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sábado, 29 de mayo de 2021

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Ciclo B)


Primera lectura: Dt 4, 32-34. 39-40
Salmo Responsorial: Salmo 32
Segunda lectura: Rom 8, 14-17
Evangelio: Mt 28, 16-20

Es peligroso el Espíritu. Él es capaz de convertir a los miedosos en unos intrépidos. Y a los pendencieros en pacíficos creadores de concordia.

Se podría hacer una solemne novena al Espíritu Santo, para insuflar un nuevo aliento a nuestra gente en España; aturdidos unos y pendencieros otros, partidistas unos y acomodaticios otros, y así recordarnos a todos qué es lo esencial y qué es lo folklórico.

Y además yo pediría al Espíritu sacar a patadas a la Iglesia cuando se retira en sus cómodos despachos y cenáculos, dicho sea esto con todo cariño. Y tal vez, ya que estamos en ello, sacarnos a patadas también a nosotros por nuestro conformismo. Es la Iglesia en salida, a la que nos convoca el Papa Francisco.

Curas matemáticos

También necesitamos el Espíritu para comprender a la Trinidad. Obvio. Al Espíritu, y no a unos abstrusos cálculos teológicos. Recordáis cuando éramos críos los curas de entonces intentaban explicarnos la Trinidad dibujando un triángulo equilátero y usando la imposible suma: 1+1+1=1 ¡creando un conflicto incurable entre ciencia y fe! Si a ello añadimos la connatural simpatía de los niños por las matemáticas, imaginaros el resultado...

Para afrontar el misterio de la Trinidad nos ayuda más la poesía que las matemáticas, más la música y la emoción que la teología.

¿Qué os parece imaginar esta fiesta como una zambullida en el agua, como un espectacular salto en picado en mar profundo y sereno?

Splash

Así, hoy, nos zambullimos en el misterio de Dios. Ahora y sólo ahora, después de haber recibido el Espíritu en Pentecostés, es cuando podemos hablar de Dios.

Pero ojo, no del dios que tenemos en nuestra cabeza sino del Dios que ha venido a contarnos Jesús; no del dios razonable e inocuo de nuestras reflexiones – modernas o antiguas -, o del dios de las modas sincretistas, tan difundidas hoy, sino del Dios escandaloso e inimaginable de Jesús;  no del dios tranquilizador y conservador de quien reduce la fe al culto y a las devociones, sino del Dios sorprendente que la Iglesia ha acogido y anuncia desde siglos.

sábado, 22 de mayo de 2021

DOMINGO DE PENTECOSTÉS (Ciclo B)


 Primera lectura: Hch 2, 1-11
Salmo Responsorial: Salmo 103
Segunda lectura: Gal 5, 16-25


El Señor nos lo ha dicho y nos lo ha dado todo: nos ha desvelado el verdadero rostro del Padre; él nos alienta y está para siempre con nosotros, hasta al final.

Ha comenzado el fatigoso tiempo de la Iglesia, servidora del evangelio, incoherente y frágil porque está hecha de hombres y mujeres incoherentes y frágiles. Y no pensemos en los otros, sino en nosotros mismos. Incoherentes y frágiles, pero transfigurados porque somos discípulos, buscadores del Señor, hambrientos de su luz y su verdad.

Si leemos la historia con una mirada profunda, auténtica y espiritual, reconocemos que esta indisoluble alianza entre Dios y nosotros no se ha debilitado jamás. A pesar de nosotros los cristianos, a pesar de nuestras debilidades e incoherencias, el Señor sigue siendo anunciado por la Iglesia desde hace dos mil años.

Es verdad que todos tenemos de qué lamentarnos y también tenemos razones para empezar la habitual letanía de cosas que no van bien en la Iglesia, de la misma manera que podemos quejarnos del entrenador de nuestro equipo preferido o del político de turno. La diferencia es que ningún campeonato ni ningún super-presidente nos pueden dar la salvación.

Además, es absurdo y no creo que sea necesario que nadie reniegue de su madre porque lleva un vestido que no nos gusta...

Además, cuantos más cristianos han tratado de manipular el evangelio, de trastocarlo, de renegar de él, el Espíritu ha suscitado muchas más escuadras de santos para mantener a flote la barca.

Es el Espíritu el que construye la Iglesia, el que la mantiene anclada a su Señor, el que la espabila, el que la dirige, el que la envía, el que la anima y la reanima constantemente. El Espíritu, es el primer regalo que el Señor hace a los  creyentes.

  Discípulos

El camino interior que vamos haciendo como discípulos de Cristo nos dice una sencilla verdad: que la fe es un acontecimiento dinámico, no estático; que necesitamos toda la vida para aprender a creer. Los mismos apóstoles, muy convencidos de haberlo entendido todo, después de tres años de enseñanzas esfumadas al pie de la cruz, demuestran, unos instantes antes de la ascensión de Jesús al cielo, que no entendieron nada.

sábado, 15 de mayo de 2021

ASCENSIÓN DEL SEÑOR (Ciclo B) - Domingo 7º de Pascua


Primera lectura: Hch 1,1-11
Salmo Responsorial: Salmo 46
Segunda lectura: Ef 4, 1-13
Evangelio: Mc 16, 15-20

El punto álgido que marca la diferencia no está entre el Jesús resucitado y el Jesús ascendido, sino entre Jesús antes y Jesús después de la resurrección.

El Jesús “antes”, que ha paseado a lo largo de las verdes colinas de Galilea, el que ha predicado en Jerusalén, el que ha muerto, es el mismo Cristo resucitado con el que sus discípulos se han encontrado y que siempre han proclamado y proclaman resucitado.

Desde este punto de vista, el tiempo litúrgico pascual pone juntas las fiestas de Resurrección, Ascensión y Pentecostés como el tiempo del resucitado, un tiempo con tres dimensiones, en las que reconocemos a Jesús como el Señor de nuestras vidas, el tiempo en el que podemos acceder a Dios de un modo diferente, porque ahora Dios está presente en el cuerpo transfigurado de un hombre.

Pero el tiempo pascual es también el frágil tiempo de la Iglesia, el tiempo de nosotros, discípulos de Cristo, en quien profesamos nuestra fe, esperando la vuelta del Señor en la gloria.

Todo esto es lo que hoy celebramos, con la alegría de saber que Jesús está presente para siempre. Está presente en nuestra indisimulada e infantil nostalgia de su presencia física. Está presente en nuestro temor de tener en nuestras manos el ser testigos del Evangelio.

Presencia

Marcos, el primer evangelista en haber escrito un evangelio, sintetiza la Ascensión con solemnidad, para indicar que, ahora, podemos encontrar la presencia del Señor ante todo en la experiencia de la Iglesia, en la experiencia de la comunidad cristiana.

A esta Iglesia, aquí y ahora, Jesús le confía una tarea importante: id a todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura.

No solamente a los seres humanos, sino a toda criatura, como si la creación entera necesitara la buena noticia. A toda criatura, también a quien parece haber perdido la humanidad que debería caracterizarnos como personas. Estamos llamados a anunciar el Evangelio, la buena noticia de que Cristo es la imagen del Padre, que nos ha revelado quién es realmente Dios y quiénes somos nosotros. ¡De cuántas “buenas noticias” tenemos necesidad, especialmente en estos tiempos que vivimos!

Nosotros como Iglesia estamos llamados a levantar la mirada a lo alto y además, a fijar nuestra atención en la esperanza de un mundo renovado en Cristo.

No como un Reino terrenal, al estilo de un Estado poderoso, como ingenuamente algunos discípulos esperaban entonces y esperan todavía hoy día, sino con la conciencia de que, en este mundo, estamos llamados a hacer presente al Señor en nuestra comunidad como una avanzadilla de la plenitud del Reino de Dios. A nosotros el Señor nos confía el Evangelio, como un tesoro custodiado en frágiles macetas de barro, a nosotros el Señor nos pide hacerlo presente, más allá y dentro de nuestras propias contradicciones.

Señales

A Jesús resucitado se le reconoce por medio de las señales de su presencia en la vida cotidiana de cada uno: en la voz para María Magdalena, en las vendas para Pedro y Juan, en el pan partido para los dos de Emaús, en los peces para los discípulos a Cafarnaúm.

Jesús resucitado es reconocido en el trabajo de sus discípulos mediante signos. Son señales concretas, ciertamente, pero también y sobre todo son signos que hay que leer en clave espiritual.

sábado, 8 de mayo de 2021

DOMINGO 6º DE PASCUA (Ciclo B)


Primera lectura: Hch 10, 25 -27.34-35.44-48
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda lectura: 1 Jn 4, 7-10
Evangelio:  Jn 15, 9-17

Jesús Resucitado continúa su catequesis pascual con sus discípulos, después de haber utilizado la imagen de la vid y de los sarmientos del domingo pasado.

La reflexión de hoy es de altos vuelos. Jesús nos habla hoy de amor, de alegría, de plenitud. Si no estuviéramos anestesiados por la rutina, estas palabras que hemos dejado tan sobadas nos harían vibrar hasta el infinito ¡Cuánta fuerza nos darían!

Os confieso que, a lo largo de la vida me he encontrado con muchas personas, he escuchado infinidad de historias, he dado consejos, he orado con ellas y por ellas. Y de todo ello saco la certeza de que el corazón humano desea solamente una cosa: amar y ser amado.

Incluso en la persona más dura y más fría, más herida y más desesperada, más pesimista y más frágil, subyace el deseo de dar y recibir amor en cada una de las opciones que hacemos, y en cada dolor que sufrimos.

Deseamos amar y ser amados, y sufrimos porque no logramos ni amar ni ser amados como quisiéramos; o como pensamos de deberíamos ser amados. Todos buscamos la felicidad, todos, quién más, quién menos, deseamos ser queridos.

Bueno, pues hoy la Palabra de Dios nos habla de amor.

Vivir en lo concreto

El primer mensaje del evangelio de hoy es sencillo: dejémonos amar.

Todo el evangelio conduce a esta única verdad, que nos deja desarmados: somos amados por Dios que nos ha querido, pensado y deseado primero, y por eso mismo somos preciosos a sus ojos.

No es fácil creer esto, ya lo sé: muchas personas están viviendo experiencias de mediocridad, de dolor y de soledad, que les impiden ver más allá. El mundo sólo nos quiere si tenemos que algo dar, y muchas veces se muestra tremendamente mezquino. Sin embargo Dios nos quiere no porque seamos majos y amables, sino porque nos ha creado por amor. De modo que toda nuestra existencia no puede consistir más que en descubrirnos queridos, porque Dios no puede más que darnos su amor.

Y cuando hemos descubierto que somos queridos, Jesús nos insiste: vivid en este amor, permaneced en mi amor.

Mandamiento nuevo

Después de haber buscado Dios, tal vez fascinados por alguna persona cristiana significativa y atrayente, después de haber descubierto que, en Jesús, también nosotros somos hijos suyos, toda nuestra vida se convierte en una espera de la plenitud, en espera de la manifestación del amor de Dios. Y sólo podemos permanecer en él si guardamos sus mandamientos.

Muchas veces nos chirria esta demanda de Jesús, porque – equivocadamente -   la palabra “mandamiento” nos remite a la regla, a la norma, a los cánones, a los tribunales. No hay nada más falso, porque el “mandamiento” que Jesús nos ha dado es NUEVO.

sábado, 1 de mayo de 2021

DOMINGO 5º DE PASCUA (Ciclo B)



Primera lectura: Hch 9, 26-31
Salmo Responsorial: Salmo 21
Segunda lectura: 1 Jn 3, 18-24
Evangelio: Jn 15, 1-8

Jesús quiere con toda su alma desvelarnos el verdadero rostro del Padre. No funda una religión hecha de misterios, ni hace de las cosas de Dios un privilegio para unos pocos iniciados: habla de peces con los pescadores, de ovejas con los pastores, de viñas con a los viñadores.

Y lo hace con palabras sencillas, iluminadoras, con ejemplos tomados de los hechos cotidianos para explicar con ello lo absoluto de Dios. Lo entienden los pobres, los humildes, los ignorantes; todos aquellos que tienen un corazón transparente o angustiado, un corazón que siente la necesidad de ser colmado, querido y consolado. También en su modo de hablar, Jesús aparece apasionado, respetuoso con nuestros límites y atento a nuestra sensibilidad. Así ocurre también hoy, amigos: Dios nos habla por medio de las cosas cotidianas.

Jesús es el buen pastor que nos conduce a prados de buena hierba, le importamos mucho, no como los pastores mercenarios que en cuanto ven el peligro escapan de prisa.

Y hoy, en la espléndida parábola de la viña, precisamente porque nos ama, nos sugiere tres actitudes.

Podar

Para que la vid tenga fruto hace falta podarla. El sarmiento, cortado en su punto justo, concentra toda su energía en el futuro racimo de uva. El sarmiento no entiende lo que está pasando cuando la cuchilla lo corta, haciéndolo sufrir.

A nosotros, la vida nos poda abundantemente: desilusiones, fatigas, enfermedades, períodos de bajón; es algo bastante inevitable y lo sabemos, aunque nos rebelamos, nos entristecemos, y huimos del dolor.  

El ser humano no acepta la fatiga ni el fracaso inevitable de nuestro ser finito y limitado; esa es la señal de su dignidad, de su naturaleza inmortal que lo empuja a ir siempre más allá en busca de la trascendencia.

¿Cómo vivimos las podas de nuestra vida? El Señor nos invita a encontrarlo y vivirlo en lo positivo como una nueva oportunidad, como una nueva posibilidad.

Pero para ello, tenemos que dejar de lado mucho amor propio, ejercitando mucha paciencia, practicando mucho equilibrio para no desanimarnos ni deprimirnos, para no ofendernos y empezar a emprenderla contra Dios.

Sin embargo, no hay otro camino más que la aceptación serena - nunca resignada - de las contradicciones de la vida; una aceptación que concentra la energía de nuestra vida en lugares y situaciones inesperadas, y con resultados de verdad sorprendentes. Como el sarmiento podado que concentra su savia en el racimo produciendo una exuberante cantidad de uvas.

Ánimo, pues, que las podas son necesarias, como lo fue la gran y dolorosa poda de los apóstoles que, puestos del revés como un guante, machacados por la cruz de su Señor, los hizo apóstoles de verdad, maduros y reflexivos, capaces de anunciar la Resurrección y de sufrir el martirio, y no sólo unos entusiastas e inmaduros seguidores de no sé qué fulgurante experiencia mística.

Sin él, nada

La savia que alimenta nuestra vida es la presencia del Señor Jesús, al que hemos elegido como pastor. Ningún otro puede darnos fuerza, serenidad, luz, alegría y paz del corazón. Sólo permaneciendo anclados en él podremos dar fruto, crecer, florecer. Sin él, nada.