Primera Lectura: Prov31,10-13.19-20.30-31
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: 1Tes 5,1-6
Evangelio: Mt 25, 14-30
Estamos
a punto de despedir a Mateo en las lecturas de este año litúrgico, el publicano
convertido en discípulo del Reino de Dios, al que hemos seguido en su evangelio,
para encontrarnos con Marcos, discípulo de Pedro, e iniciar así el recorrido del
Adviento.
Pero
antes de despedirlo, Mateo nos va a dejar algunas parábolas comprometidas, ya
no dirigidas al auditorio inmediato de Jesús, sino a las comunidades cristianas
que se inspiran en él, pero que corren el riesgo de vivir adormecidas y de no
creer ni esperar ya en la llegada del Señor, con su regreso en gloria.
Frente
a ellas, Mateo nos dice, que estamos llamados a mantenernos despiertos y activos.
Estamos llamados a hacer presente el Reino de Dios allí donde vivimos, hasta
que él venga. Estamos llamados a hacer rendir los talentos que el Señor nos ha
dado.
Talentos
Mateo,
de modo distinto que Lucas, añade algunos matices a la parábola de los
talentos, orientándola hacia la comunidad que escucha este evangelio. El
talento, ya no es un regalo que hemos recibido sólo para el propio bien, como
se nos ocurriría pensar de inmediato, sino un regalo precioso que el Señor hace
a cada uno, y que cada uno de nosotros está llamado a hacer rendir según sus capacidades
para el bien común, unas capacidades que, por lo tanto, ya poseemos.
El
dueño confía en sus siervos: no les dice cómo tienen que hacer para que el
talento rinda al máximo, será la capacidad laboriosa de cada uno la que los
hará rendir y no, como da a entender Lucas, una cualidad intrínseca al talento;
algo que se recibe, y ya está.
Un
talento era un gran regalo, no lo olvidemos. Para que tengamos una idea de su
magnitud, un talento correspondía a veinte años de trabajo de un obrero, por lo
tanto, algo así como entre ciento cincuenta y doscientos mil euros. Al primer siervo se le entrega la sorprendente
cifra de 1,2 millones de euros, ¡como para hacer una buena inversión! Y así sucede: los dos primeros siervos hacen
rendir los talentos, duplicando su valor.
Pero,
en la interpretación de Mateo, ¿qué son los talentos? Son los dones preciosos que
Jesús hace a la comunidad cristiana: la Palabra, los sacramentos, la nueva lógica
del Evangelio, la comunidad de la Iglesia. Dones preciosos que nos han cambiado
la vida y a los que estamos llamados a sacarles rendimiento, y no a dejarlos hacerse
rancios.
Es una tristeza ver a nuestras comunidades hacer como el tercer siervo que entierra el talento del Señor bajo un montón de prescripciones y ritos externos, que ahogan la vida.
Miedos
Por
eso, el tercer siervo es castigado duramente, incluso de modo exagerado.
Dios
se comporta con él conforme a la imagen que tiene de Dios: un ídolo vengativo,
alguien que “siega donde no siembra y recoge donde non esparce”. ¡Tremendo!
La
persona que se imagina a Dios como un monstruo horrible, tendrá una experiencia
religiosa horrible, pero será un problema de su imaginación, no de Dios... Si
no convertimos nuestro corazón a la novedad del evangelio, a la confianza en un
Dios que nos entrega sus tesoros, confiando en nosotros, no haremos más qué
llevar pesadamente adelante una idea pequeñita, mezquina y desalentadora de Él.
Demasiado
a menudo, por desgracia, hacemos que Dios se parezca todavía mucho a las proyecciones
de nuestros miedos, al Dios juez severo que me controla y que me hace sufrir.
Ese, hermanos, lo repito una vez más: no es el Dios de Jesucristo.
Una
fe que se basa en el miedo no da ningún fruto.
Ante
la reacción del tercer siervo, atemorizado por su idea de Dios, el dueño replica
irritado: podrías al menos haber puesto el talento en un banco para hacerlo rendir
más. ¿No estará aquí hablando Mateo de la comunidad de la Iglesia, donde
nuestros talentos personales se multiplican para el bien común?
El
drama, en cambio, es que algunos siervos, algunos discípulos, habiendo recibido
un gran tesoro, no le sacan rendimiento y además obstaculizan a quienes lo
harían fructificar. ¡Qué gran verdad es esta!
El
mensaje de Jesús es claro. No al conservadurismo y sí a la creatividad. No a la
obsesión por la seguridad, sí al esfuerzo arriesgado por transformar el mundo.
No a la fe enterrada bajo el conformismo y sí al trabajo comprometido en abrir
caminos al reino de Dios.
Esta
tentación de conservadurismo es más fuerte en tiempos de crisis religiosa. Es
fácil entonces invocar la necesidad de controlar la ortodoxia, reforzar la
disciplina y la normativa… Todo puede ser explicable…, pero ¿no es esto, con
frecuencia, una manera de desvirtuar el evangelio y congelar la creatividad del
Espíritu, que nos invita a vivir sin miedo?
Grandes mujeres, grandes hombres
La
liturgia nos pide hoy ser virtuosos y trabajadores como un ama de casa. La
espléndida página del libro de los Proverbios nos pinta el modelo de una mujer
virtuosa según los cánones de la antigüedad hebrea. Hoy a nosotros - especialmente
a las mujeres - esta descripción nos hace sonreír y, quizás, hasta nos molesta.
Sin
embargo, hay una profunda verdad tras el retrato de la mujer virtuosa entregada
al trabajo: si por una parte es cierto que la Biblia está empapada de
sentimientos misóginos típicos de la época, por otra, de manera muy distinta a cómo
nos imaginamos, reconoce y da gran valor al papel de la mujer y (¡hace ya dos
mil trescientos años!) le pide al marido y a los hijos que reconozcan y
respeten sus capacidades y talentos.
San
Pablo, por su parte, nos invita a velar, a estar despiertos. En un mundo
narcotizado y harto, cansado y convulso, ya es una gran cosa no homologarse con
él siendo esclavos de lo “políticamente correcto”; no aborregarse, sino razonar
con la propia cabeza… Y con el evangelio en la mano. Sin censuras, sin que nos
digan lo que hay que hacer y lo que no.
Comunidad de “talentosos”
Hermanos,
mientras esperamos el retorno del Señor en gloria, corremos el riesgo de cansarnos,
de tener un perfil bajo, de esperar sin actuar. Como el siervo necio de la
parábola, a menudo enterramos nuestros talentos o nos enfrentamos unos contra
otros. La lógica del mundo pide que seamos productivos, agresivos, decididos,
fuertes, para destrozar el mundo, para conquistar mercados y dineros, fuerza y poder.
En la lógica del Reino lo que cuenta es amar, y así cada persona, también los
ancianos, también el que no cuenta para nada, se convierte en un recurso excelente
en el mercado del corazón, inaugurado por el Maestro Jesús de Nazaret, en donde
se sienten encantados los pobres y los que sufren.
Las
actitudes que hemos de cuidar hoy en la Iglesia no se llaman “prudencia”,
“fidelidad al pasado”, “resignación” ... Más bien llevan otros nombres:
“búsqueda creativa”, “audacia”, “capacidad de riesgo”, “escucha al Espíritu”
que todo lo hace nuevo.
Lo
más grave que nos puede pasar es lo mismo que le sucedió al tercer siervo de la
parábola: pensar que estamos respondiendo fielmente a Dios con nuestra actitud
conservadora, cuando estamos defraudando sus expectativas. El principal
quehacer de la Iglesia hoy no puede ser conservar el pasado, sino aprender a
comunicar la Buena Noticia de Jesús en una sociedad sacudida por unos cambios
socioculturales sin precedentes.
Jesús
no soporta la actitud renunciante y lamentosa de algunas de nuestras
comunidades cristianas, sino que nos invita a ser laboriosos y fecundos, no en
la lógica del mundo (¡no podemos ser una multinacional de lo sagrado!) sino en el
camino del compartir evangélico y de la Profecía.
Amigos,
esto es posible. Nuestras comunidades cristianas, perdidas por las aldeas o
anónimas entre las manzanas de casas de nuestras ciudades, ya sea en el centro
o en las periferias, están llamadas a convertirse en el rostro pobre de la
presencia de Dios.
Pobre
porque están hechas por nosotros, porque están formadas por frágiles
discípulos, pero llenas de esperanza porque están orientadas al Señor que
viene, que viene una y otra vez.
Buena
semana, intentando hacer fructificar los talentos que el Señor nos da.
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