Cómo María de Betania podemos hacer la experiencia
espléndida de sentarnos y ponernos a escuchar al Maestro que nos habla. El
corazón, entonces, descubre por sí mismo nueva dimensión, hasta entonces
desconocida, un recorrido que, sorprendentemente, lo pone en contacto con Dios.
No se trata de “escuchar voces” o de autosugestiones,
sino únicamente del descubrimiento de un océano por el que estamos paseando sin
saberlo.
La dimensión de la interioridad, del silencio, del
descubrimiento de Dios pasa por la experiencia de la oración, una de las
experiencias más universales de la humanidad.
Pero, desgraciadamente, el corazón humano tiende a
poseer, a manipular, a esquematizar y, la espléndida experiencia de la oración está
también amenazada de ser menospreciada y desteñida, como un reducto de aburrida
repetición, como un deber que hay que cumplir, o como un recurso extremo en
caso de dificultad. “Acordarse de santa Bárbara cuando truena”.
La Palabra de Dios de hoy nos ayuda a entender lo
que es la oración según Dios.
La oración es amistad
La página del Génesis, que hemos escuchado, es una
obra maestra que nos desvela el rostro de Dios: Sodoma y Gomorra son dos
ciudades violentas y depravadas, y Dios decide destruirlas, entregándolas a su
propia suerte. Dios está dudoso y, ya que su relación de amistad con Abraham se
ha consolidado, decide hablarle de su proyecto. A Abraham le da un vuelco el
corazón: en Sodoma vive su sobrino Lot, y busca conseguir un costoso acuerdo
don Dios. Al fin vence Abraham: si Dios encontrase en Sodoma sólo cinco justos,
toda la ciudad sería salvada, la ciudad entera. Pero Sodoma será destruida
porque no se llegaron a encontrar ni cinco justos siquiera.
La oración es un coloquio íntimo con Dios, un intercambio de opiniones, un acuerdo mutuo. No es una lista de la compra, ni un intento de corromper al Señor en beneficio propio, ni una letanía mágica.