donde no llega el hombre, es donde se hace más presente el Señor. De modo que nuestros límites humanos se convierten en la manifestación de Dios, en su teofanía: sólo descalzos, como Moisés, podremos acercarnos a la zarza ardiente de su amor.

Y hoy, ¿cuáles son nuestros límites? ¿Qué cosas nos impiden avanzar? ¿Qué situaciones, personas o sentimientos me hacen sentir frágil, débil y amenazado?

sábado, 29 de julio de 2023

DOMINGO 17º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: 1 Re 3, 5. 7-12
Salmo Responsorial: Salmo 118
Segunda Lectura: Rom 8, 28-30
Evangelio: Mt 13, 44-52
  

Pues ya lo hemos oído: la vida es una caza del tesoro. Bonita historia, como de un juego de niños. Además, tenemos en el bolsillo las instrucciones del juego, si las sabemos leer. El mapa del tesoro se ofrece a todos y es gratis.

Y en cambio, como tontos, ahí estamos distraídos, haciendo caso a los que nos quieren vender fórmulas mágicas – y son bastantes las ofertas - para alcanzar la felicidad.

Hacemos caso a los vendedores de humo, a los expertos de todo tipo en las redes sociales y en la sociedad, que nos explican cómo, para ser felices, necesitamos un coche más grande y potente, un cuerpo más esbelto, un poco más de poder y un sueldo millonario.

¡Lo más trágico es que mucha gente se cree esta ingenua ilusión!

Mateo escribe esta página del evangelio treinta años después de haber dejado todo para seguir al Señor. Él encontró el tesoro cuando trabajaba en el espinoso campo de la recaudación de impuestos; allí se encontró con la mirada del Nazareno; en casa de Simón el pescador, se encontró con aquel carpintero que era tenido por profeta.

Jesús se acercó al mostrador de los impuestos, sin odio, como hacía todo, también sin temor, y le pidió dejarlo todo y seguirle, sin miedo. Y Mateo lo hizo, sin saber bien por qué.

Desde entonces su vida cambió. Antes, Mateo creía tener en el bolsillo una perla preciosa: dinero, respeto y reconocimiento, contactos con los poderosos; ahora, en la mirada sonriente de Jesús vio lo que era un tesoro de verdad.

También nosotros creemos saber en qué consiste nuestra felicidad, creemos haber localizado el tesoro e invertimos energías e inteligencia para encontrarlo. Pero ¿estamos seguros de saber qué es lo que nos llena el corazón?

Salomón

Salomón era un joven rey que había heredado de su padre David un reino en dificultad: los enemigos acechaban en los confines y el pequeño pueblo de Israel se había convertido en una de las potencias de la época; las luchas intestinas destrozaban la corte y el propio David había experimentado el dolor lacerante de ver el propio trono asediado por sus hijos.

Salomón, el hijo de la esposa preferida, Betsabé, había sido el elegido y, ahora, es él quien reina. Tiene frente a si una tarea desmesurada: proteger y gobernar al pueblo, hacer construir el templo. Es joven, muy joven, y necesita ayuda.

Dios quiere hacer un regalo a Salomón y él le pide como regalo la capacidad de actuar con sabiduría.

¡Grandioso! Si nosotros nos encontráramos con la famosa lámpara de Aladino, ¿qué pediríamos? ¿Salud, riqueza, amor, tranquilidad, poder?

Salomón pide sabiduría para gobernar al pueblo; un regalo no para él, sino para los demás. Cuando hablamos de tesoros en nuestra vida, cuando buscamos la felicidad, necesitamos sabiduría para poder hacer la elección justa. La sabiduría es el auténtico tesoro.

Tesoros y perlas

Ya van tres domingos en los que la liturgia nos va entregando una página de parábolas. Jesús usa las parábolas para facilitar nuestra comprensión del misterio de Dios. Usando imágenes conocidas de cuantos lo escuchan, el Señor demuestra su capacidad comunicativa y su voluntad.

¡Si aprendiéramos, como Jesús, a hablar de Dios con sencillez, en lugar de lucir elaborados lenguajes teológicos incomprensibles para la mayor parte de la gente!

Tres son las breves parábolas de hoy. La primera y la última hablan de algo precioso que cambia la vida a las personas: Un hombre encuentra un tesoro mientras está cavando, vende todo lo que tiene y compra el campo. Un coleccionista de perlas – el  objeto más precioso en la antigüedad, como son hoy para nosotros los diamantes -  encuentra una perla extraordinaria y la compra.

La idea de fondo es la misma en las dos parábolas: la vida es una búsqueda, y sólo Dios conoce lo que puede llenar nuestros corazones. Sólo Dios sabe lo que nos hace intensamente felices, auténticamente felices.

A veces encontramos a Dios sin buscarlo, como hace aquél que encuentra el tesoro cavando en su huerto. Otras veces, en cambio, el encuentro con Dios aparece después de una larga y laboriosa búsqueda que puede durar toda la vida, porque no sabemos lo que buscamos, o buscamos en sitios equivocados. ¿Qué es lo que, de verdad, estamos buscando?

Hoy, en el corazón del verano el Señor se nos muestra como el único que puede llenar nuestro corazón de verdad y absolutamente. Busquemos con pasión lo que animó toda la vida de Jesús, busquemos la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, que no fue otra cosa más que anunciar y promover el reino de Dios y su justicia.

lunes, 24 de julio de 2023

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL (25 de julio)


Primera lectura: Hch 4,33; 5, 12.27-33; 12,2
Salmo responsorial: Salmo 66
Segunda lectura: 2 Co, 4, 7-15
Evangelio: Mt 20, 20-28

Siempre que celebramos la fiesta de un apóstol, hacemos memoria de los momentos fundacionales de la Iglesia y, por tanto, nos sentimos interpelados por dimensiones ineludibles de nuestra fe cristiana.

En esta solemnidad de Santiago el Mayor, venerado como patrono de España en virtud de una piadosa tradición, conviene que nos fijemos no tanto en lo que nos dice la leyenda, sino en lo que vemos escrito en el Nuevo Testamento y que acabamos de proclamar en las lecturas de la misa de hoy.

Nuestros esquemas habituales

Una pregunta inicial suscitada por el evangelio: ¿Cuáles son nuestros esquemas de comportamiento? ¿Qué es lo que vemos a menudo en nuestro mundo, en nuestra sociedad, incluso en nuestras comunidades cristianas? Afán de poder. Ganas de ser importante, de figurar, más que de amar y servir. Luchas por conseguir pasar delante de los demás. Codazos para poder salir en la foto. La convicción de que, sin nosotros, no funcionaría nada o todo se derrumbaría irremisiblemente. Utilización de técnicas publicitarias para vender una buena imagen. Preocupación por el espacio y el tiempo de permanencia en los medios de comunicación, porque sólo vale lo que se publica, lo que sale en la “tele”.

Control de todo y de todos, no sea cosa que alguien quiera actuar por cuenta propia, fuera de lo establecido. Evitar que la mayoría piense y se organice: con que algunos tengan iniciativas y las ofrezcan a todos los demás, ya hay más que suficiente. Cortar de cuajo cualquier posibilidad de discrepancia. Esconder la información... por el bien de todos, claro está.

Marcar siempre las distancias, pero, a la vez, marcando gestos de acercamiento, que eso siempre gusta a los súbditos. Un cuerpo de funcionarios numeroso, que asegure una maquinaria burocrática incomprensible para la mayoría de la gente. Dar como un favor lo que ya le corresponde a todos como derecho, o exigir como obligatorio lo que simplemente es opcional. Acumular cuantas más prerrogativas mejor, porque si el poder está demasiado repartido, el sistema se hunde.

Este podría ser el estilo de poder que la madre de los Zebedeos tenía en la cabeza cuando pedía a Jesús un enchufe para sus hijos. Y no sólo ella, también nosotros mismos funcionamos con esos esquemas, no nos engañemos.

Pero la respuesta de Jesús es clara y tajante: “No será así entre vosotros”.

sábado, 22 de julio de 2023

DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)



Primera Lectura: Sab 12,13. 16-19
Salmo Responsorial: Salmo 85
Segunda Lectura: Rom 8, 26-27
Evangelio: Mt 13, 24-43


Dios, nuestro Padre, lanza la semilla de la Palabra a manos llenas, con abundancia, con la íntima convicción de lograr hacer brecha siempre en nuestro corazón.

Y así es: si, después de dos mil años, todavía estamos aquí a la escucha de la Palabra, es porque el Señor ha cavado en nuestros corazones, ha fecundado nuestras opciones, ha cambiado nuestra vida.

¿Pero, si la Palabra se ha difundido y ha arraigado en el corazón de millones de personas, por qué tenemos todavía en el corazón esa desagradable sensación de que, a pesar de dos mil años de presencia cristiana, el mundo sigue sumergido en las tinieblas?

¿Qué es lo que ha cambiado, concretamente, en estos dos mil años de historia?

La semilla es lanzada con abundancia, ciertamente, y quien la acoge con honestidad sabe muy bien lo difícil que es hacerla crecer.

Pero, para complicar las cosas, parece ser que no sólo Dios es el que siembra: el maligno siembra también la cizaña tenazmente en nuestro campo.

Cizaña

El mundo está sembrado con buen grano. Merece la pena recordar lo que el libro de la Sabiduría dice que si contemplamos con honestidad la creación podemos concluir que Dios es el artífice de tanta armonía y que, por lo tanto, él es justo y benévolo.

El mundo es bello, el hombre es bueno, aunque sea difícil creerlo en algunos momentos. Pero Jesús afirma con serenidad y con fuerza que así es. Tal vez nos hayamos olvidado de mirar bien, de leer más allá de las apariencias y de captar lo esencial. Lo esencial, que es invisible a los ojos, como dice El Principito.

O, en palabras de Hermann Hesse: No hay más realidad que la que tenemos dentro. Por eso la mayoría de los seres humanos vive tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y esas no permiten a su propio mundo interior manifestarse.

El enemigo siembra la cizaña, a hurtadillas, por la noche dice el evangelio. El bien y el mal crecen juntos y nos damos cuenta de ello a medida que vamos creciendo.

La sabiduría del dueño del campo, en la parábola de hoy, es asombrosa: despide a los sirvientes celosos que quieren que su entorno sea un bonito jardín inglés, empeñados con pasión en arrancar la cizaña y las malas hierbas para que todo luzca bonito.

“Tened paciencia” dice en cambio el dueño, para no correr el riesgo de arrancar el trigo bueno con tanta furia limpiadora.

En la Palabra sembrada, el pasado domingo, el Reino de Dios crecía compartiendo el mismo campo con las tinieblas, la oscuridad, es decir, con la cizaña. Es la experiencia que todos los hijos de la luz tienen antes o después: a pesar de los dos mil años de Evangelio, la mala hierba parece que ahoga el anuncio de la salvación. De palabra y en teoría todo parece funcionar, pero con los hechos tenemos que rendirnos a la evidencia: a pesar de que Cristo ya nos ha salvado, encontramos dificultad en aceptarlo y aprender de él. La salvación es cosa seria y Jesús, el Maestro, sabe que la luz y las tinieblas se enfrentan y que las tinieblas hacen siempre más ruido.

Sólo hay una cosa que es peor que el mal: acostumbrarse a él, darle carta de ciudadanía, como algo cotidiano e ineludible; fingir e ignorarlo, pensando que, en el fondo, entre la luz y las tinieblas es mucho mejor vivir en un bello claroscuro.

O bien hacer el talibán cristiano, suplantando al mismo Dios, siendo más papistas que el Papa, haciéndose justicieros fundamentalistas que quieren hacer limpieza a toda costa, poner orden, arrancar la cizaña a cualquier precio.

sábado, 15 de julio de 2023

DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


 Primera Lectura: Is 55,10-11
Salmo Responsorial: Salmo 64
Segunda Lectura: Rom 8,18-23
Evangelio: Mt 13,1-23

En el corazón del verano hablamos de la Palabra de Dios. Palabra que llena, que sacude, que convierte, que reanima, que impacta, que consuela. Palabra que penetra como una espada de doble filo en las profundidades de nosotros mismos, hasta los abismos del corazón, para juzgar e iluminar, para desvelarnos el verdadero rostro de Dios y para desvelarnos a nosotros mismos lo que somos.

La Palabra que escuchamos cada domingo, y que intentamos convertir en nuestra luz y nuestro empeño de cada día. Palabra solemnemente recobrada para el pueblo de Dios después del Concilio Vaticano II pero que, desafortunadamente, todavía hoy es muy desconocida para la mayoría de los creyentes, incluso los cristianos.

Es muy desalentador ver así a muchas personas que ignoran los evangelios y siguen, sin embargo, la profecía del último adivino de turno, o incluso del teólogo de moda; entristece escuchar muchas prédicas que hablan de todo, menos de comentar la Palabra solemnemente se ha proclamado unos instantes anteriores; inquieta ver cómo se apunta a la Iglesia por sus impopulares posiciones éticas y no se alude nunca a ella cuando, fiel al mandato recibido por el Señor, proclama la Buena Noticia a todas las gentes.

Al principio del verano, la Palabra que hemos escuchado reflexiona sobre ella misma para recordarnos que Dios no se cansa de nosotros, que la eficacia de sus palabras no está determinada por nuestra capacidad de repetirlas, sino de acogerlas en el corazón y en la vida.

Una Palabra eficaz

Isaías, el tercer Isaías, habla al desmoralizado pueblo de Israel que estaba desterrado en Babilonia. Habían pasado ya muchas décadas desde que el profeta Ezequiel había hecho promesas de retorno, pero ya nadie pensaba en serio que se pudiera volver a Jerusalén.

La profecía, entonces, se alza con firmeza: la lluvia y la nieve fecundan la tierra y sólo vuelven al cielo después de haber cumplido su misión. Así será Palabra de Dios.

Ciertamente, los tiempos de Dios no son los nuestros, pero la eficacia de sus promesas es indiscutible.

Isaías también nos invita a nosotros, exiliados del Reino de Dios, a no desanimarnos en estos tiempos difíciles, sino a perseverar en la lectura y en la meditación frecuente y aún diaria de la Biblia.

Tal vez la Palabra que estudiamos y escuchamos, que profundizamos y oramos, no nos dice nada en el momento de oírla. Pero, creedme, lo he experimentado cientos de veces: una Palabra acogida en el corazón vuelve a la mente cuando menos lo esperamos.

La Palabra de Dios es eficaz, pero si no la conocemos, si la ignoramos, o si la dejamos al lado y al mismo nivel de otras muchas – demasiadas - palabras humanas, no podrá fecundar nuestro corazón ni dar el fruto que deseamos.

sábado, 8 de julio de 2023

DOMINGO 14º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura:  Zac 9, 9-10
Salmo Responsorial: Salmo 144
Segunda Lectura: Rom 8, 9.11-13
Evangelio: Mt 11, 25-30


Resurrección, Pentecostés, Trinidad, Corpus Christi. La sucesión de estas grandes fiestas-memoria, esenciales en nuestro recorrido de fe, nos han conducido hasta el verano.

El mes de julio comienza retomando el evangelio de Mateo, más o menos allí dónde lo habíamos dejado, y nos acompañará en el así llamado tiempo ordinario hasta finales de noviembre. Tendremos así una mejor ocasión de conocer al escriba recaudador, trasformado en discípulo, y tendremos ocasión de captar su personal experiencia de seguimiento.

Mateo, un hombre convencido de las opciones que había tomado - rico y temido - dejó todo para seguir al carpintero de Nazaret, dejó su fama y su riqueza para ver a aquel Profeta que se conmovía ante la muchedumbre sin futuro, escuchó su autorizada Palabra creyendo, en serio, que Dios se cuida de los gorriones y cuenta el número de pelos de nuestra cabeza. Mateo vivió la alegría más grande que un hombre puede experimentar en su vida: se convirtió en discípulo del Señor.

Pero ¡atención!: sólo quién tiene un corazón sencillo, sólo quién deja de lado la lógica ilusoria del aparentar y del poder, puede entender esto. Tenemos mucho que cambiar. Dios descoloca los equilibrios y las relaciones entre las personas: no es dichoso quien es rico, quién triunfa, quién se realiza. Es dichoso quién acoge la Palabra. Y, lo que es más chocante, son los pobres los que más y mejor la acogen; por eso son bienaventurados.

Un Dios anárquico

El mismo Jesús queda descolocado por la lógica del Padre, y estalla en un canto de alegría: las cosas del Reino son entendidas por los apaleados de la historia, no porque sean apaleados, sino porque están dispuestos a poner en tela de juicio, tanto a ellos mismos como sus criterios.

Nuestro mundo occidental profesa como dogma intocable el mito del progreso y del bienestar: la economía ha reemplazado a la política y a la ética. Echad un vistazo a los medios de comunicación: para ser tenido en cuenta tienes que aparentar, poseer, poder gastar. Él último teléfono inteligente, la última tableta de datos, la última moda, las cosas más cool y extra-cool. Los jóvenes y adolescentes, víctimas de ese bombardeo mediático, visten todos rigurosamente iguales, esclavos de la marca de moda, sin cuestionarse el problema de qué es lo que les está reservando el futuro.

El mundo es de los fuertes: de los futbolistas que cobran obscenos millones de euros, de las modelos, de los arrogantes, de la gente guapa. El que vence es siempre el mejor, no cuenta para nada llegar el segundo: el segundo está derrotado. Vencen los más “guay” y, si eres duro y agresivo, si tienes contactos, si tienes ánimo y aguante, podrás quizá un día, tal vez, formar parte de los fuertes.

Sin embargo, Dios no quiere que venza el mejor y más fuerte, más bien es él quien ha vencido y ha ganado la victoria para todos. Sabe lo que cada uno es, sabe que para Él cada uno es precioso, una pieza única, una obra maestra, un fuera de serie, y no podemos engañarnos creyendo que tenemos que mostrar a toda costa nuestro valer, batiéndonos toda la vida en conseguir resultados cada vez más altos.

sábado, 1 de julio de 2023

DOMINGO 13º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)



Primera Lectura: 2 Re 4, 8-11.14-16
Salmo Responsorial: Salmo 88
Segunda Lectura: Rom 6, 3-4.8-11
Evangelio: Mt 10, 37-42

Hemos escuchado en el evangelio del pasado domingo que proclamásemos desde las azoteas que nuestro Dios cuida de los gorriones; que gritásemos con nuestra vida y nuestra esperanza, que el verdadero rostro de Dios es muy diferente de lo que nuestros miedos proyectan en nuestro subconsciente. La apasionada petición de Jesús es una invitación apremiante, un incentivo para hacer como Mateo, dejar todas nuestras presuntas certezas para seguir al Maestro; una amonestación para salir de un cristianismo de sacristía, para superar la demasiado difundida vergüenza de manifestarnos cristianos.

Hoy, en cambio, hemos de armarnos de paciencia para comprender en profundidad uno de los evangelios más difíciles y, a la vez, liberadores de la Biblia.

La clasificación del amor

En una ocasión, un señor, al final de una misa en la que se había leído el Evangelio de hoy, me dijo: “Padre, yo soy muy evangélico: no soporto a mi suegra.” En efecto, lo que Jesús nos pide es asombroso: pide que le amemos, por lo menos, como se ama a la esposa, a un hijo, al padre. En otro punto arduo del Evangelio, Jesús dice: “amar más a Dios” (lo que, en hebreo, lengua retorcida, se dice: “amar menos a los demás”, es decir, odiarlos ...).

Aquí ya no se entiende nada: ¿no nos revela el Evangelio el tierno rostro de un Dios que nos conoce y nos ama en profundamente? ¿Un Dios tan enamorado de la vida que se hace hombre? ¿Cómo puede este Dios que nos ha revelado la belleza absoluta de los sentimientos humanos, la armonía profunda que ha puesto en el corazón de la Creación, cómo puede pedirnos que no experimentemos el amor, la experiencia más hermosa que podemos tener en esta tierra?

Amigos, hemos de entender esta liberadora Palabra.

En primer lugar, Jesús nos dice que lo que tiene que ver con Dios es el orden del amor, no el orden del deber ni de la moral. Cuando él, el Maestro, habla de Dios, siente que su corazón vibra profundamente. El Dios de Jesús no tiene nada que ver con la repetición aburrida y cansada de ritos supersticiosos, ni con un respeto agrio y rígido de unas reglas que busco para justificarme en lo que hago.

Jesús nos desconcierta sacando a Dios del vocabulario de lo sagrado y de la religión, para colocarlo en ese otro contexto, suave y aterciopelado, del amor y del afecto. Jesús dice, sencillamente, que tener una experiencia de Él significa enamorarse.