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sábado, 28 de enero de 2023

DOMINGO 4º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: Sof 2,3; 3,12-13
Salmo Responsorial: Salmo 145
Segunda Lectura: 1 Cor 1,26-31
Evangelio: Mt 5, 1-12


Bienaventurados nosotros

Parece ser que el Mahatma Gandhi consideraba el Sermón del Monte del evangelio de Mateo como la página más iluminadora de la literatura mundial. Una página que ha inspirado a muchas personas, en la historia, y que, con razón, es considerada como la Carta Constitucional del Reino de Dios. Un discurso que Jesús pronuncia a la orilla del lago de Tiberiades, al norte de Palestina, en Galilea, no lejos de la casa familiar de en Nazaret y de Cafarnaúm. Un discurso en el que Mateo trata de sintetizar gran parte de la doctrina del nazareno, proponiéndolo como un nuevo Moisés que desde la montaña (en realidad una pequeña colina) entrega las “nuevas” tablas de la Ley. Un discurso que comienza con las Bienaventuranzas que acabamos de escuchar, un texto bastante repetido, pero desgraciadamente, poco conocido - incluso por los cristianos - y aún menos entendido.

Son ocho afirmaciones que son como latigazos, ocho afirmaciones que, si las tomáramos en serio, pondrían del revés nuestras perspectivas y descabalgarían nuestras pocas certezas. ¡Tal vez por eso las tenemos prácticamente ignoradas!

 

Bienaventurados los desgraciados

Jesús indica apodícticamente en qué consiste la felicidad, el sentido de la vida y la plena realización. ¡Por fin, ya era hora!, podíamos decir.

Pero una primera lectura nos deja descolocados con lo que allí señala Mateo. Jesús parece que exalta la pobreza, el llanto, la resignación y la persecución.

¿Cómo es posible? ¿Confirma Jesús la terrible impresión que dan muchos cristianos de ser almas dolientes, tristes y lloronas? ¿Valora Jesús la idea de que la vida es una concatenación de desgracias y que el cristianismo algo doloroso y crucificante? ¿Volvemos al cliché del cristianismo como una religión que exalta el sufrimiento como instrumento de expiación?

No, en absoluto, estad tranquilos. Lo que de verdad Jesús propone es una auténtica revolución interior. Nos describe, más que cualquier otra página del Evangelio, cuál es la profunda identidad del cristiano.

Bienaventurados

-          Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Es decir, bienaventurados los que son conscientes de su pobreza interior, del límite que llevan impreso en el corazón y que, por tanto, buscan el sentido de la vida y lo buscan en otro lugar, más allá de la rutina cotidiana. Y también bienaventurados los que viven con un corazón sencillo, esencial, transparente. Bienaventurados porque, aunque no se den cuenta, están dejando que Dios reine en ellos.

-          Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que, incluso estando en pleno sufrimiento, saben volver la mirada más allá del horizonte, hacia el Dios que hace compañía, que “con-suela”, que está con quien está solo. Bienaventurado el que sabe que la vida está insertada en un gran proyecto y que, aunque alguna vicisitud individual humana puede ser envilecedora y podemos ser derrotados, sin embargo, el gran proyecto de Dios avanza sin detenerse. Bienaventurado quien descubre que la vida es preciosa a los ojos de Dios y que ninguna persona, jamás, está sola y abandonada, porque “cada cabello de nuestra cabeza está contado” (Mt 10, 30) y “nuestras lágrimas recogidas” (Sal 56, 9) porque el Dios de Jesús protege a “los gorriones que se venden por dos céntimos” (Lc 12, 6). El sufrimiento, por tanto, no es la palabra definitiva de la vida.

sábado, 21 de enero de 2023

DOMINGO 3º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera lectura: Is 8,23b - 9,3
Salmo responsorial: Salmo 26
Segunda lectura: 1 Cor 1,10 -13.17
Evangelio: Mt 4,12-23



Los comienzos de la predicación de Jesús están unidos con un acontecimiento dramático: la detención de Juan Bautista. Jesús vuelve sobre sus pasos, pero decide no volver ya a Nazaret, la pequeña aldea que lo ha visto crecer. Jesús ha cambiado, el bautismo le ha dado mayor conciencia de su misión.

Se traslada a Cafarnaúm, la pequeña ciudad del mar de Tiberiades, situada en el confín de dos regiones. Era una ciudad importante, con guarnición romana, con sinagoga, con recaudadores de impuestos. Una ciudad que se va a convertir en el corazón del apostolado del Señor en Galilea.

No siempre los acontecimientos negativos son tal como parecen. A veces los momentos difíciles nos abren perspectivas que nunca nos habríamos imaginado, tanto en la historia de la Iglesia, como en la historia personal de cada uno de nosotros.

Dios escribe recto con reglones torcidos. Jesús, forzado a volver a Galilea, tendrá la oportunidad de iniciar su predicación desde los confines, desde las periferias, desde los últimos, desde los perdedores. Desde los territorios de Zabulón y Neftalí, las dos primeras tribus de Israel que, muchos siglos antes, cayeron bajo la dominación asiria.

Galilea de los gentiles

En el año 733 A. de C. estas dos tribus de Zabulón y Neftalí fueron brutalmente agregadas al imperio asirio. Abandonadas a su suerte, conocieron a lo largo de los siglos diversas vicisitudes, pero una cosa fue constante a lo largo del tiempo: Galilea se convirtió en el lugar de la promiscuidad, del mestizaje, de la fe mezclada y aproximativa... del más o menos... o del “todo vale”. Los galileos eran mirados con desprecio por los puros e impecables de Jerusalén; nada bueno podía venir de aquellas ciudades contaminadas y paganas.

De aquellos territorios, en tiempo de Jesús, salió el movimiento extremista de los zelotas; hasta el punto que “galileo” era sinónimo de  “terrorista.” Pues bien, exactamente desde aquel lugar es desde donde Jesús emprende su predicación.

Dios siempre es así, prefiere a los díscolos frente a los buenos chicos, invita a los primeros de la clase a salir fuera y ensuciarse las manos; obliga a quien lo sigue a marchar hacia las inseguras fronteras de la historia, a las periferias, antes que encerrarse en los recintos seguros de las falsas certezas de la fe.

Dios es así, quiere el riesgo, quiere ensuciarse las manos, sale a anunciar el Reino allí donde nadie lo espera... ni lo desea.

En esto es en lo que puede y debe convertirse la comunidad cristiana, en ser capaz de salir de las iglesias para devolver a Dios al pueblo, para compartir con él el camino de salvación.

En esto podemos y debemos convertirnos nosotros, a imitación del Maestro de Nazaret, nosotros que vivimos en la ciudad, en lugares en los que el cristianismo ha quedado reducido a unos leves trazos culturales; nosotros que vivimos entre personas que creen creer, que viven lejanas de Dios, incluso deseando conocer su sentido, sin saberlo.

Así nos encontramos muchas veces nosotros, como los galileos, un poco mestizos, bastardos, frágiles, porque somos hijos de este tiempo: discípulos de Cristo, sí, pero más en el deseo que en la coherencia de nuestra vida.

sábado, 14 de enero de 2023

DOMINGO 2º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

"Éste es el el Cordero de Dios..."
Primera Lectura: Is 49, 3.5-6
Salmo Responsorial:   Salmo 39
Segunda Lectura: 1 Cor 1,1-3
Evangelio: Jn 1, 29-34
  


Hoy tenemos un baile de “juanes” en el Evangelio: por una parte, el evangelista narrador y, por otra, el bautista, que cuenta su descubrimiento en el Jordán. Allí descubre que Jesús, el hijo de José, el de Nazaret, es el Hijo de Dios. El esperado. El inaudito.

No somos cristianos para que nuestra devoción nos haga fervorosas cosquillas. Somos cristianos porque creemos que un carpintero de Nazaret es la presencia misma del Altísimo. Jesús no es simplemente una buena persona o un profeta incomprendido, es el sello de Dios, su rostro ostensible y manifiesto.

Pero los dos Juanes se atreven aún más. Juan evangelista nos dice que el Bautista ve venir a Jesús hacia él. Dios toma siempre la iniciativa, es él siempre el que se aparece.

Y, además, afirma que Jesús es el cordero de Dios.

Cordero

El cordero, un animal al que se le mata sin un quejido. El cordero, parecido al macho cabrío que el día de Kippur, o de la Expiación, era cargado con todos los pecados del pueblo y luego dejado libre en el desierto.

Juan ya ve, en aquel hombre que se le acerca, la determinación y la mansedumbre; la fuerza y la resignación. Y ante ello, Juan, la voz que grita en el desierto, se queda sin palabras.

Pero el Bautista se equivocó. El Mesías no venía para arrojar la paja en el fuego inextinguible, no hubo ninguna hacha lista para derribar ningún árbol. El Mesías, aquel Mesías, zaparía y abonaría el árbol, a la espera de un improbable cambio.

El asombro del Bautista es el nuestro, su reflexión es la nuestra: ¡nuestro Dios es siempre así de inesperado, siempre tan diferente de cómo lo imaginamos, que nos deja sin palabras!

Espíritu

El asombro crece y se extiende. Ahora Juan Bautista está seguro de lo que, mirando, ha visto: el Espíritu baja con abundancia sobre Jesús y lo habita. Los gestos que Jesús hace están llenos de interioridad, densos de espiritualidad, transparentan sobre sus vestidos la profundidad que lo habita.

sábado, 7 de enero de 2023

BAUTISMO DEL SEÑOR (Ciclo A)



Primera Lectura: Is 42, 1-4.6-7
Salmo Responsorial: Salmo 28
Segunda Lectura: Hech 10, 34-38
Evangelio: Mt 3, 13-17


En este domingo del Bautismo de Jesús cerramos el ciclo litúrgico de la Navidad. Ambas fiestas, la de Reyes y la del Bautismo, nos hablan de la manifestación de Cristo Jesús al mundo. La de los Reyes es la manifestación universal a la gente y a todos los pueblos de la tierra. La fiesta del Bautismo concierne más a la manifestación pública de la misión de Jesús y también a la nuestra como bautizados en Cristo.

Bien-amados

El principio de la misión cristiana está enraizado en la conciencia de ser amados por Dios. “Éste es mi hijo bien-amado, en el que me complazco”, así describe Mateo la teofanía que revela la misión y la verdadera identidad de Jesús.  La traducción más literal “bien-amado” que subyace al término griego original es preferible a la de “predilecto”, que se encuentra en algunas versiones. Jesús es ante todo “bien-querido” y en él Dios se “complace”. El Padre está contento y orgulloso de su propio hijo.

En Cristo, como dice san Pablo, también nosotros somos hijos, también nosotros nos convertimos en coherederos, también nosotros somos bien-amados y en cada uno de nosotros el Padre se complace. Iniciamos el año civil y acabamos el tiempo navideño con esta desconcertante verdad: Dios me quiere, y me quiere bien.

¿No es quizás ésta la última pieza del maravilloso mosaico que nos ha acompañado las tres semanas de Navidad? Pensamos en un Dios sobre las nubes y lo encontramos en Belén; nos esperamos un Dios abstracto y conceptual, y aquí lo tenemos hecho un ser humano; esperamos en un Dios al que tenemos para pedir cosas, y he aquí a un niño que nos pide porque lo necesita todo de nosotros; nos esperamos un Dios que sea acogido triunfalmente por la autoridad constituida y por los sabios del lugar, y en cambio los que lo reconocen son los habitantes de la periferia de la vida; nos esperamos un Dios evidente y patente, y en cambio viene un niño tímido que nos pide que tengamos las ganas de encontrarlo, como los magos han sabido hacerlo. Y al final, hoy, se nos presenta la conversión más grande: me espero un Dios rector, severo pero benévolo, al que tengo que demostrar que soy bueno, y en cambio me encuentro con un Dios que, ante todo y sobre todo, me quiere sin ningún prejuicio, tal como soy.

Meritocracia

Frente a este amor gratuito y sin condiciones de Dios, todos nosotros, en cambio, hemos sido educados en merecer ser amados, en cumplir aquello que nos hace merecedores del cariño ajeno;  ya desde pequeños somos educados en ser buenos alumnos, buenos hijos, buenos novios, buenos esposos, buenos padres, buenos religiosos y buenos curas... porque el mundo premia a las personas que logran sus metas, que son capaces de todo, y así dentro de nosotros se va introduciendo la idea de que Dios me quiere, cierto, pero con una serie de condiciones.

Y así, pasamos toda nuestra vida limosneando una alabanza, un piropo, un reconocimiento. Más aún, si una persona me contradice o me acusa, reacciono mal, pero en el fondo pienso que quizá tenga razón, y me digo: “tienes que rendirte a la evidencia, tú no vales tanto”.

jueves, 5 de enero de 2023

EPIFANÍA DEL SEÑOR (6 de enero)


Primera Lectura: Is 60, 1-6
Salmo Responsorial: Salmo 71
Segunda Lectura: Ef 3, 2-3a.5-6
Evangelio: Mt 2,1-12


El miedo llamó a la puerta de nuestra vida. La fe fue a abrir… y no había nadie. Y cuanta fe hace falta en este comienzo de año para permanecer firmes en lo esencial, para no dejarse arrollar por la locura colectiva de un mundo occidental insatisfecho, en decadencia y con la guerra a las puertas.

Nunca como en estos tiempos estamos llamados a ponernos en camino, a seguir el deseo de plenitud que nos habita, el ansia de felicidad que nos atormenta. El deseo mueve el corazón humano.

Hoy es la fiesta del deseo que no se rinde, la fiesta en la que son protagonistas los buscadores que dedican su tiempo a descubrir nuevas teorías y a verificarlas. Hoy es la fiesta de lo esencial del ser humano que, en el fondo, desnudo de cualquier condicionamiento, se redescubre sencillamente como un buscador.

Esta fiesta es una invitación a superar nuestras certezas, para asumir la mirada de Dios, que no nos juzga por los resultados que obtengamos, por la devoción que practiquemos, por la coherencia que ejercitemos, o por el deseo de superación que podamos tener. La Palabra hecha carne en la Navidad insiste y exagera en el amor, nos descoloca, nos desconcierta, nos ilumina e interroga, pero no nos juzga.

A pesar del estrago que hemos hecho de la Navidad, reduciéndola a una feroz hiperglucemia de buenos sentimientos, el misterio de la infinita pequeñez de Dios, que se encoge en el regazo fértil de una chica adolescente, nos llena de un maravilloso asombro que todavía hace brotar cálidas lágrimas de auténtica consolación en los corazones heridos.

Dios es diferente, amigos.

Una virgen pare, un joven sencillo y generoso renuncia a sus sueños para cuidar de una esposa y de un hijo que no es suyo, Dios nace transeúnte, acogido en una gruta, y sólo unos personajes sin perfil como los pastores, se dan cuenta de su nacimiento; sólo dos ancianos devotos y desmoralizados, Simeón y Ana, reconocen en el Templo la luz de las naciones y, en la fiesta de hoy, son los paganos o los que tienen una fe diferente los primeros en reconocer en aquel niño el absoluto de Dios.

Magos

Como dice el dicho: los Reyes Magos ni eran magos ni eran reyes. Los Magos, más bien tenían que ver con el mundo persa, iraní, y con la fe de Zoroastro. También ellos esperaban un salvador, también ellos experimentaban la división entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, también ellos, como tantos otros en la antigüedad, unían los acontecimientos astrales a los acontecimientos históricos.

Y deseaban entender qué tenía que ver una señal en el cielo con sus vecinos los judíos, más conocidos en Oriente desde el tiempo del rey Ciro, cuando fueron protegidos benévolamente por él en Babilonia.