Es frecuente leer en las noticias de los periódicos y en las redes sociales predicciones que, conEs frecuente leer en las noticias de los periódicos y en las redes sociales predicciones que, con una absoluta certeza basada supuestamente en la Biblia, afirman que el fin del mundo sucederá, o habría sucedido, el día tantos de tal mes del año cuántos.
Luego,
esas noticias despiertan cierto escepticismo, porque resulta que alguna vidente
estableció que el final de los tiempos iba a ser el 21 de diciembre de 2012… y
aquí estamos todos esperando de nuevo la última venida del Señor al final de
los tiempos.
Es
una broma. Pero no deja de impresionar que siempre hay alguien que siente la
necesidad de establecer el final y, a veces, invocando revelaciones secretas y
privadas que se entregarán al final de los tiempos. Hay muchas “fake news” y mucho
visionario suelto…
No
importa que el Señor haya repetido muchas veces que nadie sabe el día y la hora
de su venida final ...
En
estas últimas semanas del año litúrgico, en el que Mateo se nos va despidiendo para
encontrarnos con el joven Marcos en el próximo año litúrgico, la Palabra del
Señor se va a centrar en el después y en el más allá.
La
Fiesta de los Santos y el recuerdo de los difuntos nos ayudaron en este recorrido
a aprender a no vivir simplemente al día, sino a atrevernos a vivir con esperanza.
Y la experiencia de la pandemia que hemos vivido también nos lleva a descubrir
nuestra fragilidad y a poner la esperanza sólo en Dios.
Después
de aquella fuerte llamada al amor de hace dos domingos y la dura reflexión
sobre la hipócrita religiosidad de fachada, del domingo pasado, hoy hablamos de
boda.
La
parábola del novio que no acaba de llegar tiene que ver con la venida final del
Mesías. Al menos según la versión de Mateo, que hoy hemos leído.
Incomodidad
El
matrimonio en Israel se llevaba a cabo por etapas. La primera fase preveía que
el novio fuera al hogar del futuro suegro para tomar a su hija como esposa.
Para darle la bienvenida, se preparaban todas las chicas del pueblo y las
amigas de la novia, que lo acompañaban riendo y festejando hasta la casa de la futura
esposa y, si el evento tenía lugar al atardecer, lo acompañarían con lámparas
de aceite.
Hasta
ahora, nada extraño: la parábola describe esta costumbre, pero probablemente
Mateo tomó las palabras que Jesús había dicho, agregándoles otras palabras dichas
por el Maestro en otras ocasiones, para reforzar el significado de la narración.
Dado
que a Israel en la Biblia se le llama la novia, el significado de la parábola escuchada
de labios de Jesús es evidente: en el auditorio que está ante él, algunos son
como las chicas prudentes y otros como las necias; es decir, algunos dan la
bienvenida a Jesús como Esposo y Mesías, y otros no. En resumidas cuentas, nada
original: unos a favor y otros en contra.
¿Por
qué, entonces, la versión de Mateo es tan extraña?
¡Las
chicas prudentes son unas egoístas de aúpa; el novio es un tipo extraño que llega
de noche y pretende recibir la bienvenida como si fuera media tarde; las muchachas
necias parecen estar bastante embrolladas cuando van a buscar aceite en medio
de la noche!
Pero lo más paradójico es la conclusión: mientras Jesús invita a velar, y para rematar, hasta las chicas prudentes se quedan dormidas. Entonces, ¿qué? Parece que ni las prudentes son tan prudentes, ni las necias tan necias.
Actualizar
Mateo
hace para su comunidad lo que yo estoy haciendo para vosotros: actualizar la
Palabra al tiempo y situación concreta.
De
la carta de Pablo, que hemos escuchado, se desprende que las comunidades
cristianas estaban eufóricas, esperando la llegada final del Mesías en
cualquier momento. ¡Algunos, incluso, habían dejado de trabajar… vaya cara! Como
el Señor tardaba en llegar, algunos discípulos dejaban los remos en la barca y
se dejaban ir a la deriva. Es para este tipo de personas a los que va dirigida esta
dura parábola.
Para
nosotros cristianos que, como el Señor no acaba de llegar, y cada vez tarda más,
corremos el riesgo de dormirnos en los laureles, dejando todo para el final.
El
mundo está yendo al desastre y nosotros, en lugar de insistir y mantenernos
fieles al Señor, cedemos a la tentación del mundo y corremos el riesgo de convertimos
en cristianos adormecidos.
Es
algo patente. Vemos comunidades y personas paralizadas por costumbres
rutinarias, que no sólo no esperan la llegada del Mesías, ¡sino que ni siquiera
recuerdan que tiene que venir! Viven en este mundo plenamente homologadas a la
lógica mundana. Su fe se reduce a una baja pertenencia cultural al “humanismo
cristiano” y nadie transforma su vida en la profecía de un mundo nuevo.
Eso
es lo que debería ser nuestra comunidad, nuestra Iglesia: una profecía del
mundo nuevo que ha de venir, formada por personas sencillas y modestas que
todavía saben mantener encendida la lámpara de la esperanza en medio de la oscuridad
que ha envuelto al mundo.
Todavía podemos…
Pero,
para eso, hay que tener aceite para las lámparas.
¿Qué
es ese aceite? La parábola no lo dice. Pero es algo que arde. Algo que quema y produce
luz. Para mantener encendida la lámpara en la noche, tenemos que arder nosotros
en el deseo, la curiosidad, la inquietud, la emoción, el amor y la pasión.
Solo
las almas ardientes son capaces de desafiar la noche oscura.
Lo
que somos y en lo que ardemos es único en cada uno de nosotros, y no se puede
compartir fácilmente. Podemos seguir a
un gurú, o asistir a una parroquia, o pertenecer a un grupo de amigos creyentes
y convencidos. Pero al final, solo yo podré saber y decidir si enciendo mi lámpara
o no, si vivo una vida apasionada o no. Soy yo el que está frente a Dios. Yo y
Él, cara a cara, corazón a corazón.
Pero
la parábola inquietante continua. Las chicas escasas de aceite se atreven a
ponerse en marcha, para encontrar combustible, y revitalizar la pasión y el
deseo. Aunque, al regresar, es demasiado tarde y la puerta está cerrada. Aquel
que decía que estaba a la puerta esperando a quien llamase, para abrirle,
inesperadamente, no abre a las chicas que insisten.
Este
cierre no es por reproche ni por venganza; nuestro Dios no es duro ni cruel.
Es
simplemente una ley de vida: hay en ella ocasiones que no se repiten, momentos
únicos, que no podemos dejar pasar. Tanto en las relaciones personales, como en
los afectos, como en la fe.
Si
esperas mucho, el tiempo se pasa y se va. Un beso a la persona amada, si no lo
das a tiempo lo pierdes para siempre, y, a veces, también se pierde a la
persona amada.
Cuántas
veces podemos decir: cuando tenga más tiempo, me ocuparé de las cosas de Dios;
si pudiera organizarme mejor… con gusto cultivaría mi alma y mi espiritualidad,
pero ahora no tengo la cabeza para ello.
Hermanos,
no basta con recuperar el aceite del deseo, encender la lámpara y aventurarse
en la oscuridad. Es necesario que nosotros mismo permanezcamos encendidos para
iluminar el mundo.
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