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sábado, 16 de abril de 2022

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA (Ciclo C)


Pregón Pascual
Lecturas del Antiguo Testamento: 
Segunda Lectura: Rom 6, 3-11
Salmo Responsorial: Salmo 117
¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
Evangelio: Mt 28, 1-10

Estamos celebrando la noche más larga. Después de aquella en el que fuimos testigos, conmovidos e impotentes, de la lucha interior de Jesús y su terrible decisión de entregarse por la salvación de la humanidad, estamos a punto de celebrar a la madre de todas las vigilias, la noche en que la muerte fracasó en su pretensión de frenar el poder de Dios.

Este sábado, en el que la Iglesia espera poder correr hasta la tumba al amanecer y anunciar “no está aquí, ¡ha resucitado!”, se ha ido consumiendo en el silencio de una temblorosa expectativa de alegría. Frente a la tumba vacía, la comunidad de los discípulos piensa en las palabras y en los gestos del Maestro, aquellas palabras y gestos que ahora se interpretan correctamente.

No solo eso: la mirada se expande más allá del horizonte y replantea toda la historia entre Dios e Israel, reuniendo en los eventos narrados por las Escrituras un crescendo que explota en la venida de Cristo y en su muerte y resurrección.

¡Tenemos algo por qué regocijarnos, hermanos en la fe! ¡Hoy el Señor Jesús se levanta de la muerte manifestando a todos lo que realmente es! Dejemos que sea el torrente abrumador y desbordante de la proclamación de la Pascua el que rompa los diques de desconfianza y de dolor que a veces caracterizan nuestra pequeña vida.

Huir del Sepulcro

Seguimos buscando al crucificado. Pensamos que, de verdad, Dios quiere estar embalsamado. Nos creemos, y acabamos por conseguirlo, adecuar nuestra vida y nuestra pastoral a la trágica lógica del embalsamamiento.

Como si Dios quisiera ser venerado como una momia; o custodiado en un mausoleo.

Piadosa y devota es la fe de las mujeres que, el día siguiente del sábado, van a completar lo que no han logrado hacer durante aquel trágico viernes.

Buscan a su Maestro, que ha sido dramáticamente atropellado por los acontecimientos. Lo buscan con desesperación y con resignación.

Quieren devolverle una apariencia de dignidad a aquel hombre que han querido y seguido. Que las ha querido e instruido.

Ilusas. El Señor está ya en otro lugar. Ha resucitado.

Tienen que alejarse del sepulcro. No es cosa de velarlo. Han de ir a otro lugar, donde el Señor las espera. El Nazareno ha resucitado. ¡No ha sido reanimado, ni reencarnado!, sino que, espléndidamente, ha resucitado.

No sabemos muy bien lo que significa haber resucitado, pues nadie ha resucitado nunca como él. Lázaro volvió a la vida, pero murió de nuevo.

Jesús no. Está espléndidamente vivo y para siempre. No es un fantasma, ni un ectoplasma, ni una realidad virtual.

Es él mismo, que se deja reconocer a través de signos, come con sus asombrados discípulos. Jesús ha resucitado, hermanos, tanto si nos damos cuenta de ello como si no; tanto si lo creemos como si no.

Ha resucitado, y todo cambia; ha resucitado, y cada cosa asume una luz diferente. Ha resucitado, y el Nazareno ya no es sólo un gran hombre, sabio y bueno, un rabino, o un profeta. Es mucho más. Es Dios VIVO.

Mujeres o guardias

Y, ante la resurrección, podemos ser o mujeres, o guardias.

Mujeres: es decir, discípulos que quieren al Maestro, y lo siguen, que lo localizan en los pliegues de la misma vida, en los pliegues de la historia. Discípulos frágiles e incapaces de quitar las muchas piedras que cierran el sepulcro. Piedras interiores, dramas del pasado, errores cometidos en la vida. Todo aquello que nos impide vivir como resucitados.

Y es el ángel del Señor quien vuelca la piedra y se sienta encima. ¡Suma ironía!

Guardias: es decir, gente pagada (como Judas, ¡de nuevo el dinero!) para mentir, para negar la evidencia, para no meterse en líos. Para ellos la resurrección es una dificultad, un obstáculo, un problema. Lo mismo que para nuestra civilización occidental, despistada y feroz, arrogante y decadente, que niega la evidencia, que escarnece la fe, que se olvida de sí misma y de sus raíces.

Conversiones

Feliz Pascua, discípulos del resucitado. Feliz Pascua, los que habéis superado la cruz y que sembráis esperanza y luz en vuestro entorno. Feliz Pascua también a los que se han quedado clavados en el Gólgota, como Tomás o como Pedro. Todavía tendremos tiempo para convertirnos a la alegría, después de que nos convirtamos a la lógica de un Dios que muere por amor.

Feliz Pascua, porque si Jesús ha resucitado tendremos que buscar las cosas de allá arriba. Hay que dejar deprisa el sepulcro, porque la muerte no ha logrado custodiar la fuerza inmensa que es la vida de Dios.

Cuéntatelo y repítelo a los demás que Jesús está vivo, porque pocos lo saben. Incluso los cristianos parecen haberlo olvidado.

Lo sé bien, es un momento difícil para nuestra pendenciera, acomplejada y mezquina España. Para nuestro mundo violento y canalla. Precisamente por eso tenemos que resucitar.

Y no me vengáis diciendo que no somos capaces, que nadie nos escucha. ¡Jesús, tan simpático él, confió el mensaje más precioso y trascendental de la historia de la humanidad a unas mujeres, que en aquel tiempo no tenían derecho ni siquiera a hablar en público!

Ánimo, pues. Vivamos resucitados, busquemos las cosas de arriba.

Porque la tumba vacía nos dice que la muerte no ha vencido. Que la muerte ya no vence nunca. ¡Jamás! Porque el Señor ha resucitado y la VIDA es la última palabra.

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