Ceniza
Hoy comienza la Cuaresma
en la Iglesia católica latina. Son 40 días de recorrido que nos llevará hasta
la celebración de la Pascua. Un tiempo en el que somos invitados a vivir en la renovación
y el crecimiento personal y comunitario. ¡Tomemos en serio este
tiempo de salvación! Tomar en serio no significa poner el rostro adusto y
triste, cara de vinagre… sino tomar la vida en nuestras manos y revisarla junto
con el Señor a través de su mirada tierna y amorosa.
Particularmente, en este
año caracterizado por una crisis global que afecta a diversos países, con las
guerras de Ucrania y de Palestina que no cesan, el Papa Francisco nos invita a
vivir la Cuaresma como un camino en el que «A través del desierto Dios nos
guía a la libertad».
Mensaje
Entre otras cosas, dice
el Papa en su mensaje de este año que la Cuaresma es el tiempo de gracia en el
que el desierto vuelve a ser el lugar del primer amor como dice Oseas 2,16-17. El
desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión
personal de no volver a caer en la esclavitud.
- El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.
-
En el relato del Éxodo
hay un detalle de no poca importancia: es Dios quien ve, quien se conmueve y
quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye
incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en
el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir,
logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy
dispuesto a romper los compromisos con el viejo?
- A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos […] Pero más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. […] Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos nos paralizarán. En lugar de unirnos nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira.
Conversión
Es tiempo de actuar, y
en Cuaresma actuar es también detenerse en oración para acoger la Palabra de
Dios para convertirse. Convertíos a mí de todo corazón, escuchamos en la
profecía de Joel (1ª lectura). Convertirse significa volver la mirada a Dios,
buscarle y dejarnos encontrar por Él.
En el Evangelio de hoy,
Jesús, después de haber afrontado algunos temas sensibles de la tradición oral
de la Torah, apunta alto y polemiza contra la manifestación de la fe de los que
eran considerados como los devotos de su tiempo. Y tiene para todos, enseñando
la necedad de algunas actitudes que, desafortunadamente, todavía encontramos
hoy entre quienes se dicen cristianos. ¡Sobre todo la limosna ostentosa, la
caridad que acaba en los periódicos y ante las televisiones, las listas de
bienhechores expuestas a la puerta de las iglesias y, además, en orden
decreciente! Todas éstas son actitudes que ofenden al evangelio. La caridad
tiene que ser discreta, humilde, nunca llamativa: “que no sepa tu mano
izquierda lo que hace la derecha”.
Jesús, además, se opone
a la costumbre de la oración que se convierte en una manifestación devocional
excesiva, en una ritualidad encerrada en sí misma, reducida a pura exterioridad
y que no conduce a nada. Porque la verdadera oración es diálogo que nos lleva a
la intimidad con Dios. Si alguna oración debe prevalecer es la oración
personal, íntima, escondida, “porque tu Padre ve en lo secreto”, nos dice el
evangelio.
Finalmente, Jesús la
toma contra quien practica la ascesis y la mortificación, sobre todo
haciéndosela sufrir a los demás; presumiendo de estar haciendo un sacrificio
para aplacar la ira de un dios justiciero, que no tiene nada que ver con el
Padre misericordioso de nuestro Señor Jesucristo.
Mejor digamos: Señor,
¿qué ayuno necesito? ¿Cuáles son las obesidades que me hacen pesado y torpe a
la luz del Espíritu? ¿De qué me tengo que vaciar para que tú puedas entrar más
en mí?
En resumen, leer esta
página evangélica con seriedad nos ha de servir para hacer una revisión de
nuestra vida que nos lleve a encontrarnos con nosotros mismos, tal como somos,
con honestidad; a encontrarnos fraternalmente con los demás, y todos juntos con
Dios como hijos queridos del Padre.
¡Ánimo, que es una
aventura preciosa que merece la pena vivir! Que el Señor nos conceda la gracia
de llegar a ser personas de oración íntima y personal. Que la ceniza que hoy
recibimos sea una señal de la conversión del corazón, de un camino hacia la fe
profunda e interior que alimente nuestro amor y servicio a los demás. Que así
sea.
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