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sábado, 30 de marzo de 2024

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN (Ciclo B)



Primera lectura: Hch 10, 34a.37-43
Salmo Responsorial: Salmo 117
Segunda lectura:  Col 3, 1-4
Evangelio: Jn 20, 1-9

Pedro y Juan corren en el silencio de la ciudad todavía inmersa en el sueño, pisando el adoquinado recién restaurado por el rey Herodes. Los mercaderes están sacando las mercancías para la jornada después del descanso sabático. El sol se está levantando, e inunda de luz la piedra que reviste las casas de Jerusalén. Juan, más joven, se adelanta a Pedro corriendo por las apretujadas callejuelas de la ciudad, desde el monte Sión hasta el Gólgota, fuera ya de las murallas. Allí, unos troncos verticales, como árboles resecos y desmochados, esperan nuevos condenados. La sangre condensada tiñe de rojo la madera oscura de los leños.

Corren sin aliento. Pedro, menos joven, se detiene y Juan llega primero al sepulcro, jadeante, con el corazón que late alborozado en su pecho. Espera y recuerda el rostro trastornado de María de Magdala que, diez minutos antes, lo sacó de la cama para avisarle: “¡Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto!”

Los soldados romanos de guardia han desaparecido, la tumba está abierta, la pesada piedra que bloqueaba la entrada volcada por tierra. Luego llega Pedro y los dos discípulos entran con cautela... y miran.

Pero no ven nada. Jesús ha desaparecido. Nada, sólo la sábana que envolvía el cadáver de Jesús está en su sitio, como desinflada, nadie la ha tocado, y la mentonera allí también en su sitio, como si Jesús se hubiera disuelto. El sudario y las vendas usadas para cubrir el rostro destrozado, en cambio, están puestas al lado en un hueco aparte. No hay más.

Sin embargo, Juan ve y cree. Ve una tumba vacía… y cree.

Ve una ausencia, ve un vacío, no ve nada más. Podría pensar, como hizo Magdalena, como muchos dirán, que el cuerpo había sido robado. Y en cambio no es así. Él cree.

Un padre de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, observa agudamente que viendo los discípulos la tumba tan en orden, entienden que el cuerpo de Jesús no ha sido robado: ningún ladrón se detiene “a pasar la aspiradora” en la casa que ha desvalijado.

Es nuestro modo de ver las cosas lo que interpreta la realidad. Ante el vacío, Juan ve plenitud; en la ausencia, vislumbra una presencia nueva.

Tumbas

Aquella tumba vacía, el último dramático regalo hecho a Jesús por parte del discípulo José de Arimatea, rico y poderoso, que no pudo salvar de la muerte a su Maestro, aquella tumba ha quedado allí en Jerusalén, vacía, como testigo mudo de la resurrección.

viernes, 29 de marzo de 2024

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA (Ciclo B)

 


Primera Lectura: Ez 36,16-28
Salmo Responsorial: Salmo50
Segunda Lectura: Rom 6,3-11
Evangelio: Mc 16, 1-7

  Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado, no está aquí!

 El tono del ángel, en el Evangelio de Marcos que hemos leído esta noche, es perentorio, no admite respuesta. Jesús ha resucitado, es inútil tratar de embalsamarlo. Está vivo, es inútil buscarlo en las tumbas de los cementerios.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, nuestra fe está embalsamada y es una fe más propia de un camposanto.

Como si adorásemos a un difunto. Como si nuestra fe tuviera más que ver con un recuerdo agradecido que con una actualidad ardiente y viva...

Jesús Nazareno ha resucitado, amigos míos. Está vivo y presente.

No revivido, ni vivo en nuestra memoria y en nuestros ideales, sino vivo y presente para siempre, aquí y ahora. Toda nuestra fe, dos mil años de cristianismo, las decisiones de millones de personas se basan en esas palabras que nos llegan hasta hoy. No está aquí. ¡Ha resucitado!

Dejemos de honrar a un cadáver. Porque Él está vivo.

Perplejidad

Es interesante volver a meditar sobre el inquietante evangelio de Marcos. En él vemos que, tras el anuncio del ángel, Marcos no teme escribir un final desconcertante en el versículo 8, que la liturgia no incluye.

Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.  (Mc 16,8).

El Evangelio de Marcos termina con el silencio. Una huida comprensible ante un acontecimiento de tal magnitud. Indudablemente, sin embargo, ese "no digas nada a nadie" ha cambiado, de lo contrario no estaríamos hoy aquí para celebrar al Resucitado.

¿Por qué Marcos termina su relato de esta manera tan poco edificante?

jueves, 28 de marzo de 2024

VIERNES SANTO EN LA MUERTE DEL SEÑOR


Primera Lectura: Is 52, 13 - 53,12
Salmo responsorial: Salmo 30
Segunda Lectura: Heb 4, 14-16; 5, 7-9
Pasión de N.S.J.C.: Jn 18,1 - 19,42

La Palabra proclamada en el día de hoy ya resulta lo suficientemente elocuente, sin que un comentario pueda añadir gran cosa, pues lo que tenemos delante para nuestra contemplación es el Hijo del Hombre escarnecido ante el mundo, es el drama entre la paz y la violencia, entre el rechazo y la reconciliación, entre la muerte y de la vida.

Cada uno puede comprender, sin muchas palabras, que todo el ser humano, toda la vida, y el sentido de la historia y del mundo, están puestos en juego aquí, ante Cristo muerto en cruz. Casi dan ganas de desaparecer y dejar el puesto al Misterio del Amor y misericordia así manifestado. Pero no me resisto a poner rostros concretos a la Pasión de Cristo que acabamos de proclamar: el rostro de los crucificados de la Historia, en quien hoy sigue muriendo el Siervo el Justo, llevado al matadero.

No se trata de una narración sociológica, ni de un manifiesto revolucionario ante la opresión producida, de modo aterrador, por los poderosos y las fuerzas del mal. Se trata de contemplar al Crucificado reconociendo que en tantos hermanos nuestros descartados, sufrientes y maltratados de tantas formas, es el Hijo de Dios el que sufre, padece y muere. Ellos son los rostros de la pasión de Cristo. 

En nuestro mundo estamos sumidos cada vez más en una cultura de muerte que fomenta el aborto, el suicidio y la eutanasia; la guerra y el terrorismo, la violencia de todo tipo y la pena de muerte, como método para resolver los conflictos; el tráfico y consumo de drogas; el drama humano del hambre y la pobreza.

miércoles, 27 de marzo de 2024

JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR



Primera Lectura: Ex 12, 1-8.11-14
Salmo Responsorial: Salmo 115
Segunda Lectura: 1 Cor 11, 23-26
Evangelio: Jn 13, 1-15


Comenzamos el Triduo Pascual; los tres días más largos del año, las últimas horas de Jesús de Nazaret. Esta mañana, en todas las Catedrales del mundo, los sacerdotes se reunieron con su Obispo para consagrar los óleos del consuelo y, finalmente, esta tarde en todas las parroquias, desde las grandes ciudades a las apartadas comunidades rurales, recordamos aquella entrañable noche, aquella cena llena de emoción en la que el Señor inventaba el pan para el camino; el momento en que cada sacerdote se siente llamado a repetir aquel gesto; el momento en que, pidiendo a los apóstoles que repitieran aquella acción, el Señor Jesús instituyó el sacerdocio...
 
El último acto
El último acto de Jesús comienza aquí, con esta Cena que es la presencia del Señor entre nosotros. Él desea ardientemente comer la Pascua con nosotros: su corazón arde como una antorcha, su Presencia es un incendio de amor.

Jesús, al final, cumple todo lo que ha dicho y hecho con un gesto que nadie, ni siquiera los apóstoles, habrían podido imaginar:  el Señor Jesús se entrega y se deja destrozar. Lo suyo no son solamente bonitos discursos y vacías palabras. El gesto de la muerte en cruz es definitivo e inequívoco:  no cabe ser interpretado, sólo puede ser acogido o rechazado.

Jesús está a punto de vivir el amor completamente, hasta la paradoja, como la mayor parte de las veces había predicado. En este gesto, nos está diciendo: “Tu corazón está endurecido, no has entendido lo que te quiero, y el único modo para hacerte entender la alhaja que tú eres para mí, es que mi amor se convierta en sangre derramada, en un regalo absoluto de mi vida por ti”. Juan el evangelista introduce la Pasión en su evangelio diciendo: “Jesús, después, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

Jesús elige entregarse a cada uno de nosotros de un modo sencillo, pobre y escandaloso. De un modo que nos llena la cabeza de duda y perplejidad: ¿Cómo es posible que un poco de pan, un poco de vino sea la presencia viva de Jesús entre nosotros? Pascal nos contestaría: “Si creo que Dios se ha hecho hombre, no tengo ningún problema en creer que pueda hacerse pan y vino.” Jesús, de entrada, acepta el riesgo de la incomprensión y sigue entregándosenos cada día, también hoy.

Jesús acepta no ser comprendido en nuestras eucaristías, a veces descoloridas, con poca fe, apresuradas y muchas veces improvisadas. Vivamos esta celebración con el corazón abierto, dejémonos ser colmados de asombro por este regalo sin medida que nos hace el Señor de sí mismo.

Digámosle con ternura: nosotros celebramos la cena, Señor, y te hacemos presente; ¡gloria y alabanza a ti Señor, nuestro pan y nuestro vino!
 
Se acabó
Jesús sabe muy bien que el tiempo se le acaba. ¿Habrá hecho todo lo posible para convertir el corazón de las personas, el corazón de su pueblo? ¿Le queda algo por hacer? Jesús, como también nos ocurre a nosotros, experimenta el límite, tantea su fragilidad y sopesa el rechazo humano. ¿Qué podemos hacer con un Dios que dialoga y que nos deja libres para elegir? ¿Qué podemos hacer con un Dios que rechaza las reglas para pedirnos únicamente que amemos?, porque el amor no puede encerrarse en el estrecho cauce de un código. ¿Qué podemos hacer con un Dios que nos llama “amigos”, obligándonos con ello a tomar partido por Él?

sábado, 23 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS (Ciclo B)


Primera Lectura: Is 50, 4-7
Salmo Responsorial: Salmo 21
Segunda Lectura: Flp 2, 6-11
Evangelio: Mc 14,1-15,47

La Cuaresma se acaba

Hemos seguido a Jesús Maestro durante los 40 días de la Cuaresma tratando de convertir nuestro corazón, esforzándonos en cambiar la imagen horrible de Dios que casi todos llevamos en el corazón. Quisiéramos un Mesías musculoso y triunfante… y Jesús es un Mesías manso y corriente. Además, tenemos la idea de que la fe es necesaria pero mortalmente aburrida... pero Jesús nos habla y nos muestra la inmensa belleza de Dios. Nos dirigimos a Dios como cuando contratamos un favor... y Jesús vuelca los tenderetes de nuestros mercados para desvelarnos el rostro de un Padre que sabe lo que necesitan sus hijos. A veces pensamos que Dios es misterioso e incomprensible, que nos manda pruebas en la vida... y Jesús dice que el único deseo de Dios es nuestra salvación. Nos acercamos a la cruz con toda superficialidad… y Jesús morirá en la cruz, desnudo y entregado, para desvelar de manera inequívoca el verdadero rostro de Dios.

Una semana “santa” de otro modo

La semana que hoy iniciamos, tan grande y tan importante que se le llama santa, es la joya del año litúrgico, una perla demasiado a menudo olvidada por nosotros cristianos, en beneficio de otras fiestas quizás más sentimentales, pero empapadas en relecturas consumistas, como es la Navidad.

Aquí no. Un muerto en una cruz no vende, no suscita sentimientos de bondad. Más bien se habla poco y mal de este Dios que sube a la cruz y muere. Sigue siendo difícil de entender el misterio de una tumba vacía y el sentido profundo de la palabra “resurrección.” Efectivamente así es. La Iglesia se detiene asombrada a meditar en este tiempo sobre la inmensa medida del amor de Dios. Durante la Semana Santa nos paramos, día tras día, hora a hora; ajustamos nuestros relojes en aquel momento crucial para la historia de la humanidad; nos sentamos como espectadores a contemplar, una y otra vez, el rostro del Dios que muere.

Jesús, el Señor, se prepara para morir. Celebra su presencia en la última Pascua, la nueva y definitiva; es detenido, condenado y ejecutado, enterrado y, finalmente, vivo.

En esta preciosa semana, en todo lo que hagamos en ella, en el trabajo o en el descanso, podremos pararnos, entrecerrar los ojos y pensar en Cristo, en sus sentimientos, en su angustia, en su ardiente pasión, en sus deseos más profundos.

Hora a hora iremos asistiendo, con los ojos de la fe, al espectáculo de un Dios que muere por amor.

Ramos de olivo

Y esta semana inicia hoy, domingo de Ramos, preñada de recuerdos de niño, de ramos de olivo y palmas adornadas agitadas para manifestar la alegría del encuentro con el Señor.

Ironía de la incoherencia humana: las mismas voces, los mismos brazos, ya no con las palmas abiertas hacia el cielo, sino con los puños apretados, transformarán su alegría por el hijo de David, en una invocación terrorífica, en un escalofriante grito de muerte: “¡Crucifícalo!”.

lunes, 18 de marzo de 2024

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ - 19 de marzo




Primera Lectura: 2 Sam 7, 4-5a.12-14a.16
Salmo Responsorial: Salmo 88
Segunda Lectura: Rom 4, 13.16-18.22
Evangelio: Mt 1, 16.18-21

Hay una tradición que supone que José ya era un hombre maduro cuando se casó con María. Y, sin embargo, el conocimiento sociológico del país de los judíos en aquellos tiempos indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Sin embargo, esa antigua tradición prefirió presentar a José viejo para justificar su desaparición precoz, según los textos bíblicos.

Hay una tradición que supone que José ya era un hombre maduro cuando se casó con María. Y, sin embargo, el conocimiento sociológico del país de los judíos en aquellos tiempos indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Sin embargo, esa antigua tradición prefirió presentar a José viejo para justificar su desaparición precoz, según los textos bíblicos.

De hecho, cuando empieza la vida pública de Jesús, su padre adoptivo no aparece nunca. Lógicamente se puede suponer su muerte, pero no hay por qué suponerle por ello una edad avanzada. Hay que tener en cuenta que la mortalidad era muy grande y, probablemente, la edad media de los judíos no pasaba de los 30 años. No es, pues, equivocado suponer que José, el carpintero, fuese un joven de unos 20 años cuando afrontó el dilema ante del misterioso embarazo de María.

Contemplemos, por tanto, con esta idea la ternura juvenil de aquella pareja y la generosidad quizás ingenua de José en los primeros momentos, premiada con la revelación que lo muestra y sitúa tan cercano al Mesías.

Al pobre José le estaba pasando de todo en la vida. Primero, Dios que le roba a la chica y, luego, el agobio de un hombre como él - carpintero acostumbrado a la garlopa y los clavos – con el agobio y la fatiga de tener que comprender la situación de un niño tan especialmente ordinario y una mujer tan querida, pero toda ella envuelta en el Misterio.

Tan es así que nosotros los cristianos nos hemos puesto a rellenar los agujeros que el evangelio deja tan ampliamente al descubierto, como si no bastara lo que hoy nos cuenta Mateo de José, inventándonos así una improbable figura del silencioso carpintero de Nazaret que tampoco satisfacer del todo nuestra curiosidad.

sábado, 16 de marzo de 2024

DOMINGO 5º DE CUARESMA (Ciclo B)


Primera lectura: Jer 31, 31-34
Salmo Responsorial: Salmo 50
Segunda lectura:  Heb 5, 7-9
Evangelio: Jn 12, 20-33


Dios sólo tiene un deseo: salvarnos, hacernos felices, llenar de ternura nuestro tibio corazón. Dios se ha tomado la molestia de venir a decírnoslo en la persona de Jesús, el hijo de Dios, que nos desvela cumplidamente el designio del Padre, y además nos dice que está dispuesto a morir por conseguirlo.

En este recorrido de vida que es el Cuaresma, se nos ha ido pidiendo una reiterada conversión: pasar de la idea de un Mesías triunfante a la de un Mesías modesto; pasar de un Dios al que corromper para conseguir nuestro propio beneficio, y con el que hay que regatear la salvación, al Padre que sabe lo que necesitan sus hijos; pasar de un Dios misterioso y extravagante que nos juzga con severidad, al Dios que desea nuestra felicidad más de lo que nosotros mismos la deseamos.

Somos libres, espléndida y dramáticamente libres, porque el amor es libre y nos hace libres. Pero con esa libertad Dios corre el riesgo de ser rechazado y acepta el hecho de que nosotros podemos elegir las tinieblas, aunque eso impida que nuestras obras salgan a la luz.

Frente a la libertad del hombre, Jesús queda descolocado. El gran proyecto del anuncio del Reino, que ha estado llevando adelante con pasión durante tres años, ahora se está revelando como un fracaso. Después del entusiasmo del principio, la gente considera a Jesús una estafa porque los romanos todavía están allí, los enfermos siguen siendo numerosos, el reino mesiánico, ingenuo y triunfante, no ha llegado todavía. Poco o nada ha cambiado. El Nazareno no puede ser el verdadero Mesías.

Queremos ver a Jesús

Los griegos del evangelio querían ver a Jesús. Como nosotros. Eran los paganos que simpatizaban con la religión hebrea, que subían a Jerusalén para obtener la iluminación, para entender, para creer. Alguien les había hablado del Nazareno y querían conocerlo. No hay ninguna superficialidad en su solicitud, sólo un sincero deseo.

Y se sirven de Andrés y Felipe para facilitar un encuentro, ya que sus nombres mostraban una procedencia extranjera.

A nosotros nos pasa lo mismo: la curiosidad nos empuja hacia Dios. Creemos conocerlo desde hace tiempo y, sin embargo, no acabamos nunca de encontrarlo realmente. Tenemos la cabeza llena de palabras e ideas sobre Dios y corremos el riesgo de pasar toda la vida creyendo que creemos. La fe, en cambio, es el deseo de encontrarnos con el Señor.

También nosotros queremos ver a Jesús, pero este encuentro sólo ocurre por la mediación, a veces pobre y cansada, de personas como Felipe y Andrés. Son los discípulos de Jesús, todavía hoy, los que nos hacen posible el encuentro con Dios, los que nos indican el camino.

 Y lo que Jesús les dice a los griegos en ese encuentro es desconcertante, es una nueva lógica: la lógica de la donación, de la entrega, de sí mismo.

El grano de trigo

Los griegos del evangelio – los paganos - escucharon la difícil Palabra de Dios. También fueron los griegos los que teorizaron sobre la existencia de los mejores (aristoi), llamados a mandar.

sábado, 9 de marzo de 2024

DOMINGO 4º DE CUARESMA (Ciclo B)


Primera lectura: 2 Cro 36, 14 -16.19-23
Salmo Responsorial: Salmo 136
Segunda lectura: Ef 2, 4-10
Evangelio: Jn 3, 14-21

¡Qué difícil es convertirse! ¡Qué difícil es creer en el Dios de Jesús!

Qué difícil es saber elegir de qué parte estar en la vida, siempre descoyuntados (como si de un potro de tortura se tratase) entre las demasiadas cosas que hacer, inquietos y resignados, atropellados por mil preocupaciones, sin tiempo para el sosiego.

Por eso nos es necesario el silencio, aunque sea minúsculo, aunque sea conquistado con esfuerzo recortando algún minuto a nuestros días. Necesitamos volver a lo esencial, ahora, cuando las dificultades crecen y la tentación de la desconfianza amenaza también a nuestra Iglesia.

Teniendo fija la mirada en la belleza de Dios, que intuimos, que saboreamos, o que buscamos, podremos volcar los tenderetes de nuestras aproximadas y vanas imágenes de Dios para poder liberar de una visión mercantilista de la fe, tanto el templo de nuestro corazón como el templo de la Iglesia.

Es un recorrido largo y pesado. De eso saben algo tanto el libro de las Crónicas, como el judío Nicodemo.

Dios juez

Es connatural al ser humano tener una visión horrible de Dios, en el que proyectamos todos nuestros malos hábitos. Una imagen que llevamos en el corazón, en el inconsciente, en el vano intento de dar una apariencia de justicia a la absurda dinámica de este mundo.

El camino del hombre bíblico estaba erizado de dificultades, de continuas conversiones, de razonamientos que avanzaban entre brumas. ¿Si Dios es bueno, se pregunta la Biblia, de dónde deriva el dolor?

En particular, en el fragmento del libro de las Crónicas, que hoy hemos leído, el autor busca una respuesta a la brutal destrucción del templo y al sucesivo destierro en Babilonia. Y la dramática respuesta es que el destierro ha sido un castigo por no haber respetado el ciclo sabático de la naturaleza. Un año cada siete era sabático, para dejar descansar a la tierra; pero se dejó de hacer a causa de una avariciosa explotación de ella. Dios, juez justo, escuchó la queja de la naturaleza por él creada, y repuso el aliento de la tierra explotada durante los setenta años de destierro forzado para pueblo.

Es una visión simplista, pero, sin embargo, muy eficaz: Dios castiga el pecado del pueblo. En el Antiguo Testamento ya se había profundizado en este tema del mal, entendiendo que no es Dios el que castiga, sino el propio pecado el que nos condena. ¡El pecado es malo porque nos hace mal, porque nos hace daño!; ¡el pecado es quien nos destruye, no Dios! Sin embargo, qué connatural es esa visión de Dios, tan opresora, en nuestras creencias y en nuestra sociedad.

¿Cómo es posible que nos empeñemos en mantener semejante idea de un Dios justiciero, tan poco liberador y, por eso, tan poco cristiano? Porque el Dios, Padre de Jesucristo, es completamente otro.

sábado, 2 de marzo de 2024

DOMINGO 3º DE CUARESMA (Ciclo B)




Primera lectura: Ex 20, 1-17
Salmo Responsorial: Salmo 18

Segunda lectura: 1Cor 1, 22-25
Evangelio: Jn 2, 13-25

 

El tiempo cuaresmal se nos da para hacer un balance de situación. El riesgo real es ser arrollados por las cosas que tenemos por hacer, de no lograr dar un sentido unitario a las opciones que hemos hecho o padecido, de no tener un hilo conductor que dé un sentido al devenir de las cosas. Vamos como a empujones.

El Espíritu siempre, pero sobre todo en este tiempo, nos empuja al desierto para que nos demos cuenta de que los ángeles están cerca y nos sirven, y para amansar las fieras de la desconfianza y del pesimismo.

Estamos también invitados a redescubrir la belleza que habita el mundo, aquella belleza primigenia e insuperable que es Cristo, el resplandor del Padre. La semana pasada estuvimos en el monte Tabor para ver la belleza absoluta de Dios, y así volver a ser auténticos.

Hoy la Palabra de Dios nos ofrece otras tres indicaciones preciosas y concretas, tres actitudes que alcanzan al corazón de nuestra fe, para prepararnos a celebrar al Resucitado y para ayudarnos a resucitar con él: escuchar, meditar, liberar.

Shemá

Escucha Israel”: yo soy el Dios que te ha liberado. No el que te quiere afligir, o el que te manda las enfermedades, o el que se desinteresa de ti. Yo soy el Dios que te ha demostrado mil veces mi atención, mi cuidado y mi cariño.

Las diez palabras dadas por Dios al libertador a Israel son el meollo de la reflexión de hoy. No son diez “mandamientos”, como si fuera el reglamento de la escuela, o el Código de circulación. Más que mandamientos, son “indicaciones”, propuestas, recorridos a realizar, itinerarios de vida.

Son indicaciones para alcanzar Dios, y así poder llegar a ser más humanos. El Dios que nos ha creado nos ofrece también un manual de instrucciones, una serie de indicaciones simples para alejar y contener las sombras que descubrimos dentro de nosotros. Son diez palabras para vivir.

Palabras llenas de un absoluto sentido común, dadas por un Dios que quiere desvelar al hombre el secreto de la vida, y que le propone una vida en plenitud. Él, que nos ha creado, que sabe cómo funcionamos, y que elige un pueblo para que recorra con Él un camino hacia la felicidad.

Estas diez palabras son breves y concisas para que queden en la memoria de cada israelita, son indicaciones preciosas para descubrir el secreto de la felicidad. Señalando la parte oscura de la vida, las diez palabras nos invitan a ser prudentes, a evitar los peligros y los engaños de la realidad; nos desvelan, en definitiva, que el pecado es un mal porque nos hace daño, porque perjudica nuestro ser humano.

Sin embargo, nosotros, a menudo, acogemos los mandamientos como una antipática injerencia del Altísimo, al que nos imaginamos como un ser envidioso de nuestra libertad, y que nos corta las alas con una minuciosa serie de obligaciones sin sentido. Una visión tan distorsionada de la relación con Dios, es una amenaza que disfraza y hace grotesco el verdadero rostro del Dios de Jesús.

Purifiquemos nuestro corazón de esta horrorosa visión de la Ley, porque, en la Sagrada Escritura, la Ley de Dios es una ley de libertad, ley del amor, ley de la verdad y del crecimiento humano.