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sábado, 12 de abril de 2025

DOMINGO DE RAMOS (Ciclo C)


Primera Lectura: Is 50, 4-7
Salmo Responsorial: Salmo 21
Segunda Lectura: Flp 2, 6-11
Evangelio: Lc 22, 14 - 23, 56

Dios no es quien envía desgracias ni un patrón que castra la libertad de su gente. No es un déspota que exige sumisión bajo amenaza de castigo, ni alguien que esgrime la Ley con ansias de condenar a quien no la cumpla.

Para reconocer a Dios, hace falta atravesar el desierto, buscar la verdad y sentir el hambre de sentido. Es entonces cuando su Palabra se revela y nos rendimos ante su evidencia: un Dios que deja crecer a sus hijos, que todo lo ha hecho bien y que hace llover sobre justos e injustos. Un Padre amoroso que, como en la parábola, espera con dignidad al hijo que lo rechazó y, al mismo tiempo, sale a consolar al hijo que se siente ofendido. Un Dios verdaderamente justo, que podría condenarnos, pero en cambio nos llama a salir de la mediocridad del pecado y de la falsa libertad.

Nos encontramos al final del camino cuaresmal. En el horizonte ya brilla la luz del Tabor. Comienza la Semana Santa, la más grande de todas, llena de asombro, sangre, amor y emociones intensas.

Hosanna al Rey

Jesús entra triunfalmente en Jerusalén. La multitud lo aclama, alza ramas de olivo y palmera, y extiende sus mantos al paso del Maestro de Galilea. Es un momento de efímera gloria antes de la tragedia, un reconocimiento frágil antes del abandono. Jesús sabe lo que está por ocurrir. Conoce la inconstancia del juicio humano, la debilidad de su fe difusa y la fragilidad de su voluntad ondulante.

Pero ¿qué importa? En ese instante, el Nazareno sonríe y recibe la alabanza que le ofrece el pueblo, y él la dirige al Padre. No es un rey terrenal; su majestad no se viste de oro ni es custodiada por soldados. No entra en Jerusalén montado en un corcel blanco, sino en un humilde pollino. Con ello nos recuerda que el poder no debe tomarse demasiado en serio, que la gloria humana es efímera y que la verdadera grandeza se encuentra en el servicio.

¡Hosanna, Hijo de David! ¡Dios increíble y magnífico Rey!
¡Hosanna de tus pobres hijos! Ilusos, heridos y mendigos.
¡Hosanna, Rey de los humildes y protector de los quebrantados!
            La Iglesia, santa y pecadora, levanta su voz en alabanza, reconociendo en Cristo la única razón de vivir y el único mensaje verdaderamente bueno. ¡Querido Maestro, ¡Hosanna!

La Pasión según Lucas

Lucas narra la Pasión reflejando el amor que ha recibido de Cristo. El Dios de Jesús lo ama, y él ama al Señor al que ha conocido por medio de las vibrantes palabras del apóstol Pablo. En su relato, la agonía se concentra en la oración de Getsemaní, donde Jesús lucha contra las tinieblas que lo invitan a rendirse.

¿Comprenderá la gente el significado de este sacrificio? ¿O pasará desapercibido, como tantos otros gestos de amor?

Predicar y sanar es una cosa; morir desnudo y colgado de una cruz, otra. Jesús elige conscientemente su destino, con dolor, pero con determinación. Se hunde en la voluntad humana —que lo lleva a la muerte— para que nosotros descubramos la voluntad de Dios, que es entrega total de sí mismo por amor.

Jesús acepta morir para que nadie pueda decir que su mensaje es una fantasía. Y en medio de la tragedia, todo se convierte en el milagro de lo imposible: al siervo se le restaura la oreja, Pilato y Herodes se reconcilian, Pedro llora su traición, el procurador pagano lo reconoce como justo, las mujeres son a la vez consoladas e inquietadas, el ladrón crucificado es perdonado y la multitud regresa a casa golpeándose el pecho.

La muerte de Dios está impregnada de una dulzura inesperada.

Amor Crucificado

Así nos ama Dios, hermanos. Así nos acoge. Contemplamos la Pasión y nos conmueve, no por el impacto de la sangre y el sufrimiento, al estilo de Mel Gibson en aquella película carnicera, sino por el desconcertante e insólito espectáculo de un Dios que muere por amor.

Este es nuestro Dios: un Crucificado, entregado completamente. Como dijo el Papa Francisco en una de sus homilías en Santa Marta: Si se quiere conocer la historia de amor que el Señor tiene por los hombres, es suficiente ver el Crucifijo, en el que hay un Dios vaciado de la divinidad, ensuciado de pecado, con tal de salvar a las personas de todos los tiempos”.

Permanezcamos ante este misterio, como lo hace Lucas, asistiendo al asombroso espectáculo de un Dios que muere. Su muerte sacude las conciencias, abre los corazones y nos deja sin aliento.

Cuando aceptamos el dolor con amor, cuando, a pesar de la violencia, aprendemos a perdonar y a entregarnos, nuestra vida también se llena de milagros, prodigios y conversiones, aunque no los percibamos.

Buen camino pascual, hermanos. Dejémonos arrastrar por la narración de estos días santos y revivamos en nosotros los sonidos, los olores y los colores de aquel tiempo en que Dios murió entregándose a sí mismo en nuestras ingratas manos. 

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