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sábado, 30 de diciembre de 2023

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS (1 de enero)


Primera Lectura: Num 6, 22-27
Salmo Responsorial: Salmo 66
Segunda Lectura: Gal 4, 4-7
Evangelio: Lc 2, 16 -21


    La Navidad puede cumplir nuestras esperanzas más profundas o puede ser una agradable borrachera de un momento pero que al final nos deja decepcionados. Todo depende de cómo respondamos a la ocasión. Dios nos da una oportunidad excepcional con el regalo de su Hijo, ¿qué hacemos con este don? Hoy encontramos tres grupos en el evangelio, cada uno de ellos contesta de manera diferente al don de Dios.

            Los pastores escuchan la palabra de los ángeles, averiguan de qué va el tema, y reconocen a su Señor. Ellos aprecian el don de Dios como nosotros, reunidos hoy para celebrar la Eucaristía en esta mañana de Año Nuevo.  Sabemos que el Salvador ha llegado y que tenemos que ponernos a su servicio. Nosotros también lo haremos, pero por algún tiempo, pero no mucho, porque pronto caeremos en la tentación de maldecir al abuelo que conduce muy lentamente su coche por la calle, o bien a la joven madre que - presurosa - va demasiado aprisa del trabajo a casa.

            El segundo grupo que encontramos es el de las personas que, como los pastores, cuentan lo que han visto y oído. Ellos quedan maravillados, pero tampoco esto es muy significativo. En el evangelio hay muchos que quedan maravillados por los milagros de Jesús, pero luego no todos lo siguen. Su fe no tiene mucha raíz como la gente que celebra las fiestas de modo superficial. Reconocen el regalo del tiempo que Dios nos concede para celebrar los acontecimientos, pero se olvidan del objetivo que es conocer, amar y servir a Dios, como Ignacio de Loyola nos recuerda en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales.

            En el tercer grupo sólo hay una persona comprende plenamente: María la Madre de Dios. Ella conservaba todas las cosas en su corazón. Es la perfecta cristiana que no solamente escucha la Palabra, sino que reflexiona para llevarla a la práctica. Ella nos da un modelo para vivir nuestras propias vidas. En la encarnación que María ha facilitado, Dios, haciéndose hombre, llena de santidad cada fragmento de vida: desde un trapo para fregar el suelo a la mano grasienta de un mecánico, o al esfuerzo repetitivo de un obrero en la fábrica. Desde la maternidad divina de María ya no existen lugares y tiempos sagrados. Sólo existe un lugar y un tiempo santo que es la vida de cada uno, en la que Dios elige habitar. Para darnos cuenta de esta transfiguración tenemos necesidad de silencio y oración, como hace la bella María, guardando en el corazón todos los acontecimientos, poniendo juntos, ante el Señor, los trozos de la vida: el alboroto de la noche del parto, la visita inesperada y llena de estupor de los pastores, la fatiga de tener un recién nacido que, aunque sea la presencia misma de Dios, hay que amamantarlo y cambiarle los pañales como a cualquier recién nacido del mundo.

jueves, 28 de diciembre de 2023

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo B)


Primera Lectura: Eclo 3, 2-6.12-14
Salmo Responsorial: Sal 127
Segunda Lectura: Col 3, 12-21
Evangelio: Lc 2, 22-40

 

Fiesta de la Sagrada Familia, nos dice la liturgia. Fiesta de nuestra familia, añado yo. La familia concreta, objetiva, real de la que cada uno proviene o que ha formado o que desea formar o a la que ha renunciado por seguir una vocación distinta. La familia que hoy día ya no es única, ni unívoca, y de la cual la Iglesia, con el impulso del Papa Francisco, ha tomado buena cuenta y preocupación en el Sínodo celebrado hace unos años sobre ella.

Hoy nos encontramos muchos tipos de familia y todas basadas en el amor: la católica indisoluble, la no-católica pero con un vínculo sagrado que puede ser disuelto según circunstancias, los matrimonios civiles, los divorciados casados antes por la Iglesia y vueltos a casar civilmente, las familias monoparentales, los homosexuales unidos en un vínculo civil, las parejas de hecho con derechos civiles reconocidos por la ley, las parejas que viven juntas sin más.

Por eso, celebrar en estos tiempos esta fiesta es algo a la vez chirriante y necesario, que nos hace reflexionar, como una provocación que vuela sobre nuestros líos políticos y sociales, que da vigor y energía a nuestra vida cotidiana, que da cuerpo a nuestras celebraciones de la Navidad familiar.

Qué nos guste o no, la familia es y queda en el corazón de nuestro recorrido por la vida y de nuestra educación. A menudo es el origen de mucho sufrimiento - ¡cuánto dolor existe en tantas parejas rotas! -, de alguna desilusión y, gracias a Dios, sobre todo de inmensa alegría. Nos dice el Papa: “Tener un lugar a donde ir, se llama hogar. Tener personas a quien amar, se llama familia, y tener ambas se llama bendición.”

¡Qué bueno es que Dios haya querido experimentar la vida familiar! pero nos da qué pensar que, para hacerlo, haya elegido una familia tan desdichada y tan complicada.

Por otra parte, nos asombra que la Iglesia se obstine en proponer esta familia como modelo, una familia francamente inusual: el padre del niño no es el padre biológico, la pareja vive en la abstinencia, el hijo es la presencia de la Palabra de Dios y la pareja se ve obligada a escapar a causa de la notoriedad del recién nacido...

Pero no es precisamente por su diversidad por la que queremos seguir a María y José, sino por su concreción de pareja que ve la propia vida rebosante de la acción de Dios, por su capacidad de ponerse aparte, en serio, sin chantajes y con honestidad, sin angustias, para integrarse en un proyecto más grande: el proyecto que Dios tiene sobre el mundo.

domingo, 24 de diciembre de 2023

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (B)


Primera lectura: Is 9, 1-3.5-6
Salmo Responsorial: Salmo 95
Segunda lectura: Tit 2,11-14
Evangelio: Lc 2,1-14

Aquí estamos

Nos hemos preparado, hemos recorrido el camino del Adviento, hemos dejado que la Palabra nos condujese, que iluminara nuestro tiempo frágil, nuestros momentos de inquietud, que nos diese una esperanza entre tantas palabras fuertes como crisis global, inestabilidad política, corrupción social, quiebra de valores, sacrificios de la ciudadanía, guerras cercanas y lejanas, violencia y odio por doquier...

¿Quién nos puede salvar verdaderamente de todo ello?

Los organismos nacionales e internacionales, ciertamente, tienen que encontrar el modo de salir de las guerras que no cesan, de la dictadura de los mercados, de la locura de una economía que condiciona nuestras opciones de cada día, salir fuera de lo que parece un ineludible capitalismo sin frenos, sin reglas y sin medida.

Pero la salvación de estas esclavitudes no nos basta, no es suficiente; evidentemente es necesaria para vivir decorosamente del fruto de nuestro ingenio y de nuestro trabajo, pero la salvación que necesitamos es otra muy distinta.

César Augusto, gracias a su hábil política, inauguró la edad de oro de la “pax romana” y su llegada fue saludada como una señal de abundancia y bienestar para todo el imperio. El 23 de septiembre, fecha de su nacimiento, se celebraba como el principio del año solar y el emperador fue proclamado “salvador” de cada persona.

Pero justo bajo su Imperio, en una oscura aldea de pastores, una joven pareja de galileos da a luz a su primogénito: Jesús, el Salvador del mundo. El verdadero. El único.

Desintoxicarse

Ojalá que la crisis de nuestra sociedad nos lleve al menos a un buen resultado: a reconducirnos a lo esencial, a hacernos volver al sentido profundo de lo que vivimos, a retomar la Navidad en su auténtico sentido, tan rebajado por nosotros, cristianos, a una simple feria de los buenos sentimientos.

sábado, 23 de diciembre de 2023

MISA DEL GALLO EN LA NATIVIDAD DEL SEÑOR


Primera Lectura: Is 9,1-3.5-6
Salmo Responsorial: Salmo 95
Segunda Lectura: Tit2,11-14
Evangelio: Lc 2,1-14

Renacer

Aquí está Dios, Emanuel. Pero no es exactamente lo que esperábamos.

Aunque ya nos hemos acostumbrado un poco después de dos mil años de celebraciones y villancicos.

Y si hemos tenido el coraje y la fuerza para recorrer un pequeño Adviento, tal vez, al final, mirar a esa adolescente que aprieta a su hijo con fuerza contra su pecho, también afecte nuestros corazones.

Jesús nació, en la historia, en ese pequeño pueblo de Judea, en Belén.

Realmente aquello sucedió y dejó rastro. Hoy recordamos aquel día, aquel nacimiento que fue el comienzo de un tiempo de salvación. Y hoy, sus discípulos, creemos que él volverá en la plenitud de los tiempos para dar sentido a este tiempo que vivimos.

Pero ahora, hoy, el Señor viene, renace en cada uno de nosotros, y nos hace renacer a la vida nueva. Claro, si es que tenemos el coraje de darle la bienvenida.

Ciertamente, el clima sociopolítico, las guerras, las crisis humanitarias, el vacío existencial de nuestro mundo no ayuda.

¿Qué Navidad es una Navidad en semejante ambiente? Tal vez tengamos respuesta mirando a María y José.

Un establo

José tuvo que abandonar el taller por el capricho de un emperador que quiere recontar sus súbditos, y tuvo que hacer un viaje de tres días, llevando con él a su joven prometida que estaba a punto de dar a luz.

María todavía remueve en su corazón aquella tarde cuando se encontró con un ángel. Y aquella barriga dilatada y prominente está ahí para decir que lo inaudito de Dios se está haciendo presente. Pero de ángeles, por ahora, ni sombra.

Los pastores se están preparando para afrontar otra noche fría, al aire libre, cavilando sobre su inútil vida de sacrificio y de desprecio de los otros.

Un grupo de magos persas se dirige hacia Jerusalén y quieren ver si sus complejos cálculos astrales han sido correctos para poder rendir homenaje al rey de los judíos.

Simeón, un anciano, se está preparando para subir al templo. Han pasado muchos años por él y ha visto ya muchas cosas, pero la salvación no está entre ellas.  Y tiene la sensación de haber esperado en vano, lo que es difícil de soportar a esas edades de la vida.

Son todo historias que se hacen muy cuesta arriba. Como las nuestras.

Y Dios viene siempre en un establo. Viene siempre en tiempos difíciles y de lucha. Viene siempre cuando ya no se espera más.

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (Ciclo B)



Primera lectura: 2 Sam 7, 1-5.8b-12.14a.16
Salmo Responsorial: Salmo 88
Segunda lectura: Rom 16, 25-27
Evangelio: Lc 1, 26-38

Hacer nacer a Dios. Hacerlo renacer. Dejar que sea él quien ilumine nuestras vidas, nuestra vida diaria, con nuestras guerras lejanas o cercanas, nuestras crisis económicas previstas o no, nuestro odio difuso – y a veces patente - que se cuela por las rendijas de nuestra sociedad. Dejar nacer a Dios no para huir de una realidad cada vez más tenebrosa, sino para dar un nuevo horizonte de luz a la vida.

Sabemos lo que es una vida basada en las falsas apariencias, en la competencia por la buena imagen y el quedar bien; ya hemos visto lo que significa luchar para poder conseguir el último artilugio electrónico; ya hemos visto cómo está este país en el que la vulgaridad se convierte en el nuevo lenguaje, la tergiversación en historia, la mentira en las posverdad y el cotilleo y la habladuría se transforma en virtud; hemos visto lo que pasa cuando la política y la economía, tantas veces corrupta, se convierte en la nueva ideología dominante del “todo vale”.

Tal vez, alguna vez, incluso hemos estado orgullosos y hemos dado gracias por estar en esta sociedad del bienestar que nos facilita la vida, pero que nos anestesia…

 El Dios verdadero

Hoy, ahora, en este 4º domingo de Adviento, vamos a dar gracias a Dios.

No al “Dios” que nos hemos fabricado a nuestra imagen y semejanza. No al que bendice nuestras batallas y guerras, no al elevado sobre estandartes de conquista, no al que protege nuestras propias ideas contra las de los otros. No al Dios que establece la autoridad constituida, no al que exalta el dolor y nos pide soportarlo con cristiana resignación. No al Dios de las procesiones semi paganas y ceremonias huecas, de los milagros y de las apariciones que nos liberan de responsabilidad y nos adormecen el alma; ese Dios de las personas extraordinarios y de los santos extraños e inalcanzables...

sábado, 16 de diciembre de 2023

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo B)

¡Alegraos, que ya viene el Salvador! 

Primera lectura: Is 61, 1-2a.10-11
Salmo Responsorial: Lc 1, 46 -50.53-54
Segunda lectura: 1 Tes 5, 16-24
Evangelio: Jn 1, 6 -8. 19-28

La crisis económica, política y de valores que está sufriendo el mundo está produciendo en occidente una extraña preparación de las Navidades. Por una parte, de perfil bajo, casi de trámite, “porque toca” y, por otra, como si se tratara de una huida para escapar del desánimo y la desesperanza de esa crisis agravada por las guerras.

Es una crisis compleja y articulada que está arrollando al mundo, pero siempre y en todo caso es algo que hemos producido nosotros, por nuestro egoísmo y nuestra avaricia, tanto personal como social e institucional. Es una situación que nos hace más frágiles e inseguros. La fiesta de Navidad se ha convertido en la cumbre de las compras, los regalos y el despilfarro, aunque tengamos que echar bien las cuentas porque ahora buscamos más los bienes de primera necesidad, pero ni siquiera tenemos medios para ellos y hay que actuar en todo con mayor prudencia.

¡Qué actuales resuenan, en esta situación, las invitaciones a la confianza y a la alegría que nos presenta este tercer domingo de Adviento!

El mundo nos muestra ampliamente sus límites, las falsas promesas de un bienestar difuso y de un crecimiento global que tiene que vérselas con la dura realidad y con sus propias trampas. Todo proyecto, incluso el más virtuoso y devoto, se enfrenta con el egoísmo humano y el sálvese quien pueda; con los pocos que, siendo ya ricos, son arrollados por el ansia del poder y de la riqueza, empobreciendo los demás.

Es verdad que tenemos que encontrar soluciones comunes y compartidas, pero tenemos que fijarnos, ante todo con autenticidad, en la naturaleza humana y en sus límites. Sólo una mirada que sepa ir más allá de la realidad, que ponga la atención en otro lugar podrá construir un mundo diferente.

Permanecer en la alegría significa elegir el campo en el que nos jugamos la vida: alinearse con la esperanza o con el desastre.

Alegrarse no es sólo una emoción sino un gesto de voluntad. Uno puede alegrarse también en la dificultad. Como hicieron los desterrados de Jerusalén; como nos toca hacer a nosotros hoy. Alegrarnos en la dificultad.

Retorno

Cuando un nuevo autor continúa la escritura del libro de Isaías, la profecía que escuchamos el domingo pasado ya se había cumplido. Hoy, en la primera lectura, son los persas los que dominan la escena política: los babilonios son derrotados y los judíos son liberados, después de setenta años de deportación.

El regreso a casa se está mostrando difícil y lleno de peligros, pero lo peor es que en Jerusalén ya nadie se acuerda de estos deportados, que son confinados en las afueras de la ciudad sobre la altura de Sión; lo que eran sus tierras ya están siendo cultivadas por otros judíos sin escrúpulos que aprovechan la crisis financiera del momento (!) para prestar con intereses de usura, y una inesperada carestía lleva a los umbrales de la muerte a los recién liberados. Supervivientes de la esclavitud, ahora están amenazados de morir de privaciones en la ciudad que los ha olvidado. E Isaías, en este caso el llamado el tercer Isaías, profetiza e invita a todos a la alegría.

sábado, 9 de diciembre de 2023

DOMINGO 2º DE ADVIENTO (Ciclo B)

Preparad el camino al Señor

Primera Lectura: Is 40, 1-5.9-11
Salmo Responsorial: Sal 84
Segunda Lectura: 2 Pe 3, 8-14
Evangelio: Mc 1, 1-8


¿Cuándo comenzó todo?

Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios… acabamos de escuchar. Ahí empezó todo, porque los primeros cristianos conocieron a Jesús a través de las palabras de los apóstoles. Ellos se convirtieron en seguidores del Nazareno y fueron llamados “los seguidores del camino”, tenían el corazón lleno de las palabras del Maestro que les habían transmitido unas almas ardientes y sencillas. Conocen las palabras del Maestro, conocen sus prodigios y sus promesas.

Los primeros cristianos eran curiosos, sobre todo los que habitaban lejos de Jerusalén, perdidos en la Babilonia de los gentiles, y se preguntaban: ¿cuándo comenzó todo?

Es Marcos el que se decide a redactar una narración. No un tratado de teología sino una historia, una narración de los hechos, una buena noticia, un evangelio.

Tampoco era una novedad. Por entonces ya circulaban las “buenas noticias” (euanguelion) que celebraban las proezas de los emperadores romanos. Grandes proezas, unas veces hinchadas y otras falsas, de unos hombres que eran tenidos por dioses, disputándose entre ellos el trono con violencia.

En la historia de Marcos, en cambio, se habla de un judío marginal que vivió en los confines del imperio. Marcos, ayudado probablemente por Pedro el pescador, pone en orden los acontecimientos, para que Cristo también pueda nacer en el corazón de quien lo escucha y de quien oye hablar de él.

Por eso estamos aquí: para hacer espacio a Dios en nuestro corazón.

Consuelos y caminos

No hagamos un simulacro de que Jesús va a nacer. Queremos hacerlo nacer de verdad en nuestra vida, cada día, fortaleciendo el manantial de vida que habita en nosotros y redescubriendo en nosotros el rostro de Dios que él mismo nos ha desvelado.

Un Dios que consuela, como nos dice Isaías mientras sufre su deportación en Babilonia con todo el pueblo de Israel. Ya habían pasado cuarenta años desde el incendio de la ciudad santa y muchos ya se habían integrado en la sociedad babilónica. Ya no piensan en una vuelta a la patria, ¿para qué?

Desde su desesperanza y su desidia, Isaías los vuelve a llamar a lo esencial. Para descubrir el consuelo de Dios hace falta construir un camino en medio del desierto.

Babilonia y Jerusalén estaban separadas por un desierto inmenso y los antiguos hubieran preferido construir un camino que bordeara las montañas, durante mil largos kilómetros, con tal que de no afrontar aquel desierto.

Isaías, en cambio, pide al pueblo construir un camino nuevo justo en medio del desierto, pide al pueblo que se atreva a volar alto con grandes deseos y con grandes ideales.

jueves, 7 de diciembre de 2023

INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (8 de diciembre)


Primera Lectura: Gen 3,9-15.20
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Ef 1,3-6.11-12
Evangelio: Lc 1, 26-38

      

          En pleno tiempo de Adviento la Iglesia nos presenta la fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción de María. No es que se pretenda hacer un paréntesis litúrgico, sino más bien contemplar a uno de los personajes clave de este tiempo de espera y que está en el lo más entrañable del camino de nuestra de fe: María, la madre de Jesús.

          Muy pronto desde el principio las iglesias primitivas entendieron que María había desarrollado un papel importante en todo el diseño salvador de Dios y por eso la admiraron siempre con amor, y trataron de imitar sus virtudes. Las pocas referencias a ella que encontramos en los evangelios nos hacen entender que la figura de María y su presencia animaron sin afanes ni protagonismos la espiritualidad de los primeros cristianos. Lo mismo habría que decir de los cristianos de las generaciones posteriores, de los padres de la Iglesia, y de todos los cristianos que la contemplamos a lo largo del tiempo no sólo como la madre del Verbo hecho carne, sino como madre de todos los creyentes. Muchos títulos e invocaciones han sido dados a María a lo largo de la historia cristiana. Es obvio que la madre del Salvador hubiera recibido de Dios algunos regalos y algunas gracias, no por justo mérito, sino en virtud del favor y de la gratuidad divina. “Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas” (San Juan Damasceno).

María emerge de las narraciones de Lucas y de los otros evangelistas como una chica de gran equilibrio, con una experiencia de vida que se parece tanto a la nuestra. Por eso es el modelo de cada cristiano.

             María del Adviento

            En este tiempo de Adviento tenemos la necesidad de despertarnos, porque tenemos el peligro de vivir un poco “dormidos”, fuera de la verdadera vida; todos atareados en encontrar espacios para distraernos, olvidando lo esencial. También María, joven creyente, se encuentraba en el trajín familiar: el trabajo hogareño de aquel tiempo, las amistades, el tiempo libre.... Y es en este contexto ordinario cuando ocurre lo inaudito y extraordinario: a María se le pide convertirse en la puerta de entrada de Dios en el mundo. Una cosa fácil, ¿no? Y si nos hubiera sucedido a nosotros, si Dios nos hubiera dicho: “Oye, necesito que me eches una mano para salvar el mundo”, ¿qué le hubiéramos contestado?

María, lo primero que hace es titubear, preguntar y agobiarse: ¿cómo es posible todo esto? Lo primero que hace la Virgen es preguntar. María pide explicaciones. Y pide explicaciones precisamente porque lo que se le anuncia es un misterio que sólo puede ser acogido desde la fe. Algunos piensan que la fe requiere renunciar al pensamiento, que exige una obediencia ciega, y no es así. La fe requiere el pensamiento porque la fe es lúcida y supone la inteligencia. No es para tontos y para crédulos, porque no es cierto que Dios prefiere a los imbéciles. Imbéciles son los que así lo creen.

Y el ángel le recuerda a María que no hay que poner obstáculos a Dios, porque él sabe bien lo que hace. Y María cree, confía en el Señor. 

sábado, 2 de diciembre de 2023

DOMINGO 1º DE ADVIENTO (Ciclo B)


PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Primera lectura: Is 63, 16b -17.19b; 64, 1c-7
Salmo Responsorial: Salmo 79
Segunda lectura: 1 Cor 1, 3-9
Evangelio: Mc 13, 33-37

 

            Volvemos a empezar

Primer domingo de Adviento, este año siguiendo el evangelio de San Marcos. Marcos, aquel muchacho que siguió a Jesús hasta Jerusalén, y en cuya casa se reunieron los discípulos después de la crucifixión. Marcos, que siguió a Pablo más bien a regañadientes, y por eso fue mandado de nuevo a casa, por la excesiva morriña de adolescente y al que encontramos después al lado del apóstol Pedro.

El evangelio de Marcos está escrito, probablemente, en el ámbito de la comunidad de Roma, con un lenguaje escueto y pobre, pero denso en matices.

Y hoy, en su compañía, una vez más, iniciamos el tiempo de preparación a la Navidad.

¿Cuántas veces?

¿Cuántas Navidades hemos preparado y vivido en nuestra agitada vida? Y aún estamos aquí, no para hacer un simulacro del nacimiento de Jesús, porque él ya nació, vivió, murió y resucitó, sino para dejar que él nazca en nuestra vida una vez más.

Entre su llegada histórica y su retorno glorioso estamos tú y yo, estamos nosotros, en este tiempo nuestro, que nos ha tocado vivir. Cada año hacemos un recorrido por la historia de la salvación, escuchamos los mismos evangelios, volvemos al mismo punto de partida una y otra vez, pero lo hacemos, como en una espiral, a un nivel cada vez más profundo. Con esperanza.

Las razones para estar desanimados son muchas: la crisis mundial que la globalidad nos acerca cada vez más; la guerra abierta en distintos frentes; las dificultades políticas en los diversos países del mundo; el creciente clima de pendencia y enfrentamientos sociales; y la Iglesia que parece estar ya cansada de revitalizar la fe, esquinada en un rincón con demasiados miedos y bastantes incoherencias que la hacen poco creíble en muchos momentos. Hermanos, necesitamos un redentor.

sábado, 25 de noviembre de 2023

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (Ciclo A)


 Primera Lectura: Ez 34, 11-12.15-17
Salmo Responsorial: Salmo 22
Segunda Lectura: 1 Cor15, 20-26.28
Evangelio: Mt 25, 31-46

La Iglesia concluye hoy el recorrido del año litúrgico y lo hace con una fiesta y un evangelio intenso, de no fácil comprensión a las inmediatas: la Solemnidad de Cristo, Rey del universo.

No es que la Iglesia tenga nostalgias monárquicas y tampoco tenemos por qué fijarnos en los poderosos de esta tierra para tomar ejemplo de ellos, frecuentemente tan poco ejemplares. La imagen de la realeza, que quizá tengamos que modernizar un poco, quiere comunicar al mundo una fuerte profesión de fe: Jesús, el carpintero de Nazareth, aquel judío marginal que vivió hace dos mil años y que anda perdido entre los meandros confusos de la historia, es el Señor del universo, es el que tiene la última Palabra, el que da la medida y el sentido de cada experiencia humana, el que desvela para siempre el misterio de Dios, escondido por los siglos.

Muy contrariamente a lo que pudiera parecer viendo nuestro mundo, los acontecimientos y vicisitudes humanas no nos están precipitando en un abismo de violencia y de caos, sino en los brazos de Dios. Hace falta mucha fe para hacer semejante afirmación, os lo aseguro, sobre todo después de dos mil años de cristianismo en los que las cosas no parece que hayan ido cambiando a mejor, sino que la guerra, el odio y el rencor parece que toman carta de ciudadanía en nuestro mundo.

Decir que Cristo es el “soberano” de mi vida, significa reconocer que sólo en él tiene sentido nuestro camino de vida y de fe. Y es bonito, al final del año litúrgico, remachar juntos y con fuerza esta convicción de nuestra fe.

Pero hay peros….

Realeza

Leyendo el texto con que Mateo concluye su evangelio, quedamos desconcertados y un poco helados. El clima es oscuro, la visión de este juez implacable como algunos pintores lo han reproducido, el poderoso Cristo de Miguel Ángel de la capilla Sixtina, por ejemplo, da miedo. ¿Qué tiene que ver esta página que hemos escuchado con el resto del evangelio? ¿Se ha equivocado Mateo? ¿O nos hemos equivocado nosotros cuándo seguimos profesando el rostro de un Dios compasivo y misericordioso?

Los pastores, al caer de la tarde, separaban las ovejas de las cabras. Las cabras, sin el “abrigo de lana” suministrado por la madre naturaleza, padecían el frío procedente del desierto y debían ser alojadas en un sitio más caliente, como un establo o debajo una roca. Esta imagen es la que está en el trasfondo de la narración que hace Jesús; no se trata de una expulsión a no se sabe dónde. Se trata, sencillamente, de una separación de lo que supone protección y atención de los sujetos más débiles. El pastor va a acoger a las ovejas que lo han reconocido en el rostro del pobre, del débil, del perseguido.

sábado, 18 de noviembre de 2023

DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)

 

Primera Lectura: Prov31,10-13.19-20.30-31
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: 1Tes 5,1-6
Evangelio: Mt 25, 14-30


Estamos a punto de despedir a Mateo en las lecturas de este año litúrgico, el publicano convertido en discípulo del Reino de Dios, al que hemos seguido en su evangelio, para encontrarnos con Marcos, discípulo de Pedro, e iniciar así el recorrido del Adviento.

Pero antes de despedirlo, Mateo nos va a dejar algunas parábolas comprometidas, ya no dirigidas al auditorio inmediato de Jesús, sino a las comunidades cristianas que se inspiran en él, pero que corren el riesgo de vivir adormecidas y de no creer ni esperar ya en la llegada del Señor, con su regreso en gloria.

Frente a ellas, Mateo nos dice, que estamos llamados a mantenernos despiertos y activos. Estamos llamados a hacer presente el Reino de Dios allí donde vivimos, hasta que él venga. Estamos llamados a hacer rendir los talentos que el Señor nos ha dado.

Talentos

Mateo, de modo distinto que Lucas, añade algunos matices a la parábola de los talentos, orientándola hacia la comunidad que escucha este evangelio. El talento, ya no es un regalo que hemos recibido sólo para el propio bien, como se nos ocurriría pensar de inmediato, sino un regalo precioso que el Señor hace a cada uno, y que cada uno de nosotros está llamado a hacer rendir según sus capacidades para el bien común, unas capacidades que, por lo tanto, ya poseemos.

El dueño confía en sus siervos: no les dice cómo tienen que hacer para que el talento rinda al máximo, será la capacidad laboriosa de cada uno la que los hará rendir y no, como da a entender Lucas, una cualidad intrínseca al talento; algo que se recibe, y ya está.

Un talento era un gran regalo, no lo olvidemos. Para que tengamos una idea de su magnitud, un talento correspondía a veinte años de trabajo de un obrero, por lo tanto, algo así como entre ciento cincuenta y doscientos mil euros.  Al primer siervo se le entrega la sorprendente cifra de 1,2 millones de euros, ¡como para hacer una buena inversión!  Y así sucede: los dos primeros siervos hacen rendir los talentos, duplicando su valor.

Pero, en la interpretación de Mateo, ¿qué son los talentos? Son los dones preciosos que Jesús hace a la comunidad cristiana: la Palabra, los sacramentos, la nueva lógica del Evangelio, la comunidad de la Iglesia. Dones preciosos que nos han cambiado la vida y a los que estamos llamados a sacarles rendimiento, y no a dejarlos hacerse rancios.

Es una tristeza ver a nuestras comunidades hacer como el tercer siervo que entierra el talento del Señor bajo un montón de prescripciones y ritos externos, que ahogan la vida.

sábado, 11 de noviembre de 2023

DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: Sab 6, 12-16
Salmo Responsorial: Salmo 62
Segunda Lectura: 1 Tes 4, 13-17
Evangelio: Mt 25, 1-13

Es frecuente leer en las noticias de los periódicos y en las redes sociales predicciones que, conEs frecuente leer en las noticias de los periódicos y en las redes sociales predicciones que, con una absoluta certeza basada supuestamente en la Biblia, afirman que el fin del mundo sucederá, o habría sucedido, el día tantos de tal mes del año cuántos.

Luego, esas noticias despiertan cierto escepticismo, porque resulta que alguna vidente estableció que el final de los tiempos iba a ser el 21 de diciembre de 2012… y aquí estamos todos esperando de nuevo la última venida del Señor al final de los tiempos.

Es una broma. Pero no deja de impresionar que siempre hay alguien que siente la necesidad de establecer el final y, a veces, invocando revelaciones secretas y privadas que se entregarán al final de los tiempos. Hay muchas “fake news” y mucho visionario suelto…

No importa que el Señor haya repetido muchas veces que nadie sabe el día y la hora de su venida final ...

En estas últimas semanas del año litúrgico, en el que Mateo se nos va despidiendo para encontrarnos con el joven Marcos en el próximo año litúrgico, la Palabra del Señor se va a centrar en el después y en el más allá.

La Fiesta de los Santos y el recuerdo de los difuntos nos ayudaron en este recorrido a aprender a no vivir simplemente al día, sino a atrevernos a vivir con esperanza. Y la experiencia de la pandemia que hemos vivido también nos lleva a descubrir nuestra fragilidad y a poner la esperanza sólo en Dios.

Después de aquella fuerte llamada al amor de hace dos domingos y la dura reflexión sobre la hipócrita religiosidad de fachada, del domingo pasado, hoy hablamos de boda.

La parábola del novio que no acaba de llegar tiene que ver con la venida final del Mesías. Al menos según la versión de Mateo, que hoy hemos leído.

Incomodidad

El matrimonio en Israel se llevaba a cabo por etapas. La primera fase preveía que el novio fuera al hogar del futuro suegro para tomar a su hija como esposa. Para darle la bienvenida, se preparaban todas las chicas del pueblo y las amigas de la novia, que lo acompañaban riendo y festejando hasta la casa de la futura esposa y, si el evento tenía lugar al atardecer, lo acompañarían con lámparas de aceite.

Hasta ahora, nada extraño: la parábola describe esta costumbre, pero probablemente Mateo tomó las palabras que Jesús había dicho, agregándoles otras palabras dichas por el Maestro en otras ocasiones, para reforzar el significado de la narración.

Dado que a Israel en la Biblia se le llama la novia, el significado de la parábola escuchada de labios de Jesús es evidente: en el auditorio que está ante él, algunos son como las chicas prudentes y otros como las necias; es decir, algunos dan la bienvenida a Jesús como Esposo y Mesías, y otros no. En resumidas cuentas, nada original: unos a favor y otros en contra.

¿Por qué, entonces, la versión de Mateo es tan extraña?

¡Las chicas prudentes son unas egoístas de aúpa; el novio es un tipo extraño que llega de noche y pretende recibir la bienvenida como si fuera media tarde; las muchachas necias parecen estar bastante embrolladas cuando van a buscar aceite en medio de la noche!

Pero lo más paradójico es la conclusión: mientras Jesús invita a velar, y para rematar, hasta las chicas prudentes se quedan dormidas. Entonces, ¿qué? Parece que ni las prudentes son tan prudentes, ni las necias tan necias.

sábado, 4 de noviembre de 2023

DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)


Primera Lectura: Mal 1,14 – 2,2.8-10
Salmo Responsorial: Salmo 130
Segunda Lectura: 1 Tes 2, 7-9.13
Evangelio: Mt 23, 1-12

A veces representamos a Jesús con una imagen estereotipada: la de un joven barbudo, sonriente, de largos cabellos y con una mirada mística.

Es cierto que el Maestro ha pasado a la historia por su actitud misericordiosa y compasiva, pero no debemos imaginar a un Jesús exangüe, atemorizado, tímido o frágil.

Cuando se trata de defender su idea de Dios y del hombre, Jesús de Nazaret muestra un rostro decidido, fuerte y viril, que sabe hablar sin miedo, que se olvida de las convenciones sociales y de las buenas maneras para exponer los defectos y las hipocresías.

Porque la hipocresía, es decir, la falsedad engañosa, es la actitud que más inquieta a Jesús en su peregrinar evangélico. Ni siquiera el pecado, ni la tibieza en la fe, ni la superstición, que -por otra parte- corrige, sino sólo la hipocresía, esa falsa actitud fingida de quienes se muestran de una manera y piensan de otra.

Y es curioso ver cómo y cuánto reina la hipocresía, particularmente entre creyentes y devotos. Especialmente entre los súper-devotos: los fariseos, los sacerdotes del templo, los escribas, nos dice hoy el evangelio. Cuanto más devotos, más hipócritas.

Bofetones

Jesús, en el capítulo 23 de Mateo, por siete veces (¡el número de plenitud!) lanza un amenazador ¡ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! con una dureza que nos asombra y nos inquieta.

Y es que Jesús no perdona cuando se trata de defender la fe en el Padre, no perdona porque ve que esos comportamientos alejan a los otros fieles, porque cuando la fe se convierte en una caricatura de lo que debería ser, daña a las personas que desean encontrarse con Dios. No son pocos los que se han alejado de la fe, escandalizados o decepcionados por la actuación de una Iglesia que, según ellos, no es fiel al evangelio ni actúa en coherencia con lo que predica.

Sólo hay una cosa que Jesús no tolera en nosotros, sus discípulos: la hipocresía; no el sentido de la limitación, ni el pecado, sino esa ilusión de mostrar una fachada falsa que, además en nuestro caso, pretende ser santa.

¡Cuánto daño hacen al Evangelio nuestras incoherencias! ¡A cuánta gente distancia nuestra aparente seguridad, nuestros juicios, duros y ligeros a la vez! ¡Qué mala publicidad le hacemos a nuestro Dios cuando, aparentemente, respetamos los mandamientos, pero luego los negamos en el trabajo, en casa, o en la comunidad de vecinos!

¡Cuántas veces pueden decir de nosotros!: ese…, trae grandes cruces al cuello sin hacer que se note en sus opciones de vida. Y asiste a misas y novenas sin llegar a convertir sus palabras ni sus pensamientos al recto camino.

Como señala con razón el Papa Francisco: para comportarse de esa manera, es mejor llamarse ateo, al menos así no se ofendería al Evangelio.

Si, para Lucas en el sermón del monte, los “ayes” iban dirigidos a los ricos, para Mateo las personas puestas en cuestión son los creyentes.

En ese sentido, el comienzo del capítulo de Mateo, que acabamos de escuchar, es esclarecedor: el fogoso discurso de Jesús no se dirige a los aludidos jefes del pueblo, sino “a la gente y a sus discípulos”.  Es decir, a nosotros.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS (2 de noviembre)


Primera Lectura: Is. 25,6-10
Salmo Responsorial: Salmo22
Segunda Lectura: 1Tes 4,12-17
Evangelio: Lc  24, 13-35

En el año 998, el abad Odilón de Cluny prescribió que en todos los monasterios de su jurisdicción se celebrara la memoria de todos los difuntos el día 2 de noviembre. Luego la liturgia romana, en el siglo XIV, propone la celebración de los Fieles Difuntos al día siguiente de la fiesta de Todos los Santos, para indicar una continuidad con ella y para dar una clave de interpretación de la muerte. Necesitamos fijarnos en la alegría de los Santos para entender el misterio de la muerte, para acoger la buena noticia que Dios nos ofrece también en el momento más crucial y misterioso de nuestro recorrido terrenal.

¿Qué hacer con la muerte?

Dos de noviembre, imágenes antiguas, recuerdos de niño: los cementerios llenos de gente, las tumbas limpias, las flores, la gente que se encuentra por los caminos, el silencio, el ambiente triste. Hoy día va desdibujándose esta tradición, lo que nos facilita ponernos a pelo ante el misterio de la muerte. Misterio teórico y un poco molesto para quien - joven y lleno de fuerza - mira con suficiencia a estos rituales fúnebres que percibe como lejanos y raídos, como gestos llenos de un sordo dolor para quien ha perdido a alguien querido, para quien se ha encontrado solo después de una vida hecha de hábitos consolidados.

Las personas, hoy, no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios, y volver de nuevo a nuestra vida de cada día para seguir olvidando.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas del alma? ¿Cómo afrontar el dolor desgarrador de unos padres que pierden un hijo?

Hoy es un día que nos obliga a reflexionar pero que, desgraciadamente, se ve cada vez más asechado por la destructora y alienante lógica del olvido, del “mejor no pensar”, que se nos impone ante el menor atisbo de sufrimiento en nuestra sociedad. Se habla poco y mal de la muerte, en este tiempo nuestro extraño y esquizofrénico: por una parte, cenamos delante del televisor que nos mete en casa matanzas y crónicas de sucesos, y por otra importamos tradiciones extrañas, como la fiesta de Hallowen, que intenta exorcizar la muerte cubriéndola con risas evasivas y bromas superficiales, tradiciones en definitiva alienantes para no enfrentarnos con la realidad de la vida, que es la muerte.

La buena noticia

Pero quien ha conocido la muerte, quien ha tenido una persona querida que se ha ido, toma muy en serio la muerte, más aún: la respuesta que demos al dilema de la muerte es lo que dará sentido a nuestra vida. La actitud que tengamos hacia la propia muerte, si es una actitud adulta, que no sea ni deprimente ni mágica, es lo que va a marcar la búsqueda más profunda del misterio de la vida de cada uno.

martes, 31 de octubre de 2023

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS


Primera lectura: Ap 7,2-4.9-14
Salmo responsorial: Salmo 23
Segunda lectura: 1Jn 3,1-3
Evangelio: Mt 5, 1-12a

Hoy celebramos en la Iglesia, en una única fiesta, la santidad que Dios derrama sobre las personas que confían en él. ¡Una fiesta extraordinaria, que hace crecer en nosotros el deseo de imitar a los santos en su amistad con Dios! 

  ¡Qué bonito convertirse en santo! Ciertamente no por las imágenes que suscitan devoción, y por los devotos que encienden cirios a sus pies.... Sino porque llegar a ser santo significa realizar el proyecto que Dios tiene sobre nosotros, significa convertirse en la obra maestra que él ha pensado para cada uno de nosotros. Dios cree en nosotros y nos ofrece todos los elementos necesarios para convertirnos en santos, como él es Santo. Sólo Dios es Santo, pero Él desea compartir esta santidad con nosotros.

Hoy es la fiesta de nuestro destino, de nuestra llamada. La Iglesia en camino, hecha de santos y pecadores, nos invita a fijarnos en la verdad profunda de cada persona: tras cada mirada, dentro de cada uno de nosotros, se esconde un santo en potencia. Cada uno de nosotros nace para realizar el sueño de Dios y el puesto y la misión que cada uno tiene es insustituible en este mundo.  

El santo es el que ha descubierto este destino y lo ha realizado plenamente; mejor aún: se ha dejado hacer, ha dejado que Dios tome posesión de su vida para siempre.  

Santidad

La santidad que celebramos es la de Dios y, acercándonos a él, primero somos seducidos y después contagiados. La Biblia a menudo habla de Dios y de su santidad, de su amor perfecto, de equilibrio, de luz y de paz. Él es el Santo, el totalmente Otro, pero la Escritura nos revela que Dios desea apasionadamente compartir la santidad con su pueblo. 

 El Papa Francisco nos dice que “antes que nada debemos tener muy presente que la santidad no es algo que nos procuramos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades”.

“La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo, nos reviste de sí mismo y nos hace como Él”.

La santidad “no es una prerrogativa solo de algunos: la santidad es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano”. No consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias, como diría santa Teresa de Lisieux.

Dios ya nos ve santos, porque ve en nosotros la plenitud que podemos alcanzar y que ni siquiera nos atrevemos a imaginar cuando nos conformamos con nuestras mediocridades.  

No hay mayor tristeza que la de no ser santos. Porque lo santo es todo lo más bello y noble que existe en la naturaleza humana; en cada uno de nosotros existe la nostalgia de la santidad, de la divinidad, de lo que somos llamados a ser. Escuchemos esa llamada, sintamos esa nostalgia.

Saquemos a los santos de las hornacinas de la devoción en las que los hemos desterrado, y convirtámoslos en nuestros amigos y consejeros, en nuestros hermanos y maestros, repongámoslos en la cotidianidad de nuestra vida, escuchémoslos cuando nos sugieran el recorrido que nos lleva hacia la plenitud de la felicidad. Los que han vivido a Dios en su totalidad desean vivamente que también nosotros experimentemos la inmensa alegría que ellos han vivido.  

Los santos no son personas extrañas, hombres y mujeres macerados en la penitencia, sino discípulos que han creído en el sueño de Dios.  

Los santos no son personas que hayan nacido predestinadas, sino hombres y mujeres como nosotros, como tú y como yo, que se han fiado y dejado hacer por Dios.  

Los santos no son pequeños operadores de prodigios insospechados, sin0 que el mayor milagro de sus vidas es su continua conversión a Dios.  

Los santos no son personas perfectas e impecables, sino que han tenido el ánimo, que a nosotros a menudo nos falta, de volver a empezar después de haberse equivocado.  

Los santos no son unos seres solitarios sino todo lo contrario: después de haber conocido la gloria y la belleza de Dios, no tienen más deseo que compartirlas con nosotros.  

Pidamos a los santos una ayuda para nuestro camino: que Pedro nos dé su fe rocosa; Francisco, su perfecto regocijo; Pablo, el ardor de la fe; Teresa de Lisieux, la sencillez de la entrega al Señor; Ignacio de Loyola, su espíritu de discernimiento para hallar a Dios en todas las cosas; Javier, la intrepidez misionera; y así tantos otros innumerables…

¡Que así, todos juntos, nosotros aquí en la tierra y ellos ahora colmados de gracia, cantemos la belleza de Dios en este día que es nostalgia de lo que podremos llegar a ser, con sólo creer, con sólo fiarnos de Él!  

Ser santos ya  

Si la santidad es el modelo de la plena humanidad, ¿por qué nosotros no alcanzamos este objetivo? Loco debo de ser si no soy santo, como dice el poema de Fray Pedro de los Reyes. 

Santo es cualquiera que deja que Dios llene su vida hasta convertirla en un regalo para los otros.  

Celebrar a los santos significa celebrar una Historia alternativa y diferente. La historia que estudiamos en la escuela, la historia que llega dolorosamente a nuestras casas, hecha de violencia, prepotencia y destrucción entre unos y otros, no es la verdadera Historia. Entretejida y mezclada con la historia de los poderosos y sus guerras, existe una Historia diversa que Dios ha inaugurado: la de su Reino de justicia, de amor y de paz.  

Las Bienaventuranzas nos recuerdan con fuerza cuál es la lógica de Dios. Una lógica en la que se percibe claramente la diferencia entre la mentalidad de Dios y la de los hombres: los bienaventurados, los que viven ya desde ahora la felicidad, son los mansos, los pacíficos, los limpios de corazón, los que viven con intensidad y entrega la propia vida como los santos.  

Este reino que Dios ha inaugurado y que nos ha dejado en herencia, depende de nosotros hacerlo presente y operante cada día en nuestro tiempo.  

Dejemos, hoy, que sea la parte más auténtica de nosotros la que prevalezca, la que crezca, la que tome el mando en nuestras vidas. Y pidamos a los santos, a los que están en el calendario y a los otros muchos que se agolpan en el Reino de Dios, que nos ayuden a creer, a apoyarnos en la esperanza, a enseñarnos a querer como ellos lo han sabido hacer.

¡Que nuestra vida se convierta en transparencia de Jesús el Señor, el único camino hacia Dios!  Que así sea.