Hay
una tradición que supone que José ya era un hombre maduro cuando se casó con
María. Y, sin embargo, el conocimiento sociológico del país de los judíos en
aquellos tiempos indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Sin
embargo, esa antigua tradición prefirió presentar a José viejo para justificar
su desaparición precoz, según los textos bíblicos.
Hay
una tradición que supone que José ya era un hombre maduro cuando se casó con
María. Y, sin embargo, el conocimiento sociológico del país de los judíos en
aquellos tiempos indica que los esponsales ocurrían entre parejas muy jóvenes. Sin
embargo, esa antigua tradición prefirió presentar a José viejo para justificar
su desaparición precoz, según los textos bíblicos.
De
hecho, cuando empieza la vida pública de Jesús, su padre adoptivo no aparece
nunca. Lógicamente se puede suponer su muerte, pero no hay por qué suponerle por
ello una edad avanzada. Hay que tener en cuenta que la mortalidad era muy grande
y, probablemente, la edad media de los judíos no pasaba de los 30 años. No es,
pues, equivocado suponer que José, el carpintero, fuese un joven de unos 20
años cuando afrontó el dilema ante del misterioso embarazo de María.
Contemplemos,
por tanto, con esta idea la ternura juvenil de aquella pareja y la generosidad quizás
ingenua de José en los primeros momentos, premiada con la revelación que lo
muestra y sitúa tan cercano al Mesías.
Al
pobre José le estaba pasando de todo en la vida. Primero, Dios que le roba a la
chica y, luego, el agobio de un hombre como él - carpintero acostumbrado a la garlopa
y los clavos – con el agobio y la fatiga de tener que comprender la situación
de un niño tan especialmente ordinario y una mujer tan querida, pero toda ella envuelta
en el Misterio.
Tan es así que nosotros los cristianos nos hemos puesto a rellenar los agujeros que el evangelio deja tan ampliamente al descubierto, como si no bastara lo que hoy nos cuenta Mateo de José, inventándonos así una improbable figura del silencioso carpintero de Nazaret que tampoco satisfacer del todo nuestra curiosidad.
Entre
María y José hay amor, aunque sólo los evangelios de Mateo y Lucas nos hablan
discretamente de su relación. Están "prometidos”, es decir, son más que novios
en la cultura de Israel. Por un año los prometidos podían vivir conyugalmente,
pero sin cohabitar. Por eso, el único que sabía que aquel hijo no era suyo era precisamente
José. ¿Nos imaginamos la noche toledana que pasa José cuando se entera del
embarazo de María? ¿Qué habrá pensado de ella? Cuánto sufrimiento y dolor en su
corazón... ¿se habrá equivocado al querer a esta chica de Nazaret? La ley exigía
que María fuera denunciada y, por consiguiente, condenada a ser apedreada. José
la ama, quiere salvarla, y para ello encuentra un subterfugio: dirá que está
aburrido de ella, la repudiará diciendo que ya no la quiere como esposa. Así salvará
la vida y el honor de su amada María.
Mateo
– como buen judío que era - describe esta actitud como “justa”. José es “justo”,
es decir irreprensible, auténtico, honesto, de alto perfil; no juzga según las
apariencias: incluso herido de muerte sabe superar su orgullo y usa la
misericordia hacia la mujer que tanto quiere. “Justo” como los justos del Antiguo
Testamento, como los piadosos ante Dios, como los rectos de corazón a los que tanto
alaba la Escritura. Y, durante la noche, llega el sueño, la invitación a
fiarse, a dar una inaudita clave de lectura a estos acontecimientos, lo que
significa abrazar lo inaudito de Dios. Y – fijaros - José se despierta, hace
caso al ángel y así hace suya la locura de Dios.
Francisco,
en su Carta Apostólica Patris corde (Con corazón de padre), convocando Año
de San José de 2021, recordaba a José como un padre amado; un padre en la
ternura, en la obediencia y en la acogida; un padre de valentía creativa, un
trabajador, siempre en la sombra.
Grande,
inmenso José. Cuántas cosas nos dices hoy, cuántas sugerencias nos das tú,
hombre acostumbrado a pocas palabras y a mantenerte un poco aparte, pero que
fuiste elegido esposo fiel y paciente de María, tutor y protector de la
infancia de Jesús. Tú vas delante de nosotros como un ejemplo de fe y rectitud.
A ti dirigimos hoy esta oración: Ayúdanos a entrar, con sencillez y abandono,
en el designio de Dios sobre nuestra vida para que seamos signos del amor del
Padre a nuestro mundo. Amén.
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