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sábado, 30 de abril de 2022

DOMINGO 3º DE PASCUA (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 5, 27.32-41
Salmo Responsorial: Salmo 29
Segunda Lectura: Ap 5, 11-14
Evangelio: Jn 21, 1-19


Jesús ha resucitado, proclamamos. Pues muy bien. Vivas y aplausos…  

Sin embargo, todavía muchos siguen en el sepulcro. Rígidos como cadáveres. Trastocados de dolor, como si el alma se les hubiera endurecido, sin emociones, sin deseos, sin sobresaltos. Como si la resurrección concerniese a otras personas, como si no fuera de veras conmigo.

Hay muchas personas que, aun diciéndose creyentes, viven así la Pascua. Es una pena. Gente que sufre pacientemente, arrollada por los acontecimientos; personas que, por sus propios límites, o por dolor físico o espiritual, viven la Pascua sólo como una creencia, con un voluntarismo obstinado de puro esfuerzo, creyendo a la fuerza y con el alma vacilante. Trastocadas como si la resurrección, en la que creen firmemente, no haya sido por ellas.

Exactamente como le pasó a Pedro. El último de los apóstoles en convertirse.

El delito

Pedro llega a la resurrección con el corazón en un puño. Su historia, la conocemos todos: Simón el pescador, llamado a convertirse en discípulo del carpintero de Nazaret; los tres años de seguimiento entusiasta con un crecido aumento de fama y popularidad; la promesa que el Señor le hace - a él - de ser el referente del grupo de seguidores, el guardián de la fe; las meteduras de pata de Pedro que no logra moderar su carácter demasiado impulsivo y sanguíneo y, finalmente, la catástrofe de la cruz que todo lo desbarata.

Pedro, en el patio del Sanedrín, había negado conocer al hombre que creía amar y servir fielmente, sin fisuras; el hombre y el Mesías por el que – decía- hubiera dado la vida. Bastó la pregunta de una criada cotilla, para que se derrumbasen las frágiles certezas de quien llegaría a ser el príncipe de los apóstoles. Luego la detención, el proceso sumario y la ejecución. Después, también Pedro huyó, como todos.

Sólo logramos entender vagamente cuánto dolor, cuánta desolación y cuánto suplicio sacudió la vida de los apóstoles. Pedro, sufriendo por la muerte del Maestro y por su misma muerte como discípulo, quedó desquiciado por su pecado. Y ahí siguió.

sábado, 23 de abril de 2022

DOMINGO 2º DE PASCUA (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 5, 12-16
Salmo Responsorial: Salmo 117
Segunda Lectura: Ap 1, 9-13.17-19
Evangelio: Jn. 20, 19-31


El Señor ha resucitado. La tumba fue encontrada vacía y, desde ahora, todo es diferente. Los discípulos no saben qué pensar, alternando entre momentos de entusiasmo con los de duda y de impotencia. Encerrados en la habitación del piso alto donde celebraron la cena de Pascua, todavía se esfuerzan en focalizar lo que está sucediendo.

Es demasiado grande, demasiado inesperado, es una locura. Todo es nuevo, excesivo e incomprensible. Todo parece alterado.

De verdad, ha resucitado el Señor. Pero si es así, ¿quién es en verdad Jesús de Nazaret?

Las mujeres hablan de una visión de ángeles. Pero sólo son mujeres, emotivamente inestables, dirían los judíos del momento. También los discípulos de Emaús han hablado de un extraño encuentro. Y Simón Pedro, sumido en un mutismo que lo caracteriza desde aquella horrible noche de la negación, ha hecho alguna referencia a un fulano que ha encontrado.

Todavía estaban hablando de todo aquello cuando Jesús se aparece.

Fe

Obviamente es cuestión de fe. La fe que se nos presenta como protagonista cada segundo domingo de Pascua, con un actor de excepción: el apóstol Tomás. El creyente, no el incrédulo.

Creer es un concepto ambiguo en las lenguas latinas, en las que creer equivale a dudar: “creo que mañana hará buen tiempo”. En las lenguas bíblicas, en cambio, para describir un acto de fe se usan dos verbos: “aman” y “hatah”, que indican un punto de apoyo seguro, una certeza absoluta; del primer verbo se deriva nuestra aclamación litúrgica “amén”: estoy cierto, así es.

Creer significa apoyarse en algo seguro, confiar plenamente en alguien que es confiable. Pero Tomás ya no cree. Todo en lo que se había apoyado se ha derrumbado miserablemente. Su entusiasmo se ha apagado: todo parece perdido, el Reino de Dios es una vana ilusión, Jesús, el Maestro, es una buena persona atropellada por la maldad del poder religioso. Tomás ya no tiene certezas porque la cruz se las ha puesto todas patas arriba. Como también nos sucede a nosotros.

Y eso significa que, precisamente, aquellas certezas tenían que derrumbarse porque eran frágiles e inconsistentes. Tomás aún no lo sabe, pero su fe está preparada para renacer, para apoyarse en la predicación del Maestro y no ya en las falsas perspectivas que el apóstol se había elaborado por sí mismo. Si la fe se derrumba, significa que estaba apoyada en bases frágiles e inconsistentes y que, por fin, estamos listos para la verdadera Fe.

sábado, 16 de abril de 2022

DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN (Ciclo C)


Primera Lectura: Hch 10, 34.37-43
Salmo Responsorial: Salmo 17
Segunda Lectura: Col 3, 1-4
Evangelio: Jn 20, 1-9


En Jerusalén amanece muy pronto. El sol se está levantando e inunda de luz la piedra que reviste las casas de la ciudad vieja. Un enjambre de personas inicia su jornada laboral después del descanso festivo a la mitad de la semana. Rostros somnolientos pero enérgicos para encontrarse con el nuevo día.

Cientos de vidas, de historias, de personas, de dolor, de esperanzas. Una mezcolanza de razas y religiones, de orígenes y de credos.

No, no es difícil imaginar cómo fueron las cosas aquella mañana de abril en Jerusalén.

El fin

La historia de Jesús de Nazaret había terminado brutalmente en medio de la indiferencia de la gente.

La idea del Sanedrín era buena: detener al Maestro de noche, fuera de la ciudad, y traerlo ante el Consejo, reunido a toda prisa, para comunicarle la sentencia de un proceso que ya había tenido lugar durante las semanas anteriores, como prescribía la Ley.

El decidido Anás estaba en lo cierto: la gente estaba demasiado cogida por la fiesta de la Pascua para darse cuenta de lo que iba a ocurrir. Sólo el odiado Pilato, que llegó a una desbordante ciudad de más de cien mil peregrinos, para supervisar la seguridad entre tanta afluencia de gente, se atrevió a mandar todo al cuerno jugando al gato y al ratón con los sumos sacerdotes. Porque sólo un romano era quien podía condenar a muerte a un blasfemo. Roma se reservaba el ius gladii, la pena de muerte, y el impostor debería ser crucificado para que todo el mundo supiese que era un maldito. Sus discípulos no opondrían resistencia y la historia se olvidaría en unos pocos días.

Todo parece acabado aquella mañana. La gente está empezando a llevar y traer las mercancías y a situarse en las calles de la ciudad, comentando el éxito de la fiesta y de la venta de algunos productos a los peregrinos que se preparaban para volver a casa. Pocos hablaban sobre lo que había pasado.

Nadie se dio cuenta de aquellos dos hombres que parecían tener mucha prisa, corriendo en dirección al barrio esenio, en la colina de Sión, al oeste de la ciudad.

No está aquí

Todo comenzó de nuevo a partir de aquella carrera.

Una tumba vacía, el último dramático regalo dado a Jesús por el discípulo José de Arimatea, hombre rico y poderoso, que no pudo salvar de la muerte a su Maestro, permanecía allí, testigo vacío del silencio de la resurrección.

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA (Ciclo C)


Pregón Pascual
Lecturas del Antiguo Testamento: 
Segunda Lectura: Rom 6, 3-11
Salmo Responsorial: Salmo 117
¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
Evangelio: Mt 28, 1-10

Estamos celebrando la noche más larga. Después de aquella en el que fuimos testigos, conmovidos e impotentes, de la lucha interior de Jesús y su terrible decisión de entregarse por la salvación de la humanidad, estamos a punto de celebrar a la madre de todas las vigilias, la noche en que la muerte fracasó en su pretensión de frenar el poder de Dios.

Este sábado, en el que la Iglesia espera poder correr hasta la tumba al amanecer y anunciar “no está aquí, ¡ha resucitado!”, se ha ido consumiendo en el silencio de una temblorosa expectativa de alegría. Frente a la tumba vacía, la comunidad de los discípulos piensa en las palabras y en los gestos del Maestro, aquellas palabras y gestos que ahora se interpretan correctamente.

No solo eso: la mirada se expande más allá del horizonte y replantea toda la historia entre Dios e Israel, reuniendo en los eventos narrados por las Escrituras un crescendo que explota en la venida de Cristo y en su muerte y resurrección.

¡Tenemos algo por qué regocijarnos, hermanos en la fe! ¡Hoy el Señor Jesús se levanta de la muerte manifestando a todos lo que realmente es! Dejemos que sea el torrente abrumador y desbordante de la proclamación de la Pascua el que rompa los diques de desconfianza y de dolor que a veces caracterizan nuestra pequeña vida.

Huir del Sepulcro

Seguimos buscando al crucificado. Pensamos que, de verdad, Dios quiere estar embalsamado. Nos creemos, y acabamos por conseguirlo, adecuar nuestra vida y nuestra pastoral a la trágica lógica del embalsamamiento.

Como si Dios quisiera ser venerado como una momia; o custodiado en un mausoleo.

Piadosa y devota es la fe de las mujeres que, el día siguiente del sábado, van a completar lo que no han logrado hacer durante aquel trágico viernes.

Buscan a su Maestro, que ha sido dramáticamente atropellado por los acontecimientos. Lo buscan con desesperación y con resignación.

Quieren devolverle una apariencia de dignidad a aquel hombre que han querido y seguido. Que las ha querido e instruido.

Ilusas. El Señor está ya en otro lugar. Ha resucitado.

sábado, 9 de abril de 2022

DOMINGO DE RAMOS (Ciclo C)


Primera Lectura: Is 50, 4-7
Salmo Responsorial: Salmo 21
Segunda Lectura: Flp 2, 6-11
Evangelio: Lc 22, 14 - 23, 56

Dios no es alguien que te manda desgracias. No es un patrón que te castra y te impide volar a tus anchas. No es un déspota que te hace ser bueno y dócil, y si no te castiga. No es alguien que esgrime la Ley a la espera de lapidarte si no la cumples.

Hace falta el desierto y la verdad, el hambre de sentido y la Palabra de Dios para lograr rendirse a la evidencia de Dios. Un Dios que deja crecer a sus hijos, que todo lo ha hecho bien y hace llover sobre justos e injustos: un Dios que, como un Padre, escudriña el horizonte y acoge con dignidad al hijo que lo quiso muerto, y además sale a explicar sus razones al otro hijo ofendido; un Dios, el único justo, que podría condenarme y no lo hace, pidiéndome sólo que salga de la mediocridad del pecado y de la falsa libertad.

Estamos al final del desierto cuaresmal, amigos, y ahora vemos en el horizonte la luz del Tabor. Comienza la gran semana, la más grande. La semana llena de estupor y sangre, de amor y de emociones. Comienza la Semana Santa.

¡Hosanna!

Jesús entra triunfalmente a Jerusalén. La gente le aplaude, agita en lo alto las ramas arrancadas de las palmeras y de los olivos, extiende sus capas al paso del Maestro de Galilea. Una pequeña gloria antes del desastre, un frágil reconocimiento antes del delirio. Jesús sabe, siente, y conoce lo que está a punto de ocurrir.

El juicio humano es demasiado inestable, su fe demasiado vaga, su voluntad demasiado ondulante.

¿Pero qué importa? En este momento el Nazareno sonríe, y escucha la alabanza que le ofrecen y él la dirige al Padre.

Jesús es un Mesías impotente y manso, enérgico y tierno a la vez, cansado, pero decidido a seguir adelante.

No entra a Jerusalén cabalgando un potro blanco, no tiene soldados a su alrededor que lo protejan, ningún estandarte, ninguna enseña lo precede, ninguna autoridad lo recibe: entra en la ciudad cabalgando un ridículo pollino, recordándonos a nosotros, que estamos enfermos de protagonismo, que el poder sólo es tal si no se toma demasiado en serio, y que la gloria humana es inútil y breve. Qué el poder es, sobre todo, servicio.

¡Hosanna! hijo de David, increíble Dios nuestro. ¡Hosanna! a nuestro magnífico rey. ¡Hosanna! de tus pobres hijos, ilusos, heridos y mendigos. ¡Hosanna! rey de los pobres, protector de los quebrantados. ¡Hosanna!

Se alza hacia ti el grito de alabanza de tu Iglesia, santa y pecadora, que reconoce en ti la única razón de vivir, la única búsqueda válida, el único anuncio de la buena noticia. Querido maestro ¡Hosanna!

sábado, 2 de abril de 2022

DOMINGO 5º DE CUARESMA (Ciclo C)





Primera Lectura: Is 43, 16-21
Salmo Responsorial: Salmo 125
Segunda Lectura: Flp 3, 8-14
Evangelio: Jn 8, 1-11

Dios no nos castiga, no hemos hecho ningún mal para que el Señor nos mande una muerte o una enfermedad. A menudo, el origen del dolor somos nosotros mismos, nuestra fragilidad, nuestras elecciones equivocadas.

Dios no es un competidor de nuestra felicidad, ni la tiene tomada con nosotros, no tenemos que alejarnos de él para poder realizarnos como personas. Dios no es un patrón al que haya tener contento con mil devociones y mil rezos.

Dios es un padre que nos espera, que nos respeta, que nos deja hacer los recorridos y las experiencias de la vida esperando que no nos perdamos. Dios es un padre bueno que da pan al hijo que se lo pide, que hace llover sobre los justos y sobre los malvados.

¿No nos basta esto para convertirnos? ¿Todavía no es suficiente? Escuchemos entonces la historia de la mujer adúltera.

Traiciones

A Jesús le han tendido una trampa extraordinaria. Eso parece claro.

Una mujer, sin nombre, a la que los acusadores no conocen, una mujer de la vida, es cogida en flagrante adulterio. ¿Y el traidor que estuvo con ella? Obviamente no existe. Se trata de una cultura absolutamente machista que vende el precepto como justicia.

Esta mujer es llevada ante el carpintero de Nazaret, que se ha hecho rabino. Y le preguntan: “Moisés (¿de verdad fue Moisés?) ha prescrito que mujeres como ésta deben ser lapidadas, de modo que quede claro para todos, especialmente a las mujeres, que es mejor permanecer siendo fieles. Jesús, explícanoslo tú: ¿qué debemos hacer?”

La trampa es fantástica. En primer lugar, es el Sanedrín quien la ha condenado a muerte, cuando la pena de muerte estaba reservada a los romanos. ¿Se alineará Jesús con el opresor? ¿O reconocerá el juicio ilegítimo del Sanedrín?

Por otra parte, fue Moisés el que prescribió la condena a muerte: ¿se atreverá contradecir una ley divina aquel anárquico carpintero? ¿La condenará, como dice Moisés, y el Padre misericordioso se retirará ordenadamente para dejar sitio al Dios justiciero?

Es una trampa fantástica, no se puede decir otra cosa.

 Arabescos

Jesús se inclina y reflexiona. Hace lo que ellos no quieren hacer y cumple lo que toda ley, todo juicio, incluso religioso, tiene que hacer: inclinarse, es decir doblarse en humildad y reflexionar, tomar distancia antes de expresar una sentencia.

Jesús se pone a escribir sobre el adoquinado del Templo, sobre la piedra.