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sábado, 25 de diciembre de 2021

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA (Ciclo C)


Primera Lectura: Eclo 3,2-6.12-14
Salmo Responsorial: Salmo 127
Segunda Lectura: Col 3, 12-21
Evangelio: Lc 2, 42-52


Fiesta de la familia, proclama la liturgia. Fiesta de la familia concreta, objetiva, real, de la que cada uno proviene o que cada uno ha formado o desea formar. En estos tiempos, esta fiesta chirría y nos hace pensar: es casi una provocación que sobrevuela por encima de nuestros líos políticos y sociales al respecto, que infunde vigor y energía a nuestra cotidianidad, que da densidad a nuestra Navidad, socialmente tan aguada.

Que nos guste o no, la familia está y permanece en el corazón de nuestro recorrido vital, de nuestra educación, a menudo es causa de mucho sufrimiento, de alguna desilusión y, gracias a Dios, causa de inmensa alegría.

Es bonito que Dios haya querido experimentar la experiencia familiar.

Da que pensar que, para hacerlo, haya elegido una familia tan desdichada y complicada.

Asombra que la Iglesia se obstine en proponer esta familia como modelo, una familia en la que la pareja vive en la abstinencia, el hijo es la presencia del Verbo de Dios, y los esposos se ven obligados a escapar a causa de la imprevista notoriedad del recién nacido...

Pero no es en esta diversidad en lo que queremos seguir a María y José, sino en su concreción de pareja que ve su vida trastocada por la acción de Dios y el delirio de los hombres; en su capacidad de ponerse en juego, en serio, sin chantajes, sin angustias, para formar parte de un proyecto más grande, el que Dios tiene sobre el mundo.

María abraza fuerte contra sí al recién nacido que siente el calor y el olor de su piel. José está ahora más sereno. La aventura del nacimiento de su hijo primogénito lejos de casa le ha puesto fuertemente a prueba, pero ahora, después de aquella tumultuosa noche llena de emociones y señales, el joven José se siente lleno de confianza en el futuro. Jesús ya ha sido ofrecido al Dios de Israel, como estaba prescrito, y en el grandioso Templo de Jerusalén un viejo sacerdote ha cogido al niño en brazos profetizando sobre él. Después de la larga y dolorosa permanencia en Egipto, María y José vuelven a Nazaret, dónde Jesús crece.

Y en Jerusalén es también donde un Jesús adolescente se escapa de sus padres, para discutir con los doctores de la Ley, como nos narra el evangelio de hoy. ¡Qué bonito es encontrar a unos padres también en dificultad con el hijo en plena rebeldía juvenil!

Dura realidad

Se podrían seguir varias páginas, en una torpe tentativa de concretar las aventuras de la familia de Nazaret. Pero estamos todos tan cogidos por las emociones de la Navidad que hasta podemos olvidar, o pasar por alto, el peso concreto que, como toda familia, María y José han tenido que afrontar.

Hoy celebramos a la Sagrada Familia, tan diferente de nuestras familias, con una madre Virgen, un padre adoptivo y un hijo que es Dios, y sin embargo tan idéntica a las nuestras en lo que a las dinámicas afectivas se refiere.

viernes, 24 de diciembre de 2021

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR (C)


Primera Lectura: Is 52, 7-10
Salmo Responsorial: Salmo 97
Segunda Lectura: Heb 1, 1-6
Evangelio: Jn 1, 1-18


Contemplación

Aquel niño de Belén grita, llora, hipa, gime con una lastimera voz, como hacen los cachorros de hombre recién nacidos. Con sus ojos entornados y las minúsculas manos cerradas en un puño, apoya la cara arrugada en el tierno seno de su madre. Por un instante abre los ojos, como para asegurarse, luego cae de nuevo en el sueño.

La madre, inexperta, mete el dedo meñique en una taza de barro y se lo apoya en los pequeños labios que se entreabren y se bañan de leche de cabra.

El frío del desierto roza las casas de Belén y María arregla la manta de lana que protege el cuerpo desnudo del recién nacido. Sonríe María, y mira a su firme apoyo, José, sentado sobre la paja, exhausto del largo viaje y de las emociones de las últimas horas.

También yo guardo silencio, en un rincón del establo, sin hacer ruido, suspendido entre la emoción y el cansancio. San Ignacio dice en sus Ejercicios, en la Contemplación del Nacimiento, que contemplemos las personas, a nuestra Señora, a José y al niño Jesús, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos, y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia…

He venido aquí con mi oración, en un rincón, sin molestar. Impactado por esta crisis global que parece no acabar, por los miedos ante el futuro, por la locura que está arrastrando nuestro mundo hacia el abismo. Luego miro a María y José, y pienso en cuánto más duro fue para ellos, para esta esta joven pareja. Y, sin embargo, aquí está Dios. 

Y veinte siglos después seguimos todavía descolocados por este hallazgo en nuestra contemplación: aquí, en el pesebre está Dios. A miles de kilómetros de la espantosa imagen que de Él nos hemos hecho. Dios es así realmente: aquel niño de Belén es Dios. Un inerme enorme, poderosamente frágil, débil por elección. Un recién nacido que suscita ternura, que dan ganas de cogerlo en brazos y acariciarlo.

Aquí está Dios… y también el hombre…

MISA VESPERTINA EN LA VIGILIA DE NAVIDAD

 


Primera Lectura: Is 62,1-5

Salmo Responsorial: Salmo 88

Segunda Lectura: Hech13, 16-17.22-25

Evangelio: Mt 1, 1-25

 

Navidad, fiesta de la alianza amorosa

Acabamos de escuchar en la lectura del profeta Isaías que Jerusalén, la ciudad destruida y prostituida por sus enemigos, desterrada y solitaria, infiel y  pecadora, es, a pesar de todo, invitada por Dios a unirse a Él en una alianza de amor, como  una novia virgen y joven.

Es ésta una de las más bellas imágenes de lo que es Navidad, día en el que brilla desbordante el apasionado amor de Dios hacia los hombres; el total y absoluto amor, más fuerte  que la misma infidelidad.

Hoy se nos dice que no es cierto que Dios castigue nuestro pecado y desprecie nuestra  pequeñez. El Dios de Jesús, no conoce el resentimiento ni la venganza. Todo  él vibra como un novio en la noche de bodas. Y en esta Vigilia de Navidad, la novia es la humanidad; mujer de cuyo seno brota y surge el bello fruto de la libertad, de la paz, de la justicia y de la  alegría.

El esposo divino hoy invita a su mujer humana a vivir amando, a amar gozando, a gozar  entregándose. Y nosotros lo intuimos bastante bien al considerar este día como una de nuestras fiestas  populares más grandes y más bulliciosas, además de ser la más íntima y más familiar del año. Es la  noche de bodas de Dios y la humanidad.

Los cristianos, tan acostumbrados a llamar Padre a Dios, hemos olvidado ese otro nombre con que la Biblia lo invoca: ESPOSO. Es cierto que a los hombres nos cuesta  sentirnos «la esposa» de Dios, cumpliendo un papel femenino ante su masculinidad. Pero  más allá de las palabras y el género, está la realidad profunda: dos esposos son dos seres que se unen  en una empresa común: amarse y gozar, crecer y hacer crecer. La figura del “padre”  siempre nos deja la impresión de autoridad, de severidad, de poder y, desgraciadamente, hasta de castigo. No así la de “esposo”: nuestro Dios se nos acerca seduciéndonos, sin gritos ni amenazas, enamorado  de la raza humana, atrapado por nuestra condición humana. Tanto se enamora que se  vuelca totalmente y se hace “hijo” de la tierra, se hace hombre: es Jesús, el Hijo de Dios. Sentir en esta noche a Dios como esposo, nos lleva, sin duda alguna, a un cambio muy  grande en nuestra concepción de la religión y de la fe. Al esposo se le habla de igual a igual,  se le siente la otra parte de uno mismo, la otra mitad de nuestro propio ser. Sólo en la unión con el  esposo la mujer se siente entera, total. Y lo mismo le sucede al marido con su mujer.

Navidad nos muestra a este Dios presente en un niño, en todo igual a los hombres; necesitado de cariño y afecto, de una madre, de gente a su alrededor... Dios necesita de nosotros, hombres y mujeres. Y nosotros necesitamos de este Dios, que es la interioridad de nuestra vida, la plenitud de nuestro ser, la totalidad de nuestro amor.

sábado, 18 de diciembre de 2021

DOMINGO 4º DE ADVIENTO (Ciclo C)


Primera Lectura: Miq 5, 1-4
Salmo Responsorial: Salmo 79
Segunda Lectura Heb 10, 5-10
Evangelio: Lc 1, 39-45


Quedan pocos días para celebrar lo más inaudito de Dios.

No estamos simulando el nacimiento de Jesús. El Señor ya ha nacido, ha muerto, ha resucitado y vive glorioso. Nosotros, en este tiempo que nos es dado, en esta vida más o menos satisfactoria que vivimos, tenemos la tarea de dejar nacer a Dios en nuestros corazones. No es Dios el que tiene que nacer, sino nosotros.

Cada Navidad es un  acontecimiento estrepitoso, extraordinario y único. Hoy tenemos que renacer de nuevo.

En este mundo convulso y violento, con una crisis económica y de valores  que trunca el aliento; con la decadencia en todos los órdenes que estamos viviendo en occidente; con una pandemia que no cesa, con el miedo al futuro que nos hace a todos peores, es donde hemos de renacer dejando nacer a Dios en nuestros corazones. Dejarlo nacer no como cuando éramos jóvenes, no como hace un año, no como hace tres años, sino ahora mismo en las circunstancias concretas de nuestra vida hoy.

Estamos llamados a mirar más allá, arriba, en el otro, dentro de cada uno. Dios viene. Se hace sitio entre el estiércol y elige nacer en el aire acre de un pequeño establo.

María

La pequeña María siente que su regazo crece, con aquella poesía y magia que sólo las mujeres, semejantes a Dios, pueden vivir. El Verbo de Dios crece dentro de ella, y con la Palabra haciéndose carne también crecen los titubeos y las dudas. María sube junto a Isabel: tal vez ella sabrá darle una respuesta definitiva a sus inquietudes, quizás ella sabrá decirle que sí, que todo lo que le pasa es verdad. Y así sucede.

Isabel se seca las manos en el mandil y reconoce a su pequeña prima  María, que ya se ha hecho mujer. Se le acerca sonriendo y moviendo la cabeza.

¿Cómo has hecho para creer?, le dice. Sólo una adolescente puede tener el ánimo de creer. Sólo quién se atreve puede hacer milagros. Recordémoslo en este momento oscuro de la historia, en este inhumano año en el que, no obstante, hemos de redescubrir la fe. Una fe que hace bailar.

Danzas

Isabel lo sabe. Todo ha sido verdad, no fue un flash deslumbrante, no fue un golpe de sol que nos hace ver visiones. De verdad, aquel regazo porta lo incontenible.

María, sacudida aún por cuánto le ha sucedido, empieza a bailar con su divertida pariente, y a felicitar a Dios que la salva a ella y a nosotros. En sus palabras advertimos la tensión y el estupor ante lo inaudito que va tomando forma.

Es verdad. Dios ha elegido venir y hacerse presente. El Dios de Israel está aquí, en el vientre de aquella pequeña Hija de Sión.

No se trata sólo de las cansadas promesas escuchadas por la boca de un viejo rabino de Nazaret, que suspira cansinamente siguiendo con el dedo el pergamino desgastado del rollo de Isaías. Es verdad, todo esto es auténtico, Dios viene por fin.

Y las dos mujeres cantan y bailan y lloran en el soleado patio de la casa de la vieja Isabel. La generosa barriga con el crío que patalea dentro es la presencia de aquella profecía que señalaba al Mesías… y el Mesías ya está aquí.

sábado, 11 de diciembre de 2021

DOMINGO 3º DE ADVIENTO (Ciclo C)

Compartid, no robéis, no seáis violentos, vivid alegres...

Primera Lectura: Sof 3, 14-18
Salmo Responsorial: Is 12, 2-6
Segunda Lectura: Flp 4, 4-7
Evangelio: Lc 3, 10-18


Todos somos buscadores de felicidad. Nuestra vida se consume tras la afanada búsqueda de la alegría y podemos leer nuestras vidas conforme al deseo, que llevamos dentro de nosotros, de vivir en la alegría. Todos, bien o mal, buscamos la felicidad pero no sabemos bien a quién hacer caso.

También la Biblia tiene que algo decirnos en esto. En la Escritura se usan más de veinticinco términos para describir la felicidad. Y eso para desmentir a aquellos que piensan que la religión es una experiencia triste y dolorosa. Y también para invitar a los católicos, que viven la fe como una cruz, a convertirse a la alegría. En este tercer domingo de Adviento, a la espera del Señor, la alegría es la protagonista de la liturgia.

El profeta Sofonías exulta de júbilo porque ante la desastrosa indiferencia de Israel, el Señor, en lugar de azuzar su legítima cólera, promete una nueva alianza. Pablo invita los Filipenses a alegrarse por la presencia del Señor que viene a visitarnos continuamente allá donde estemos. Pero es Juan Bautista, el protagonista del tiempo de Adviento, el que se atreve a más.

¿Qué debemos hacer?

La gente que había bajado desde Jerusalén hasta las cercanías de Jericó para ver al Bautista, un profeta de pasión ardiente, quedaba turbada, inquieta, sacudida. ¿Y si Juan tuviera razón? ¿Si, de verdad,  la vida no fuera ese caos enmarañado que nos da más trabajo que alegrías? Es exigente Juan Bautista, duro como sólo los profetas saben serlo.

Alguno, se acerca tímidamente al profeta y le pregunta: ¿Qué debemos hacer? Ésta es también la pregunta que surge en nuestro corazón cuando nos miramos dentro, cuando dejamos que el silencio evidencie y desenmascare nuestra sed de felicidad y de bondad; cuando una tragedia inesperada nos despierta a la dureza y a la verdad de la vida; cuando queremos prepararnos a una Navidad que no se quede simplemente en un emotivo cosquilleo interior, sino que llegue a ser una auténtica conversión a la luz y a la paz, tan necesitada en estos tiempos.

Juan responde con pequeños consejos, banales en apariencia, muy distintos de las grandes proclamas que esperaríamos, de las exigentes opciones radicales que debería proclamar. Él responde: compartid, no robéis, no seáis  violentos. Uno se queda asombrado con esto… y hasta un poco decepcionado.

jueves, 2 de diciembre de 2021

DOMINGO 2º DE ADVIENTO (Ciclo C)


Primera Lectura: Bar 5, 1-9
Salmo Responsorial: Salmo 125
Segunda Lectura: Flp 1, 4-6.8-11
Evangelio: Lc 3, 1-6

Podemos celebrar cientos de navidades sin que Dios nazca jamás en nuestros corazones.
Por eso necesitamos un tiempo de interioridad, para poder de una vez acoger la luz del Señor. Para que el día de la llegada del Señor no nos caiga encima improvisadamente y nos encuentre desprevenidos. ¡Sería tragicómico pasar la vida invocando la llegada del Señor, y que no nos encuentre en el momento de su llegada interior!
Ciertamente, no es fácil y todo nos va contracorriente: las crisis económicas y de valores; el ambiente pringoso que se estimula en este tiempo; el impulso navideño perpetrado por el mercado, que pone su punto de apoyo en los buenos sentimientos para vender más; las dificultades de la vida de cada día.
No es fácil, pero es posible. Cristo nos pide levantar la mirada, en vez de lamentarnos; nos pide mirar más allá; nos pide mirar a otro lugar, siempre más allá. Lo importante es llegar a la auténtica Navidad con el corazón ligero, sin permitir que se nos recargue de disipación, de aturdimiento y de las preocupaciones de la vida.
Dios viene, él toma la iniciativa, él da el primer paso para acercarse a nosotros. La Escritura nos revela el rostro de un Dios que establece relaciones, que busca a cada persona, que la corteja. Pero la espléndida y dramática historia entre Israel y su Dios no ha sido siempre dichosa y fecunda.
Ahora, en el Adviento, Dios viene para explicarse, para contarnos quien es, para expresarse. Dios viene a revelarse.

Comienzo
El áulico y solemne inicio de la predicación del Bautista confirma la intención que tiene Lucas de contar acontecimientos históricos, ni narraciones edificantes ni piadosos cuentos de gente devota. Lucas, discípulo de Pablo, no ha visto a Jesús nunca en su vida. Como nosotros, es alguien que se ha sentido fascinado y seducido por la predicación de otros, en su caso, por el fuego de la palabra de Pablo. Lucas era antioqueno, un griego, culto y fino, que escribe su evangelio después de Marcos y contemporáneamente de Mateo. Ya entonces Lucas quería demostrar que él no iba tras cuentos y fábulas, sino que su anuncio se basaba bases sólidas.
La descripción de la situación geo-política del tiempo de la predicación del Bautista nos asombra, y quiere recordarnos hoy, una y otra vez, que no corramos tras fantasías, porque nuestra fe se apoya en sólidas bases, (aunque algunos cristianos se comporten como personajes de opereta).
Tras las palabras de Lucas hay historia, no mitos. ¡Dios quiera que Lucas nos haga avergonzarnos, al menos un poco, de nuestra impresionante ignorancia evangélica!

Otras historias
Lucas quiere también decirnos otras cosas.
Todos los personajes, enumerados en el texto evangélico que hemos escuchado, quién más quién menos, tienen en su mano el poder absoluto, saben que pueden decidir la suerte de los pueblos; se sienten y son grandes. La Palabra de Dios elude elegantemente a todos los señores de la época y se posa sobre un machacado treintañero, macerado por el viento del desierto y por el ayuno, un loco de Dios hosco y rabioso que se consume en las riberas del Jordán; la Palabra de Dios se posa sobre Juan el Bautista.

sábado, 27 de noviembre de 2021

DOMINGO 1º DE ADVIENTO (Ciclo C)

"Levantaos, alzad la cabeza" (Lc 21, 28)

Primera Lectura: Jer 33, 14-16
Salmo Responsorial: Salmo 24
Segunda Lectura: 1 Tes 3, 12–4, 2
Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36
   

Son las imágenes en tiempo real las que nos sacuden en profundidad. Las que andan rodando por internet, insoportables por su crudeza, tanto visual como de los profundos sentimientos de odio, violencia y venganza que anidan en el corazón humano. Como las noticias que cada mañana, antes de empezar el día, golpean de lleno en la cara al leer los periódicos nacionales e internacionales en línea.

Fotos que encuadran un cúmulo de ruinas de lo que queda de una casa destrozada por un cohete, asomando la cabeza de un niño de siete u ocho años, con el rostro acartonado en su última mirada de miedo, en medio de otros cadáveres de hombres y mujeres deshechos por la metralla. Daños colaterales, los llaman.

Y todo rodeado con explicaciones para justificar la necesidad de las intervenciones armadas, lo inevitable de tales daños -dicen-, y unos y otros alineándose en pro o en contra de éstos o aquéllos. Todos, discutiendo y acusándose; en definitiva, alimentando la violencia que critican, pero sin dar un paso por construir la paz.

 Las guerras conocidas y ocultadas, en Siria, África y en tantos otros lugares, los refugiados que huyen del horror del Estado Islámico y otras dictaduras, las caravanas de inmigrantes por doquier y los muertos en el mar, son sólo algunos de los muchos conflictos presentes en el mundo, y tantas veces olvidados porque a los poderosos no les interesa que tengan publicidad.

La pandemia parece no acabar y muchos Estados no logran alcanzar una estabilidad deseada.

En esta situación, hoy, estrenamos un nuevo Adviento.

Navidades y sangre

¿Para qué sirve la presencia de Cristo entre nosotros? ¿Para qué sirve comenzar un nuevo Adviento y prepararnos a celebrar una Navidad cada vez menos cristiana y más consumista, tratando de quitarnos de encima una crisis económica mundial y de valores que nos ha llevado por delante? ¿Para qué sirve repetir y remachar las cosas, rebuscar y rezar, si la impresión que tenemos es de estar rodeados por una muerte que no acaba?

En este triste comienzo del camino de Adviento, es Lucas el que viene en nuestro socorro. Viene para espabilarnos y animarnos.

Las imágenes que usa el evangelio y que hemos escuchado, con un vocabulario apocalíptico, de tintes fuertes y terribles, afirman, muy al contrario, una realidad más dulce y serena, cuando describe la disolución de los astros.

sábado, 20 de noviembre de 2021

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY - Domingo 34º del Tiempo Ordinario (Ciclo B)


Primera Lectura: Dn 7, 13-14
Salmo Responsorial: Salmo 92
Segunda Lectura: Ap 1, 5-8
Evangelio: Jn 18, 33-37

Nuestro año litúrgico concluye con una no celebración, aparentemente con un solemne festival que habla de reyes, que habla de triunfos, que quizás rememora con nostalgia aquel antiguo esplendor de una iglesia militante en constante conflicto con el poder mundano, a veces por un poder secretamente deseado, a veces por mutua oposición, que quizás ingenuamente imaginaba una victoria definitiva de Cristo más codiciada que realizada.

Una fiesta que quiere recordar una improbable soberanía de Cristo, un final feliz al que necesitamos mirar en el año que está pasando y relanzar el año que está por comenzar.

Pero cuando leemos el Evangelio quedamos descolocados, como de costumbre.

Poderes

Se confrontan dos poderes: por una parte, el de la Roma imperial y su representante, el procurador Poncio Pilato y, por otra, el insignificante y ridículo carpintero de Nazaret que se hace a sí mismo Dios.

El genial evangelista Juan, en la obra maestra del diálogo entre Jesús y Pilato, presenta una representación teatral muy real: Pilato se cree fuerte, cree que tiene a aquel fantoche en sus manos, lo desprecia, y en él a todos los judíos que lo obligan a usar el puño de hierro y que, como cuenta la historia, se van a convertir en el obstáculo de su carrera hacia el Senado de la urbe imperial.

Pilato se divierte, se burla de este miserable carpintero que también ha perdido el apoyo de sus superiores religiosos. Bromea, se burla, le ofrece un diálogo que parece correcto, finge justicia y equidad… pero el poder a menudo se convierte en farsa y engaño, solo se defiende a sí mismo y se opone a aquello que lo obstaculizan.

Monstruos

Así es como Daniel, en la descripción visionaria de la primera lectura, ve el mundo destrozado por cuatro bestias; un signo de las dominaciones sobre Israel que se han producido a lo largo de los siglos: el león indica el sangriento reino de Babilonia; el oso, a los medos; el leopardo, los persas; y la última bestia, la más aterradora, representa el reinado de Alejandro Magno y sus sucesores, incluido Antíoco IV, el perseguidor de los judíos piadosos en el momento en que Daniel escribe.

En el pasaje que hemos proclamado, el profeta ve la venida del hijo del hombre, un semitismo que simplemente indica al hombre, al ser humano. En Israel, las bestias ya no tendrán jamás el poder, sino, finalmente, el hombre.

¡Qué poca humanidad, incluso hoy, encontramos en los que ostentan el poder! ¡Qué poca humanidad en el poder religioso del Sanedrín y en el poder político del águila romana!

Los saduceos y los sacerdotes del templo deben pedir permiso al odiado Pilato que tiene el ius gladii, el derecho a matar, para deshacerse de aquel engorroso Nazareno.

El Sanedrín quiere matar a Jesús, pero no puede. Pilato quiere salvar a Jesús, no por justicia, sino para humillar al Sanedrín, pero no puede.

Ambos van a hacer lo que no quieren. Las componendas, el miedo, el cálculo hacen que aquellos poderes se conviertan en marionetas de sus propias ambiciones.

Pilato, durante toda la entrevista, sólo hace preguntas. No se cuestiona nada, sólo pregunta. Y no escucha las respuestas.

Tú lo dices

A lo largo de su vida pública, Jesús rechazó el título real para no crear ambigüedad sobre la naturaleza de su reino espiritual. Sin embargo, ahora que está derrotado y cerca de la muerte, acepta aquel título. Él es el rey porque está dispuesto a hacerse matar por sus súbditos.

sábado, 13 de noviembre de 2021

DOMINGO 33º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera Lectura: Dn 12, 1-3
Salmo Responsorial: Sal 15
Segunda Lectura: Heb 10, 11-14.18
Evangelio: Mc 13, 24-32


Estamos a punto de concluir el año litúrgico; dentro de poco despediremos a Marcos y su evangelio para iniciar, junto con Lucas, un nuevo recorrido en preparación de la Navidad. Pero antes, Marcos nos invita todavía a una reflexión incómoda y comprometida.

En estos tiempos en que todos estamos ocupados en sobrevivir, la Iglesia se atreve a pedirnos ir más allá, a no pararnos en una visión pequeñita y autorreferencial de nuestra vida.

Hoy la Palabra de Dios nos orienta en una dirección difícil y comprometida, nos invita a mirar hacia adelante, hacia otro lugar y con otra mirada.

Crisis

La comunidad de Marcos estaba en dificultad. Es la década de los 60 del siglo I, y ver lo que pasaba entonces nos ayuda a comprender el texto de este domingo.

- El año 61 hubo un gran terremoto en Asia Menor que destruyó doce ciudades en una sola noche

- El 63 hubo un terremoto en Pompeya y Herculano, distinto de la erupción del Vesubio el año 79.

- El 64 tuvo lugar el incendio de Roma, al parecer decidido por Nerón y del que éste culpó a los cristianos.

- El 66 se produce la rebelión de los judíos contra Roma; la guerra durará hasta el año 70 y terminará con el incendio del templo y de Jerusalén.

- El 68 hubo otro terremoto en Roma, poco antes de la muerte de Nerón.

- El 69, una profunda crisis a la muerte de Nerón, con tres emperadores en un solo año (Otón, Vitelio y Vespasiano).

 En una mentalidad apocalíptica, los terremotos, los incendios, las guerras y las disensiones son signos indiscutibles de que el fin del mundo es inminente. El imperio romano atravesaba una crisis profunda, pareciendo estar en disolución. La situación era muy parecida a la que estamos viviendo, una situación de final de un sistema, de transición de una época. Algunos exegetas incluso creen que Marcos reabrió su obra, una vez concluida, para insertar un capítulo nuevo, el decimotercero. Con él pretendía precisamente alentar a los discípulos.

El lenguaje es el habitual en tiempo de Jesús, hecho de imágenes enigmáticas y de hipérboles, no para tomarlo todo al pie de la letra sino para ser interpretado correctamente. Es un mensaje de esperanza que no quiere asustar sino alentar: caerán las estrellas, es decir los astros venerados por las religiones paganas. La pequeña fe cristiana, en cambio, está protegida por su Señor y no tiene que nada temer.

¿Qué sucederá mañana? ¿Cómo va a acabar la Historia? ¿Qué será de nosotros?

Muchas predicaciones, más bien medievales, y películas de “serie B” nos representan el fin del mundo como un delirio de llamas y destrucción, como un juicio final hecho de calima y de miedo.

Y no es así. Nosotros creemos que Cristo, resucitado y ascendido al Padre, volverá en la plenitud de los tiempos, volverá para completar su Reino; las almas de nuestros difuntos retomarán los mismos cuerpos transfigurados y renacidos, y eso será la plenitud. Entretanto – y esto es verdaderamente doloroso – nuestro simpático de Dios nos ha confiado esta frágil Iglesia, con la tarea de hacer crecer su Reino en esta tierra.

sábado, 6 de noviembre de 2021

DOMINGO 32º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)

Verdadera pobreza = dar con el corazón
Primera Lectura: 1 Re 17, 10-16
Salmo Responsorial: Sal 145
Segunda Lectura: Heb 9, 24-28
Evangelio: Mc 12, 38-44


Al fin del año litúrgico y del comentario del evangelio de Marcos, vamos encadenando una serie de páginas centrales, desconcertantes y urticantes, de cosas que nos gustaría quitar de nuestro cristianismo “hecho a medida” y que, en cambio, se nos dan como perlas preciosas, como ocasión para reemprender el camino de la fe.

 La invitación de Jesús, hoy, es un inquietante latigazo que nos deja pasmados: pocas veces, en los evangelios, expresa el Señor de manera tan directa su preocupación. Los discípulos – nosotros - pueden llegar a ser como los escribas, ésta es la preocupación del Maestro. Y tenía de qué preocuparse.

Escribas

Los escribas, en un principio, eran sencillamente personas que sabían leer y escribir, y que por tanto asumían un papel importante para la transmisión de los documentos importantes. Luego, con la reforma del devoto rey Josías, unos siglos antes de Cristo, su importancia fue aumentando excesivamente, hasta llegar a ser ellos los que custodiaban la Ley, los que la interpretaban y los que juzgaban si alguien la violaba.

Jesús los señala con el dedo y los acusa sin contemplaciones y sin medias tintas.

Son vanidosos y hacen de su servicio una desmedida búsqueda de poder. Quieren vestir un uniforme para hacerse reconocer, quieren el respeto temeroso de los pobres ciudadanos, les gusta ser considerados como autoridad, están siempre presentes en los acontecimientos sociales, gozan de su posición y no perdonan la ocasión de mostrarse ostentosamente.

Pienso en la denuncia constante que el Papa Francisco hace del “carrerismo” de los clérigos dentro de la Iglesia. Buscar desaforadamente los primeros sitios, las vestimentas, los aplausos y las invitaciones oficiales, ejerce un maligno atractivo sobre muchos pastores que no se dan cuenta en qué se han convertido: en un espectáculo que aleja a tantas personas del evangelio y de la Iglesia. Son un grave contra testimonio.

Pero también en nuestro pequeño mundo podemos soñar con llegar a ser como los escribas buscando la visibilidad y el honor en lo que hacemos y decimos. Tenemos que juzgarnos de verdad a nosotros mismos con severidad.

Escribas y viudas

Los escribas devoraban los dineros de las viudas, hemos escuchado en el evangelio. Si la viudez ya representa un estado de gran dolor, de laceración interior, de trituración de los afectos, quedar viuda en tiempo de Jesús, era una verdadera tragedia.

sábado, 30 de octubre de 2021

DOMINGO 31º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)




Primera Lectura: Dt 6, 2-6
Salmo Responsorial: Salmo 17
Segunda Lectura: Heb 7, 23-28
Evangelio: Mc 12, 28-34

Somos ciegos y mendigos. Podemos pasar el tiempo en los márgenes de la historia resignándonos o lamentándonos, como Bartimeo, gritando nuestro dolor, sin consuelo. “Pierdes el tiempo”, nos dice el mundo que nos rodea. En cambio, el Nazareno oye nuestro grito y nos manda a llamar. Sanados en lo profundo, iluminamos nuestra vida oscura, seguimos a Jesús por el camino y les decimos a los otros mendigos: “Ánimo, levántate, el Señor te llama”.

Esta es la Iglesia: un pueblo de ex ciegos, pero aún mendigantes, no prepotentes morales y doctrinarios que miran a los hijos de Dios por encima del hombro. Mendigos que se regocijan cuando comunican a cada persona el rostro compasivo de Dios.

¡Y cuánta luz necesitamos, una y otra vez, para comprender en profundidad la estupenda página del evangelio de hoy!

Catecismo

¿Qué es lo más importante de la vida y de la fe? La pregunta del escriba es, después de todo, la única pregunta real que merece la pena formular y responder, la única.

La pregunta, para nuestro entusiasta amigo, trataba de desenredar una densa red de prohibiciones y trampas, más de seiscientas, que el piadoso israelita estaba llamado a vivir cada día. Para Jesús, la pregunta se convierte en una oportunidad de ir a lo esencial, de llegar a superar el síndrome de la respuesta correcta del catecismo, para arribar – finalmente -, a cuál es el significado de la vida para mí.

sábado, 23 de octubre de 2021

DOMINGO 30º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


Primera Lectura: Jer 31, 7-9
Salmo Responsorial: Sal 125
Segunda Lectura: Heb 5, 1-6
Evangelio: Mc 10, 46-52

  Jesús está a punto de subir a Jerusalén. Menos de treinta kilómetros lo separan de su muerte.

La última etapa, Jericó, cierra la parte central del evangelio de Marcos. En las últimas semanas hemos leído los variados discursos que Jesús les ha dirigido a sus discípulos, temas centrales como el matrimonio, el seguimiento, la pobreza. Pero los discípulos, todavía el domingo pasado, parecen no entender nada.

Jericó era la última etapa para los romeros que subían a Jerusalén: por eso, a la salida de la ciudad, decenas de mendigos se amontonaban esperando conseguir algunas monedas de los viajeros bien dispuestos que pasaban por allí.

Entre ellos Bartimeo, que se va a convertir en el modelo del discípulo.

Bartimeo

La narración de la curación del ciego es una brillante metáfora del camino que ha de hacer el verdadero discípulo. No como los apóstoles que están verdaderamente ciegos, ilusionados todavía con fundar un reino terrenal, minimizando y esquivando las profecías referidas a la muerte de Jesús.

Bartimeo está en la cuneta del camino, no puede hacer más que esperar como muchas personas que encontramos hoy, resignadas por la situación económica, por el desaliento existencial, con una perspectiva limitada y asfixiante de la vida. Como tantos mendigos, Bartimeo sólo vive de limosna.

Hasta que oye hablar de Jesús. No lo conoce, pero alguien le había contado cosas de él. Ahora, el deseo y la curiosidad toman la delantera.

Bartimeo empieza susurrando y termina gritando. Pide piedad.

Piedad, porque no tiene luz en el corazón. Piedad, porque está paralizado por el miedo. Piedad, porque no sabe lo que ha de hacer.

Como ese grito atávico que sale de lo profundo de uno cuando la vida nos apalea y no nos resignamos a ello. Como ese deseo que parece volverse loco en nosotros cuando nos planteamos el sentido de la vida. Como la toma de conciencia de ser mendigo, cuando no tenemos en nosotros mismos las respuestas que buscamos, y tenemos que esperarlas de otros.

Silencios y gritos

A Bartimeo se le pide cortésmente que se calle. Como se nos solicita a nosotros en tantas ocasiones.

Nos lo piden los amigos de de la tertulia o del bar; la gente con la que nos encontramos; los que consideran una tontería el descubrimiento de la interioridad; los que, sin haber buscado, impiden que los otros partan y salgan de sí. Pero también nos lo piden los creyentes que ponen palos en las ruedas y límites a la acción de Dios; los que ponen condiciones, que miran desde lo alto  y desde la prepotencia de sus certezas de fe a quién mendiga un poco de sentido de la vida.

Es mejor guardar silencio, amigos, resignarse... Dios no existe y, si existe, seguro que no es para alguien cómo tú…

En cambio Bartimeo grita, vocea.

sábado, 16 de octubre de 2021

DOMINGO 29º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera Lectura: Is 53, 10-11
Salmo Responsorial: Salmo 32
Segunda Lectura: Heb 4, 14-16
Evangelio: Mc 10, 35-45


Los apóstoles no entendieron nada. La escena del hombre rico se cerró con la apremiante pregunta de los Doce, hecha por Pedro en nombre de todos: ¿y nosotros que lo hemos dejado todo, qué?

Jesús los anima: dejar todo por el Reino significa encontrar cosas nuevas... aquello del ciento por uno... Aplauso y final; se acabó.

Eso se creen, porque luego el evangelio de Marcos continúa con el tercer anuncio de la Pasión. Con un Jesús visiblemente aturdido que les cuenta a sus amigos que está dispuesto a morir con tal que no traicionar a la imagen de Dios que lleva impresa en su corazón.

Ese el evangelio de hoy. Uno de los más terribles que la historia nos ha entregado. Efectivamente, los exegetas hacen notar que, cuando Marcos escribe el evangelio, el arrogante Santiago ya había sido matado, y Juan se pasaba la vida hablando más de Jesús que pensando en ningún cargo de gobierno. Los hijos del trueno aprendieron la lección… a la fuerza.

Un evangelio tan fuerte que Lucas lo salta a pie juntillas y Mateo lo suaviza, atribuyéndole a la madre de los “boanerges” la inconsciente iniciativa que acabamos de escuchar.

Parece que los discípulos lo dejaron todo cuando siguieron a Jesús... pero sólo fue en teoría.

Incomprensión

Los protagonistas hoy, son Juan y Santiago. Juan el perfecto, el místico, el águila, la profundidad, le pide a Jesús una recomendación, pide sentarse a la derecha de Jesús en el momento en que se establezca el Reino de los cielos, concibiéndolo como un reino político e inmediato, a punto de producirse.

No basta con haber tenido grandes dones místicos y señales de la presencia de Dios en la oración para evitar cometer enormes errores. También los hermanos y las hermanas que, entre nosotros, hayan elegido el camino de la contemplación tienen que vigilar siempre el riesgo de la gloria mundana querida y buscada...

La paradoja es buscada por Marcos. No se trata ya de un fervoroso joven que tiene un patinazo tan clamoroso como aquel rico, sino de dos discípulos que, apenas han oído el tercer anuncio de la Pasión, buscan la vía de escape en el poder. ¡Peor aún, los otros diez la toman con ellos por haberse atrevido a ser los primeros en tomar la iniciativa de lo que todos estaban pensando!

sábado, 9 de octubre de 2021

DOMINGO 28º DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo B)


 Primera lectura: Sab 7, 7-11
Salmo Responsorial: Salmo 89
Segunda lectura: Heb 4, 12-13
Evangelio: Mc 10, 17-30


Un hombre rico se acerca a Jesús corriendo, como si tuviera una enfermedad incurable. Corre para saber cómo poder vivir en la lógica de Dios.

Es una persona correcta y honesta en su planteamiento: sabe que la salvación no “se merece” sino que se recibe en herencia si se desea con corazón puro. Su actitud es teológicamente impecable.

Jesús lo acoge con simpatía, y le pide con sencillez que observe los mandamientos. Y fijaros: Jesús ignora los primeros, los que se refieren a Dios, y se centra en los que se refieren a las personas. Es decir: sólo sirviendo al ser humano respetamos y damos gusto al Dios que nos ha creado.

El hombre rico contesta que esos mandamientos los ha observado siempre, desde su más tierna edad. Quizás tenga razón, o quizás presuma, da lo mismo. Jesús lo ama, mirándole fijamente.

Una mirada de bien, una mirada que ve lo positivo, aunque el rico pueda exagerar. Jesús tiene siempre y para siempre una mirada positiva sobre nosotros, también cuando disimulamos y no queremos ver las sombras de nuestro corazón.

Jesús ama y exige. Reclama porque ama. Y se atreve a pedir todo: “deja todas tus riquezas”. Y aquí ya se acaba el rollito místico.

Riquezas

Marcos pone en la mitad de su evangelio los asuntos más comprometidos: la semana pasada el matrimonio, hoy las riquezas. Es necesario conocer y amar a Cristo antes de poder vivir sus irritantes exigencias, sentirnos queridos antes de poder atrevernos a hacer nada.

Jesús no le pide al rico que tire el dinero, sino que lo comparta. Le pide entrar en la lógica de sentirnos hermanos, de saber que la riqueza es un regalo de Dios, pero que la pobreza es culpa del rico.

El rico no se entera, y seguirá siendo rico, pero triste. No usa la sabiduría de la que habla y a la que invoca la primera lectura que hemos escuchado. Ni acoge la espada de la Palabra que penetra hasta el fondo de las entrañas, descrita en la Carta a los Hebreos.

Su problema no es la riqueza sino el egoísmo. Lo entienden muy bien los discípulos, que no son ricos pero que también sienten malestar por esta Palabra. Hermanos, la riqueza no es cuestión de cartera sino de corazón.

Jesús insiste: una lógica tan mezquina, “rica”, impide entrar en la lógica de Dios. Incluso la familia (!) puede convertirse en una rica posesión, incluso los afectos más sagrados. Por eso hace falta dejarlo todo, y el Señor nos lo devolverá todo de la manera correcta.

Lo original

Jesús no condena a toda costa la riqueza, ni exalta la pobreza sin más.

Lo digo porque a menudo nosotros los católicos resbalamos en el moralismo criticando el dinero… sobre todo el de los otros, e invitando a la generosidad… también la de los otros. Jesús, en cambio, ama al hombre rico, lo mira con ternura, ve en él una gran fuerza y la posibilidad de crecer en la fe. Le pide librarse de todo para tener más, le pide que haga la mejor inversión de su vida.